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Cine

V de Vendetta: Libertad el 5 de noviembre

"La gente no debe temer a sus gobiernos; los gobiernos deben temer a la gente". Esta lapidaria frase, inspirada en Thomas Jefferson, encabeza la película V de Vendetta, basada en el cómic de igual título, al que ya nos referimos semanas atrás.

 

Como suele decirse en estos casos, la novela gráfica de Alan Moore es mucho más rica en detalles y reflexiones políticas que la película de los hermanos Wachowski. Pero aun así estamos ante una magnifica adaptación, que hará las delicias de los auténticos liberales que disfruten contemplando la heroica batalla entre un individuo y toda la clase política, en medio de una población adormecida y anestesiada.
 
V es un luchador enmascarado que se enfrenta en solitario al Estado fascista inglés para clamar venganza y reivindicar la libertad de su pueblo. En el transcurso de su lucha conoce a Evey Hammond (Natalie Portman), una chica cuyos padres fueron asesinados por el actual Gobierno y que finalmente decide ayudarle.
 
La película es una epopeya de fuego y pólvora contra el armatoste opresor del Estado británico. Tal y como reza una popular estrofa atribuida al referente intelectual de V, Guy Fawkes, un británico católico que el 5 de noviembre de 1605 intentó volar el Parlamento para exigir el fin de las persecuciones religiosas:
 
Recuerda, recuerda
el cinco de noviembre
el complot y la traición recordarás
Por ninguna razón el complot de la pólvora
Debería olvidarse jamás

 
La pólvora de Fawkes y de V pone fin a los símbolos del fascismo estatal reencarnado con el objetivo de movilizar a las personas y recordarles que ellas son las auténticas soberanas de su destino. "El pueblo necesita algo más que un edificio. Necesita esperanza", nos recuerda Evey Hammond en la película. La esperanza de que "la equidad, la justicia y la libertad" trasciendan de las meras palabras, las promesas políticas sin fundamento y los derechos nominales nunca respetados para convertirse en "perspectivas" desde las que poder interactuar y convivir.
 
Si los fascistas británicos han hecho suyo el lema de "Fuerza a través de la unidad, unidad a través de la fe", V contrapone la aliteración que Goethe puso en boca de Fausto: Vi Veri Veniversum Vivus Vici [Por la fuerza de la verdad, mientras viví, conquisté el universo].
 
La fuerza de la unidad se enfrenta a la fuerza de la verdad. El Estado tiene la necesidad de asentarse en una ficción compartida y unificada, en una mentira difundida a los cuatro vientos. De ahí que Adam Sutler, el dictador fascista, esté obsesionado con que "todo el mundo recuerde por qué nos necesitan". Lo importante no es la verdad, sino su apariencia. Y ante esto la respuesta de V no puede ser otra que la destrucción de los caducos símbolos del Estado británico al ritmo de la Obertura 1812 de Tchaikovsky.
 
Se trata de una película realmente liberal y antiestatista que además recordará ligeramente a los espectadores españoles su presente político. No sólo porque el líder fascista tenga un parecido más que razonable a Rubalcaba, sino porque la trama de la película gira en torno a unos misteriosos atentados terroristas, atribuidos de manera oficial a unos confesos "fundamentalistas religiosos", que permitieron inesperadamente a Sutler ganar las elecciones.
 
Sin embargo, como ya hemos dicho, la película no está exenta de errores; la mayoría, por desviarse innecesariamente de la novela gráfica original.
 
El primero es el impresionante progreso económico que experimenta Inglaterra a pesar del yugo de su Estado fascista. Por el escenario desfilan políticos trajeados, pantallas de plasma o ejércitos con un equipaje modernísimo. El problema es que todo esto es irreal: el socialismo no funciona (tampoco el socialismo fascista), ya que no permite practicar el cálculo económico y asignar adecuadamente los recursos. En el cómic, al estar escrito hace 20 años, este error es mucho menos perceptible.
 
El segundo fallo importante de la película es la excesiva humanización y personificación de V. Como ya expliqué en su momento, en la novela gráfica "V no tiene cara, nunca la tuvo. No es nadie. Sólo un huracán de verdad que arrasa con la maquinaria estatista de dominación y abre los ojos legañosos de los ingleses".
 
La película, en cierto modo, conserva esta característica esencial del personaje. Así, por ejemplo, el propio V dice: "Debajo de esta máscara hay algo más que carne. Debajo de esta máscara hay una idea". También Evey nos cuenta que V era "Edmond Dantes. Y mi padre. Y mi madre. Y mi hermano. Y mi amigo. Eras tú, y yo. Era todos nosotros".
 
Sin embargo, en la película también vemos a un V vacilante, lacrimoso y dubitativo. Un V que está a punto de abandonar su lucha y sus ideales a cambio del amor. No estaríamos ante un error importante si no se destacara que la existencia y supervivencia de V se fundamenta en sus ideales; de modo que difícilmente unos ideales podrán renunciar a sí mismos y quedarse en el vacío. De nuevo, este conflicto entre amor e ideales dentro de una persona cuya esencia son los propios ideales está ausente en el cómic.
 
Por último, la película tiene una especial fijación en la problemática homosexual, lo cual la lleva en ocasiones a retorcer el argumento original del cómic y a perder coherencia interna.
 
Nota al margen merece la sesgada traducción al español que, con indudables dosis de progresía y brazo izquierdo, se nos ofrece en nuestros cines. De este modo, V ya no reivindica "la equidad, la justicia y la libertad" [fairness, justice and freedom], sino la "igualdad, la justicia y la libertad". Les ha faltado meter la fraternidad para reconvertir a V en todo un revolucionario francés.
 
Obviamente, introducir el valor de la igualdad no sólo desvirtúa el significado original de la película, también el del cómic, donde podíamos leer que la anarquía ha enseñado a V que "la justicia carece de sentido sin libertad".
 
Los fallos no son pocos ni insustanciales, y aún así los críticos conservadores se han afanado en añadir dos más. En su opinión, V es una plasmación del anticlericalismo y del socialismo. Ninguna de las dos acusaciones tiene, sin embargo, demasiado fundamento.
 
Primero, aunque es cierto que V se enfrenta a un obispo ruin y sin escrúpulos, no deberíamos olvidar que estamos ante una Iglesia fagocitada por un Estado fascista que ha dejado de servir a Dios y se ha sometido al poder político. La fe que reclaman los fascistas es la fe en el Estado y en su mentira; para ellos Dios es sólo la excusa trascendente para domeñar al pueblo.
 
Los miembros de la jerarquía, por tanto, no pueden ser más que funcionarios corruptos y ateos que simulan amar a Dios para lograr sus objetivos particulares. Y es que, como el propio Ratzinger ha recordado en numerosas ocasiones:
 
"La Iglesia no debe erigirse en Estado, ni querer influir en él como un órgano de poder. Cuando lo hace se convierte en Estado y forma un Estado absoluto, que es, precisamente, lo que hay que eliminar. Confundiéndose con el Estado, destruye la naturaleza del Estado y la suya propia".
 
La Iglesia contra la que combate V es una ficción religiosa que ha dejado de ser Iglesia y sólo constituye un instrumento más del Estado fascista.
 
La segunda crítica tiene, si cabe, menor fundamento. V no puede ser socialista porque cree claramente en la propiedad privada. Así, cuando Evey le acusa de haber robado al Gobierno, V le responde irónicamente: "El robo implica propiedad. No puedes robar a los políticos. Simplemente lo reclamé".
 
En otras palabras, los políticos no son propietarios porque su propiedad no es legítima, sino que procede de un robo anterior. Lo cual nos aproxima bastante a las teorías liberales sobre la apropiación originaria de impronta lockeana. Pero es que, además, en un momento de la película V le regala a Evey "todo lo que tiene"; lo cual constituye una donación que necesariamente implica propiedad.
 
En definitiva, estamos ante una película sublime que adapta para la gran pantalla un monumental cómic. Los errores que contiene no desmerecen en absoluto una trama depurada, sólida y esencialmente liberal. Una representación ficticia e irreal que esperemos ayude a despertar a todos los españoles engañados por nuestros políticos.
 
Y es que, como decía el padre de Evey Hammond: "Los artistas emplean las mentiras para contar la verdad; los políticos las utilizan para ocultarla".

 

 

Por Juan Ramón Rallo
 
 
V de Vendetta (EEUU, Alemania; 132 minutos). Dirección: James McTeigue. Guión: Andy Wachowski y Larry Wachowski. Intérpretes: Natalie Portman, Hugo Weaving, Stephen Rea, Stephen Fry, John Hurt. Calificación: Visionaria (8/10).

 

Libertad Digital, fin de semana, 22 de abril de 2006

Del minimalismo a la nada

Este viernes se estrenan dos películas que tienen mucho en común, así como sustanciales diferencias. Ambas definen con precisión la ausencia de contenidos de nuestra civilización postcristiana, ambas son espejo del nihilismo. Pero una es doliente, Remake, de Roger Gual; y la otra es indolente, Aislados, de David Marqués.

Una premisa pseudofilosófica. Cayó Grecia, cayó Roma, cayeron los imperios cristianos… Según Hegel ésta es la dinámica de la historia: nace con fuerza una civilización, se desarrolla con fruto, y luego decae y muere. Y punto. Ese pueblo -según el idealista alemán- ya no volverá a ser sujeto de la historia. No sé si esto es así, pero lo que es bien notorio es que la civilización occidental moderna ha tocado a su fin. No tiene mucho sentido apuntalar lo que se cae a pedazos por doquier. El futuro es incierto, y los cristianos tendrán que aprender a fecundar una nueva cultura, a dialogar con nuevos modelos históricos. ¿Será el islam? ¿Serán nuevas formas de fascismo pagano? Nuetros hijos o nietos lo verán. Con suerte vendrá una civilización tan hastiada y aburrida que la alegría cristiana pueda extenderse como una mecha de pólvora. No parece razonable ser pesimistas. Cuanto más desprovisto esté el ser humano -y ya empieza a estarlo mucho-, más brillará la novedad de la fe. Pero se necesita muuuucho tiempo. Los procesos son largos y aún queda mucho prejuicio que depurar.

 

Pues bien, en cada una de estas dos películas se da un paso. En Remake se constata el fracaso educativo que desde hace décadas enfanga nuestro presente. Partiendo de los ideales sesentayochistas la película hace un recorrido demoledor por las consecuencias del ilusionismo ideológico. Y nos cuenta cómo los hijos y nietos de aquella generación sólo han heredado desconcierto, inseguridad, desorientación y un profundo hastío vital. El film apunta a la violencia e instintividad como una salida para el deseo humano, tan frustrado y maltratado. “Vivimos en una epidemia global de mierda” es el veredicto final del protagonista.

 

Aislados, la segunda película, ya no hace ninguna reflexión sobre la nada circundante. Ella misma es nada: en el film no ocurre nada de nada. Dos amigos treintañeros, de “vacaciones” en un caserón de Ibiza, pasan el día hablando de cosas vacías y sin sentido: las ensaladas de moluscos, los genitales de los caballos, las pelis de superman, lo buena que estaba la Vanesa del instituto, el nombre que reciben las personas que no tienen olfato. Punto final. No hay absolutamente nada más en la película. Es “cine del absurdo”. Que la gente pague por ver esto prueba que sí que existe una epidemia global de mierda, y que la nada se degusta con complacencia. Afortunadamente, mientras haya un hombre con el corazón encendido y disparado, como el Ícaro de Matisse, habrá esperanza para el resto.

Juan Orellana

Páginas Digital, 21 de abril de 2006

 

 

TIRANTE EL BLANCO: El sexo como interpretación de la Historia

¿Es el sexo el motor de la historia? Muchos atribuyen esta hipótesis hermenéutica a Freud, y en parte –sólo en parte– es cierto, pero las tesis del doctor vienés eran mucho más inteligentes que ese reduccionismo tan radical. Una cosa es desvelar la importancia personal y social de la sexualidad, algo considerado tabú hasta Freud, y otra muy distinta es que todo tenga detrás una razón o motivación sexual. Pues esto es lo que cree a pies juntillas Vicente Aranda, que acaba de estrenar Tirante el Blanco.

 

 

Vicente Aranda se ha caracterizado siempre por el fuerte contenido sexual de sus filmes. Un sexo explícito y reconocido –por la gente, no por él– como su sello personal. Baste recordar algunas escenas de Paz Vega en Carmen, o la interpretación sexual de la figura de la reina Juana la Loca en el homónimo film. En Tirante el Blanco se acerca de forma muy personal a la novela medieval de Joanot Martorell Tirant lo Blanc, escrita en valenciano a partir de 1460 y publicada en 1490.

 

La novela, con componentes autobiográficos del mismo autor, narra los amores y pendencias del caballero Tirante con un estilo que combina un realismo directo y crudo con los ideales caballerescos de la época. El héroe se inicia participando en competiciones en Inglaterra y prosigue sus aventuras en Francia, para terminar salvando el Imperio Bizantino frente a los turcos otomanos.

 

Aranda no se centra en el aspecto militar –sólo hay dos batallas en el film–, sino en las intrigas amorosas de la corte. Tirante utiliza su victoria para vencer la natural oposición de la princesa Carmesina (Esther Nubiola) a entregar su virginidad. Carmesina es la presumible y única heredera del Imperio. Tirante es joven y atractivo, pero no es de origen noble. Es, pues, "necesario" embarazarla antes de la boda.

 

Son las mujeres de la corte –Estefanía (Ingrid Rubio) y Placerdemivida (Leonor Watling)– las que se afanarán por salvar el Imperio haciendo que se produzca el encuentro carnal entre Tirante y Carmesina. La Viuda Reposada (Victoria Abril) lucha contra este propósito, no porque esté a favor de los turcos, sino porque ella también está perdidamente enamorada de Tirante. En fin, un culebrón.

 

Ciertamente, la novela original es muy sensual y picaresca, con muchas similitudes con La Celestina. Ello le sirve a Aranda para desplegar todo su oficio en escenas subidas de tono. El otro componente de la novela, el religioso, expresión de la mentalidad medieval –que ya declinaba entonces–, está en la película más como discurso oficial insincero –como una superestructura ideológica en sentido marxista– que como ideal configurador de la vida real. De esta formal, al reducir las motivaciones políticas y personales de los personajes a deseo sexual, se reduce todo el horizonte del deseo humano y las múltiples evocaciones religiosas del film quedan vaciadas de sentido.

 

Es una pena que una producción tan cara se eche a perder por una miopía de guión que sólo ve lo inmediato y que escamotea a los personajes un horizonte ideal. Aproximarse al siglo XV con la perspectiva de un "salidillo" del siglo XXI es renunciar a entender una época y el sentido de la sexualidad que tenían los hombres de entonces.

Por Juan Orellana Libertad Digital, suplemento Religión, 12 de abril de 2006.