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Políticamente... conservador

Un retrato íntimo de los intelectuales elaborado por Paul Johnson: ideología, cambio cultural y transformación social.

Utopía revolucionaria, nihilismo, sociedad permisiva y el papel de los “intelectuales” modernos según el periodista e historiador Paul Johnson.

Intelectuales.

                Los intelectuales cumplen, desde el siglo XVII, la función desarrollada tradicionalmente por clérigos y escribas; pero emancipados de toda Iglesia, tradición y dependencia externa, conforme a su particular criterio revolucionario. De esta forma han cargado sobre sus hombros la responsabilidad de encaminar a la humanidad hacia metas más altas, liberándola de sus seculares ataduras, siendo los propios intelectuales, que así se proclaman, los encargados de establecer la adecuación de objetivos y medios.

                Esta pretensión, tan ambiciosa como voluntarista, puede ser analizada, en primer término, contrastándose con sus realizaciones prácticas. Otro criterio de análisis, que no se suele aplicar, es el estudio de la coherencia alcanzada entre el comportamiento personal de esos intelectuales y sus altos objetivos. Este segundo es el criterio seguido por Paul Johnson en su libro Intelectuales (Javier Vergara Editor, Buenos Aires, 2000, 448 páginas). Ya en sus tres primeras líneas, redactadas en el agradecimiento inicial, el autor descubre su línea de trabajo: «Esta obra es un análisis de las credenciales morales y de juicio de ciertos intelectuales notables para aconsejar a la humanidad sobre cómo conducir sus asuntos». En consecuencia, las preguntas que intenta responder este texto son: ¿con qué cuidado esos intelectuales examinan las evidencias?, ¿respetan la verdad?, ¿cómo aplicaron esos principios a su vida privada?

                Siguiendo esa dirección, el libro se erige en un relato apasionante, y sobrecogedor en muchas ocasiones, desfilando por sus páginas pensadores, poetas, dramaturgos, artistas, editores, incluso cineastas: Jean-Jacques Rousseau, Percy Bysshe Shelley, Karl Marx, Henrik Ibsen, León Tolstoi, Ernest Hemingway, Bertolt Brecht, Bertrand Russell, Jean-Paul Sartre, Edmund Wilson, Victor Gollancz, Lilian Hellman, George Orwell, Cyril Connolly, Norman Mailer, Kenneth Peacock Tynan, Rainer Werner Fassbinder, James Baldwin, Noam Chomsky, y tantos otros que les rodearon compartiendo vidas, anhelos y contradicciones.

                El autor pone de relieve algunas coincidencias existentes entre todos ellos: su voluntad de absoluta autodeterminación, su menosprecio de tradiciones e Iglesias… Pero también pueden encontrarse otras semejanzas curiosas de carácter más vital y menos teórico: muchos eran hijos únicos; generalmente eran adorados por esposas, hermanas, amantes y admiradoras; algunos desarrollaron comportamientos que hoy día serían calificados como patológicos, padeciendo incluso alcoholismo agudo; bastantes falsificaron sus propias biografías a placer…

                Siguiendo un orden cronológico, el autor establece una evidente continuidad en la labor subversiva de estos intelectuales. Pero con todo, históricamente, nos dice, sus pretensiones han evolucionado. Así, habrían pasado de idear e impulsar la utopía revolucionaria, a mantener la misma actitud parcial respecto a la sociedad hedonista y nihilista que hoy conocemos. Y, según Evelyn Waugh, con la pretensión de acabar con los fundamentos cristianos de la sociedad en cualquier caso.

                Los intelectuales impulsores de esas visiones sociales fueron ejemplo de gravísimas contradicciones personales que les llevaron a explotar a familiares y amigos, a engañar sistemáticamente a sus esposas y amantes en nombre de una pretendida transparencia que siempre devenía en una carrera de mentiras y justificaciones, etc. No se nos muestran como hombres ejemplares y de conducta intachable. Al contrario. El retrato resultante es sumamente sombrío. Recordemos, a modo de ejemplo, a un Rousseau que abandonó, nada más nacer, a sus cinco hijos; ninguno de los cuales sobrevivió a los primeros meses de vida. O a un Marx colérico que, cargado de odio y resentimiento, manipuló las fuentes documentales con el objetivo de apuntalar “científicamente” sus presuntas leyes (es admirable el capítulo que le dedica, pues en unas pocas páginas desacredita, de forma contundente, el supuesto carácter científico del marxismo). Recordemos el primer criterio de juicio que mencionábamos. Esas doctrinas generaron los mayores sufrimientos que ha experimentado la humanidad a lo largo del siglo XX. Incluso, recientemente, Pol Pot se formó en una Francia marcada por el existencialista Sartre y el marxismo en sorprendente continuidad con las utopías de Rousseau.

                En definitiva: si algo queda claro después de la lectura de este texto es la escasa coherencia moral de esos intelectuales, sus gravísimas contradicciones y la debilidad de muchas de sus construcciones teóricas. Entonces, ¿puede explicarse de alguna manera el indudable “éxito” alcanzado?

El éxito de los intelectuales.

Pío Moa, en un artículo de libertaddigital.com titulado Religión e ideología. Proyección de culpa, proporcionaba algunas claves a considerar y que vamos a reproducir brevemente.

                A su juicio, la clave de su éxito radicaría en la posición y el sentimiento del hombre frente a la culpa. Para la religión, el mal es algo intrínseco al individuo, lo que requiere un combate interno y permanente. La ideología de los intelectuales, por el contrario, niega lo anterior. Así, considera al mal como algo accidental nacido de las miserias humanas. Superando esas miserias, en consecuencia, se eliminaría el mal. Para estas ideologías, el hombre es bueno por naturaleza, de ahí que el sentimiento de culpa, existente en todo hombre al percibir la propia tendencia al mal, deba ser eliminado.

                Naturalmente, esa bondad natural no impediría que algunas fuerzas sociales se opongan al bien: la tarea de los justos sería eliminarlas. En ese sentido, pudiera advertirse que las conductas ideológicas son paralelas a las religiosas, de modo que la ideología podría «definirse como una formidable máquina de proyección y socialización de la culpa, de efectos bien palpables en las matanzas del siglo XX: en los enemigos de la causa se concentra toda la culpa, y por tanto no debe tenerse consideración alguna con ellos». En consecuencia, la religión, como enemiga del hombre, podría eliminarse por dos vías: físicamente (casos de la guerra civil española y la revolución francesa) o a través de «la ingeniería social y manipulación de los medios de masas, como en la actualidad». Así, la campaña mediática desarrollada en los últimos años descubriendo los comportamientos presuntamente dolosos de ciertos eclesiásticos pondría en evidencia las contradicciones internas de la Iglesia. Sin embargo ese argumento se vuelve en contra de los justos, asegura Moa, al ser ellos «quiénes afirman tener esa segura solución para erradicar el mal».

Un modelo social planetario.

                La página 375 del libro es clave para entender la trascendencia que tiene esta cadena de esfuerzo intelectual sobre la vida de las personas de ayer y de hoy. En ella, el autor nos informa que Cyril Connolly estableció, ya en 1946, un modelo social objetivo del devenir humano, integrado por diversas medidas que definió como «principales indicadores de una sociedad civilizada», y que concretaba en: «1) abolición de la pena de muerte; 2) reforma penal, prisiones modelo y rehabilitación de los prisioneros; 3) eliminación de los barrios bajos y “ciudades nuevas”, 4) luz y calefacción subsidiadas y “provistas gratuitamente como el aire”; 5) medicinas gratis, subsidios para alimentos y ropa; 6) abolición de la censura, de modo que cualquiera pueda escribir, decir y representar lo que quiera; abolición de las restricciones a los viajes y del control de cambios, final de la intervención de teléfonos o de la formación de expedientes sobre personas conocidas por sus opiniones heterodoxas; 7) reforma de las leyes contra los homosexuales y el aborto, y de las leyes de divorcio; 8) limitaciones a la propiedad de inmuebles, derechos para los niños; 9) conservación de las bellezas arquitectónicas y naturales y subsidios para las artes; 10) leyes contra la discriminación racial y religiosa». El autor del libro comentado resume este programa, ambicioso para 1946 y amplia realidad hoy día, como «la fórmula de lo que iba a llegar a ser la sociedad permisiva». Evelyn Waugh por su parte, según nos relata Paul Johnson, «estaba comprensiblemente alarmado. Sospechaba que hacer lo que Connolly proponía implicaba la virtual eliminación del fundamento cristiano de la sociedad y su reemplazo por la búsqueda universal del placer».

                Esta pretensión, ¿es real?

La nueva ética global y la acción de los intelectuales.

El arzobispo mejicano Javier Lozano Barragán, presidente del Consejo Pontificio para la Pastoral de la Salud, ha analizado, en un artículo publicado el 11 de febrero en L’Osservatore Romano, las características de lo que denomina “nuevo paradigma” cuyo objetivo sería la sustitución de la ética cristiana por una “ética global”. Este paradigma estaría caracterizado por el eclecticismo, el historicismo, el cientificismo, el pragmatismo y el nihilismo (entendido como la renuncia a la capacidad de alcanzar verdades objetivas). El objetivo final sería el bienestar global, dentro de un desarrollo sostenible en armonía con la nueva divinidad (el planeta tierra, Gaia, elevado a los altares por el ecologismo radical). A nivel personal, el objetivo perseguido sería la autodeterminación individual. Pero existen evidentes limitaciones; así «experimenta uno de sus grandes problemas cuando percibe que todo se debe fundamentar en el consenso, un consenso que no procede de verdades objetivas, sino de opiniones subjetivas». En definitiva, nihilismo, relativismo, ecologismo, búsqueda de un consenso ético planetario más allá de las religiones tradicionales…

Dalmacio Negro por su parte, en su artículo España escindida: las dos culturas, publicado en el diario La Razón, afirmaba que se pretende implantar una nueva cultura, externa y ajena a la tradicional española, que consistiría en «todos los tópicos de determinadas tendencias de la modernidad y la Ilustración que han adquirido fuerza en Europa gracias entre otras cosas a las ideologías, que han vulgarizado el modo de pensamiento ideológico, y la revolución cultural de 1968». El origen de todas esas ideologías –asegura- sería el nihilismo.

Este pensador considera que la nueva cultura esta definida por tres manifestaciones.

En primer lugar, la secularización que se sirve del cambio cultural para consolidar la dominación política. El catolicismo –en este contexto- tendría importancia por haber creado unos estrechos lazos sociales y políticos. En el caso concreto de España, sería determinante en la generación de una autoconciencia española, a falta de unos sólidos lazos estatales. Con la implantación de la nueva cultura, además de debilitar la conciencia moral de los españoles, se habría reducido extraordinariamente la conciencia nacional.
               
La modernización, en segundo lugar, entendida como una ideología de la emancipación que se quiere imponer con todo el poder del Estado y de los medios de comunicación en sus aspectos más destructivos, por ejemplo, sustituir lo natural por lo “normal” en el sentido nihilista.

Por último, la democratización, en su versión igualitaria nihilista: todo da igual. La palabra democracia quedaría, de esta manera, como la gran coartada del nihilismo: toda vale y es aceptado si se es demócrata. Un nihilismo devenido en una antirreligión que compite con la religión tradicional para ocupar su lugar.

Secularización, modernización y democratización serían, por tanto, los ejes en torno a los que se está articulando, en España y en buena parte del mundo, el cambio cultural que conduce a una mentalidad distinta y otro modelo de relaciones sociales regidas por una novedosa ética global; todo ello en ruptura con la tradición cristiana que le precedió.

La posición de la Iglesia.

                Hemos visto, brevemente, un itinerario intelectual que persigue unos objetivos muy concretos y que se viene implantando a escala planetaria en las últimas décadas. En su momento los intelectuales se decantaron por las utopías que han ensangrentado el siglo XX. Ahora, el modelo propuesto pretende metas menos utópicas; siendo el consumismo del primer mundo una vulgarización de sus contenidos filosóficos y vitales. Al final del trayecto, encontramos, según los autores consultados, nihilismo, hedonismo y una sociedad permisiva; lo que ha provocado efectos no imaginados a escala individual y social.

En esta carrera, en esta huida de la razón tal como la califica Paul Johnson en el capítulo XIII de su libro, se ha prescindido de la verdadera naturaleza del hombre. Hoy día, el hombre actual, alagado y divinizado, cuando no anulado o exterminado, se encuentra sólo frente al poder, a merced de cambiantes ideologías y modas.

                Hemos dicho, anteriormente, que estos intelectuales comparten algunas características, entre ellas, la huida de la religión de sus padres o abuelos. Hoy día, la Iglesia católica, por su capacidad de generación de una humanidad más libre, de un pueblo dotado de una nueva conciencia liberadora, sigue siendo un obstáculo fundamental en las pretensiones hegemónicas y planetarias de ese poder anónimo pero real. Por ello, constituye una dificultad que hay que eliminar, o al menos limitar a su mínima expresión. Han cambiado las formas, pero la pretensión de eliminar la presencia del cristianismo, permanece.
               
                El libro que hoy comentamos, por todo lo expuesto, no puede pasar desapercibido. Es más. Debe tenerse presente si se quiere conocer, con realismo, la naturaleza íntima de las claves, mentales y sociales, determinantes del mundo de hoy.

Fernando José Vaquero Oroquieta

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