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Políticamente... conservador

Supongamos que Ruiz-Gallardón tiene razón, aunque sea sólo un poco

Supongamos que Ruiz-Gallardón tiene razón, aunque sea sólo un poco

El PP, metido en un anacrónico debate entre laicismo militante y confesionalismo rancio. Zapatero encantado y Rajoy callado. ¿Alguien ha leído algo en la derecha en los últimos cien años?

Alberto Ruiz-Gallardón, el alcalde de Madrid, lo ha conseguido. Niño en el bautizo, muerto en el entierro, novio en la boda. Bueno, novio no, pero sí protagonista absoluto de una polémica que le ha dado mucho espacio en los medios de comunicación. ¿Qué más quiere un político con mucho oficio y talla sobrada, en una España en la que empieza a escasear el sentido común?

Hay quien opina que el PP debe arriesgarse a perder las elecciones para defender los que se llaman ahora "valores". Y hay quien opina que el PP debe ganar elecciones renunciando a lo que sea y aceptando los "valores" de la izquierda si hace falta. Tal vez Gallardón intuya que las dos posturas implican una renuncia cómoda y cobarde a pensar, y en definitiva una sumisión total de la derecha española a principios que no son los suyos.

La cuestión es que Zapatero, al que llamaban tonto, ha conseguido exactamente lo que quería. Está desarrollando su programa revolucionario, dando un giro tercermundista a nuestra política exterior, abriendo las puertas a la inmigración masiva, afirmando la existencia de varias naciones en España y negociando con ETA, y mientras ha conseguido crear problemas de conciencia al PP con asuntos absolutamente demagógicos –mucha ignorancia y mucha propaganda, vaya- como la "memoria histórica" o esto del matrimonio. Con un poco de suerte hasta logrará estimular una escisión en el PP o la aparición de un tumor maligno en la axila derecha, y con eso el zapaterismo podría durar décadas. Qué bien.

El péndulo progre

Ahora resulta que los gustos sexuales tienen que ver con las ideas políticas, con los principios culturales y con las convicciones religiosas de cada uno. En realidad esto es una solemne tontería, pero la izquierda lo está afirmando y se ha encontrado con una derecha –en su sentido más amplio: que nadie huya de sus culpas- dispuesta a aceptar la memez.

Vamos a escandalizarnos todos. Jean Marie Le Pen está a favor de las uniones entre homosexuales, entre otras cosas porque demuestran que "el matrimonio está reconquistando un prestigio que se temía que hubiese perdido". Bueno, por eso y porque muchos homosexuales franceses votan a la derecha nacionalista, que obviamente no discute lo que cada uno se lleve a la cama, sin por ello negar la evidencia de qué es un matrimonio y qué no lo es. Y si en Catania se celebró en 2004 la Gay Mediterranean Expo es, entre otras cosas, porque el concejal de cultura es el homosexual postfascista Nino Strano, y porque entre un quince y un veinte por ciento de los homosexuales italianos son capaces de votar a la derecha-de-la-derecha.

¡Escándalo!, aúllan en coro los sedicentes progres y los píos conservadores de sacristía. "Pero esas cosas no pasan en España", responden, sospechosamente unidos. Y si están unidos es porque en el fondo creen lo mismo, que sexo, política, convicciones y fe deben marcar disciplinadamente el paso. Ninguno de ellos se ha fijado en los resultados electorales del distrito de Chueca, en Madrid. Los laicistas no han preguntado a los homosexuales si de verdad quieren mayoritariamente desvirtuar la noción de matrimonio, metiendo en ella con calzador algo muy distinto, como son las garantías civiles para las parejas de gays; tampoco les han preguntado si quieren servir de ariete contra la Iglesia o contra el PP. Y los supuestos conservadores tampoco son mucho mejores, pero en conjunto todo beneficia a Zapatero y su izquierda.

Más papistas que el Papa

¿Es coherente Gallardón? Realmente no tengo muy claro con quién debería serlo, más allá del PP que lo colocó en sus listas, de los ciudadanos que lo votaron, de la Iglesia a la que pertenece y de la nación cuya bandera besó como alférez paracaidista que se confiesa orgulloso. Gallardón busca un equilibrio en una España desequilibrada, en la que parece imposible hallar una respuesta que no sea –casi- la homosexualidad obligatoria o –casi- el confesionalismo impuesto. Pues vaya.

A todo esto, ¿qué es un matrimonio? Una unión entre hombre y mujer abierta a la concepción y educación de hijos. Es decir, un núcleo familiar. Así que, se pongan como se pongan los progres, y diga lo que diga la Ley, el matrimonio excluye que dos personas del mismo sexo se casen entre sí. Ahora bien, como ha dicho el actor Aldo Buzzanca, afiliado a Alleanza Nazionale, "precisamente porque soy de derecha no soy ningún puritano y combato todas las formas de discriminación", aunque "el matrimonio está ligado a la procreación y por eso tampoco apruebo la adopción por parejas de gays". Es, en suma, una posición como la que el PP defiende y para nada incompatible con lo que la Iglesia cree, en nombre del Derecho natural.

Y es que, salvo que alguien quiera volver al Estado confesional –sí, sí los hay, pero afortunadamente pocos-, hay que separar netamente las normas jurídicas vigentes para todos de las normas morales vigentes sólo para los católicos. En común, una misma idea del hombre y de la comunidad, que es inherente al ser de España. Pero el Estado no debe meterse en la cama con los españoles, ni en un sentido ni en el otro. De hecho, la Iglesia afirma la dignidad y los derechos individuales de los gays, y no pide a los políticos que los nieguen, sino sólo que defiendan la verdad sobre el matrimonio. ¿Alguien desea ir más allá? Hará un flaco favor a cualquier derecha posible o imaginable.

¿Intenta Gallardón mirar al futuro?

Tengo la impresión de que Gallardón, muy consciente de sus capacidades y de sus posibilidades, no sabe hacia dónde ir. Si va hacia el confesionario corre el riesgo de sumergirse en una parte de la derecha sociológica que, manipulada, aspira a veces a ser toda la derecha, sin ser a menudo otra cosa que un resto del naufragio tradicionalista del siglo XIX. Es decir, derrota segura. Pero si va hacia el laicismo terminaría aceptando lo que Zapatero afirma y la izquierda impone, con lo cual toda victoria sería para la izquierda. Y da bandazos, intuyendo pero no sabiendo que es posible una derecha, sintética y no sincrética, firme y no monolítica, que venza en el siglo XXI.

Claro, esto es más fácil de decir que de hacer, pero hay que intentarlo. Hace falta una derecha capaz de aceptar que en España hay homosexuales, y que muchos están en sus filas, sin identificar a los gays con la manipulación progre de una tendencia sexual que no es precisamente de hoy. Una derecha católica pero no confesional, en la que estén los católicos pero sin llevar sólo monaguillos en las listas. Una derecha capaz de combatir con dureza las drogas pero cuyos líderes no se sonrojen si en su juventud fumaron un porro. Normalidad, en suma, con visión a largo plazo. Sentido común, a ser posible con sentido del humor, como cuando el ex ministro Francesco Storace explicó a su manera este asunto: "A veces hacemos chistes de gays, ¿y qué? También hacemos chistes de curas y de militares, y no por eso despreciamos a la Iglesia o al Ejército".

Gallardón y Rajoy lo tienen muy fácil para hacer la tarea: que salgan a la calle y que se limiten a ver cómo vive de hecho su gente, que intuitivamente va encontrando la manera de vivir hoy con los principios de siempre. Seguramente Gallardón se equivocó con lo de la boda, pero el intento, algo torpe, tiene el mérito de no ser sectario, rancio, nostálgico ni gruñón, cualidades hoy por hoy muy necesarias. Como quien dice, una derecha capaz de llevar en la misma lista electoral, si hace falta, al actor porno heterosexual (y de derechas) Rocco Siffredi y a los diseñadores gays (y de derechas) Domenico Dolce & Stefano Gabbana, a los que corresponde el análisis más claro de este lío: "Zapatero ha instrumentalizado la cuestión gay".

PS. Anticipo mis disculpas a puristas y puritanos por el muy libre uso que hago de la palabra "derecha". Los lectores normales entienden.

Pascual Tamburri

El Semanal Digital, 2 de agosto de 2006

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