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Políticamente... conservador

«El terrorista se transforma en un zombi infectado por una ideología totalitaria», dice Vaquero

«El terrorista se transforma en un zombi infectado por una ideología totalitaria», dice Vaquero

«La religión es la antítesis del terrorismo». Ésta es una de las afirmaciones para entender el fenómeno del terrorismo según su autor.

 Actualizado 7 mayo 2011 - 7:18

Koldo Goñi/ReL

 

Colaborador de ReL, el pamplonés Fernando Vaquero Oroquieta desmenuza el terrorismo, en un libro ameno y didáctico titulado La ruta del odio. 100 respuestas clave sobre el terrorismo.

 

Dotado de la coherencia interna que proporciona su cosmovisión cristiana, puede abrirse por cualquiera de sus 100 respuestas disfrutándose con su lectura. Y no elude cuestiones espinosas, como la tan manida vinculación de religiones/terrorismo.

- ¿Es el terrorismo una consecuencia de las religiones?
- No, al contrario: la religión es la antítesis del terrorismo. Las exigencias de verdad, belleza y sentido que caracterizan al corazón del hombre, en toda sociedad y época, únicamente encuentran su justa correspondencia con la propuesta religiosa. El terrorismo violenta en grado extremo ese corazón, negando desde una ideología totalitaria, con su desprecio absoluto de los derechos humanos, esas exigencias. Así, el terrorista se transforma en una especie de zombi, cuya afectividad y todos sus procesos humanos son distorsionados por el virus de la utopía; lo que deriva en la destrucción del “otro”, ya sea entendido como enemigo de clase, de la construcción nacional, de la raza elegida…

- Sin embargo, es lo que se afirma desde buena parte de los medios de comunicación…
- Y desde las cátedras, etc. No podía ser de otra manera, pues ello forma parte de lo “políticamente correcto”. Pero lo que puede sorprender a muchos es que, aquí, confluyen dos concepciones ideológicas aparentemente contradictorias. Por un lado, desde el pensamiento progresista e hipercrítico hoy dominante, se pretende eliminar la religión, especialmente la católica, al concebirse como obstáculo del supuesto desarrollo infinito de la ciencia. Y por otro, desde presupuestos antagónicos, por ejemplo los de de la “Nueva Derecha” pagana, se asegura que el cristianismo, al ser un igualitarismo fruto del monoteísmo según afirman, no respetaría otras identidades que no fueran la propia: así la violencia en todas sus formas anidaría en el cristianismo; también la terrorista. Una coincidencia, ciertamente sorprendente. En última instancia se pretende sacrificar a la religión en aras de un proyecto ideológico utópico e inalcanzable: ya sea un optimismo cientificista, ya el retorno a una comunidad pre-cristiana.

- Pero, si hoy día todo es relativo, si todo puede discutirse, si las viejas ideas se han derrumbado, ¿no es la religión enemiga del diálogo y de la tolerancia?
- Me remito a la realidad. Si alguien ha destacado por su capacidad de diálogo con otras identidades culturales -y con los hombres concretos de nuestro tiempo- han sido Juan Pablo II y Benedicto XVI. Únicamente desde la conciencia de una identidad cultural y el amor al destino de los demás puede dialogarse, si lo que se pretende es construir y no meramente parlotear. Hoy día se habla mucho y se escucha muy poco; pues la mayoría de interlocutores creen saber todas las respuestas. El relativismo es enemigo del diálogo. De hecho, un relativismo extremo, el del nihilismo ruso de finales del siglo XIX, configuró el terrorismo moderno en todas sus dimensiones; si bien sería el marxismo-leninismo el que le dotó con su carácter de presunta “ciencia”.

- ¿No podría interpretarse que, dadas sus creencias personales, el juicio que emite en su libro sobre el papel de la Iglesia católica es muy benevolente?
- ¿Lo dice por mis parcas referencias a la actitud de algunos obispos vascos? Pero, ¿no olvida usted que la inmensa mayoría de víctimas del terrorismo, en España, han sido y son católicas? No me corresponde desmentir ni justificar el dañino ejercicio de “equidistancia moral” que han practicado algunos. Pero la realidad es incuestionable: la Iglesia católica ha sido y es refugio de las víctimas en todo el mundo. Hay que ser claros: ni ETA nació en un Seminario, ni la Revolución francesa fue una explosión de amor universal. Es más, en el segundo caso se perpetraron el primer terrorismo de Estado y el primer genocidio moderno. Son tantos los tópicos circulantes, casi nunca cuestionados, que entorpecen cualquier debate serio.

- Usted insiste en desvincular religión y terrorismo. Sin embargo, el nuevo terrorismo se presenta teñido de religiosidad. Me refiero al islamismo…
- El islamismo es un intento legítimo de reforma religiosa mirando a los orígenes. No podemos identificar automáticamente islamismo con yihadismo terrorista. En el libro reservo al tema no menos de su décima parte: es injusto e incorrecto liquidar el tema con un par de tópicos al uso; sean del color que sean. Permítame una breve lectura: «Una interpretación del Islam que considere como su núcleo la entrega a Dios está reñida con una interpretación político-revolucionaria, en la cual la cuestión religiosa se convierte en parte de un chauvinismo cultural y con ello se subordina a lo político». Lo dijo Hassan II y lo recogió Joseph Ratzinger, hoy Benedicto XVI, en Una mirada a Europa, ya en 1993.

- Entonces, grupos como Verdad Suprema, Naciones Arias, los davidianos de Waco, Kach… ¿no eran, acaso, grupos religiosos?
- Esgrimían, entre otras muchas y de manera totalmente caprichosa, algunas ideas de origen religioso. Pero, ante todo, eran patologías sociales: grupos de marginados agrupados por personalidades carismáticas, pero manipuladoras sin escrúpulos y enfermas de su propio ego, en los que se mezclaban ingredientes muy variados. Ideas apocalípticas, liderazgos sectarios, prácticas sexuales atípicas, gusto desmedido por las armas… En realidad se presentaban como la exacerbación de tendencias muy “modernas”; pero totalmente contrarias a las prácticas religiosas tradicionales. En cualquier caso hay que hilar muy fino con estas cuestiones; lo que no suele hacerse. En tiempos en los que la confusión impera por doquier, es necesario un esfuerzo de clarificación. Por ello escribí, entre otros motivos, este libro. Me gusta debatir. Pero la descalificación, previa colocación de etiquetas, es lo que predomina en el horizonte actual. Que por nosotros no sea.

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