Blogia
Políticamente... conservador

Ex Roma Lux. Una derecha social, una opción política

José Luis Orella, en el número 65 de Arbil (“Italia, la formación de una Derecha Nacional del MSI a la Alianza Nacional”) ha descrito, por primera vez en español y para españoles del siglo XXI, la historia de la derecha italiana desde la Segunda Guerra Mundial. La apasionante aventura de un Movimiento político nacido de la derrota militar del Fascismo concluye, o culmina –según se quiera ver- con la normalización política de Alianza Nacional, su definición como “contenedor amplio” de una Derecha plural.

Por Aurelio Padovani

Conocemos ya la “Trayectoria política e ideológica de un movimiento”. Tras el Movimiento, o junto a él, o dentro de él –lo veremos- queda una inmensa realidad política, social, cultural, juvenil y económica: Alleanza Nazionale.

En las siguientes páginas, que tratarán de ser breves, se intentará exponer un análisis español sobre la trayectoria de AN en el marco del centro derecha italiano, y específicamente de su dimensión más popular o nacional – popular, programáticamente abierta a un catolicismo social como expresión hoy privilegiada. A continuación se valorarán los puntos de fuerza y de debilidad del proyecto de fondo, y se expondrá la razón de su actual aplicabilidad (o inaplicabilidad) en España. Pero permítasenos empezar con una necesaria digresión general sobre el estado actual de la derecha europea.

1. La derecha europea, entra la marginalidad y la realidad

La sombra de Jean Marie Le Pen es alargada. No nos corresponde aquí hacer una crítica ideológica de su partido y de quienes lo imitan. Pero sí es necesario, al hablar de Italia (con una derecha de origen fascista plenamente legitimada en las urnas y en las instituciones), entender por qué no ha sucedido lo mismo en otros lugares.

No se trata de una cuestión de votos. Votos, en número y en porcentaje, los tiene Le Pen como Fini, o más. Sin embargo, no gobierna, y por consiguiente carece de influencia en las decisiones públicas. En un peculiar círculo vicioso, el Front National no participa en el poder, por no hacerlo no se legitima, y por no legitimarse es inviable como alternativa de Gobierno o como parte de una coalición alternativa de fuerzas. Su única opción es la mayoría absoluta en primera persona, meta problemática, enajenándose así de antemano toda intervención previa en los problemas de Francia. Le Pen denuncia problemas reales y tal vez propone soluciones posibles, pero ha elegido un camino muy difícil: el aislamiento y la marginalidad.

El FN renuncia a hacer política, se mantiene "puro", y por la misma razón se aleja de la realidad social. Incluso si un día lejano llegase a obtener el poder, lo haría en una sociedad irreversiblemente cambiada en muchos sentidos; y esto como alternativa a una acción realista que, sin renunciar al poder futuro, ofrezca soluciones desde ahora.

Le Pen, sin embargo, es tomado por modelo en casi toda Europa. En parte de buena fe, por su indudable éxito electoral. En otra parte por atavismos tribales y doctrinales mal curados, que ven en ese sectarismo, aislamiento y marginalidad la única posible vacuna para defender la “pureza”. ¿Qué pureza? La doctrinal. ¿De qué doctrina? No se sabe bien, o se sabe demasiado bien: una equívoca confusión salpimentada de nazifascismo nostálgico y ciego. ¿Frente a qué enemigos? Frente a las exigencias de la realidad política cotidiana. Le Pen apuesta por este irrealismo con un quinto de los votos de Francia y un remotísimo horizonte de victoria. Sus imitadores, sin ni siquiera eso.

Las últimas noticias nos confirman en estas impresiones. El NPD alemán obtuvo un éxito electoral en el Sarre, y casi entró en el Landtag. En Sajonia lo ha hecho, con el 9% de los votos, y la DVU en Brandenburgo con más del 6%. De vez en cuando la prensa se escandaliza con “amenazas” del mismo tipo, que sólo atemorizan a los nostálgicos de la izquierda y sólo regocijan a un puñado de miopes nostálgicos de la extrema derecha del pasado. Porque, en muchos de estos casos, se ha entrado en la dinámica Le Pen, y por buenas que fuesen las propuestas políticas se colocan automáticamente fuera del juego, sus defensores no pueden (y a menudo no quieren) acceder a responsabilidades compartidas de gobierno. Mantendrán, efectivamente, su pureza ideológica y su virginidad democrática. Pero si esperan, como Le Pen, que se repita para ellos el caso de Hitler en 1933 es que ni conocen la historia real del movimiento nazi ni, en realidad, desean otra cosa que vegetar en la irrealidad.

Dos pruebas pueden aducirse para fundamentar este análisis crítico. Una, el éxito real de quienes, partiendo de premisas similares, se han acercado al realismo político de Fiuggi y han aceptado jugar el juego de la política. Así, Pym Fortuyn en Holanda y Georg Haider en Austria han implicado más cambios reales en sus países y mayores amenazas para el establishment que un cuarto de siglo de Front National. Y la segunda prueba, la diferente percepción del poder local y regional según los casos. En Italia, para Alleanza Nazionale la conquista de alcaldías y regiones y la eficaz gestión desde ellas ha sido decisiva para la legitimación irreversible; en Francia y en otros países o se ha evitado esa tarea o se han dado pruebas de escasa capacidad para el gobierno real. Es el mismo error que Blas Piñar cometió en España al no presentarse a las elecciones municipales de 1979.

Como decía hace unos meses una de las más jóvenes promesas de la vida pública española, “¿Qué es más importante? ¿Una manifestación de CUATRO personas o una corriente dentro de un partido con miles de votos capaz de influir en el rumbo ideológico de éste?“. De hecho, AN influye más en las políticas de su país, en coalición y con menos votos (aunque más movimiento), que el FN. La inoperancia nunca es un camino atractivo para quien quiere hacer algo positivo, y la incapacidad de intervenir en política -léase aislamiento- sólo es una política cuando se aspira con fundamento al poder total. Desde el punto de vista pragmático –el de la Alleanza Nazionale que gobierna con Berlusconi- no hay dudas. Tampoco entre los que opinan lo contrario, alimentados en su camino a la marginalidad por una cierta tendencia suicida a parecer incluso peores de lo que realmente son. Como ha dicho la Süddeutsche Zeitung, Göbbels recomendaba en 1933 a los diputados nazis ser lobos con piel de cordero para destruir el régimen de Weimar; y en cambio los representantes electos de la ultraderecha suelen resultar ovejas (y borregos) con piel de lobo. No sólo en Alemania: la peor combinación posible es una imagen pública radical o poco tranquilizadora acompañada por una marginación política y unida a un desempeño ineficaz, cuando no catastrófico, de los eventuales cargos públicos obtenidos.

En definitiva, como dijo un pensador de referencia del área de la Derecha italiana, "... noi non vogliamo esser mummie perennemente immobili con la faccia rivolta allo stesso orizzonte ... No queremos ser momias con el rostro permanentemente vuelto al mismo horizonte (y a la misma impotencia fáctica, cabría añadir). Está por ver en qué lado están los incoherentes, los apóstatas y los desertores ... Si mañana hay un poco más de libertad en Europa ... desertores y apóstatas habrán sido quienes, en el momento en que se trataba de actuar, se hicieron displicentemente a un lado." Es toda una declaración de intenciones, casi se diría de “centro reformista” o de puro “patriotismo constitucional”, en todo caso un llamamiento al pragmatismo y al realismo, y a la política real del tiempo que corre. Pero este autor no es un peligroso neoconservador yanqui, ni Gianfranco Fini –el amigo del Likud- ni Gianni Alemanno –en “escandaloso” diálogo abierto con el mundo democristiano-. Son las ideas y las palabras de un hombre ya muerto cuando ellos nacieron, y sin embargo tan pragmático en política como puedan serlo ellos. Benito Mussolini.

2. Alleanza Nazionale en el centro derecha italiano

Como recordaba José Luis Orella, Silvio Berlusconi lideró el Polo de la Libertad el 13 de mayo de 2001, cuando logró la mayoría absoluta en unas elecciones generales. Alleanza Nazionale, con un vicepresidente y cuatro ministros en el Gobierno, había logrado un objetivo diez años antes impensable. Cientos de Ayuntamientos, miles de concejales y de consejeros regionales y, además, la presidencia de la región del Lacio para Francesco Storace. ¿Los nietos de Mussolini habían logrado todo?

No todo era, ni es, fácil. A los problemas del día a día político se han sumado los problemas internos de organización, y sobre todo una crisis de identidad en la derecha italiana.

Como ha escrito Pierre Milza, durante años los observadores se han preguntado si la “conversión” de Fiuggi era real. Y la pregunta era absurda para quien conociese honestamente la veta cultural dominante en la derecha italiana, porque la idea de Fiuggi no era en absoluto nueva. Como ha escrito recientemente Gianfranco de Angelis, “ya en 1950 … Julius Evola había entendido lo que iba a suceder, y exhortaba, aprendiendo de la experiencia pasada, a mantener lo esencial y a abandonar lo contingente”. Era real, pero lejos de ser una rendición era una victoria.

Tal es la experiencia del paso del MSI a AN. La transversalidad (la acción social sin complejos históricos) ya había sido teorizada y practicada por las juventudes del MSI, desde los Campos Hobbit de la época de Marco Tarchi hasta las grandes manifestaciones de los 80, encabezadas por los hermanos Augello y el hoy ministro Gianni Alemanno. Eran los discípulos de Julius Evola y de Pino Rauti (¡los radicales, los extremistas!), y esto lo recuerda siempre con orgullo Alemanno. De las dos grandes almas del neofascismo hacia 1990, el nostalgismo historicista era patrimonio del entorno almirantiano, desprovisto de referencias culturales fuera de los autores fascistas de los años 30. Doctrinalmente eclécticos, en definitiva aceptaban el idealismo de Giovanni Gentile, el estatalismo y la socialización corporativa como dogmas. Era el alma conservadora del movimiento, cerrada al diálogo con la realidad; era el MSI de Almirante, y el de Gianfranco Fini, nacido para resistir pero no para vencer.

Pero frente a ellos, o mejor dicho junto a ellos, el Movimiento siguió vivo, siguió siendo joven, y sobre todo aceptó la idea básica del pensamiento evoliano: aceptar la realidad moderna, vivir sin temor en ella, pero no dejarse dominar por ella; asumir su decadencia como premisa para una lucha y una restauración ante todo espirituales. Frente al activismo ciego y a menudo anarcoide, lleno de continuas querellas y decepciones, desde este filón cultural se propuso sucesivamente la importancia de la vida (y de la vía) espiritual, la necesidad de una batalla metapolítica frente a los mitos culturales del adversario, la oportunidad de encarnar esa batalla en pequeñas comunidades (ante todo juveniles), la conveniencia de seleccionar y formar en la contemplación y en la acción a los líderes futuros de un movimiento popular amplio, variado, diverso, abierto pero con una columna vertebral nacional – popular muy perceptible.

Fiuggi primero, y la acción de gobierno de AN después, nacen de la feliz conjunción de dos elementos, tras la “travesía del desierto” de cinco décadas: la masa social missina, devuelta a la política junto a los más inteligentes y menos nostálgicos de sus líderes (Fini a la cabeza) y el proyecto de la minoría que supo mantener a un tiempo las tres líneas esenciales del frente: el contacto privilegiado con la realidad social y política, el nexo con una cultura “de derechas” y la vida comunitaria a pequeña o gran escala (pero en todo caso, espiritualmente fuera “del mundo moderno”: los “jóvenes coroneles” que, dejando a un lado a Rauti, apostaron por Fini.

Desde un punto de vista católico, nunca se valorará suficientemente la acción del malogrado Adriano Romualdi, que hizo posible el tránsito del evolianismo paganizante (“mito incapacitante” según Marco Tarchi) a un reconocimiento desde la fe de la conexión entre la lucha del Movimiento y la defensa de la Iglesia. No es casualidad que la línea interna de AN más abierta al diálogo con el mundo del catolicismo social, al que de hecho pertenece, sea de hecho la Destra Sociale de Gianni Alemanno. La paradoja sólo sorprenderá a los lectores superficiales, o a quienes se hayan quedado anclados en los estériles debates de hace décadas.

¿Qué es hoy Alleanza Nazionale? Es el primer partido de Italia en afiliación y en capacidad militante, es el segundo partido de la coalición de Gobierno en votos y en poder (y sus votos crecen, mientras que los de Silvio Berlusconi decrecen). Es, también, la punta de lanza de una red social, un movimiento, en el que caben las iniciativas más dispares, sindicales, juveniles, ecologistas, deportivas, regionales, feministas y un sinfín más de “frentes”. Esta realidad es el fruto de una intensa vida comunitaria, en la cual los afiliados no se limitan a votar o a desempeñar cargos, sino que viven “en” y “para” el movimiento, dentro del cual toda libertad es posible.

No es, sin embargo, un partido totalitario, porque en él hay debates intensos, a veces feroces, opciones contradictorias y sobre todo una riqueza de discurso impensable tanto en el fascismo como en la derecha liberal. Es, declaradamente, una “derecha plural”, unida por unos valores de fondo pero con expresiones liberales y expresiones sociales, al menos en tendencia. El pluralismo no se define por el origen ni esencialmente por personalismos, sino por diferentes acentos puestos en diversas partes del discurso común. Hay, por otra persona, advenedizos y no pocas personas que buscan hacer carrera, o que en todo caso anteponen la carrera y las necesidades electorales a las cuestiones de fondo. Pero hay un puñado de personas de altísima calidad militante y una red de asociaciones que tiene el propósito declarado de mantener el rumbo y de conjugarlo con las necesidades contingentes.

“Socializar un estilo de vida aristocrático en un estrato social creciente”, la ¿utopía? de Peppe Nanni reiteradamente recordada por Gianni Alemanno. En torno a esa idea, el pluralismo de AN es también “vertical”, de hecho aunque no de derecho, pues la formación y la exigencia no es ni uniforme ni igual para todos. Un hecho observable –no una norma, lógicamente- que permite pensar en un diseño de fondo a largo plazo.

Esa “derecha plural” tiene ciertas ventajas políticas. Habiendo superado la demonización pero no temiendo la claridad, puede afrontar sin temer ningún tema, y sorprender en muchos. En políticas sociales y ambientales, por ejemplo, la “derecha” es más exigente que la izquierda. La “derecha” ha profesionalizado el Ejército y trata de liberalizar la economía, ya que no opera con dogmas sino con principios.

La segunda ventaja viene dada por al relación con el resto de la coalición de centro-derecha. En ella, Forza Italia depende enteramente de Silvio Berlusconi, carece de arraigo social y doctrinalmente oscila del populismo al liberalismo. La Liga Norte, abandonado el separatismo, ha obtenido el federalismo –que AN defiende en nombre del patriotismo y no contra él- y se ha quedado sin más discurso. Además, parte de sus dirigentes proviene a su vez del mundo del MSI, y las convergencias no son imposibles. Los democristianos de derecha se encuentra a gusto con los jóvenes de AN, que hablan su mismo lenguaje –subsidiariedad, valores, familia-. Los socialistas de Gianni de Michelis defienden un socialismo “tricolor” a su vez impregnado del mensaje social de AN. Y, por último pero no menos importante, el 3 ó 5 % de los votos que obtiene la derecha radical neofascista (dos eurodiputados en las últimas elecciones europeas) ha terminada siendo necesario para las victorias electorales de la Casa de las Libertades de centroderecha, tras acuerdos en los que AN ha debido ser el discreto negociador y en los que, sobre todo, se ha reforzado el peso de su componente social.

El lector español, llegado a este punto, dirá: “Muy bien, pero todo esto no tiene nada que ver con España”. Y, acertando, se equivocará.

3. Virtudes y defectos de un modelo ¿exportable?

El pluralismo interno de AN, y la existencia de una coalición y no de un partido en el centro derecha italiano marcan una gran distancia con España. Tal vez sea más llamativa la diversidad reconocida y aceptada que el mero tecnicismo de la forma jurídica. En el fondo todo es mucho más sencillo de lo que puede parecer, porque en el seno de un Movimiento es natural el pluralismo; eso sí, un pluralismo jerárquico, como apunta Marcello de Angelis en “Area” de octubre de 2004: “Que los nuestros sean los más honorables y que nos devuelvan el orgullo de ser ciudadanos de nuestro país. Hecho esto, que nos pidan cualquier sacrificio: estamos dispuestos a volver al combate”. Así, el pluralismo no se acepta como un mal necesario (“Hemos de unirnos para vencer”) sino como un bien en sí mismo (“unidos venceremos, y los mejores hombres, con las mejores ideas, deberán dirigirnos”).

La aceptación de la diversidad interna no carece de problemas. Para empezar, entró en contradicción con el “alma” totalitaria del post fascismo, con su estilo caudillista tan del gusto de los nostálgicos, de Almirante y de los dirigentes veteranos. Aún hay tentaciones en ese sentido. Pero ser diversa y variada ha permitido a AN ser grande y serlo sin fracturas, y además –sobre todo- relacionarse con flexibilidad dentro y fuera de la coalición de Gobierno, con una ductilidad que ni siquiera los más optimistas esperaban y que desde luego Berlusconi no puede igualar pero que necesita.

Naturalmente, AN tiene muchas de las ventajas y algunos de los defectos de los partidos totalitarios del siglo XX. Se basa en la convivencia humana, y tiene una base irreductible en todo momento y circunstancia. Genera militancia, lo que confiere al partido una apariencia muy superior a sus limitados medios económicos. Tiene una organización democrática, pero hay un lenguaje y un estilo internos totalmente propios; no es un partido de votantes, ni de dirigentes, sino una genuina comunidad popular. Con varios problemas, y el primero es que su gestión y gobierno requiere energías muy superiores a las de un clásico partido de burócratas con cargo y con sueldo.

AN es, de hecho, el centro de la coalición de Silvio Berlusconi, que sin su presencia (votos e influencia) no existiría. La ya añeja cuestión del futuro (“¿Qué pasará cuando Berlusconi se retire?”) de momento no se plantea, y AN ha mostrado una inesperada unidad en la lealtad. Es, por un lado, la apuesta personal de Gianfranco Fini, que se legitima a la sombra de Berlusconi y que aspira al poder sólo en un remoto porvenir; pero es también el camino de toda AN, que ha evitado así, conscientemente, el destino inútil y marginal de toda la derecha radical de los demás países. Es más: incluso en Italia, la derecha radical, sus pequeños partidos y sus votos (cientos de miles, por lo demás) se revelan políticamente operaqtivos precisamente porque la Casa de las Libertades se les abre a través de AN. Una Derecha que ha sabido permanecer unida y centrada, venciendo elecciones –no hay efecto Irak en Italia- sin perder su variedad. Tal vez, precisamente, porque los aprentes defectos sean virtudes.

4. España en el horizonte

Mientras tanto, en España, parece vivirse en otro planeta político. Las personas que en Italia formarían la Casa de las Libertades, y Alleanza Nazionale, y su Destra Sociale, y todo su espectro político y humano, están básicamente en el Partido Popular. Dirigentes, cuadros, cargos, militantes, afiliados, votantes y simpatizantes: todos ellos. Negarlo es negar la evidencia. Sin embargo, el PP no es heredero de las mismas tradiciones políticas, y se limita a hacer política, a participar en elecciones y a gobernar, sin tener un idéntico sustrato social, cultura y juvenil, por ejemplo. Es un partido burocrático y mucho más rígido, que contiene básicamente la misma diversidad que la Casa de las Libertades, pero que no la evidencia y no se sirve de ella para obtener consensos. Antes bien, en ocasiones trata de reprimirla, no siempre con acierto y no siempre con éxito. En el entorno popular cabe lo mismo que en la Casa de las Libertades, y de hecho es algo evidente, pero hasta ahora eso no se ha formalizado y no se ha empleado. Quien seguramente sí lo ha intuido (y lo ha evidenciado en su selección de colaboradores) es José María Aznar.

Fuera del PP, en una marginalidad que ni el más pequeño partido ultra italiano imagina en su peor pesadilla, hay un radicalismo que sueña con un “modelo Le Pen”. En España, efectivamente, la CTC, el PADE, DN, las cincuenta Falanges y los herederos de Blas Piñar no cuentan nada a efectos políticos prácticos, ni electorales. Hay, además, descontentos de los compromisos y tibiezas del PP, cuando no de sus errores, pero esto fomenta más la abstención que la carrera hacia el abismo. Como ha escrito un destacado analista gallego al respecto: “sí hay un sector de opinión que a veces ha hecho el mismo efecto que en Italia MSI/FT y la Lista Mussolini, que es el católico. Por eso la protesta contra el aborto no deja de ser significativa. Es un camino por el que, a diferencia de otros, esa gente sí puede adquirir cierta relevancia política y electoral. Pero la manera de abordar el problema político que supone ese voto de protesta es, evidentemente, que dentro del PP haya gente que lo represente, de manera que se le tenga en cuenta de alguna forma. Es la vía Destra Sociale, en definitiva, que es coherente con los principios, pero también constructiva y políticamente útil.”

Lo que algunos no pueden comprender, y esto parece por desgracia irreversible, es que utilizar el PP para hacer política no significa asimilarse sin más al amorfo centrismo reformista y liberal. Significa, por el contrario, luchar por la libertad dentro del PP, de tal manera que el pluralismo deje de ocultarse, y de que quepan en ese mundo desde los gallardones hasta los simpatizantes de Familia y Vida. Ya están allí, en realidad, y lo importante es que adquieran –con formas diferentes por necesidad a las italianas- su peso específico. Y que esto no es una ilusión vana lo demuestran los hechos del segundo mandato del PP con mayoría absoluta, y la vida del PP después del 11 M: dentro del PP hay sensibilidades cercanas a la de Alleanza Nazionale que han dado lugar a medidas concretas de gobierno. Hay un tímido despertar, en puntos concretos, de iniciativas culturales, sociales, mediáticas, juveniles y de voluntariado que refuerzan el peso de lo católico y de lo social en el entorno del PP, sin caer en la vulgaridad centrista.

Esa doble opción (o reforzamiento del pluralismo en el PP atendiendo a las bases militantes o deriva lepeniana de alguna consideración) va a tener en los próximos meses tres piedras de toque. Hay tres temas capaces de movilizar, simultáneamente, a la derecha social española en porcentajes muy apreciables. Si el PP sabe gestionar la cuestión separatista, el debate moral y el problema de la inmigración sin ceder a la corrección política de la izquierda, o al menos respetando y amparando las posturas más ortodoxas en su propio seno, no habrá jamás espacio para un Le Pen español (estéril por lo demás, como se explicaba más arriba). El precio, por supuesto, será un cierto nivel de cambios de hecho, aunque no de derecho, en la vida de la derecha española, una relativa convergencia con Italia.

Esto se basa en suponer buena fe a todas las partes, y sobre todo que la derecha española de 2004 será más inteligente que la francesa de los 80. En todo caso, incluso si funcionase un Le Pen espàñol, del que tanto se habla en estos días, sería un error de bulto, porque ¿qué ha conseguido Le Pen en 30 años? Muy bien, el 12, el 15, el 18 % .. ¿y? Las cosas no han cambiado, no ha participado en política, no ha tenido espacios sociales e institucionales; y por otro lado se ha aislado, ha favorecido sucesivas victorias de la izquierda, y en suma ni ha avanzado hacia la conquista del poder ni ha construido partes sanas de la sociedad que resistan mejor lo que se nos viene encima. Una "derecha plural" que deje espacios de libertad es la única opción a largo plazo.

5. Epílogo para (algunos) españoles

Hay un aspecto esencial del proyecto de Alleanza Nazionale y de su derecha social que a día de hoy, y por un futuro previsible, no se da en España. Ya se ha sugerido más de una vez cómo la situación institucional, el sistema de partidos, la dinámica social y los fundamentos ideológicos son compatibles, en más de un sentido, con la difusión del estilo y del mensaje de A.N. también en esta otra Península. Es algo que, incluso, puede estimarse que ya ha comenzado a suceder, como se apuntaba, o que puede suceder de inmediato. También sabemos que, en el área católica convencionalmente situada “a la derecha del PP” (importa poco si dentro o fuera de él) la tentación irrealista, nostálgica y en definitiva lepeniana compite ya con un realismo minoritario pero doctrinalmente superior de matriz italiana.

Pero la derecha social italiana, además de su historia y de su enorme ventaja en todos estos terrenos –que serían sólo diferencias circunstanciales no esenciales- tiene en su núcleo, como se ha visto una dinámica movimentista/comunitaria y una vanguardia militante, viva y rejuvenecida, imbuida de un estilo y de una dedicación que van mucho más allá de la política. Ese manípulo de personas son la minoría dirigente y la razón de ser de la derecha social en Italia. En España, hoy, no se da la conjunción de personas que permita pensar en nada similar.

Sin duda hay personas convencidas de las virtudes de esta línea de acción social y política, pero falta una vanguardia de tales características. Puede ser una cuestión de estilo, de azar, de voluntad o de comodidad individual. Puede también deberse a una conjunción negativa entre la tradición institucionalista, providencialista, mesiánica y pasiva de la derecha española, los vicios públicos y privados de la ultraderecha local y los evidentes atractivos de la vida contemporánea –incompatibles con una acción de vanguardia militante, salvo que ese Movimiento ya disponga, como en Italia, de una pequeña vida social autónoma. Pero lo cierto es que, salvo que se recuperen proyectos ahora mismo congelados, en España se puede dar la paradoja de disponer de todos los elementos objetivos necesarios para la consolidación de una derecha social y fallar precisamente el elemento subjetivo. Cuestión tal vez de pocas personas, que tal vez sí existan y sí estén preparando el trabajo remoto: ese horizonte comunitario, espiritual, ético y metapolítico que explica el éxito y el porvenir de A.N. sería el primer punto en el orden del día de una A.N. española. Sin él, cualquier imitación no pasará de ser un intento de construir la casa por el tejado. Casi tan lamentable –¡casi! Porque es preferible un militante que yerre que uno que se retire sin más a la vida privada- como la recurrente, estéril y esterilizante imitación de Le Pen, racionalmente menos atractiva e intelectualmente menos sugestiva, además.

Hemos de quedarnos, sin embargo, con la llamada a la esperanza, y a la militancia (¿católica o postfascista? ¿Patriótica o social? ¿Importa eso realmente?) de Nicoletta Liguori en “Area”: “En el siglo XX hemos vivido y oído contar muchas historias, muchas vicisitudes a las que habríamos preferido poner sordina; pero no ha faltado el valor a quien era consciente de tener tareas importantes que desempeñar. Cada uno con su Cruz, como dice un refrán … Como ha dicho el Papa, no hay que temer: si la Iglesia ha superado los terribles “ismos” del siglo pasado, y está aún más viva y presente, es por la constancia y la perseverancia de los suyos. ¡Levantaos, marchemos!

Arbil, anotaciones de pensamiento y crítica, número 86, octubre de 2004

0 comentarios