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Políticamente... conservador

La derecha volátil

La derecha volátil Publica Emilio Campmany en Libertad Digital un interesante artículo sobre las cuestiones de estrategia electoral a las que el PP debe hacer frente de cara a las próximas elecciones de marzo.

El artículo comienza planteando algo en lo que creo que todos estamos de acuerdo: que es mucho lo que está en juego en estos momentos, por lo que una victoria clara del PP resulta imprescindible en esas elecciones.

Razona después Emilio que el PSOE, de cara a la cita electoral, afronta un desafío hasta cierto punto contradictorio: atraerse a los electores moderados y movilizar al segmento de votantes situado más a su izquierda, que tradicionalmente se debaten entre votar PSOE, votar IU o abstenerse. A ese doble desafío del PSOE le corresponde, según el articulista, otro doble desafío del PP: atraerse a los electores moderados y evitar que se movilice ese segmento de votantes más ideologizado del PSOE.

 

En consecuencia, Emilio Campmany concluye que el PP debe actuar con inteligencia y recomienda tres líneas de actuación básicas:

 

1.             aplazar hasta después de las elecciones las cuestiones más "delicadas", entre las que cita expresamente el 11-M o las cuestiones de lucha antiterrorista.

 

2.             incluir en las listas electorales a todo aquel que pueda sumar votos, y cita expresamente a Gallardón y Zaplana

 

3.             realizar una campaña de perfil bajo, similar a la que dio al PP la mayoría absoluta en 2000.

Puesto que Emilio plantea el debate, me permito recoger el guante y trataré de contestar a su artículo, analizando si es ésa la estrategia ganadora que el PP podría adoptar.

 

El artículo parte de algo en lo que todos estamos de acuerdo: es imprescindible que el PP obtenga una mayoría suficiente en las elecciones de marzo y, de cara a obtener esa mayoría, hay que adoptar la mejor de las estrategias posibles. Sin embargo, creo que Emilio se equivoca a la hora de determinar cuál es esa estrategia óptima. Y se equivoca porque cae en los mismos dos errores en que incurría otro reciente análisis electoral publicado en El País por César Molinas y titulado "El poder decisorio de la izquierda volátil", en el que se terminaba también recomendando al PP una estrategia de perfil bajo.

 

EL CASO DE MADRID

Para centrar el debate, lo mejor es prescindir de las opiniones y acudir a los datos. Veamos cuáles han sido los resultados de las últimas elecciones autonómicas y municipales en el municipio de Madrid (obsérvese, a la hora de comparar los resultados, que los censos electorales para los comicios autonómicos y municipales son distintos, debido al voto de ciudadanos comunitarios):

 

AUTONOMICAS (MUNICIPIO DE MADRID)

              Electores 2007: 2.258.496

              Votos PP 2007: 865.134

              % Censo 2007: 38,3%

              Electores 2003: 2.348.226

              Votos PP 2003: 831.337

              % Censo 2003: 35,4%

 

MUNICIPALES (MUNICIPIO DE MADRID)

              Electores 2007: 2.404.697

              Votos PP 2007: 877.544

              % Censo 2007: 36,5%

              Electores 2003: 2.484.328

              Votos PP 2003: 874.264

              % Censo 2003: 35,2%

 

Como puede verse, en el año 2003, Esperanza Aguirre y Ruiz Gallardón obtuvieron un porcentaje de voto sobre censo prácticamente idéntico. Sin embargo, cuatro años después, Esperanza Aguirre conseguía casi 34.000 votos más, mientras que Ruiz Gallardón sólo lograba atraer a 3.300 votantes adicionales. Como consecuencia, Aguirre pasaba del 35,4% al 38,3% de voto sobre censo en el municipio de Madrid, mientras que Ruiz Gallardón subía sólo del 35,2% al 36,5%.

Si aplicáramos la lógica contenida en el artículo de Emilio Campmany o el de César Molinas, sería imposible explicar estos resultados, porque, si alguien representa dentro del PP la supuesta "moderación" y el supuesto "centrismo", ése es Ruiz Gallardón, mientras que Esperanza Aguirre es sistemáticamente calificada (o descalificada) por el acorazado mediático pro-gubernamental como la representante del ala más "dura" del PP. En consecuencia, debería haber ocurrido todo lo contrario: el análisis de Campmany o de Molinas "exigía" que Gallardón hubiera subido más que Esperanza Aguirre.

¿Qué es lo que sucede? Pues que el análisis de Molinas y de Campany es incorrecto. Y es incorrecto desde dos puntos de vista distintos, ya que da carta de naturaleza a dos mitos que no están corroborados por la realidad.

 

PRIMER MITO: "El discurso moderado atrae nuevos electores por el centro"

En realidad, es posible que los discursos moderados atraigan a nuevos electores centristas, pero a costa de perder electores por el otro lado del espectro. Campmany y Molinas reconocen que eso es así en el caso del PSOE, pero curiosamente no aplican el mismo razonamiento al PP. Lo importante no es cuántos electores nuevos se atraiga uno, sino el balance final: si para ganar 1.000 votos centristas se pierden 5.000 votos de electores más ideologizados, la jugada no puede ser más catastrófica.

En el caso de la izquierda, Campmany y Molinas apuntan, correctamente, a que existe una bolsa flotante de electores (la "izquierda volátil") que en cada elección dudan entre votar PSOE, votar IU o abstenerse. Pero es que también existe una bolsa flotante de votos similar en la derecha (lo que podríamos denominar la "derecha volátil"), que en cada elección optan por depositar su confianza en el PP, o quedarse en la abstención por considerar al PP demasiado "blandito".

Y, mientras que Esperanza Aguirre supo, con un discurso firme en el fondo y suave en las formas, movilizar a esos potenciales abstencionistas del PP, la figura y el discurso supuestamente "moderados" de Gallardón suscitan en una parte de los votantes del PP un rechazo que le hace perder votos por la derecha sin llegar a atraer a ningún porcentaje significativo de electores por la izquierda.

En consecuencia, no es verdad que la estrategia óptima pase necesariamente por moderar el discurso, porque un discurso excesivamente descafeinado puede desmovilizar al segmento más combativo del electorado propio.

 

SEGUNDO MITO: "Un discurso firme moviliza al electorado del bando contrario"

De nuevo, basta con recurrir a los resultados en el municipio de Madrid para ver que eso no es necesariamente así. Entre 2003 y 2007, los votos de izquierda (PSOE+IU) pasaron del 32,8% al 28,4% del censo en las elecciones autonómicas y del 30,1% al 26,0% en las municipales. Es decir, hubo una caída ligeramente mayor para la izquierda en las autonómicas (4,4 puntos) que en las municipales (4,1 puntos). Lo cual demuestra que el discurso más firme de Esperanza Aguirre no sólo no suscita más rechazo que el de Gallardón sino que, por el contrario, parece ayudar más a que el elector de izquierda se decante por la abstención.

Lo que moviliza al electorado del bando contrario es la demagogia, la agresividad, el histrionismo o la mala educación. Pero un discurso firme basado en la razón no sólo no tiene por qué movilizar al votante del bando contrario, sino que puede ser mucho más útil electoralmente que un discurso melifluo, contradictorio o vacío de contenido.

 

LA ESTRATEGIA GANADORA

En consecuencia, no son ciertos los planteamientos en que se basa el análisis de Campmany. Ni los discursos moderados implican necesariamente una mejora de los resultados electorales, ni los discursos firmes movilizan necesariamente a los electores del partido opuesto.

Las elecciones de marzo son, efectivamente, unas elecciones cruciales. Pero, precisamente por ello, lo que no se puede pretender es acometer esas elecciones tratando de vender a los potenciales electores del PP una normalidad que no existe.

 

Si Rajoy afrontara la campaña eludiendo los temas de fondo (terrorismo, vertebración territorial, desafíos que la Constitución afronta) y se dedicara a hablarle a los electores simplemente de gestión económica, de infraestructuras o de cambio climático, lo que conseguiría es que buena parte de sus potenciales votantes se plantearan si merece la pena votar a alguien que parece no darse cuenta de cuáles son los problemas a los que nos enfrentamos. Lo que mucha gente espera, y más en épocas de incertidumbre, es que quien aspira a gobernar aspire, antes que nada, a liderar. Lo cual pasa, en primer lugar, por señalar a la gente cómo piensan encararse los principales problemas que haya en el horizonte.

 

No se trata de que Rajoy adopte un tono apocalíptico o se dedique a descalificar sistemáticamente a su adversario. Se puede ser claro y contundente sin caer en la zafiedad. A Rajoy le sobran argumentos para pedir el voto apelando a la razón y al interés de los ciudadanos, sin necesidad de hurtarles ningún debate.

El ejemplo Sarkozy demuestra que la firmeza y la contundencia, lejos de ser un handicap electoral, pueden ayudar a conformar una mayoría en torno a un proyecto común. Pero, para ello, es necesario que esa firmeza y esa contundencia se articulen de manera ilusionante. Esperanza Aguirre, por ejemplo, ha sabido despertar esa "ilusión por Madrid".

 

¿Es capaz Rajoy de despertar una ilusión similar en los ciudadanos? Yo creo que sí. Pero, desde luego, no va a poder hacerlo si el PP enfoca la campaña como si fuera una oposición a cátedra o un examen de cultura clásica. Rajoy necesita convencer a los electores de que puede sacarles del laberinto, necesita persuadirles de que con él existe futuro, necesita mostrarse como el que mejor puede defenderles de los problemas que les acechan.

Rajoy necesita, en suma, enamorar a los electores para conseguir una mayoría suficiente. Y yo no conozco que exista ninguna forma de enamorar a alguien recurriendo al perfil bajo. Vender una "ilusión de perfil bajo" es un imposible metafísico.

 

En realidad, todos sabemos cuál es la receta mágica para encarar unas elecciones: "trata a tus electores como a ti te gustaría que te trataran si no fueras tú el candidato". Lo cual se traduce en muchas cosas distintas. "Trata a tus electores con respeto", por ejemplo. "Demuestra que les consideras personas racionales", por ejemplo. "No des nunca su voto por sentado", por ejemplo. Y, por encima de todo: "Háblales de lo que a ellos les preocupa, porque para ellos no hay problemas más importantes que los suyos". Si no les dices cómo vas a solucionarles lo que ellos perciben como un problema, lo más probable es que te quedes sin su voto.

 

Luis del Pino

Libertad Digital, 25 de diciembre de 2007

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