Los derechos del hombre, y los del mono
El PSOE se dispone a tutelar los derechos de los grandes simios en España, medida sin duda loable pero necesitada de explicación en un país que experimenta con embriones humanos.
El Grupo Socialista presentará próximamente en el Congreso una proposición no de ley sobre los grandes simios. El Proyecto Gran Simio, una ONG presidida por Joaquín Araujo, aspira a garantizar jurídicamente la dignidad de chimpancés y orangutanes, argumentando tanto su proximidad genética con los seres humanos como sobre todo su sensibilidad, habilidades y costumbres que hacen particularmente penosos los malos tratos cuando se les dan. La proposición defenderá también "el establecimiento de territorios protegidos, para que los chimpancés, gorilas y orangutanes puedan seguir viviendo como seres libres, por sus propios medios".
A pesar de algunas críticas precipitadas, la proposición no es tan descabellada. Se habla en ella de los derechos de los animales, y no de los derechos humanos, lógicamente. La idea de proporcionar una protección especial a los grandes simios está avalada por científicos y antropólogos internacionales y nacionales de primer nivel. Y es cierto que los chimpancés, gorilas y orangutanes tienen unas características que los distinguen de otros animales, de tal manera que no se trata sólo de proteger la diversidad genética de la naturaleza y los derechos de los animales en general, sino también de tutelar –conforme a su índole animal, obviamente- a cada uno de los individuos de dichas especies.
Nadie pretende seriamente equiparar al hombre con el mono ni otorgar a estos animales la categoría de personas. Es por lo menos llamativo que se diga de los simios que "deben tener el derecho a apelar ante un tribunal de justicia", al tiempo que se niegan ciertos derechos a los humanos. Hay que perfilar mejor las ideas: sólo una lectura reduccionista y muy limitada de la teoría evolucionista permitiría considerar a los simios "parientes" cercanos del hombre, al menos con mayor dignidad que otros animales superiores. Y ahí radica la debilidad de la proposición: o se ha manipulado o se ha explicado mal o, en todo caso, aparece desconectada de medidas amplias y coordinadas de defensa de la vida. No es una mala proposición, pero puede explicarse mejor y debe ampliarse en su vigencia.
Es cierto, por ejemplo, que los grandes simios sufren con la vivisección, la experimentación científica basada en ellos, sin que esté probada y demostrada su oportunidad en todos los casos en los que se emplea. Pero la misma dignidad que se pide para los grandes simios debería pedirse para todos los animales, y así lo que debería estudiarse es la limitación y eventualmente la prohibición de la vivisección, como forma de maltrato animal en la medida en que no proporcione beneficios a la sociedad humana.
Es muy respetable, por último, que el uso y manipulación de animales se considere "una nueva forma de esclavitud". Ahora bien, si es así, ¿qué cabría decir del uso y manipulación en laboratorio de embriones humanos? Si los primeros tienen una dignidad merecedora de atención, respeto y protección, ¿qué no podrá decirse de seres humanos incapaces de defenderse que podrían ser empleados legalmente en experimentos estériles? La proposición ha creado polémica en un punto sensible de nuestro tejido ético, y la ocasión debe aprovecharse para definir los límites de lo humanamente admisible.
El Grupo Socialista presentará próximamente en el Congreso una proposición no de ley sobre los grandes simios. El Proyecto Gran Simio, una ONG presidida por Joaquín Araujo, aspira a garantizar jurídicamente la dignidad de chimpancés y orangutanes, argumentando tanto su proximidad genética con los seres humanos como sobre todo su sensibilidad, habilidades y costumbres que hacen particularmente penosos los malos tratos cuando se les dan. La proposición defenderá también "el establecimiento de territorios protegidos, para que los chimpancés, gorilas y orangutanes puedan seguir viviendo como seres libres, por sus propios medios".
A pesar de algunas críticas precipitadas, la proposición no es tan descabellada. Se habla en ella de los derechos de los animales, y no de los derechos humanos, lógicamente. La idea de proporcionar una protección especial a los grandes simios está avalada por científicos y antropólogos internacionales y nacionales de primer nivel. Y es cierto que los chimpancés, gorilas y orangutanes tienen unas características que los distinguen de otros animales, de tal manera que no se trata sólo de proteger la diversidad genética de la naturaleza y los derechos de los animales en general, sino también de tutelar –conforme a su índole animal, obviamente- a cada uno de los individuos de dichas especies.
Nadie pretende seriamente equiparar al hombre con el mono ni otorgar a estos animales la categoría de personas. Es por lo menos llamativo que se diga de los simios que "deben tener el derecho a apelar ante un tribunal de justicia", al tiempo que se niegan ciertos derechos a los humanos. Hay que perfilar mejor las ideas: sólo una lectura reduccionista y muy limitada de la teoría evolucionista permitiría considerar a los simios "parientes" cercanos del hombre, al menos con mayor dignidad que otros animales superiores. Y ahí radica la debilidad de la proposición: o se ha manipulado o se ha explicado mal o, en todo caso, aparece desconectada de medidas amplias y coordinadas de defensa de la vida. No es una mala proposición, pero puede explicarse mejor y debe ampliarse en su vigencia.
Es cierto, por ejemplo, que los grandes simios sufren con la vivisección, la experimentación científica basada en ellos, sin que esté probada y demostrada su oportunidad en todos los casos en los que se emplea. Pero la misma dignidad que se pide para los grandes simios debería pedirse para todos los animales, y así lo que debería estudiarse es la limitación y eventualmente la prohibición de la vivisección, como forma de maltrato animal en la medida en que no proporcione beneficios a la sociedad humana.
Es muy respetable, por último, que el uso y manipulación de animales se considere "una nueva forma de esclavitud". Ahora bien, si es así, ¿qué cabría decir del uso y manipulación en laboratorio de embriones humanos? Si los primeros tienen una dignidad merecedora de atención, respeto y protección, ¿qué no podrá decirse de seres humanos incapaces de defenderse que podrían ser empleados legalmente en experimentos estériles? La proposición ha creado polémica en un punto sensible de nuestro tejido ético, y la ocasión debe aprovecharse para definir los límites de lo humanamente admisible.
Editorial de El Semanal Digital, 25 de abril de 2006
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