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Políticamente... conservador

LIBERAL Y CONSERVADOR

Ser liberal –como indica su etimología-  es el ser que obra con liberalidad, o sea con generosidad y desprendimiento. En política, liberal es el defensor de la libertad que se alza contra la opresión y la injusticia. Por eso, servidor es –o intenta ser– liberal; pero liberal conservador, o sea quien respeta la tradición y que busca conservar las buenas costumbres tanto a nivel individual como a nivel de la comunidad. Porque hay buenas costumbres, las que heredamos de nuestras generaciones pasadas, pese a los griteríos de las trescientas ocas de la falsa progresía y del relativismo posmoderno.

 

No hay nada de reaccionario en ser liberal, ni nada malo en sentirse a la vez conservador, palabra ésta casi demonizada en España. Resulta curioso que en el mundo anglo-norteamericano, sea al revés y decir “liberal” se ligue a las izquierdas y se identifique con socialista y aun con radical. En cambio, en el mundo hispánico “liberal” tiene sus raíces en quienes a inicios del XIX lucharon contra la “francesada” napoleónica. De ahí surgió la primera gran Constitución Española de 1812. 

 

Pero al margen de la cuestión conceptual, el problema es que muchas veces quienes se definen como “liberales” no acaban de aclararse sobre sus principios y pululan entre el inmovilismo caduco y la ambigua progresía. Pasa entonces lo que ha ocurrido en la historia de España: que nunca ha habido una verdadera oportunidad de que el auténtico liberalismo haga realidad su ideario en la vida política nacional. En el liberalismo de talante conservador que uno defiende existen unos presupuestos básicos: la democracia real como forma política, la libre economía de mercado como creencia económica y la defensa del individuo frente al Estado como idea fundamental. Son los principios sobre los que se escribió hace más de dos siglos la Constitución Norteamericana, la misma que plantó las bases de la primera democracia liberal. 

 

Resulta sano que no todos los liberales coincidan en todas las cuestiones, que no piensen exactamente lo mismo sobre temas claves en torno a la religión, el derecho y otras cuestiones. Pero lo que siempre debe unir a los verdaderos liberales es la defensa de la separación de los poderes del Estado. Y ello incluye la no intromisión entre la Iglesia y el Estado. Pero eso no significa que el Estado deba negar o ir en contra de la raíz religiosa de sus ciudadanos. En el mundo occidental, hablamos de la raíz judeocristiana, especialmente en su vertiente católica para el caso español. Por eso, en muchos liberales hay una dimensión religiosa y espiritual que nos lleva a intentar religarnos a Dios como ser misericordioso y bueno en el que buscamos una idea superior como explicación al enigma de nuestra existencia terrenal. 

 

Eso es así porque ser liberal incluye también la idea de que la economía no es el motor de la historia de las civilizaciones, ni el fundamento de las naciones. La riqueza nos proporciona, gracias al mercado libre, la posibilidad de alcanzar una felicidad material y personal. Pero ésta es insuficiente si no se acompaña de una dimensión religiosa y espiritual interior que complemente la vida material humana sobre la base del bien, la verdad y la justicia. No son palabras huecas, sino necesidades para generar un amor al prójimo –base del pensamiento religioso judeocristiano- bajo la vida libre y democrática amparada por honestas instituciones. En ese doble terreno material y espiritual, corpóreo y anímico la libertad es siempre valor tan necesario como intransferible. Pero la libertad no viene gratis, sino que hay que protegerla y conservarla. Y la historia de la humanidad es precisamente eso: la permanente lucha por alcanzar y preservar esa libertad. 

 

Dicha libertad individual se apoya en la propiedad privada y la democracia como el sistema político menos malo de los conocidos hasta hoy; como el único que sobre el Estado de Derecho, intenta garantizar la justicia, el avance espiritual, material y cultural de todos los ciudadanos, la paz y el respeto a los derechos humanos, inalienables para todo individuo. Por eso, la libertad política y la libertad económica deben ir de la mano porque para alcanzar la libertad individual debemos contar con medios económicos propios para financiarnos y con los instrumentos públicos y políticos para proteger nuestras vidas y nuestros derechos, sin olvidar nunca nuestros deberes como ciudadanos. 

 

No hay economía libre sin un sistema político democrático que defienda la independencia y la eficiencia de los poderes ejecutivo, judicial y legislativo. Ser liberal conservador, por tanto, es aceptar y respetar a los demás asegurando que todos también nos respeten. Ser liberal conservador es aceptar a quien piensa distinto y usa la palabra (y no la violencia) para opinar y hacer escuchar sus ideas. Ser liberal conservador es también proteger la libertad y hacer frente a quienes quieren acabar con ella. Ser liberal conservador es entender que quien practica otras costumbres y adora a otro Dios –aunque no sea el nuestro- no es un ser ni despreciable ni necesariamente convertible a nuestras prácticas. Pero sí lo es cuando pretende privarnos de nuestra libertad e imponernos sus costumbres estrellando aviones en nuestros edificios o masacrando a decenas de personas en un tren. Aceptar esa coexistencia con el Otro como ser distinto es lo que logra forjar las grandes civilizaciones humanas y los más altos avances humanos. Pero impedir que el Otro abuse de las fisuras de la democracia es también otra obligación de todo liberal conservador. 

 

Es así que todas las doctrinas que anteponen lo colectivista a lo individual (doctrinas fallidas como el comunismo marxista, leninista, estalinista… el nacional socialismo o nazismo, el fascismo, los integrismos y fanatismos religiosos…) son los enemigos naturales de la libertad. Es así como en estas últimas décadas del siglo XX e inicios del XXI hemos asistido al éxito de gobiernos conservadores, como los de Ronald Reagan, Margaret Thatcher, José María Aznar o George W. Bush que han ido impulsando reformas profundamente liberales. Y vemos cómo paulatinamente, dirigentes que se califican de socialistas o laboristas -como Tony Blair- practican en el fondo con éxito unas políticas ubicadas en el ideario liberal.

 

  Aunque ser liberal conservador y mantener un hondo respeto a un sano tradicionalismo sigue siendo objeto de las burlas de muchos que se llaman “progresistas” o gentes de las izquierdas, la realidad va mostrando que ese  y no otro es el camino del éxito para el siglo XXI. Estados Unidos lo ejemplifica como nación  y como sociedad pluricultural, mal que le pese a muchos demagogos y a otros tantos ignorantes de lo que es la auténtica libertad en una nación ejemplar y verdaderamente democrática. Por eso seguimos creyendo en las derechas liberales y en los valores conservadores y tradicionales. Por eso seguimos rechazando las viejas y anquilosadas izquierdas socialistas y comunistas que sólo nacieron y sólo perviven para denostar a las derechas liberales conservadoras. Con ellas estamos, sin complejos, ni medios centros.

 

(Artículo publicado en España Liberal)

 

Alberto Acereda, español, es profesor titular de Literatura Hispanoamericana en la Arizona State University de Tempe, Arizona, EE.UU. Es Licenciado en Filología Hispánica por la Universidad de Barcelona, y Master en Literatura Española e Hispanoamericana por la Universidad de Georgia y Doctor en Literatura Hispanoamericana por esta misma universidad. Ha escrito numerosos libros y artículos y es considerado un experto en el tema de poesía y modernismo y en la obra del escritor Rubén Darío.

2 de junio de 2005

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