El movimiento conservador en defensa de la libertad académica
Las ideas tienen consecuencias. Este es uno de las premisas del pensamiento conservador. Por ello, desde el inicio los conservadores norteamericanos se dedicaron a la tarea cultural. En esta tarea, el trabajo universitario fue desde el principio una prioridad del movimiento conservador. Ante la dictadura de lo políticamente correcto en el mundo universitario norteamericano, dos políticos republicanos promueven una iniciativa legislativa en defensa de la libertad académica.
No obstante, las posiciones progresistas todavía son mayoritarias en la academia. El resultado es que por regla general los estudiantes universitarios son mucho más conservadores que sus profesores. Una sociedad conservadora está siendo educada por una élite liberal desconectada de los principios y aspiraciones de la mayoría de los norteamericanos. Tan grande es la desproporción que el fundador de National Review, William F. Buckley, ha dicho en alguna ocasión que preferiría ser gobernado por los primeros cien nombres de la guía de teléfonos que por el claustro de la Universidad de Harvard.
Este sentimiento en el mundo conservador no es extraño, teniendo en cuenta que estos profesores liberales cuentan con el apoyo de los grupos de presión de la izquierda radical, con la progresiva implantación de la dictadura de lo políticamente correcto en los campus del país. Así, cada vez es más difícil encontrar Universidades que sigan proponiendo lo mejor de la tradición occidental. Con la excusa de proteger a las minorías, se está limitando el acceso de los alumnos a las obras de Shakespeare, Aristóteles, Boecio, Tomás de Aquino, Virgilio, etc. No es que se esté prohibiendo la lectura de estos autores, sino que han desaparecido de los curricula académicos. Al tiempo, proliferan departamentos sobre “estudios sobre feminismo”, “estudios afroamericanos” o “estudios gays y lésbicos”.
Quienes están sufriendo con mayor intensidad esta dictadura del relativismo cultural son los profesores que se salen del discurso dominante y las asociaciones de alumnos que tratan de organizar seminarios y conferencias donde poner al alcance de los estudiantes el legado de la civilización occidental. Los órganos de gobierno de las Universidades, por miedo a los lobbies del radicalismo de izquierda, poco a poco van poniendo trabas a aquellas iniciativas, de modo sutil pero no por ello menos efectivo.
En este contexto, no es de extrañar que dos representantes republicanos (Buck McKeon, de California, y Jack Kingston, de Georgia) hayan propuesto incluir una declaración de derechos académicos en una ley que en estos momentos se está debatiendo en el Congreso (College Access & Opportunity Act, Ley sobre oportunidades y acceso a la educación superior). En esta declaración de derechos (Academic Bill of Rights), partiendo de la premisa de que la misión de la Universidad es “la búsqueda de la verdad, el descubrimiento de nuevos conocimientos a través del saber y la investigación, el estudio y la crítica razonada de las tradiciones intelectuales y culturales, la enseñanza y el desarrollo general de los estudiantes”, los políticos republicanos tratan de garantizar el intercambio libre de ideas en las instituciones de educación superior, protegiendo a docentes y alumnos frente a consecuencias negativas por sus planteamientos políticos o pedagógicos. Al mismo tiempo, la declaración protege la identidad específica de las Universidades que institucionalmente asumen un ideario como marco de referencia para sus actividades docentes.
Los miembros del ala izquierda del partido demócrata están tratando de boicotear esta declaración de derechos. Para quienes defienden el relativismo cultural extremo, no debe haber libertad para quienes sostienen la superioridad de la cultura occidental. Al igual que en Europa, la izquierda huye del contraste de ideas. La diferencia es que, en Estados Unidos, los políticos conservadores están convencidos de que las ideas tienen consecuencias, y de que no puede haber sociedad libre sin universidad libre.
Publicado en American Review por Pablo Nuevo López
American Review, 27-03-2006
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