Balance legislatura II. Algunas reflexiones sobre la respuesta a esta situación
En primer lugar, la inminencia y la trascendencia evidente de la batalla política (elecciones de marzo’08) no debe hacernos olvidar que su trasfondo es de naturaleza ético-cultural. Zapatero no habría podido desarrollar estas políticas si no fuera porque ha conectado con la mentalidad de un segmento muy importante de la sociedad española, importante numéricamente y también desde el punto de vista de su influencia estratégica: sector joven, urbano, intelectuales, medios de comunicación, artistas (o sea, es convergente con la deriva de los opinion-makers).
El acoso legislativo, cultural y mediático que está sufriendo el mundo católico en España no debe hacernos olvidar que el abandono de la tradición cristiana es un dato consolidado desde hace años en amplios sectores de la sociedad española, más aún, es un fenómeno en expansión. Ciertamente, el Gobierno Zapatero ahonda en este surco y probablemente piensa que es buen momento para rematar la faena y conseguir la definitiva marginación histórica del catolicismo español, pero no olvidemos que la debilidad de éste viene de lejos, y que su incapacidad para articular una respuesta a la altura de las circunstancias tiene mucho que ver en el actual estado de cosas.
Creo que es importante desechar la idea de que existe un sustrato católico poco menos que intocable en España, una especie de reserva que nunca se agota y a la que siempre podemos apelar. La des-cristianización de amplios sectores sociales es tan profunda que se ha perdido cualquier familiaridad con los contenidos fundamentales del anuncio cristiano, y los valores que de él derivan se han visto vaciados de su significado original. Ya no basta apelar mecánicamente a tradición católica española (aunque sea ciertamente espléndida) ni al derecho natural (aunque este concepto refleje un valor antropológico irrenunciable) para abrir un nuevo espacio al anuncio cristiano y para defender eficazmente los fundamentos de una civilización que sólo se explica por siglos de educación cristiana. Lo que hace falta es que los hombres y mujeres de esta sociedad secularizada vuelvan a encontrar el cristianismo como un hecho presente y relevante, que responde a sus interrogantes y deseos.
Por otra parte, el resto de pueblo cristiano que perdura en España es aún sociológicamente muy apreciable, mucho más de lo que permiten pensar unos medios de comunicación empeñados en reflejar una imagen social despojada de cualquier referencia católica. Sin embargo, no es oro todo lo que reluce: conocemos bien las dificultades actuales para transmitir la fe a las nuevas generaciones en el seno de las propias familias, las parroquias y las escuelas católicas, así como el cansancio en la pastoral y la incapacidad de formular un juicio cultural relevante.
Se trata, por encima de todo, de hacer presente la novedad humana del cristianismo cada día, también para esa mayoría de ciudadanos para los que se ha vuelto irrelevante, de modo que puedan medir de nuevo sus aspiraciones y problemas con la propuesta de la fe dentro de la vida cotidiana. Por eso es necesario que el testimonio cristiano cobre una visibilidad de la que ahora se encuentra privado, una presencia viva a través de obras en todos los campos: familiar, empresarial, cultural, educativo…. La misión pasa ineludiblemente por estas presencias allí donde se desarrollan los intereses reales de la gente, y por eso demanda ante todo la libertad necesaria para construir.
Es cierto que esta tarea no puede desligarse (y de hecho no está desligada) del servicio a la dignidad humana en todas sus dimensiones: defensa de la vida desde la concepción y hasta la muerte, promoción del verdadero matrimonio y de la familia, lucha contra la pobreza y la exclusión social. El hecho de que estos valores se vean claramente amenazados por las políticas del actual Gobierno socialista plantea al mundo católico un reto que es parte de la misión antes descrita.
Este reto se plantea principalmente en la base cultural de estos proyectos, que es la que les permite gozar de un significativo consenso social. La batalla cultural en favor de la vida y de la familia es urgente e inexcusable para el mundo católico, porque es ahí donde existe la oportunidad de un verdadero encuentro con el drama del hombre contemporáneo, para el que Cristo es la única respuesta. Pero además, porque sin empezar a ganar (o al menos a plantar cara) en este terreno, será imposible ganar la batalla estrictamente política, que requiere siempre el realismo de lo posible.
Por todo ello, la lucha por la libertad de la Iglesia (no sólo de las instituciones eclesiásticas) debe ser la cuestión principal de este momento. Libertad para construir y, sobre todo, libertad para educar. Porque la novedad que el cristianismo ha traído al mundo sólo puede conocerse y abrazarse a través de un encuentro humano, y sólo puede arraigarse a lo largo de un camino educativo en la vida. Evidentemente, la mejor manera de defender la libertad es ejercerla, y no debemos dar por supuesto que las comunidades cristianas estemos en condiciones de hacerlo, porque hay una debilidad educativa que es evidente en nuestras familias, parroquias, asociaciones y escuelas.
Páginas Digital, 2 de noviembre de 2007
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