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Políticamente... conservador

El insaciable homosexualismo político

El movimiento gay ha elaborado un decálogo deontológico con el objetivo de cambiar todo el lenguaje cotidiano y acosar a quien piense distinto.El homosexualismo político que articula a una pequeña parte de los homosexuales de España, pero que posee una influencia descomunal en la sociedad y la política, ha lanzado una nueva ofensiva. Ya no basta con que sus organizaciones reciban del Gobierno, de las Comunidades Autónomas y de los grandes Ayuntamientos ayudas de tipo diverso que superan los 100 millones de euros, ni que España sea uno de los pocos países del mundo donde exista el matrimonio y la adopción homosexual, ni que la ley del divorcio se haya adaptado a la fragilidad de sus enlaces. Tampoco es suficiente que reciban ayudas específicas para introducir talleres sobre la “identidad sexual” en las escuelas. Todavía quieren más. Ahora se trata simplemente de suprimir el lenguaje. Han elaborado un “decálogo deontológico” para que se trate con respeto y dignidad a estos colectivos, lo cual está muy bien y lo compartimos. Lo grave del caso es que lo que entienden por tratar con dignidad consiste en lo siguiente:Suprimir la palabra homosexual, por considerarla que define una enfermedad (sic) y pide a los medios de comunicación que dejen de adoptar un punto de vista heterosexista. Lo cual debe ser algo difícil porque es evidente que el 98% de la población es heterosexual. En definitiva, lo que solicitan es que dejemos de ver las cosas desde nuestra condición de hombres y mujeres. Y eso no es pedir respeto, esto es reelaborar la condición humana.Suprimir una serie de expresiones muy arraigadas en el lenguaje cotidiano. Citan literalmente bollera, marimacho, marica, mariconada y curiosamente, dar por el culo. Es evidente que algunas de estas expresiones son insultos, o al menos no lo eran en su inicio y han alcanzado esta categoría, pero esto se podría aplicar a muchas otras palabras y a muchos otros grupos de la sociedad. El problema no es del lenguaje sino de la conciencia de quien lo utiliza. Y, más todavía, de la intencionalidad con la que lo emplea. La molestia que sienten por la expresión “dar por el culo” ya pertenece a otra categoría que no es la del insulto, porque en definitiva lo que hace es describir la práctica habitual entre los gays. Ellos se quejan en su decálogo de que esta expresión es utilizada en el sentido de degradar a alguien. Y niegan que sea esto así. Una vez más se muestra de esta manera como intentan imponer esta visión del mundo, porque es evidente que para un hombre que no sea homosexual esta es una práctica que el considera degradante en extremo. Que no se les asocie a situaciones truculentas. Es curioso que el colectivo mitificado por los medios de comunicación, -basta con observar que no hay serie de televisión que se precie sin que salga un homosexual sensible, inteligente y buena persona, rodeado de hombres heterosexuales malvados, histéricos y desequilibrados-, pida que no se les asocie al SIDA, el suicidio, la prostitución o la marginación. En realidad, lo que ya existe hoy es precisamente una autocensura de estos medios en el tratamiento de estas realidades. Es una evidencia que la prevalencia del SIDA en la población homosexual sigue siendo extraordinariamente más alta que en los heterosexuales, por mucho que haya crecido en estos últimos. Basta contemplar el número de casos y relacionarlo con su peso demográfico entorno al 3%, según el Instituto Nacional de Estadística o, también, la evidencia que su afectación del suicidio es mayor, así como que la prostitución masculina, muy reducida, está prácticamente en la mayoría de casos dirigida a la población gay. En el mismo sentido la violencia contra la pareja se ejerce en una proporción mucho más elevada, sobretodo entre los gays, en razón de dos factores comunes. El primero que la causa fundamental de violencia es la ruptura y, precisamente la inestabilidad es la característica de la pareja homosexual masculina. La otra, es que el gay está dotado de una componente hormonal donde la testosterona se halla presente y por consiguiente su reacción violenta es mucho más probable que en una mujer.No ser objetos de debate. Dicen que están cansado de que se debata sobre si pueden casarse o no, tener hijos o no, y suponemos que ahora se cansarán de que se les discuta este planteamiento, sin duda totalitario, que quieren imponer al pensamiento y a la libertad de expresión. Dicen que debe negarse la voz a todos los que tengan opiniones homófonas, lesbófobas y tránsfobas. Es decir, a cualquiera que critique la solución política adoptada sobre su matrimonio, la adopción, la enseñanza de la homosexualidad en la escuela o estas mismas propuestas. Como si esto fuera un dato jurídico normal. Dicen que la libertad de expresión tiene como límite los derechos humanos. Lo compartimos, pero el casarse, el adoptar niños, el recibir subvenciones muy por encima de su significación social, el considerar normal y generalizable la penetración anal, son cuestiones que evidentemente no solo podemos discutir, sino que además podemos rechazar porque no forman parte de ningún derecho humano.Y piden ser sujetos. Pero en los términos siguientes “no desde la necesidad de aceptación sino desde la fuerza”. Más claro el agua.

Lo más curioso del caso es que en esta ocasión los gays, lesbianas, con el añadido transexual se han olvidado de los bisexuales. ¿Esto también debe ser discriminación?

Forum Libertas, 8 de mayo de 2006

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