Dos caras de la misma moneda
Nuestro actual sistema democrático parte del principio de que el pueblo es soberano y delega el ejercicio de esa soberanía en los representantes que democráticamente elige. Éste es el origen de la política, entendida como actividad al servicio de los ciudadanos, a sus necesidades y aspiraciones. Y sin embargo, España sufre hoy una perversión de este principio. Los ciudadanos son cada vez más indiferentes a su destino común como pueblo, ya no delegan la gestión de su soberanía sino que renuncian a ella, como quien se libera de un fardo pesado, y se preocupan sólo de sus pequeños afanes y placeres individuales. De la otra parte, los representantes elegidos por ese pueblo indolente y hedonista abrazan la utopía y se convierten en gobernantes iluminados que corren en pos de una quimera. De esta estirpe son Zapatero, Ibarretxe, Maragall o Carod Rovira.
Hace unos días tuvimos dos ejemplos clarísimos de esta transformación. El pasado 4 de abril, la Fundación Santa María presentaba el estudio Jóvenes españoles 2005, elaborado por sociólogos como Javier Elzo, Juan María González o Maite Valls, a partir de 4.000 entrevistas. Según los resultados, los jóvenes españoles se sienten en mayor medida “egoístas, rebeldes, consumidores y con poco sentido del deber”, por el contrario se ven mucho menos “solidarios, trabajadores, generosos y maduros”. Durante la presentación del estudio, Elzo ofreció además algunas explicaciones: “la percepción que ofrece el estudio no es demasiado halagüeña, hay jóvenes que quieren vivir la vida y punto”. En efecto, el documento revela que, en la escala de los aspectos importantes de la vida, la política ocupa el décimo puesto y la religión el undécimo, ambas cuestiones quedan por debajo del tiempo libre o el ocio.
Al día siguiente de la presentación de estos datos, el presidente del Gobierno hacía en el Senado un encendido elogio de la Segunda República y reconocía que su mandato tenía como misión llevar a término las aspiraciones de ese período, al que definió como “el único democrático del pasado” con “valores enormemente avanzados para su época” y que fue “arrumbado por un golpe militar que desembocó en una trágica guerra civil”. Dejando de lado los errores históricos de esta concepción de los orígenes de la guerra civil, es preocupante ver cómo Zapatero se entrega ya sin rubor a la persecución de un sueño: la resurrección de un período histórico que tuvo muchas más sombras que luces y que fue el caldo de cultivo del brote más terrible de violencia sectaria de nuestra historia reciente.
Pudiera parecer que la indiferencia de los jóvenes no tiene nada que ver con el mesianismo de los gobernantes. Pero son dos caras de la misma moneda. Un gobernante iluminado nunca podría prosperar ni imponer su proyecto ideológico sobre un pueblo que sabe bien quién es, de dónde viene y adónde quiere caminar. Por eso, nuestra prioridad es educar en un amor consciente por la verdad, por la propia historia y el valor justo de las cosas. Sólo personas con esta conciencia son libres, sólo un pueblo formado por personas así puede ser indomable frente las utopías.
Ignacio Santa María
Páginas digital, 10 de abril de 2006.
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