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Políticamente... conservador

¿Conservadores contra las cuerdas?

El escenario geopolítico internacional que ahora vivimos no llama a engaño. Desde distintos frentes y bajo disfraces varios, hay un calculado esfuerzo por acabar en Occidente con los valores ideológicos del pensamiento conservador, lo que en ocasiones y de forma general hemos venido identificando con la derecha política liberal-conservadora. Defender el componente de pensamiento “conservador” en esa etiqueta es hoy, en muchos lugares del mundo (y en España principalmente), un acto que incomprensiblemente se presenta como excusa con que descalificar al sujeto que realiza esa defensa. La razón está en las exitosas campañas internacionales lanzadas desde las izquierdas más variopintas contra el ideario conservador y contra todo lo que se ligue a la “derecha” política.  Centrémonos en el ideario conservador y preguntémonos si realmente está el pensamiento conservador contra las cuerdas. Aquí no sólo sostenemos que no es así, sino más bien todo lo contrario. De hecho, afirmamos que, pese al empuje contra los valores conservadores y la omnipresencia informativa anticonservadora, el conservadurismo incluye unos ideales con los que se identifica una gran mayoría de ciudadanos occidentales, no sólo ya en los Estados Unidos, sino también en España y buena parte de Europa, así como también en Iberoamérica. Para que esa identificación tenga un claro reflejo en las urnas, sin embargo, hace falta explicar bien esos principios, conocerlos y ponerlos en la práctica. En esta colaboración apuntaremos algunas ideas al respecto y probaremos que ese acoso a nivel transatlántico es visible en los ataques a la derecha norteamericana y a George W. Bush. Todos contra los conservadores Aceptaremos de inicio, y para ceñirnos al rigor teórico, que existen unas obvias distancias históricas e ideológicas entre “liberales” y “conservadores”. Por lo mismo, aceptemos también para el caso español la innegable y mayor cercanía de los liberales españoles a muchos de los presupuestos del conservadurismo. Hablamos de una cercanía que, sin representar identidad de valores sí pasa por semejanzas y puntos de contacto, tanto en lo económico como en lo individual y hasta en lo espiritual. Desde luego, esa cercanía es mucho mayor que la que podría existir entre los liberales y la “socialdemocracia” o a las nefastas variantes del socialismo o el comunismo.  Contra lo que de manera ejemplar ha venido haciendo el conservadurismo norteamericano, una de las labores por realizar todavía de manera completa en España es poner en evidencia la continua tergiversación de la realidad y el constante intento por desacreditar la ideología conservadora. En España, han sido los liberales quienes en los últimos años han sabido crear magníficas herramientas de oposición a la farsa de las izquierdas. Desde varios frentes, con frecuencia silenciados y acosados por el monopolio mediático de las izquierdas socialistas, los valores del liberalismo español conectaron con acierto con muchos de los valores del tradicional pensamiento conservador en España: juntos configuraron eso que hemos calificado de “liberalismo conservador” y que la derecha española quiso aunar en el seno del Partido Popular. En esos principios se halló el éxito de parte de las políticas de José María Aznar, con una notabilísima mejora del papel de España en el mundo, muy cercano al conservadurismo norteamericano. Aquella cercanía del Partido Popular a Estados Unidos fue muy productiva pero acabó sesgada con un cambio de gobierno acelerado por unas elecciones condicionadas por la masacre del 11-M. Más de dos años después, la derecha española sigue en estado comatoso, falta de ideas, carente de claridad comunicadora, incapaz de reunir buenos asesores para un líder –Mariano Rajoy- que está tardando ya demasiado en  ilusionar a la ciudadanía española y apostar sin fisuras por un componente verdaderamente liberal-conservador. Nos vamos ya cansando de escribir desde aquí que la derecha española está viviendo un drama interno cuya catástasis acaso acabe en una inmensa tragedia, la que para España supondría no sólo que el socialismo gane otra vez las próximas elecciones generales sino el hecho mismo de la liquidación definitiva de la derecha política liberal-conservadora. Al margen de cuestiones de definición teórica, entendemos que “conservador” es el individuo o el grupo favorable a la continuidad en las formas tradicionales de vida, individual, familiar o colectiva y adversas a los cambios bruscos o radicales. Ser conservador implica también creer en el progreso humano y avanzar con prudencia en la mejora individual, familiar y de la humanidad en general. Cualquiera que sea la opinión que se profese sobre la organización política de los pueblos, preciso es reconocer que todo ser humano lleva innato un deseo de “conservar”.  Innata en ser humano está asimismo la idea de la conservación: conservamos la especie a través de la reproducción de los hijos; creamos así una familia que deseamos conservar; conservamos nuestro cuerpo en el mejor estado posible; conservamos a los amigos; conservamos nuestra propiedad; queremos conservar la vida misma. En ella, deseamos conservar también nuestra Libertad y nuestros derechos sin que nadie nos lo usurpe. Contra esa Libertad precisamente atentan cuantos se mofan de nuestro innato espíritu conservador, confundiendo las cosas y generando definiciones políticas e ideológicas tan falsas como manipuladas.  El ser humano es por naturaleza conservador, lo que no impide ni choca con la idea de avanzar, progresar y buscar nuevos horizontes. Si trasladamos todo esto al ámbito político, comprenderemos algunos de los principios del ideario conservador, justo al que se opone una legión de mágicos titiriteros, encantadores reciclados, relativistas morales de toda condición o enviados mesiánicos reconvertidos en tiranos cuando no en falsos ecologistas de pandereta. A inicios del siglo XXI, pretender definir el pensamiento conservador como absolutismo, como fascismo o como totalitarismo es negar la historia.  La sociedad española, con honda tradición y raíz conservadora, debe conocer las ideas que componen su propia historia y las de la civilización occidental en la que se enmarca. Occidente sintetiza una tradición greco-romana unida espiritualmente a la raíz judeo-cristiana que llevó a la forja de unos valores que configuraron el modelo político-social occidental. Desde ellos, y a través de la Ilustración, se asentó el concepto moderno de la Libertad: la del individuo como sujeto político con unos derechos pero también con unas responsabilidades y deberes personales asumidos en el marco de otras libertades, desde la religiosa a la económica.  Desde esos principios inamovibles de auténtica Libertad apoyados en un sano conservadurismo, y en el que caben distintas opciones, es posible hacer frente sin medias tintas a todos los modelos políticos e ideológicos que pretenden atacar al conservadurismo desde un disfraz “progresista”. Tal disfraz se colorea con demagógicas y utópica “sociedades del bienestar”, pero se desentiende de la verdadera defensa de la libertad individual. En esa empresa anticonservadora unen sus esfuerzos todas las variantes de las izquierdas internacionales, desde los rancios socialismos y comunismos de raíz marxista –a quienes el individuo les importa poco o nada- hasta los disfrazados “socialdemócratas” y otros grupos afines empeñados en anteponer la “colectividad”, la etnia, el género, la clase o la tribu al individuo.  Sólo en el seno de la derecha estadounidense y en unos pocos contados países verdaderamente amigos y aliados de Estados Unidos es posible confiar de cara al futuro en lo que supone la defensa de la Libertad frente a la Tiranía. En esas estamos, aunque sigamos teniendo que enfrentarnos cada día con los ataques de los “progresistas” y con cuantos desprecian cuanto ignoran en nombre de falsos ídolos de barro. Tras la caída del Muro de Berlín gracias al empuje conservador de Ronald Reagan y Margaret Thatcher, la escena internacional creyó vivir una década de tranquilidad. Era el fin de la historia erróneamente profetizada por Francis Fukuyama, frente a los acertados avisos del choque de civilizaciones expuestos por Samuel Huntington: el mismo Huntington al que tantos calificaron de fatalista y al que hace unos meses acusaron de racista por escribir con acierto sobre el “ser estadounidense”. Hoy entendemos que aquella ficticia tranquilidad de los años noventa bajo el liderazgo de Bill Clinton, fue el campo de abono de una década nefasta para la política internacional norteamericana. La Administración Clinton fue siempre reacia a tomar en serio los varios y serios avisos del terrorismo yihadista. Como consecuencia, tuvimos un 11-S, apenas unos meses después de la elección de George W. Bush a la presidencia de Estados Unidos. Desde entonces, han pasado ya casi cinco años. En ellos, los españoles hemos visto también el paulatino deterioro de la vida política nacional, de su Constitución y de sus instituciones gracias a la llegada al Gobierno de un ejecutivo socialista, tan antiamericano como antiliberal y anticonservador, empeñado en liquidar las bases del régimen democrático constitucional, o sea empeñado en liquidar a España como nación soberana. En varias partes de Hispanoamérica, hemos contemplado también la implantación de la mal llamada “Nueva Izquierda”, encarnada en golpistas como Hugo Chávez o indigenistas falseados como Evo Morales, clones y admiradores todos de tiranos como Fidel Castro. El inicio de este siglo XXI revela el intento de acabar con las ideas que han hecho de Occidente la civilización más democrática, más avanzada y más libre del planeta. Confirmamos ahora el intento de demoler a la derecha política liberal-conservadora a nivel transatlántico. Ese acoso contra los ideales conservadores, en especial por los representados por el conservadurismo norteamericano, no parte solamente de los centros del terrorismo internacional, sino que se agudiza entre el falso “progresismo” que recorre buena parte de Occidente y que lamentablemente incluye muy a menudo a ciertos sectores de variopinto pelaje y denominación. Hoy sabemos ya que las acciones de los llamados gobiernos “progresistas” ubicados en los colectivismos de las izquierdas políticas siguen haciendo estragos en cuantas sociedades tocan. España no iba a ser una excepción y los hechos van confirmando cuanto decimos.  La inmensa mayoría de los gobiernos occidentales no ubicados en esas izquierdas siguen acosados permanentemente por la maquinaria propagandística de esos “progresistas”. Lo peor es que muchos de los políticos que tienen una base social marcadamente liberal-conservadora y de “derechas” –como es el caso del Partido Popular en España- no se atreven a pronunciarse con claridad ni a seguir dignamente el ideario liberal-conservador. Siguen impávidos, confundidos y casi acomplejados ante la demagogia de las izquierdas, sin ofrecer apenas soluciones reales a los ciudadanos y respuestas a la tergiversación del socialismo y sus grupúsculos. Con todo, muchos ciudadanos en el mundo, y también en España, están ya percibiendo la necesidad de aclarar las ideas. En diversas ocasiones hemos propuesto, y seguimos haciéndolo, la necesidad de dar a conocer las bases de una ideología auténticamente liberal-conservadora. Hemos escrito también que el modelo para la derecha española debe ser la propuesta del conservadurismo norteamericano (o anglosajón) y hemos querido trazar una suerte de hoja de ruta norteamericana para la derecha española. Voz en el desierto y nunca mejor dicho desde donde escribimos. No tenemos ningún empacho en defender valores como el del gobierno limitado, la defensa del liberalismo económico, la importancia de las iniciativas ciudadanas como medio de enlace directo entre el individuo y sus representantes políticos. Estados Unidos es el país que mejor ejemplifica el éxito de estos principios conservadores en el contexto de una auténtica democracia liberal. Los resultados están a la vista en lo que es hoy la primera potencia política, económica y cultural del planeta, le pese a quien le pese. En esa vanguardia mundial, resulta significativo el triunfo de los principios conservadores en Estados Unidos. Lejos de lo que se piensa en Europa, y particularmente en los círculos “progresistas” de lo que va quedando ya de España, el conservadurismo de los norteamericanos y de la actual Administración Bush no se debe al mal llamado voto “cateto” de la América profunda o rural (la que nos dicen vota al Partido Republicano) frente a la América urbana y progresista (la que nos dicen vota al Partido Demócrata). Dicha simplificación demuestra el desconocimiento de la realidad estadounidense y de los principios conservadores.  Queda mucho por hacer para transmitir la auténtica experiencia norteamericana, para conocer cómo ha sido en ese país donde se plantaron las bases de la libertad y la igualdad de oportunidades. En un país de emigrantes que huyeron del absolutismo se forjaron los principios que otorgan un saludable orden social apoyado en los valores conservadores y en aquella Declaración de la Independencia (1776) donde se incluyó una frase clave, que debería ser recordatorio para todos los españoles: “Sostenemos que estas Verdades son evidentes en sí mismas: que todos los Hombres son creados iguales, que su Creador los ha dotado de ciertos Derechos inalienables, que entre ellos se encuentran la Vida, la Libertad y la Búsqueda de la Felicidad”.  La defensa de esa Libertad aparece también al inicio de la Constitución Americana (1787) con el célebre inicio “We the People…”: “Nosotros, el Pueblo de los Estados Unidos, con el fin de formar una Unión más perfecta, establecer Justicia, asegurar la tranquilidad interna, proveer la defensa común, promover el bienestar general y garantizar para nosotros mismos y para nuestros descendientes los beneficios de la Libertad, ordenamos y establecemos esta Constitución para los Estados Unidos de América”. Contra lo que se nos ha dicho tantas veces desde la progresía internacional, esa misma Libertad es la que –con aciertos y errores- ha venido defendiendo y abanderando Estados Unidos en todo el mundo. Es así como el mayor reto de este siglo XXI está siendo precisamente hacer frente a la demagogia de esa misma progresía falsa ligada a las izquierdas socializantes más nefastas. Occidente –aparte de los Estados Unidos y unos cuantos países realmente aliados- asiste condescendiente a la reinvención de la historia, a la creación de ficticias “alianzas” de civilizaciones, al ataque a la raíz judeo-cristiana occidental, a la manipulación mediática y al intento de acabar con la auténtica Libertad. Todo ello, además, se sazona con guiños permanentes al terrorismo –como prueba el caso actual del mal llamado “proceso de paz” en España- y con ambivalentes saludos y honores a los regímenes más tiránicos y dictatoriales del mundo entero, desde el Bagdad de Sadam al Teherán actual de Mahmoud, pasando por Sudán, Palestina, Venezuela, Cuba o Bolivia. Estados Unidos y los principios conservadores están sufriendo, contra lo que se piensa, una oleada general de acoso a su ideario y a sus figuras más importantes. De eso ya nos dio buena cuenta con ejemplar visión Jean-François Revel, referencia siempre necesaria para Occidente. Todo esto ocurre con la aprobación y consenso de unas izquierdas internacionales aliadas para acabar con los valores del sano liberalismo conservador. La situación política norteamericana actual y el permanente ataque contra la derecha y particularmente contra los principios conservadores es prueba suficientemente verificable.  Resulta así necesario también señalar la importancia de entender que en el necesario y sano debate ideológico es también hora de escribir claro y tiempo de dar soluciones para hacer frente a unas medias tintas incoherentes y, a menudo, confusas para el ciudadano quienes intentan acabar con la Libertad. Reconozcamos que es tiempo de soluciones, quizá no tanto de etiquetas, pero la importancia de la claridad de ideas confirma que es tiempo de dejar de atacar las formas de vida occidentales, o sea las que más avances y prosperidad han proporcionado a la humanidad. Estados Unidos, Bush y los conservadores como diana de ataque En varias colaboraciones periodísticas y en otras tantas columnas de prensa hemos apuntado el creciente anti-americanismo y particularmente el ataque a los valores conservadores anglo-sajones. Hemos venido insistiendo también en una sensata defensa del ideario liberal-conservador. Dicha etiqueta, aunque cuestionable teóricamente por los antecedentes históricos que enfrentaron a “liberales” y “conservadores”, nos sirve en estos inicios del siglo XXI para unir a cuantos desde el respeto al ideario liberal apostamos por un talante ideológico ubicado en un sano pensamiento conservador. No hay contradicción alguna en cuanto decimos, sino más bien la confirmación de la necesaria unión de lo mejor de esas ideas. Es por esa razón que hemos apuntado también la posibilidad de hablar de un “conservadurismo liberal” y hasta hemos afirmado que el marbete era lo de menos porque la teoría política pasa siempre por una práctica que confirme y pruebe esas ideas a la ciudadanía. De lo que se trataba y se trata, en fin, es de hacer frente con ideas y resultados a los paulatinos y crecientes intentos de privar a la ciudadanía de la verdadera Libertad. Tales son los intentos que vamos comprobando y presenciando a nivel transatlántico, desde España a Estados Unidos, siendo en ambos casos el motor de esa negación de la Libertad los partidos que se ubican en la llamada “progresía” política, o sea casi todos los partidos políticos en España (a excepción del Partido Popular, cada vez más atontado y arrinconado) y el Partido Demócrata norteamericano (cada vez más radicalizado y manipulado). Es por eso también que a la luz de las perceptibles señales que uno observa en la vida diaria, en la prensa y en la vida política transatlántica, se hace necesario aclarar algunas ideas y apostar por una seria defensa del conservadurismo liberal o del liberalismo conservador, siempre tan apedreado y mal entendido por muchos. Ronald Reagan, Margaret Thatcher o Barry Goldwater por citar sólo a algunos líderes políticos ejemplares, se autodefinieron como conservadores y quienes admiramos y valoramos su legado debemos tomar buen ejemplo de sus ideas para aplicarlas a las actuales circunstancias de nuestra época. Sin embargo, en medio de este reto para la Libertad, seguimos viendo como muchos de quienes se oponen a la ideología “progresista” de las izquierdas dedican buena parte de su tiempo a cuestionar también al pensamiento conservador y presentar negativamente a George W. Bush, el único líder mundial que –con sus errores y aciertos- está haciendo frente verdaderamente al terrorismo en el mundo. En los últimos tiempos, sobre todo en España y en Europa, se percibe una especie de retirada ideológica de la derecha política, una suerte de claudicación ante unos principios que, por machacones y tergiversados, han logrado manipular las izquierdas a su favor. El éxito de esa demagogia coincide con el distanciamiento de muchos individuos no sólo de los principios de un partido –en el caso español, el Partido Popular-, sino de figuras claves. En el mundo entero, y también en el seno de Estados Unidos, la figura de George W. Bush ha sido casi demonizada, igual que la etiqueta ideológica conservadora. Vale la pena analizar aquí algunas de estas posiciones para mostrar la situación y extraer algunas consecuencias.  El lector entenderá que no hace falta traer aquí a colación el continuado ataque al que el mandatario norteamericano está sometido todos los días. Con él, y desde su primera victoria electoral a la presidencia en 2000, se ataca a su gabinete. Karl Rove, Donald Rumsfeld, Condoleezza Rice y así uno tras otro. Las izquierdas internacionales, y con ellas el ala más radical del Partido Demócrata y sus medios más afines –desde las cadenas CNN, NBC y diarios supuestamente “honestos” como el New York Times o el Washington Post- no cesan en presentar a Bush como el ogro.  En otro lugar reseñamos recientemente el libro de Hugh Hewitt, donde se planteaban algunos consejos para el conservadurismo norteamericano de cara a las próximas elecciones intermedias del próximo noviembre. La Guerra de Irak, la fallida respuesta inmediata desde el Gobierno al desastre de Katrina, los enjuiciamientos de figuras como Tom DeLay, el caso de Valerie Plame y Joe Wilson, la cuestión de la inmigración, las opiniones contra el Ministro de Defensa, Donald Rumsfeld, por parte de siete generales jubilados (entre cientos que existen), la subida del precio del petróleo –con una fallida condescendencia de Bush por investigar ahora innecesariamente a las compañías-y otros detalles distintos no ponen fácil los resultados de noviembre.  El odio a Bush está tan incrustado que es perceptible incluso en el seno de la Central de Inteligencia Americana (CIA), la misma que bajo la herencia de la Administración Clinton informó (o desinformó) a la Administración Bush sobre la cuestión armamentística de Irak. En esa misma CIA hemos visto casos pintorescos como el de Joe Wilson y Valerie Plame o el más reciente caso de la agente Mary McCarthy, expulsada de la CIA precisamente por filtrar datos a la prensa –siempre tan anti-Bush- tras contribuir a la campaña del candidato demócrata John F. Kerry. El lector puede imaginar un órgano como la CIA impregnado de varios agentes que muestran un odio innato y un sentimiento anti-Bush que el actual director está intentando atajar afortunadamente. GEES ha puesto el dedo en la llaga recientemente sobre este asunto en relación a la cuestión de las filtraciones de la CIA. Así es, porque nunca antes como hasta ahora con Bush habíamos presenciado la cantidad de filtraciones y el papel rencoroso de varios agentes de la CIA, vestigios de la anterior Administración Clinton. Nunca como hasta ahora habían aparecido tantos libros revelando tantas cosas y repiqueteando contra Bush día sí y noche también.  Entendemos que cada vez resulta más obvia la estratégica colocación de las fichas de la anterior Administración Clinton y cada vez la sombra es más alargada en esa lealtad a Clinton, tan dañina hoy para la lucha contra el terrorismo internacional. El lector español puede establecer una similar comparación con el papel del viejo CESID, ahora CNI, en cuanto a los vestigios del socialismo durante la época Aznar. Algo parecido podríamos decir de los generales resentidos que desde su cómoda jubilación y su inalterable fidelidad la Administración Clinton, ladran ahora contra Donald Rumsfeld, y de paso contra Bush, aspecto del que ya se ha dado cuenta también con gran acierto en otra reciente colaboración.  Lo mismo cabría decir en cuanto a la manipulación que contra Bush y el Partido Republicano se ha venido haciendo durante estas pasadas semanas en torno al asunto de la inmigración y los hispanos en Estados Unidos. Desde el odio de los grupos más anticonservadores, precisamente los más aliados con las izquierdas más anárquicas, se ha realizado toda una tergiversación de las protestas a fin de ubicar a la derecha norteamericana como racista, xenófoba y anti-inmigración. Sabemos que la realidad es bien distinta y adquiere distintos matices, según ha tratado Juan F. Carmona y Choussat, y sobre lo que habrá que volver próximamente. Los asuntos a debatir podrían multiplicarse y en todos los casos encontraríamos, sin demasiada dificultad, esa obsesión por atacar a Bush y a su base social conservadora. Es la misma táctica empleada contra Ronald Reagan. Léanse, si no se cree cuanto decimos, las ediciones de los diarios de los años ochenta, donde Reagan no sólo era un actor que había metido a Estados Unidos en una guerra nuclear y que había arruinado la economía y el déficit nacional, sino que además se le pintaba como el peor presidente de la historia norteamericana. Guardando las distancias, ahora le ha tocado a Bush, el cowboy idiota, el paleto, el tonto… Así todos los días, en todo el mundo. El lector entenderá que no coincidimos con varias de las propuestas e iniciativas de Bush, como en el caso de su cuestionable Ley de Educación firmada con Ted Kennedy; tampoco nos agrada el excesivo gasto en programas sociales que muy a menudo resultan innecesarios; menos aún nos gustan ciertas políticas económicas intervencionistas de aranceles, la última iniciativa de investigar a las compañías petrolíferas o el estrechar la mano a la tiranía comunista de China, de la que cada vez vamos teniendo más noticias de sus silenciosas pero permanentes pegas a la Libertad. Nada de eso nos gusta en Bush. Sin embargo, la grandeza del conservadurismo es el trabajo diario sobre unos principios que Bush encarna y que sabe corregir en su momento como ya hizo en el pasado.  Coincidimos con las preguntas claves que Edwin Feulner, el presidente de la Heritage Foundation, se hacía recientemente en un artículo publicado por la interesante revista American Review sobre los modos de evitar la quiebra conservadora. Estas opiniones resultan constructivas, alimentan el entusiasmo y ayudan también a los políticos –incluido el Presidente- a ver más claro. La rectificación es propia de sabios y Bush –contra lo que se dice y cuando lo ha necesitado- ha rectificado. Lo hizo en la elección de Harriet Miers para el Tribunal Supremo de Estados Unidos. Lo ha hecho ahora dando nuevo dinamismo a su gabinete, recolocando a Karl Rove y ubicando con acierto a Tony Snow como portavoz de la Casa Blanca en un movimiento que –estamos convencidos- traerá consecuencias positivas para la comunicación, siempre el gran problema de la derecha. En España, resulta muy sintomático que incluso quienes se definen como personas alejadas a las izquierdas también vean en Bush algo negativo, idea que –dentro del respeto a la variedad de opiniones- nos resulta muy cuestionable. Lo malo de todo esto es que en el ataque a Bush se supone indirectamente un cuestionamiento de la ciudadanía norteamericana para elegir a sus líderes. En cualquier caso, veamos algunos ejemplos de cuanto decimos, sobre todo porque parten de personas de reconocida valía y prestigio y a quienes, además, respetamos como liberales y buenos conocedores de las realidades sociales y económicas.  Veamos el reciente caso de algunos artículos aparecidos en la interesante y bien documentada Agencia Interamericana de Prensa Económica (AIPE). AIPE fue fundada en 1991 y sirve a varios diarios en lengua española tanto en Estados Unidos como en España e Hispanoamérica. Dicha organización la forman más de seiscientos economistas, analistas políticos, periodistas, historiadores y abogados que interpretan y analizan con acierto los acontecimientos económicos y políticos de diversas partes del mundo. En una reciente colaboración de Porfirio Cristaldo Ayala, corresponsal de AIPE en Paraguay y presidente del Foro Libertario, el autor apuntaba que los liberales clásicos eran realmente “libertarios” y que éstos no podían ser ni de derechas –como los conservadores-, ni de izquierdas –como los progresistas y los socialistas-. Tampoco podían ser –aseguraba el autor- de centro, sino que más bien estaban en otro lugar más alto, en un arriba donde se hallaba más libertad. En su artículo, titulado “La única esperanza para América Latina”, Porfirio Cristaldo Ayala trazaba los orígenes históricos del liberalismo y aseguraba que no existen diferencias reales entre la izquierda, el centro y la derecha en el espectro político. El autor justificaba dicha afirmación alegando que todos eran grupos estatistas dedicados a acumular poder y a oponerse a los derechos individuales y a la propiedad privada. Ubicaba en la extrema derecha a los fascistas y nazis y en la izquierda a los comunistas y a los marxistas. Las afirmaciones de Porfirio Cristaldo Ayala resultarán posiblemente muy válidas para una buena parte de Iberoamérica (término que preferimos al de América Latina) donde sabemos cómo, lamentablemente, la corrupción política, los monopolios, el intervencionismo y la politización de la vida del ciudadano es práctica común que ha llevado a la ruina a gran parte de las repúblicas iberoamericanas. De igual modo, los principios libertarios que defiende este artículo son los mismos que ha venido defendiendo un sector del ideario conservador norteamericano o, si se quiere, lo que nosotros etiquetamos como liberalismo-conservador: por ejemplo, la dignidad del individuo y su importancia como hombre o mujer por encima de las aspiraciones colectivistas. La diferencia está en que los liberal-conservadores creemos en la necesidad de un marco social ordenado y ajustado a unas leyes donde el individuo pueda vivir en libertad y donde su libertad sea protegida. Por eso, la libertad individual es el valor supremo, pero para hace falta unos mecanismos compartidos por los individuos para que esa Libertad sea protegida en el marco de una sociedad, una comunidad o un Estado –el mismo que se identifica con la nación-. Cierto es también que en los principios libertarios se juzga que el individuo debe ser dueño de su persona, de su cuerpo y de su mente, y del fruto de su esfuerzo. En este sentido, los libertarios, por ejemplo, juzgan que esa libertad pasa porque una mujer –por ejemplo- decida lo que quiere hacer con su propio cuerpo. Esa frase -tan conocida y enarbolada por los feminismos radicales-, nos lleva entonces a preguntar a los libertarios, por ejemplo, si es permisible entonces que el aborto sea una opción personal al ser el cuerpo del individuo. La pregunta ante esto, desde el liberalismo conservador que proponemos, es la siguiente: ¿También esa mujer es propietaria del cuerpo del feto sólo por el hecho de que lo lleve en su seno? Puestos a defender la libertad, ¿no será lógico esperar que nazca ese ser humano y que –como individuo- decida en su momento, ya con uso de razón si quiere seguir viviendo o que lo asesinen? Baste este botón de muestra para exponer la importancia de los matices. Otras muchas son las ideas de los libertarios que deben contrastarse aun cuando en ellas exista un ejemplar interés por llevar la Libertad individual a su mayor logro posible. Lo interesante es el reconocimiento de que la función principal del Gobierno y su razón de ser es la protección de esos derechos del individuo. Es ahí donde los liberales-conservadores coincidimos al reclamar un Gobierno pequeño y limitado. Por eso, también coincidimos con John Locke –muy citado también en el pensamiento conservador- en que los derechos fundamentales son la vida, la libertad y la propiedad. Afirma Porfirio Cristaldo Ayala el permanente error en Iberoamérica al identificar el libre mercado con la “derecha”. Y a renglón seguido afirma que si bien la derecha defiende algunas libertades económicas, también la izquierda defiende las libertades políticas, pero que en cualquier caso, ninguno defiende sin restricciones los derechos de propiedad. La historia nos enseña, especialmente en la Iberoamérica desde la que escribe el autor, que las izquierdas jamás han defendido ninguna libertad política más que la suya, o sea la negación democrática, como ejemplifican mitos como los del PRI mexicano, el mismo mito de Salvador Allende y un criminal como Fidel Castro, aplaudido por populistas como Hugo Chávez o Evo Morales, todos siempre tan abiertamente unidos en el odio a Estados Unidos y a la Libertad. Compartimos los buenos deseos de Porfirio Cristaldo Ayala en cuanto al necesario cambio hacia la Libertad en Hispanoamérica, aunque dudamos que dicho camino se halle sólo en el ideario libertario sino también en un componente conservador que haga frente de verdad y con buenos políticos a las realidades iberoamericanas.  De la misma agencia proceden algunos artículos a cargo de Carlos Ball, director de la misma agencia AIPE y académico asociado del Cato Institute. Un reciente artículo de Ball, cuyas valoraciones son siempre bien expuestas, apuntaba la lamentable situación hispanoamericana a expensas del socialismo demagógico. Con todo, señalaba las razones por las que Bush estaba dando la espalda a los valores liberales. Ball remitía al lector al libro del economista y columnista Bruce Bartlett titulado Impostor, recién publicado en Estados Unidos, y referido al Presidente Bush, con el subtítulo que traducimos: “Cómo George W. Bush llevó a la bancarrota a América y cómo traicionó el legado de Ronald Reagan”. No entraremos aquí a valorar este libro, sino a ver cómo lo analiza Carlos Ball desde su postura libertaria.  Nos enteramos que Bush es uno de los peores presidentes de la historia de Estados Unidos. Ball se remite a Bartlett para relatar la escasa fuerza de la actual Administración Bush y el hecho de que filosóficamente el Presidente tenga más en común con la izquierda que con la derecha política. Se menciona como ejemplo el nuevo subsidio de medicamentos a las personas jubiladas que se juzga como algo monstruoso. Junto a ello se habla de una errada política proteccionista que impuso aranceles a las importaciones, así como otros subsidios agrícolas e  insuficientes acuerdos internacionales de comercio.  De igual modo, Ball trae a colación la idea de Bartlett en cuanto a que Bush comparte con la izquierda la creencia de que el poder del Gobierno debe ser ilimitado cuando se utiliza para el bien, así como su visión de que Bush proyecta la apariencia de ser conservador, si bien en el fondo –argumenta Ball al calor del libro citado- se ha dedicado a promover programas estatistas con fines electorales siendo el único Presidente que no ha vetado ninguna propuesta del Congreso para aumentar gastos. No podemos dejar de reconocer que, efectivamente, Bush ha aumentado el gasto del Gobierno Federal con programas que no han resultado tan eficientes como se esperaba. Lo mismo en cuanto al poco apoyo que ha recibido para reformar el sistema de pensiones, así como otros tantos errores que anteriormente ya expusimos. Sin embargo, el libro de Bartlett al que se agarra Carlos Ball tiene sólo una perspectiva: la económica. Incluso en ella, Bartlett yerra al tratar la reforma de las bajadas de impuestos, así como otros particulares. El éxito de las reformas de Bush queda probado en la actualidad con una economía norteamericana tan pujante como llenas de cifras impensables tras el 11-S. El déficit sigue siendo un problema, pero ¿acaso Reagan no fue acusado también de lo mismo y la historia lo ha puesto años después donde merece? No valen las excusas respecto a los programas instaurados porque –por lo mismo- la población norteamericana de contribuyentes seguirá creciendo, en especial ahora con la pujante inmigración, mucho más alta que en la época de Reagan. En el caso de Bush, además, estamos hablando de un país que está gastando militarmente lo que no gasta el resto del mundo, un país en guerra contra el terrorismo, un país que el 11-S vio devastado su centro neurálgico para el  comercio y que hace menos de un año sufrió con “Katrina” el mayor desastre natural de la historia. Es en ese ámbito donde tanto Bartlett como Ball olvidan el área en la que Bush debe ser reconocido: su imparable firmeza en la guerra contra el terrorismo. En el caso de España, su claridad de ideas sobre quién es, en el fondo José Luis Rodríguez Zapatero –a quien se ha negado a recibir en la Casa Blanca desde hace ya dos años- debería abrir los ojos a más de uno. Lo que estamos intentando decir es que se puede ser liberal, libertario, conservador…, pero no en la actual batalla ideológica contra el totalitarismo de las izquierdas –las que sonríen al yihadismo- no se puede perder de vista el objetivo. Tampoco se puede ver todo exclusivamente en clave económica. Incluso en este último caso, los datos económicos norteamericanos no parecen ser ni tan malos ni tan negativos como quisieran algunos enemigos de Bush: con un crecimiento económico espectacular, con un paro por debajo del 5%, un auge bien definido en la creación de pequeñas empresas y con una economía cuyo único punto oscuro es el déficit presupuestario. En todo caso, no debe dejar de resultar significativo que buena parte de las fundaciones e institutos de talante conservador en Estados Unidos unan en su equipo a especialistas en distintas áreas y de distintas ideologías, no sólo conservadores, sino también liberales y libertarios, como prueban en Estados Unidos fundaciones del prestigio del Goldwater Institute o think-tanks como Intellectual Conservative, por citar sólo dos ejemplos cercanos a quien esto escribe.  Se trata de una mezcla que funciona y que indica la necesidad de unir esfuerzos, pese a las diferencias. Ahí radica una de las razones para hablar de un sano liberalismo conservador. Bush podrá gustar más o menos, pero ha sido el presidente que desde Reagan ha lanzado una auténtica ofensiva ideológica y cultural para rehacer a la derecha conservadora norteamericana. Eso es justo lo que falta en España. Hablamos de la misma derecha que en un sector de Estados Unidos –y como ahora vemos en España- se acomplejó en los años sesenta y setenta ante la demagogia de las izquierdas. Con Bush a la cabeza, la derecha  conservadora está devolviendo a Estados Unidos una moral individual y pública no vista antes, menos aún en los años de Bill Clinton, cuya verdadera historia –al igual que la de su esposa, próxima candidata presidencial- se está empezando ya a conocer mejor.  Quienes dan por muerto a Bush al hilo de unas encuestas que al Presidente le importan poco, se equivocan. Quienes lo atacan por sus actos –como el propio Carlos Ball hizo al hilo de la Ley Patriótica- habrán de aguardar a ver todo esto con la necesaria perspectiva histórica en lo que supone una serio contraataque ante el terrorismo yihadista. Nadie niega que Bush haya cometido errores, pero valdría la pena que quienes compartimos la necesidad de defender los valores del sano liberalismo y del sano conservadurismo uniéramos fuerzas para derrotar a los enemigos de la Libertad, no sólo de la libertad económica.  Al inicio de nuestra colaboración, conscientes de la continuada tergiversación mediática desde el sectarismo de las izquierdas, nos preguntábamos si el pensamiento conservador estaba o no contra las cuerdas. A la luz de lo expuesto aquí y lo que vivimos diariamente en el seno de la sociedad norteamericana, podemos confirmar que no: que el pensamiento conservador se mantiene vivo porque se apoya en unos valores que no sólo son compartidos por una inmensa mayoría de ciudadanos, sino que además han resultado de gran éxito en las sociedades donde se han aplicado de verdad. La cuestión, por tanto, radica en que la ciudadanía siga exigiendo a su gobierno o a los representantes a quienes votan para que se cumplan con pulcritud tales principios a los que votaron.  Más bien asistimos a un orquestado intento por desprestigiar unos valores y principios que han resultado ser plenamente exitosos para la sociedad. Confirmamos, sin ninguna duda, que en el caso de España falta explicar con calma esos principios. En demasiadas ocasiones, incluso los conservadores han cometido el error de interiorizar y asumir el discurso socializante de la progresía. Ahí es donde se halla el verdadero peligro para el pensamiento liberal-conservador, como estamos presenciando cada vez de manera más lamentable y clara en España y en un partido, el Partido Popular. Nos duele presenciar la apoplejía del Partido Popular para autodefinirse como partido ubicado en la derecha liberal-conservadora: la misma que su base ciudadana le reclama.  En esa defensa de la unidad nacional y de la soberanía en manos del ciudadano como sujeto político –la unidad nacional de Estados Unidos y la de España- es donde los conservadores y los liberales clásicos o libertarios debemos darnos la mano. Debemos reconciliar las posibles diferencias pensando en el bien común de una nación libre en el contexto de una ciudadanía cuya Libertad quede asegurada. No realizar ese intento de aunar fuerzas a favor de un sano liberalismo-conservador es claudicar a las etiquetas y favorecer el sectarismo de las izquierdas. Es, en fin, ponerles en bandeja su triunfo electoral con todo lo que ello supone de cercenamiento de las libertades individuales.
  Alberto Acereda es catedrático universitario, escritor y analista político, especialista en temas culturales transatlánticos y Miembro de la Academia Norteamericana de la Lengua. GEES.ORG, 8 de mayo de 2006 

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