¿Transversalidad?
Cuando el Muro de Berlín cayó en 1.990, no sólo se derrumbaron ladrillos ni espacios físicos de aislamiento sobre una de las Naciones más antiguas de Europa y que tan injustamente había sido separada tras la ocupación de 1.945. Con el Muro quedaban inerte toda la cosmovisión de esa izquierda que se amparaba en el anticapitalismo y que se había sostenido satelizada por las fuerzas de infiltración soviética en Europa. La Quinta Columna había sido desarmada en aquel abrazo que se produjo ante nuestros ojos por la población alemana que se reencontraba.
Fue el momento en que se afirmó el “Fin de la Historia” por Francis Fukuyama. Parecía que la versión de un occidente capitalista, liberal y partitocrático se iba a adueñar sin discusión alguna por todo el planeta. El tiempo se encargaría de desilusionar a los amantes del libre mercado sin fronteras. En las cavernas infectas de los movimientos antiglobalización, de las ONG subvencionadas por Estados con el sentido de la Soberanía extraviado, y con un populismo indigenista-racista creciente en América del Sur, fue creciendo la contestación. La Izquierda ponía viento en sus velas y añadía a todo ello la defensa del Islamismo, que traían los inmigrantes, como instrumento contracultural contra los valores judeo cristianos, romanos y griegos que han conformado Occidente.
Crecía una forma de hacer política, en la izquierda, que agrupaba bloques de tendencias. Heterogénea, maleable, pero eficaz. Mientras, al otro lado, la mal denominada Derecha (bautizada así misma ya como centro reformista) rechazaba todo discurso que no fuera el monolítico liberalismo atlántico. En España, la izquierda, tras su derrota en 1.996, se articuló sin descanso en esa dinámica. El Partido Popular en sus ocho años renunció a la creación de un tejido heterogéneo de apoyos y Cultura, consolidándose como brutal maquinaria electoral. Así perdió el Poder. Así murió la época de los Bloques de mayorías absolutas. De la defensa de los valores abandonados y que habitan en esa mayoría silenciosa de, al menos, dos millones de católicos, por alternativas emergentes, hablaremos la semana que viene.
Carlos Martínez-Cava Arenas
Fue el momento en que se afirmó el “Fin de la Historia” por Francis Fukuyama. Parecía que la versión de un occidente capitalista, liberal y partitocrático se iba a adueñar sin discusión alguna por todo el planeta. El tiempo se encargaría de desilusionar a los amantes del libre mercado sin fronteras. En las cavernas infectas de los movimientos antiglobalización, de las ONG subvencionadas por Estados con el sentido de la Soberanía extraviado, y con un populismo indigenista-racista creciente en América del Sur, fue creciendo la contestación. La Izquierda ponía viento en sus velas y añadía a todo ello la defensa del Islamismo, que traían los inmigrantes, como instrumento contracultural contra los valores judeo cristianos, romanos y griegos que han conformado Occidente.
Crecía una forma de hacer política, en la izquierda, que agrupaba bloques de tendencias. Heterogénea, maleable, pero eficaz. Mientras, al otro lado, la mal denominada Derecha (bautizada así misma ya como centro reformista) rechazaba todo discurso que no fuera el monolítico liberalismo atlántico. En España, la izquierda, tras su derrota en 1.996, se articuló sin descanso en esa dinámica. El Partido Popular en sus ocho años renunció a la creación de un tejido heterogéneo de apoyos y Cultura, consolidándose como brutal maquinaria electoral. Así perdió el Poder. Así murió la época de los Bloques de mayorías absolutas. De la defensa de los valores abandonados y que habitan en esa mayoría silenciosa de, al menos, dos millones de católicos, por alternativas emergentes, hablaremos la semana que viene.
Carlos Martínez-Cava Arenas
Minuto digital (27/02/06)
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