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Políticamente... conservador

Españas previsibles, católicos en la frontera

El historiador y periodista Paul Johnson describe en Tiempos Modernos, un libro que se ha convertido en un clásico, el ambiente ideológico que explica el ascenso del nacionalsocialismo al poder en la Alemania de los años 30. Se forman dos bloques culturales e ideológicos férreos: la Alemania de la cultura, que defiende las supuestas esencias de la nación; y la Alemania de la civilización, occidentalista, moderna y relativista. No se pueden hacer paralelismos fáciles con las dos Españas que ahora parecen resurgir. Los bloques ideológicos no son simétricos por sus contenidos y, de momento, no parece estar fraguándose una amenaza totalitaria. Pero sí hay dos fenómenos que actualizan las páginas de Johnson: la radicalización de posturas y el incremento del esquematismo. El barómetro del CIS del mes de abril es significativo. En marzo de 2004 sólo se declaraba de derechas un 1,3 por ciento de los encuestados, ahora se define así un 2,8 por ciento. Hace dos años los encuestados que se consideraban de centro derecha eran el 8,1 por ciento y ahora ese porcentaje asciende al 10,4 por ciento. El centro se mantiene en el entorno del 32 por ciento, pero la adscripción al centro izquierda desciende y la adscripción a la izquierda pasa en dos años del 6,9 por ciento al 8,7 por ciento. Junto a este “corrimiento” del espectro político hacia los extremos hay otro fenómeno más difícilmente cuantificable. Tras la inesperada victoria socialista el 14 de marzo de 2004, el PP siente la necesidad de cerrar filas en torno a su anterior gestión. Desde el minuto cero, la política de Zapatero se dirige a aislar a la oposición, a echar por tierra sus conquistas. En una dinámica de acción-reacción, esta política del presidente socialista provoca una defensa del PP que ni revisa mensajes ni renueva líderes. Zapatero, apoyado por buena parte de los medios de comunicación, polariza a todo su partido y a la inmensa mayoría del centro izquierda. El miedo a lo peor, es decir, a ser tachados de “peperos”, lleva a este sector social a apoyar todas las políticas que están poniendo patas arriba el consenso constitucional. Políticas que, en muchos casos, el centroizquierda no consideraba necesarias (es el caso de la reforma de los estatutos). Esa España se vuelve desgraciadamente previsible: necesariamente acrítica con “la revolución social” de Zapatero, defensora a ultranza del nuevo federalismo asimétrico y anticatólica. Enfrente también fragua una España previsible de centro-derecha, identificada casi exclusivamente por su defensa de la unidad nacional, unidad nunca adecuadamente explicada ni críticamente actualizada. Buena parte de esa España de centro-derecha, herida por la derrota electoral y por las políticas de agresión de Zapatero, se refugia en mensajes simplificadores que alimentan la instintividad, la descalificación y que ahorran el siempre fatigoso ejercicio de la razón. Ninguna de las Españas previsibles parece estar interesada en cruzar la frontera que han construido, romper esquemas y entablar un auténtico diálogo. Es la consecuencia de una sacralización de las posiciones políticas, que acaban imponiendo su dinamismo a la sociedad. En este contexto, los católicos podrían ser los primeros en atravesar las fronteras, o los primeros en instalarse en ellas, para desacralizar la vida política y sanear la vida social. Es lo que hicieron sus antepasados en el Imperio Romano.  Fernando de HaroPáginas Digital, 24 de mayo de 2006

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