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Políticamente... conservador

Poder cultural y educación.

"Homeschooling: el derecho a educar… en casa".

"Homeschooling: el derecho a educar… en casa".

 

El pasado 22 de mayo de 2008 se celebró, en los locales de la Fundación Leyre en Pamplona, una nueva sesión de los "Talleres de realidad". Dirigida el escritor por José Antonio Ullate, y desde sus convicciones sustentadas en esta cuestión en la doctrina de la Divinis Illius Magistri de Pío XI, carta magna de la educación cristiana, analizó el inédito, pero creciente fenómeno de la Homeschooling, o educación en casa.

La temática presentada suscitó un notable interés entre los asistentes, lo que se expresó en numerosas preguntas e intervenciones, siendo especialmente relevantes las emitidas por un matrimonio norteamericano afincado en Navarra que desarrolla un extraordinario proyecto educativo con sus cinco hijos… en su propia casa; desmintiendo, entre otros tópicos, la no socialización de los educandos en esta opción.

Al igual que en otras ocasiones, presentamos las siguientes conclusiones:

 

1)     La Homeschooling nace de la conciencia del derecho a educar que corresponde a los padres. Un fenómeno que evidencia la crisis general del sistema educativo moderno.

2)     Hay que partir de un hecho: los padres hemos renunciado al derecho y deber a la educación de nuestros hijos, cediéndolo en un supuesto derecho del Estado a la educación, no enunciado expresamente, pero aceptado tácticamente; de modo que el mito de la "enseñanza pública" camufla un sistema de adoctrinamiento derivado del organicismo ilustrado.

3)     El Estado no es una persona física, de modo que no puede eclipsar a la persona real. A lo sumo, puede y debe ayudarla. También en la educación. No tiene "derecho" a educar. Tampoco los propios centros escolares.

4)     Hay que concretar qué es la educación: mucho más que la mera transmisión de conocimientos. Mucho más que el tópico reduccionista de la "calidad de la enseñanza".

5)     La Homeschooling es una realidad moderna que engloba diversos métodos y objetivos alternativos a un derecho a la educación reducido a la simple "elección de centro". Católicos, evangélicos, libertarios, diversas escuelas pedagógicas y filosóficas…

6)     La crisis educativa, desde la responsabilidad paterna, únicamente tiene tres alternativas: la implicación en todos los aspectos educativos del colegio (si éste y el sistema lo permiten); la asociación de los padres; asumir directamente la educación.

7)     La sociedad, el Estado, deben estar ordenados al bien común. Pero, hoy día, no existe ni tal conciencia, ni una voluntad colectiva dirigida a tal fin. La educación, particularmente dirigida al bien común por medio de la humanización de los niños, y en todo caso, debe perseguir que los hijos se conviertan en seres humanos desde unas experiencias sanas, unos valores morales objetivos y la eliminación de abusos emocionales y físicos.

8)     La Homeschooling es una alternativa; no la alternativa, a la actual crisis. El estatismo –también el navarro- presenta resistencias y la dificulta, pero no la impide por completo. La Homeschooling es, por tanto, una legítima opción de libertad y compromiso.

 

Pamplona, 23 de mayo de 2008

 

El mal del aparato, el bien del realismo

El mal del aparato, el bien del realismo

 

La respuesta política a Educación para la Ciudadanía es la prueba de que en la crisis del PP sobran periodistas con planes de renovación, sobra “aparato” y jóvenes criados en suelo enmoquetado con cambios de diseño que están al margen de las necesidades sociales. Pero Educación para la Ciudadanía es también la prueba de fuego para una sociedad civil que se ha movilizado y que tiene que madurar.

 

Aplazaron el problema. Confiaban en que una victoria el 9-M lo resolvería todo. Una vez que Rajoy estuviera en la Moncloa se podría modificar el contenido de los decretos mínimos y todo el lío de la asignatura de Educación para la Ciudadanía (EpC) quedaría resuelto. ¿Y el plan B? Sencillamente no había. No había plan para el caso de una derrota. No había, ni hay. Por eso en su momento Esperanza Aguirre anunció que daría cobertura a los objetores y su equipo anda como loco buscando soluciones que no son nada fáciles. Por eso en su momento Francisco Camps anunció que la asignatura se impartiría en inglés y ahora su Gobierno propone una opción A en inglés y una opción B con un temario en el que se eliminan los contenidos más conflictivos. Por eso La Rioja, Murcia, Castilla y León, están todavía pensándoselo.

 

“¿Qué piensa el PP de la EpC?”, titulaba Ignacio Santa María su artículo del pasado lunes en Páginas Digital. No hay respuesta. No la habido por falta de sensibilidad política. Ciertamente, desde el punto de vista jurídico, el problema de la objeción de conciencia es muy difícil de resolver, un Gobierno no puede incumplir la ley. Algunos constitucionalistas, que coinciden en señalar la dificultad que supone la objeción, recomiendan tener en cuenta la jurisprudencia del Tribunal Europeo de Derechos Humanos citada en la sentencia de marzo del Tribunal Superior de Justicia de Andalucía del mes de marzo. Una jurisprudencia favorable a que se utilice la fórmula de la “dispensa de asistencia a clase”. Ese instrumento u otro parecido se podría haber puesto a punto si hubiese habido compromiso con uno de los problemas que más preocupan a un sector muy amplio de la sociedad española.

 

Mayor Oreja lo explicaba con precisión en la entrevista que concedió el lunes a Tele 5. El ex ministro del Interior señalaba con valentía que el PP se está equivocando en enredarse en discusiones sobre la conveniencia de las primarias o de supuestos debates ideológicos que no esconden más que fulanismos. De lo que hay que hablar es de España, es decir, de las necesidades sociales reales. El problema no es si el PP es un partido antipático, como dice Esperanza Aguirre, o si hay que superar un liberalismo molesto, como argumenta José María Lasalle. Es el mal del aparato, de personas que llevan años navegando sobre una ola sólida, con muchos votos, sin mojarse en ella. El PP es una marca sólida, consolidada gracias al esfuerzo de gente de cierta edad con la que ya no se cuenta –como dice Mayor Oreja- que permite a una nueva generación de políticos dedicarse al “diseño” sin tener en cuenta la base social que lo sustenta.

 

Lo mismo les sucede a muchos periodistas de su entorno que quieren hacerle la crisis a su medida. Unos y otros sufren el espejismo de pensar que la realidad se cambia en los despachos o en cenáculos, que la política consiste en haber conquistado una determinada cuota de poder mediático o controlar cierto ámbito de la organización. Y así se puede ser portavoz parlamentario sin haber hecho calle o pretender renovar las ideas porque has leído unos cuantos libros o porque escribes algunos papeles.

 

No es de extrañar que la cuestión de la EpC esté sin resolver. Las energías están puestas en otras cosas. Pero la responsabilidad es de todos. Para que se produzca el deseable encuentro entre los políticos y la sociedad civil hace falta un realismo que no les dé excusas, que no les permita atrincherarse. La sociedad civil, que en la legislatura pasada empezó a movilizarse con la intención casi exclusiva de propiciar un cambio de Gobierno, aunque no renuncie a la objeción, también puede madurar para exigir y proponer soluciones política y jurídicamente “asimilables”. Y también para esto la EpC es un buen ejemplo. La sentencia del Tribunal Superior de Justicia de Andalucía de principios de mayo, que ha anulado parte del contenido de la asignatura por vulneración de derechos fundamentales, parece una herramienta menos problemática y más directa para luchar por la libertad de educación que algunas de las que se han utilizado hasta ahora. Frente al mal del aparato, la sociedad civil puede aportar el bien del realismo.

 

Fernando de Haro

Páginas Digital, 7 de mayo de 2008

El PSOE quiere hablar de ciudadanía, es un gran tema

El PSOE quiere hablar de ciudadanía, es un gran tema Zerolo lo puso de su propia cosecha. El secretario de movimientos sociales del PSOE, que hizo de telonero este martes en la Conferencia de Ciudadanía antes de que interviniese Zapatero, con su deje canario definió rápidamente su modelo para fundamentar la vida en común: “una sociedad mestiza, del Arco Iris, laica, integrada sobre la base de los valores... de los valores republicanos”. Personalísima interpretación, que no parece de momento la doctrina de Ferraz. ¿Cómo quedará la cosa?

Cuestiones como éstas son las que más nos interesan a los que hacemos Páginas Digital. Las listas y las luchas de poder dentro de los partidos son, sin duda, relevantes. Pero una publicación como la nuestra tiene especial interés en dedicarse a analizar los contenidos de la precampaña y de la campaña. Ignacio Santamaría lo hacía el pasado lunes con su artículo sobre la Conferencia de Educación del PP. Y la dedicada a Ciudadanía del partido en el Gobierno merece también atención, mucha atención.

Los socialistas han hecho bien al seleccionar este tema como uno de los prioritarios, vinculándolo a la inmigración. Constituye unos de los retos esenciales que tiene nuestra sociedad. La integración de la inmigración y el hecho indiscutible de que estamos asistiendo a un proceso de mestizaje exige replantearnos, de nuevo, qué entendemos por ciudadanía. La Comisión Europea ha recordado recientemente que no sólo hay que abordar en este campo “los aspectos económicos y sociales de la integración, sino también los problemas relacionados con la diversidad cultural”. La diversidad cultural que viene de fuera y también la diversidad cultural y religiosa interna, que aumenta, cuestionan el modelo de ciudadanía a lo Peces Barba, el viejo modelo de la Revolución Francesa que privatiza las creencias.

 

El Plan Estratégico de Ciudadanía e Integración 2007-2010 aprobado por la Secretaría de Estado de Inmigración es realista. Reconoce que se está produciendo en España un incremento de la interculturalidad –es un acierto que se haya desechado el término multiculturalidad, contaminado por una fuerte carga de relativismo-, que el fenómeno puede ser enriquecedor pero que también puede producir conflictos. Es realista al reconocer que “para lograr una sociedad cohesionada e integrada no es suficiente con la consecución de la igualdad”. Hay que afirmar lo que llama “unos valores básicos compartidos”. ¿Y cuáles son esos valores? El Plan los identifica con los derechos constitucionales. Es una solución diferente a la adoptada por los diseñadores de los contenidos de Educación para la Ciudadanía, que han metido dentro de los valores supuestamente compartidos elementos, como la ideología de género, que suponen una clara invasión de la conciencia.

 

Si la nueva ciudadanía tiene como eje el contenido de la Constitución, bienvenida sea, porque garantizará una auténtica pluralidad. Pero nuestra Constitución no tiene nada que ver con el Arco Iris y los llamados “valores republicanos” de Zeloro. Ése es más bien el contenido del documento “ Laicidad, manifestaciones religiosas e instituciones públicas”, presentado hace unos días por la Fundación Alternativas, el ala más laicista del PSOE. Los “valores republicanos” son los que ahora Sarkozy quiere dejar atrás con su concepto de “laicidad positiva”. Por el contrario, nuestra Carta Magna consagra, para la construcción de la ciudadanía, la colaboración con las confesiones religiosas, especialmente con la católica. Ese principio es el que ahora, paradójicamente, el presidente de la República Francesa considera moderno y cierto socialismo quiere abolir.

 

Una nueva ciudadanía basada en la laicidad positiva está dispuesta a recoger toda la riqueza social de las diferentes culturas y tradiciones, atendiendo a las que más peso tienen. Esto último es lo que le falta al Plan Estratégico de Ciudadanía , que habla de una interculturalidad abstracta que no tiene en cuenta la cultura, la católica, más numerosa en nuestro país. Habrá que examinar con atención la redacción del programa electoral socialista para ver de qué lado cae la cosa.

 

Una pista: cuando se anunció el borrador del programa se habló de la creación de unos “observatorios de laicidad”. Su objetivo, a todas luces, era imponer el “zerolismo”. Caldera, que era responsable de ese borrador, tardó horas en negarlo. ¿Al PP no le interesan estos temas?

 

Fernando de Haro

Páginas Digital, 23 de enero de 2008

Doctrina de la bofetada

Doctrina de la bofetada No me gustan las bofetadas: aturden, y conllevan más ira que otras manifestaciones consideradas mucho más violentas: por ejemplo, el puñetazo. Recuerden aquella gran película llamada “Negocios de familia”, cuando el bueno de Dustin Hoffman propina una bofetada a su hijo, Matthew Broderick, y recibe la cansina amonestación del abuelo Sean Connery: “Si quieres, arréale un buen puñetazo, pero una bofetada...”. Además, para que lanzar bofetadas si existe la zapatilla agita-traseros, que ni aturde ni amedrenta, sólo pica y escuece.

Y sí, toda bofetada constituye un fracaso educativo, aunque si hablamos de fracaso, hasta la más mínima elevación de la voz es síntoma de que se empiezan a perder los papeles.

Dicho esto, la nueva tontuna progre-zapateril de eliminar del Código Civil la posibilidad de “corregir razonablemente a los niños” es como los límites de velocidad: no pueden admitirse, simplemente se tata de evitar que te pillen, dado que el legislador no tiene ninguna fuerza moral y muchas ganas de recaudar.

 

No me gusta el botín, pero tampoco me gusta el adulterio, y no por ello creo que el adúltero deba ir a la cárcel. Ni me gusta la grosería de escupir por la calle, pero no creo que el autor deba ser multado por la policía. No ceder el asiento en el autobús a una viejecita es algo muy feo -y muy habitual- pero no creo que por ello debamos sancionar al comodón.

 

Porque la historia del bofetón no es más que otro eslabón de la cadena con la que el Estado trata de desautorizar a los padres y de fastidiar a la familia. Los Juzgados del ramo perpetran cada día decisiones donde se retira a los padres toda potestad sobre sus hijos, y esto a cargo de un extraño que nada sabe, ni nada siente, sobre sus presuntos protegidos y que, un día después de toma su decisión, ni tan siquiera recuerda sus nombres.

 

La pugna entre libertad y esclavitud es el enfrentamiento, bestial, crudo, entre la familia y el Estado, personificado en el Gobierno. La familia, decía Chesterton, constituye “la única trinchera capaz de detener la carga del capitalismo”, del capitalismo de las grandes empresas y del capitalismo de Estado. La familia se rige por el amor y la entrega -de lo que se deduce que es lo mejor y que, si se malogra, es lo peor-, ergo sus componentes son libres; el Estado se rige por la normativa coercitiva. El Estado sabe que no podrá esclavizar al individuo salvo que se ponga cerco a la única institución donde a cada cual se le mide por lo que es y no por lo que aporta al conjunto. Cuando la contabilidad entra en la familia, la familia entra en quiebra.

 

Eulogio López

Hispanidad.com, 21 de diciembre de 2007

La derecha juvenil italiana nos dice que sí. ¿Es posible un ecologismo de derechas?

La derecha juvenil italiana nos dice que sí. ¿Es posible un ecologismo de derechas? Que el centroderecha juvenil español es un páramo de ideas e iniciativas que deambula por nuestra ya de por si mediocre vida política nacional, no es algo nuevo entre nosotros. Pero esa triste realidad se nos hace más patente cuando miramos lo que pasa ahí fuera, por ejemplo en la vecina Italia. ¿Sabían ustedes que es posible un ecologismo de derechas? ¿Y que ese ecologismo sea además uno de los referentes de una juventud comprometida, militante y vigorosa? Pues aunque parezca mentira, no lo es. Aquí tiene usted un ejemplo.  

 

Para quienes no conozcan de la derecha italiana otra cosa que las desinformaciones que nos transmiten nuestros medios de comunicación de masas, Elmanifiesto.com les muestra que más allá de las operaciones de cirugía estética de don Silvio Berlusconi o las declaraciones salidas de tono de tal o cual personaje de la Lega Nord, hay vida. En Italia existen políticos e intelectuales de derechas de una gran valía y todo un movimiento político, cultural y social que bajo la denominación genérica de Destra –en particular la conocida como destra sociale (derecha social)– representa toda una variedad de sensibilidades y modos de hacer y pensar diversas que tienen como denominador común unos principios y valores compartidos.

 

Es tal la magnitud y complejidad de dicho movimiento que en él podemos encontrar desde grupos de “música alternativa” hasta asociaciones de estudiantes pasando por los llamados “centri sociali di destra” o círculos culturales de diversa índole. También existen grupos ecologistas que se dedican a promover la defensa del medio ambiente desde una postura de derechas, por llamarlo de algún modo. Grupos alejados tanto del catastrofismo ecologista de la izquierda como del indiferentismo hacia los temas ecológicos de cierta derecha liberal y economicista, que tienen sus filas plagadas de jóvenes comprometidos con el cuidado de la naturaleza y el medio ambiente. De todos ellos el grupo con más solera es Fare Verde (www.fareverde.it), asociación ecologista fundada por el romano Paolo Colli (http://www.larchitrave.org/Cultura/Paolo_colli.htm) a mediados de la década de los ochenta.

 

Desde sus comienzos y hasta nuestros días Fare Verde ha llevado a cabo diversas iniciativas de voluntariado como los campamentos estivales antiincendio o las operaciones de limpieza y cuidado de playas en la región del Lazio que se conocen como “Il mare d’inverno” y que se llevan a cabo en la estación invernal. Pero el activismo militante de estos jóvenes no se detiene ahí, sino que sigue con campañas de promoción del reciclaje, edición de publicaciones, sitio en Internet, voluntariado internacional, organización de foros y convenciones, y todo un largo etcétera de actividades que tienen como norte la difusión de una cultura ecológica.

 

Los principios en los que se inspira este trabajo los definen así los estatutos sociales de Fare Verde: “principios éticos, filosóficos y culturales, que reafirmen, en un contexto de recuperación de una concepción tradicional de la vida y del mundo, el sentido de lo sagrado, los lazos solidarios y comunitarios, los valores no materiales del hombre, su relación orgánica e integral con la Naturaleza” y que les lleva también a una labor de “respeto y de conservación de las particularidades culturales de los pueblos(…). Conscientes del fundamental valor del arraigo, la asociación se empeña en la salvaguarda y valorización del patrimonio artístico arquitectónico, en la recuperación de las tradiciones culturales locales, en el cuidado del paisaje”.

 

Como se puede ver, toda una lección no sólo de compromiso y militancia de los jóvenes italianos de derechas, sino de defensa de unos principios y convicciones que forman parte de las señas de identidad de una derecha desconocida para muchos de nosotros.

 

Diego Baño

El Manifiesto, 8 de diciembre de 2007

¿Una Europa gramsciana?

¿Una Europa gramsciana? El profesor de Mattei, en este artículo publicado en Debate Actual, plantea que la negativa a incluir una referencia al cristianismo en la futura Constitución europea es el triunfo final de Gramsci.

Empiezo con una observación preliminar. El problema de la referencia a las raíces cristianas en el Preámbulo del Tratado Constitucional europeo está aún vigente y merece una lectura “transpolítica”. Hay quienes sostienen que dicho problema ha sido excesivamente enfatizado. Lo que se debe juzgar, se dice, no es la forma, expresada en el Preámbulo, sino la sustancia del Tratado y sus normas internas. No es importante, se añade, que la Constitución contenga palabras que hagan referencia al cristianismo; lo que importa de veras es que tenga, de hecho, una inspiración cristiana. Esta afirmación contiene una verdad, pero desplaza el problema. Es verdad que la referencia a la identidad cristiana no es en sí misma suficiente para “cristianizar” el Tratado. Sin embargo, la supresión de la referencia a la identidad cristiana tiene un valor simbólico mucho más fuerte del que tendría su inserción en el texto constitucional. Si la referencia a las raíces cristianas no basta para hacer cristiano el texto, la eliminación de esta referencia confiere al mismo texto una tonalidad decididamente laicista o anticristiana. Joseph Weiler lo ha notado bien: “La resonancia simbólica y social del rechazo es mucho más significativa de lo que habría sido una efectiva aceptación por parte de la Convención”. A Weiler, que es un ilustre constitucionalista, le debemos algunas agudas observaciones sobre la simbología de las constituciones. Cada constitución, sigue escribiendo, sirve normalmente para una pluralidad de funciones, entre las que siempre se encuentran al menos tres. La primera es una función de organización de los poderes del Estado y de reparto de las competencias constitucionales. Es la que en las democracias liberales marca la distinción entre poder legislativo, poder ejecutivo y poder judicial. La segunda es una función de definición y calificación normativa de las relaciones entre los individuos y la autoridad pública. Esta función encuentra su más significativa expresión en los catálogos de derechos fundamentales propios de las constituciones del siglo XX. Existe finalmente una tercera función, no menos importante, si bien a menudo es más difícil de percibir. “La constitución –escribe Weiler- es también un tipo de depósito que refleja y custodia valores, ideales y símbolos compartidos en una determinada sociedad. Es pues espejo de esa sociedad, elemento esencial de su autocomprensión, y juega un rol fundamental en la definición de la identidad nacional, cultural y valorativa del pueblo que la ha adoptado”.

 

 

 

La Carta de los derechos fundamentales de la Unión europea y el proyecto de Constitución europea podrían haber adoptado el método minimalista-funcionalista: concentrarse en las dos primeras funciones, reduciendo al mínimo el papel de la tercera. Pero no ha sido así. Los dos documentos contienen preámbulos grandilocuentes que proponen los fundamentos conceptuales de Europa, su ethos. Se trata de una opción legítima, pero que plantea el problema del lugar de la religión en la Constitución europea. No se puede negar, de hecho, que aunque sólo fuera desde el punto de vista histórico la religión, y en particular el cristianismo, ha tenido un papel importante en la formación de la conciencia europea. Este papel no puede ser ignorado por una constitución que se proponga como símbolo iconográfico de la identidad colectiva. El rechazo a incluir el cristianismo constituye una toma de partido. La idea de que, para evitar conflictos y discusiones el Estado o, en este caso la Unión, debe asumir una posición de “neutralidad religiosa”, constituye en realidad una opción preñada de discusiones y de conflictos mayores que los originados por la opción contraria. Weiler observa justamente que “si la solución constitucional es definida como una elección entre laicidad y religiosidad, está claro que no existe una posición neutral ante la alternativa entre las dos opciones. Un Estado que renuncie a cualquier simbología religiosa no expresa una posición más neutral que un Estado que asuma determinadas formas de simbología religiosa”. Excluir la sensibilidad religiosa del preámbulo no es una forma de “neutralidad”: es, al contrario, una toma de partido determinada. Significa privilegiar, en la simbología del Estado, una visión del mundo secularista o laicista, respecto a una concepción cristiana o religiosa, intentando presentarlo como neutralidad religiosa. La exclusión de la referencia al cristianismo en el Tratado constitucional europeo es, según Weiler, un “silencio atronador”, una opción ideológica que él mismo define “transida de cristofobia”. El problema sobre el que me quiero detener es el siguiente: ¿cuáles son las premisas ideológicas de esta “cristofobia”? ¿Cuál es la ideología subyacente a la neutralidad religiosa del Tratado constitucional? Es posible que ninguno, o muy pocos, de los artífices de la Constitución europea haya leído las obras de Antonio Gramsci, pero la ideología que subyace al Preámbulo de ese documento es, en mi opinión, el gramscismo. Es posible demostrarlo a través del análisis que del pensamiento de Gramsci realizó un filósofo italiano aún no suficientemente conocido fuera de Italia, Augusto del Noce.

 

 

 

Antonio Gramsci asumió el materialismo histórico-dialéctico, y la estrategia revolucionaria que se deriva del mismo, en la fórmula de la “filosofía de la praxis”. “La filosofía de la praxis –escribe en sus Cuadernos de la cárcel- presupone el Renacimiento y la Reforma, la filosofía alemana y la Revolución francesa, el calvinismo y la economía clásica inglesa, el liberalismo laico y el historicismo que está en la base de la concepción moderna de la vida. La filosofía de la praxis es la coronación de todo este movimiento de reforma intelectual y moral; […] corresponde al nexo entre Reforma protestante y Revolución francesa”. Se trata de un proceso de secularización que tiene su núcleo filosófico en el inmanentismo. La tarea del comunismo para Gramsci es llevar al pueblo aquel secularismo integral, que el iluminismo había reservado a unas élites restringidas, para así realizar una versión moderna y secularizada de la unidad espiritual y social que la Iglesia había realizado en el Medievo. Es éste un punto central en el pensamiento de Gramsci: la idea de colmar la fractura entre la élite y el pueblo, entre los intelectuales y los incultos, llevando a las masas la concepción inmanentista y secularizada de la vida. En la formación de Gramsci es decisiva la aportación del idealismo, principalmente del de Giovanni Gentile, el padre intelectual del fascismo. Entre Gentile, teórico del fascismo y Gramsci, padre del antifascismo existe, según Augusto del Noce, una relación no de fractura o de contraposición, sino de sustancial simetría y continuidad. Gentile se propone liberar la tradición cultural italiana de cualquier forma de trascendencia metafísica, llevándola a una completa filosofía de la inmanencia. Gramsci se propone liberar el marxismo del materialismo histórico, repensándolo a la luz del actualismo gentiliano. Su pensamiento se expresa en los términos de una filosofía de la praxis llevada hasta sus últimas consecuencias, que son las de una definitiva liberación de cualquier elemento religioso. Bajo el influjo del actualismo de Gentile, Gramsci es llevado a sustituir, o al menos a subordinar, la teoría de la lucha de clases por la del conflicto entre dos concepciones de la vida, la trascendente y la inmanentista, y a reencontrar la disposición espiritual iluminística como lucha de la “modernidad” contra la “tradición”. Fascismo y gramscismo son pues, según del Noce, dos momentos de un único proceso revolucionario que quiere llevar la filosofía hasta sus últimas consecuencias. El secularismo gramsciano se entiende, en este sentido, no como una posición abiertamente antirreligiosa, sino como la convicción de un inevitable proceso histórico del mundo moderno hacia la inmanencia. Mientras que el ateo tradicional dejaba aún un lugar a Dios, aunque sólo fuera para negarlo, el “hombre nuevo” comunista está de tal modo “inmerso” en el mundo y en la historia que ya no se plantea el problema de Dios; se trata de un ateísmo implícito, pero más riguroso y radical que el explícito clásico.

 

 

 

En el marxismo originario –observa Del Noce- el fin de la religión es el resultado del advenimiento de la sociedad sin clases. En el gramscismo, en cambio, la extinción de la religión es más bien la condición de la revolución. La destrucción de la religión no debe buscarse por medio de una propaganda atea directa, sino a través de una pedagogía historicista que convenza a los jóvenes de que la metafísica pertenece a un pasado irrevocablemente transcurrido. En el plano social, este ateísmo actúa mediante una simple eliminación del hecho del problema de Dios, realizada, según las palabras del propio Gramsci, por una “completa laicización de toda la vida y de todas las relaciones y costumbres”, esto es, a través de una absoluta secularización de la vida social, que permitirá a la “praxis” comunista extirpar en profundidad las raíces sociales de la religión. El Estado “laico” auspiciado por los teóricos comunistas no tiene ya pues necesidad de profesarse explícitamente ateo. A diferencia de los estados ateos del pasado, éste no se contenta con una profesión verbal de ateísmo que sin embargo tolera la supervivencia de Dios y de la religión en la sociedad. Dios, expulsado ahora totalmente de cualquier ámbito social, no debe de ser nombrado ni siquiera para negarlo. En este itinerario hacia la secularización, el gramscismo acaba por arrancar todo residuo religioso aún presente en el marxismo, aquel por el que se puede hablar del comunismo como mesianismo político o religión secularizada, y se transforma en secularismo puro. El resultado de este itinerario es el laicismo total, pero también el suicidio de la Revolución, como consecuencia de su insuperable contradicción interna. La idea revolucionaria comporta de hecho la unidad de dos momentos: el negativo, como disolución del orden de valores tradicionales, y el positivo como intento de instauración de un orden radicalmente nuevo. Se llega al suicidio si en el proceso de realización los dos momentos se escinden y, según Del Noce, deben necesariamente hacerlo. La filosofía del primado del devenir, para hacerse revolucionaria, debe llegar a la propia autonegación como filosofía, esto es, a disolver el momento de verdad que lleva en sí; y con esto debe renunciar a su momento constructivo para resolverse en un nihilismo absoluto que constituye la fractura de la idea de Revolución. El “nuevo orden” gramsciano se manifiesta así no como nuevo orden revolucionario, sino como nuevo orden moderno-burgués, hasta convertirse, de hecho, en la ideología del consenso comunista al orden tecnocrático neocapitalista. El gramscismo, en el momento en que se afirma, en vez de quebrar el orden capitalista-burgués, lo consolida. La filosofía del devenir se convierte así en el fundamento teórico de la sociedad hedonista y secularizada postmoderna. Una sociedad en la que no sólo el relativismo, sino incluso el totalitarismo, alcanzan su forma más pura.

 

 

 

La contraposición de comunismo y fascismo se presenta para Gramsci en términos de totalitarismo verdadero y totalitarismo fallido. Si observamos bien –señala Del Noce- las críticas de Gramsci a Mussolini pueden sintetizarse sustancialmente en los términos siguientes: el fascismo no consiguió sus objetivos como totalitarismo porque no incidió en profundidad en el tejido social e institucional. Los motivos esenciales de la crítica de Gramsci al fascismo corresponden a las razones por las que hoy los estudiosos se muestran de acuerdo en hablar del fascismo como “totalitarismo fallido”. El pensamiento de Gramsci, observa Del Noce, disuelve la filosofía en la ideología. Pero si el término filosofía está vinculado al de verdad, cuando la ideología pretende absorber en sí la filosofía, el poder revela su “rostro demoníaco”: un totalitarismo “mórbido”, infinitamente más grave en sus resultados que el totalitarismo duro. La disolución de la filosofía en la ideología equivale de hecho, en su expresión práctica, a la disolución de la verdad en la fuerza; aunque no se trate ya de la pura fuerza material sino de la fuerza psicológica y social. Esto sucede a través de una discriminación de las preguntas. O mejor, a través de la creación, de la que se encargan los intérpretes de la ideología, de un nuevo “sentido común” en el que ya no afloren las preguntas metafísicas tradicionales. Es a propósito de Gramsci, según Del Noce, que podemos entender en toda su profundidad la fórmula con la que Eric Voegelin define el totalitarismo como “la prohibición de hacer preguntas”. La novedad del totalitarismo moderno está aquí: el conformismo del pasado era un conformismo de las respuestas, mientras que el nuevo resulta de una discriminación de las preguntas por la que aquellas consideradas indiscretas son rechazadas como expresión de “tradicionalismo”, de “espíritu conservador”, “reaccionario”, “antimoderno”, hoy podríamos añadir “fundamentalista”, o incluso, cuando el exceso de mal gusto alcanza el límite, de “fascista”. Se llega así a la situación en la que es el mismo sujeto quien se autoprohíbe estas preguntas como “inmorales”. Hasta que ya ni siquiera se plantean. Con las preguntas racionales no sucede lo mismo que con los instintos, lo cuales, incluso reprimidos, afloran de nuevo. Las preguntas, por el contrario, pueden desaparecer por completo.

 

 

 

En la sociedad secularizada, el disenso se convierte en imposible, no por la vía física, sino por la vía pedagógica. La represión física es sustituida por la ético-cultural. En esta transposición de lo “físico” a lo “moral” el totalitarismo, según Del Noce, alcanza su forma perfecta. Cuando el relativismo se hace absoluto, coincide de hecho con la plenitud del totalitarismo. En esta perspectiva, la democracia secularista, privada de fundamentos trascendentes, se revela como una forma nueva y más radical de opresión del hombre. Juan Pablo II, uno de los críticos más lúcidos de la “democracia totalitaria”, lo ha subrayado en sus encíclicas Centesimus annus y Veritatis Splendor, observando cómo “una democracia sin valores se transforma fácilmente en un totalitarismo declarado o disimulado, tal y como demuestra la historia”. El relativismo tiene como único principio el de la fuerza, en cuanto que destruye la barrera que se opone a toda voluntad de dominio: la objetividad de la verdad. “El totalitarismo –señala Juan Pablo II- nace de la negación de la verdad en el sentido objetivo del término: si no existe verdad trascendente, obedeciendo a la cual el hombre adquiere su propia plena identidad, en estas condiciones no existe ningún principio cierto para garantizar las justas relaciones entre los hombres. Sus intereses de clase, de grupo o de nación los opondrán inevitablemente los unos a los otros”. Hoy es Benedicto XVI quien lo recuerda: “La absolutización de aquello que no es absoluto sino relativo –ha dicho- se llama totalitarismo. No libera al hombre, sino que le arrebata su libertad y lo esclaviza” (Discurso a los jóvenes del 20 de agosto de 2005).

 

 

 

El Tratado constitucional europeo se abre, por boca de Tucídides, con una referencia histórica a la democracia griega, pero ignora en su texto toda referencia histórica al cristianismo, revelando así su naturaleza secularista y laicista. El rechazo a introducir una referencia al cristianismo en su Preámbulo no constituye el rechazo a una visión confesional de la sociedad, sino la pretensión de borrar cualquier recuerdo del influjo cristiano en la historia europea. El Preámbulo del Tratado no rechaza solamente la relevancia jurídica del cristianismo, sino la misma relevancia histórica del fenómeno cristiano. El cristianismo, en esta perspectiva, debe ser removido de la memoria histórica y del espacio público para evitar cualquier forma de autocomprensión cristiana de Europa. El Preámbulo se convierte así en el símbolo iconográfico de una nueva Constitución europea en la que no hay lugar ni para Dios ni para el cristianismo. En este sentido podemos decir que en la Constitución europea, más allá de las intenciones de sus redactores, encuentra cumplimiento simbólico el proyecto gramsciano de “una completa secularización de toda la vida y de todas las relaciones y costumbres”. Resulta paradójico que esto haya sucedido justamente mientras los nuevos países del Este, después de haberse liberado del comunismo, entraban en Europa para reencontrar, junto con la libertad, también aquella memoria histórica que el totalitarismo marxista había intentado eliminar en vano.

 

 

 

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Publicado por Roberto de Mattei el 20-11-2007 en Debate Actual

Cómo neutralizar a los skin

Cómo neutralizar a los skin

Buen trabajo periodístico el de Cruz Morcillo en el diario ABC, al radiografiar a los grupos violentos de extrema derecha y de extrema izquierda (suelen confundirse). Los famosos ‘skin head’, más su versión roja, los ‘red skin’, y a los que habría que añadir -con los barbarismos- lo que ahora se denomina el ‘Sharp’ -una denominación de tono más ‘comercial’- que abarca a ‘okupas’, ecologistas, nacionalistas, anarquistas y otros convencidos de que la higiene nada tiene que ver con la ética (Y en esto, querido lector, andan sobrados de razón).

Habla de 8.000 ultras, y de que los de izquierdas están menos controlados que los de derechas. ¿Por qué será? Pero eso es lo de menos. Lo de más es que van en aumento, y que todos ellos tienen un común denominador: les gusta la violencia, les gusta tener un enemigo y, sobre todo, masacrarlo. O sea, la civilización del amor, que le dicen.

 

Y es entonces cuando todos nos llevamos las manos a la cabeza: Pero, ¿qué les ocurre a estos chicos? Y, con premura, elaboramos un código de valores para meternos en vereda. Sin ir más lejos, el desarrollo sostenible, la cursilería infinita del cambio climático. Y claro, el skin en formación acaba concluyendo que, puestos a elegir, mejor abrir un cráneo que macerar un cerebro, mejor la conclusión que la discusión y mejor el petate que el debate. En las escuelas de negocios, a esta doctrina le llaman eficiencia.

 

Pero vamos a ver: ¿Cómo vamos a luchar contra los totalitarismos, contra el nazismo y el comunismo redivivos, contra ‘skin’ o ‘red skin’, con el nihilismo como única arma? Pobres ilusos. O con la diosa Gaia, de la madre tierra (su pastelera madre, que diría Forges), es decir, con ese panteísmo vacuo que a nadie consuela ni a nadie sacia, precisamente porque no habla de alguien, porque lo que predica es un ‘qué’, no un ‘quién’.

 

No hombre no. Los skin son darwinianos: creen en la muy liberal filosofía de la supervivencia del más fuerte, y en esa filosofía no hay sitio para la clemencia, ni tan siquiera con los niños no nacidos. Lo de menos es que ese darwinismo adopte modelos marxistas o fascistas, independentistas o inmobiliarios (los okupas): lo mismo da. Los skin son radicales de la violencia -no de la verdad- y los cristianos del siglo XX, bajo la máscara de la democracia y la libertad individual, se enfrentaron y  vencieron a los radicales de entonces, a los totalitarismos marxista y fascista. El Estado de Derecho no es más que otro hijo de la civilización cristiana, que establece la radical igualdad de todos ante la ley bajo la premisa, no de que hayamos nacido hermanos (fraternidad ilustrada) sino de que somos hijos del mismo Dios. De la idea cristiana nace la igualdad en la diversidad, así que tanto leninismo como nazismo tardaron minutos en chocar contra esa civilización cristiana.

 

Ese sentimiento cristiano, aún vigente en la modernidad del pasado siglo, destruyó al comunismo y al nazismo, que sólo creían en la unidad de las clases sociales o de las razas, dos sublimes tonterías que no podían mantenerse en pié ni un siglo, aunque les dio tiempo para cosechar el siglo más homicida de la historia.

 

Los red ‘skin’, o los ‘ultraskin’, al igual que los fundamentalistas islámicos, creen en algo. Ese algo es aberrante, está lleno de odio y no sabe construir, sólo destruir. Pero creen en algo, al igual que los fanáticos musulmanes. Contra ese algo, sólo puede luchar una sociedad que cree en la dignidad incomparable de los hijos de Dios. Esa sociedad se llama cristiandad porque, se lo aseguro, Gaia no va a terminar con las puñaladas entre skin y red skin en las calles de Madrid. El catecismo cuenta con muchas más probabilidades de éxito.

 

Eulogio López

Hispanidad.com, 16 de noviembre de 2007

 

La marea del utopismo

La marea del utopismo
El mapa político español está siendo azotado por las olas del utopismo. Las posiciones iluminadas, basadas en proyectos irrealizables, que desprecian los datos de la realidad, inundan poco a poco todas las parcelas de la vida política y ya empiezan a escasear personas y propuestas que, partiendo de las condiciones reales, busquen con honestidad mejoras que redunden en el bien común.

En el prólogo a la edición italiana del libro Los mitos de la nueva izquierda, de Rodolfo Casadei, el editorialista del periódico Il Giornale Paolo Del Debbio traza una distinción entre dos formas opuestas de entender el ejercicio de la política. Por una parte, el realismo, que parte siempre del mundo existente y trata de cambiarlo para introducir mejoras, y por otra parte el utopismo, que desprecia el mundo real y trata de sustituirlo por un proyecto abstracto.

“Realismo, pues, contra utopismo”, defiende Del Debbio, “de cualquier clase que sea, de cualquier color que sea, de cualquier parte –ideológica o geográfica- que provenga. Un realismo que se preocupa de comprender la realidad sin violentarla. Un realismo que, a partir de aquí, señala el camino para que la realidad y la historia del hombre sean realmente del hombre y no, utópicamente, de una realidad que no existe y que, al final, puede dar lugar sólo a perspectivas irrealizables y, por tanto, violentas: aceptadas por fuerza y no mediante la razón que no las reconoce”.

En la actualidad, esta dicotomía realismo-utopismo explica mucho mejor el panorama político español que las clásicas coordenadas izquierda-derecha , centralismo nacionalismo. De este modo, podemos ver cómo partidos de distinto signo político, en los que históricamente han dominado las posiciones realistas, ven prosperar tendencias utopistas en su seno, que acaban por imponerse y dominarlos, como ha sido el caso del PSOE y de CiU.

Crece el utopismo, se extiende en los partidos políticos, entre las instituciones, por aquí y por allá vemos ejemplos cada semana. La toma de poder de los sectores filonacionalistas en el PSE y el PSN; la transformación gradual de personajes como Maragall, Artur Mas o incluso Jordi Pujol o Montilla, que se abandonan sin reparos al soberanismo catalán; el ascenso de figuras claramente utopistas como Ibarretxe o Carod Rovira; la renuncia de Josu Jon Imaz a presentarse a su reelección como candidato a la presidencia del PNV para ceder sitio a la facción más radical del partido; el aumento de la violencia radical en las calles de Cataluña son muestras de que el utopismo gana terreno y va empapando todo nuestro mapa político.

Esta marea alcanza elevados órganos de poder del Estado, como el CGPJ, donde un vocal, Alfons López Tena, puede llegar a escribir en un libro proclamas que dan una buena medida del utopismo que triunfa en los ambientes nacionalistas, que en el fondo no es más que una reedición del viejo sueño marxista de la lucha por una “tierra prometida” donde los oprimidos se librarán para siempre de sus opresores.

El presidente Zapatero no ha podido ocultar en estos años su simpatía por las utopías y sus abanderados, sobre todo porque éstos se complementan con su propio proyecto de una España institucionalmente más débil y manejable que facilitaría la hegemonía socialista. Por eso ha enviado señales a los iluminados de que sus sueños se podían conseguir y eso ha engordado sus ansias.

Una Cataluña independiente, una Euskadi “libre”, una ética común para todos que evite los conflictos, la panacea de la investigación con embriones, etc. Utopía, sueño, ilusión... una idea abstracta, inventada e irracional que no admite los datos de la realidad ni los mecanismos de la naturaleza. Precisamente por eso siempre trata de combatir, censurar o violentar esas condiciones reales.

De esta forma, hoy más que nunca, en España es necesario apoyar a quienes ejercen una política realista “de cualquier clase que sea, de cualquier color que sea, de cualquier parte –ideológica o geográfica- que provenga”, que dé prioridad al bien común y a la libertad de los ciudadanos.

Ignacio Santa María

Páginas Digital, 17 de septiembre de 2007