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Políticamente... conservador

Desintegración nacional. La España soviética

Algunos prestigiosos sovietólogos reconocían al terrible régimen comunista una única virtud después de 70 años de totalitarismo: haber acabado con las luchas nacionales en el territorio de la antigua URSS. Algo parecido debió pensar algún franquista convencido tras 40 años de dictadura. La realidad, al menos en lo que a la Unión Soviética se refiere, no puede haber sido más distinta.

 

 

Ahora Alfonso Guerra ha comparado el proceso de disolución de la Unión Soviética tras la caída del régimen comunista con el proceso de desmembración al que puede estar abocada España con el cambio de régimen que impulsa Zapatero. La reflexión es intelectualmente sugerente, aunque lo primero que hay que decir es que si se cumplen los vaticinios de Alfonso Guerra, él sin duda tendrá su cota de responsabilidad, como diputado y como presidente de la Comisión Constitucional del Congreso de los Diputados, en la historia de ese desastre.

 

 

En todo caso, la cuestión a analizar es qué probabilidades tiene España de disgregarse en una sucesión de repúblicas independientes como ocurrió en la década de los 90 en la antigua URSS. Lamentablemente, hay que reconocer que las posibilidades son muchas si Rodríguez Zapatero se mantiene en el poder.

 

 

El primer capítulo de este proceso es el proyecto del Estatuto catalán aprobado recientemente en el Congreso de los Diputados. Este estatuto tendrá al menos cinco efectos.

 

1. El reconocimiento de Cataluña como nación rompe conceptualmente la unidad política que había sustentado España en los últimos cinco siglos.

 

2. El sistema de financiación diseñado atenta contra la cohesión y la solidaridad entre las distintas partes de España.

 

3. La práctica desaparición del Estado de Cataluña y el establecimiento de una relación bilateral en pie de igualdad con el resto de España sitúan de facto a Cataluña como una entidad política semi-independiente.

 

4. El intervencionismo que propugna el nuevo texto puede ser un arma poderosa en manos de los nacionalistas catalanes para hacer reingeniería social y crear su propia conciencia nacional.

 

5. Finalmente, hay que tener presente que el conjunto de los nacionalistas ven el nuevo Estatuto como un mero tramite para alcanzar su verdadero objetivo, la independencia.

 

 

El segundo capítulo en este proceso de disgregación lo constituye la negociación con ETA. Es muy posible que ni los terroristas ni los nacionalistas vascos ni siquiera se conformen con un estatuto como el catalán. Ellos, que ya gozan de total autonomía financiera, aspirarán a ir un paso más allá que los catalanes. La amenaza de una vuelta al terrorismo, que resultaría letal en términos políticos para el actual presidente del Gobierno, actuará además como un poderoso acicate para que Rodríguez Zapatero ablande aún más sus posiciones. Se guardarán las formas, en el sentido de que la negociación política no se hará con ETA, sino con el nacionalismo vasco. Pero no hay que olvidar que los objetivos de independencia y anexión de Navarra son comunes a ambos. Y los terroristas, en todo caso, mantendrán la supervisión del proceso y no dudarán en volver a la actividad criminal si no obtienen los resultados esperados de la negociación política.

 

 

El tercer capítulo será la emulación de los procesos seguidos por vascos y catalanes por otras autonomías. En Galicia, los nacionalistas comparten poder con los socialistas y ya han anunciado que ellos no pueden ser menos. El presidente de Canarias, de corte nacionalista, ya ha anunciado su pretensión de convertir el archipiélago en nación. Incluso los socialistas andaluces han reivindicado su carácter nacional, a pesar de que la inmensa mayoría de sus habitantes no comparte ese sentimiento. El proceso será ya imparable.

 

Comunidades gobernadas por el PP como Baleares o Valencia aspirarán también a la plena autonomía financiera, a su policía autonómica, a más competencias. En definitiva, se trata de un juego de acaparar dinero y poder, que son las dos principales motivaciones políticas. Una vez el proceso está en marcha, nadie querrá ser menos que nadie, ninguna autonomía querrá ser relegada a ser una comunidad de segunda, todo el mundo velará por sus intereses particulares, pero nadie lo hará por los intereses generales.

 

 

La mayor parte de los nacionalistas radicales sueñan con un estado independiente.

 

 

Pero muchos nacionalistas moderados, hoy por hoy mayoritarios en País Vasco y Cataluña, aspiran simplemente a una confederación en la que tengan todas las ventajas de la independencia y todas las ventajas de la confederación, pero sin asumir ningún coste por pertenecer a ella. La pregunta que se hacen cada vez más españoles es si, en esas condiciones, Cataluña o el País Vasco no se terminarán convirtiendo en un lastre para el resto de España que conviene expulsar cuanto antes.

 

 

Desgraciadamente, ese sentimiento puede acelerar aún más el proceso.

 

 

Pero conviene que nadie se llame a engaño. La explosión de la Unión Soviética no fue ni pacífica ni ordenada, sino violenta y sangrienta. Hay muchos potenciales conflictos civiles dentro de cada una de las comunidades que aspiren a independizarse. Las fronteras entre las posibles republicas ibéricas independientes serían otra fuente inagotable de conflictos. Hay también afanes expansionistas en algunas comunidades.

 

 

Los enemigos externos, en especial la yihad islamista, verán en la disgregación de España una oportunidad para alcanzar sus metas. El desastre que puede suponer el fin de España tendría un altísimo precio para las futuras generaciones. A tiempo estamos de evitarlo.

 

 

Grupo de Estudios Estratégicos (GEES).

 

 

Libertad Digital, 6 de abril de 2006

 

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