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Políticamente... conservador

Una reforma constitucional para un muerto con buena salud.

Una reforma constitucional para un muerto con buena salud.

Ayer se presentó públicamente una propuesta de reforma constitucional elaborada por la plataforma Por la concordia nacional y la reforma constitucional; entidad integrada por Convivencia Cívica Catalana, Foro Ermua, Fundación Concordia, Fundación para la Defensa de la Nación Española y Fundación Papeles de Ermua.

 

Sin duda, aunque ya anunciada, es una magnífica noticia. Y lo es por varios motivos.

 

Ante todo, se demuestra que la sociedad civil española no goza de tan mala salud como se temía; pues esta propuesta, independientemente de su destino, se ha gestado en su seno, y, aunque algunos conocidos políticos del Partido Popular se encuentran entre sus promotores, para nada puede afirmarse que se trate de una iniciativa partidaria. De hecho, cuando Mariano Rajoy ha sido interrogado el mismo día al respecto, en La Mañana de COPE, ha afirmado que planteará su propia reforma en unas próximas jornadas de su partido. Chico prudente.

 

Con todo, no estamos acostumbrados a este tipo de iniciativas. Es más, en España estamos habituados a que de la política se ocupen los políticos. Y más cuando el actual régimen parece excluir las fórmulas de participación que no pasen por los partidos políticos; unas estructuras más bien endogámicas, alejadas de la sociedad, y casi reducidas a unas coyunturales oficinas electorales.

 

Por otra parte, aunque bien recibida –y muy esperada- entre los sectores más comprometidos y activistas del entorno del Partido Popular, la propuesta tiene pretensiones transversales; pues bien puede ser compartida por simpatizantes de otras formaciones: Ciudadanos, UDP… incluso por algún que otro socialista.

 

El Partido Popular tendrá que definirse al respecto. Acaso termine elaborando una propia, tal y como ha anunciado su presidente, aunque no sea en los mismos términos. Pero, haga lo que haga, habrá que recordárselo.

 

Éste es uno de los defectos del sistema actual. Si no participan de la dinámica partidaria, las iniciativas nacidas en la sociedad civil encuentran dificultades añadidas; ante todo, una falta de interlocución política. ¿Falta cultura participativa? Algo de eso hay. Pero, para subsanarlo, los partidos han hecho más bien poco: están más interesados, generalmente, en escucharse a sí mismos, y a cuantas voces dóciles les acompañan, que en mantener diálogos constructivos con las diversas identidades sociales. Quien sabe. Acaso, esta iniciativa que comentamos señale un cambio en la tendencia…

 

Por supuesto que los partidos políticos son necesarios; pero únicamente cumplirán su verdadera función si saben establecer un flujo y reflujo de iniciativas, diálogos y reflexiones, con las entidades y personalidades más comprometidas de la sociedad a la que dicen servir. Pura higiene democrática.

 

Y seguimos pensando en que es una buena noticia, pues no se trata de un hecho aislado.

 

La sociedad española, aletargada y ninguneada, campo de experimentos utópicos, viene generando, en los últimos años, algunos movimientos sociales muy interesantes.

 

El más conocido y determinante, tal vez, ha sido el impulsado por las mismísimas víctimas del terrorismo. Especialmente, y a partir del trabajo de la AVT y del Foro Ermua, se ha ido generando una opinión pública simpatizante y responsable que se ha movilizado reiteradamente, asumiendo actuaciones que tal vez hubiera correspondido desarrollarlas a los políticos.

 

Pero existe otro fenómeno, acaso menos perceptible mediáticamente, que hay que constatar. Nos referimos a un cierto movimiento identitario español. Desde Foro Ermua, de alguna manera, y, explícitamente, desde la Fundación para la Defensa de la Nación Española, aunque con el concurso de diversas entidades regionales y locales, se viene consolidando un estado de opinión convergente en la necesidad imperiosa de una restauración de la nación española en sus diversas expresiones: estatal, cultural, social, territorial, humana… Despacio y con prudencia. Pero ahí está. Y que siga avanzando.

 

Otro fenómeno social, de notable impacto mediático y que ha nacido desde la precariedad más hiriente, es el movimiento de objeción de conciencia a la Educación para la Ciudadanía. Madres, padres y alumnos, con el concurso de algunas organizaciones, pero, dotándose de sus propias entidades, se han movilizado valerosamente en defensa de las libertades, en suma. No obstante, si bien hemos de destacar el extraordinario valor que han hecho gala al dar un paso nada cómodo al frente, la indiferencia e incomprensión que han encontrado muestran los niveles extremos de atomización alcanzados por la sociedad española. Pero estos ciudadanos han puesto el dedo en llaga: su interés por la educación marca el futuro. Una sociedad que declina en su responsabilidad educativa, será golpeada por todo tipo de modas y patologías individuales y colectivas.

 

Y no acaba ahí la cosa. Recordemos las iniciativas que desde el veterano movimiento pro-vida se han consolidado recientemente, caso del Programa Red Madre, y la revitalización de Jóvenes Pro-Vida. Una auténtica referencia moral colectiva.

 

Culturalmente, también asistimos a todo un arco de iniciativas: desde la implantación de nuevos colegios, pasando la edición de revistas “políticamente incorrectas”, el lanzamiento de nuevos títulos por editoriales de espíritu militante… sin olvidar el activismo desbordante desplegado en la blogosfera.

 

Y que me perdonen los protagonistas de otras realidades no aludidas.

 

Sin triunfalismos, pero con realismo, y ante generalizados pesimismos y derrotismos, hay que constatar la existencia de estas realidades esperanzadoras para el futuro de la sociedad española.

 

Que sepan los Ibarretxes, Carod-Roviras, Zapateros y Cebrianes, que el muerto que quieren enterrar, pese a los golpes recibidos, sigue gozando de buena salud. Y dará mucha guerra.

 

 

Fernando José Vaquero Oroquieta

 

 

P.D.: Una pregunta impertinente. El pasado 12 de octubre, ¿dónde estaban las decenas de miles de militantes de Nuevas Generaciones? ¿No se iban a manifestar por toda España, especialmente en las localidades y territorios más difíciles? ¿O, acaso, abarrotaban sus sedes? La política real no se reduce a campañas mediática, cartelitos y consignas por internet. Ni a moverse por un puesto “seguro” en una lista electoral. Así no se ganan voluntades. ¡Qué contraste con esas manifestaciones de la sociedad civil!

 

 

Diario Liberal, 26 de octubre de 2007

 

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