Solidaridad entre generaciones.
Un encuentro en Roma subraya responsabilidades y desafíos
ROMA, sábado, 20 mayo 2006 (ZENIT.org).- Un encuentro reciente en Roma ha considerado la «grieta generacional» desde una perspectiva diferente. En lugar de las preocupaciones normales sobre el mal comportamiento de la juventud, el tema a debate fueron las obligaciones de la generación adulta con respecto a los más jóvenes.
La Pontificia Academia de Ciencias Sociales tuvo su 12ª sesión plenaria del 28 de abril al 2 de mayo sobre el tema «¿Desaparece la juventud? Solidaridad con los niños y los jóvenes en una época turbulenta». En la mañana del primer día de sesiones, el cardenal López Trujillo, presidente de la Pontificio Consejo para la Familia, trató el tema de «El don de la Vida».
Se centró en los primeros momentos de la relación entre las dos generaciones: es decir, la transmisión de la vida. La procreación humana, explicaba el cardenal, es vista por la Iglesia como el fruto de un total darse a sí mismos. En este contexto, se considera a los hijos como el supremo don del matrimonio, y la familia, un santuario de vida.
Los hijos son tanto un don como una responsabilidad, apuntaba el cardenal – un don que viene, en primer lugar, de Dios. Son también una responsabilidad conjunto para el marido y para la esposa. El «nosotros» de los padres se convierte en el «nosotros» de la familia y, desde los primeros momentos de la vida del niño, comienza el proceso de educación. Desgraciadamente, si los padres no cumplen con esta responsabilidad, los hijos pagan un alto precio. En algunos casos, se les puede considerar «huérfanos con padres vivos», afirmaba el cardenal López Trujillo.
Las familias también se enfrentan a desafíos externos, añadía, refiriéndose a las presiones de los círculos neomaltusianos que buscan restringir el número de hijos. Otras dificultades surgen de dentro, cuando prevalece un punto de vista egoísta de la sexualidad, en la que el amor no se da como un don, sino que se reduce a placer.
Frente a estas dificultades, el cardenal López Trujillo, invitaba a las familias a dar a sus hijos valores sobre los que puedan construir para dar significado a la vida y a sí mismos. Esta «urgente necesidad de comunicar certezas», afirmaba, es de suma importancia en un mundo que destila subjetivismo y relativismo moral.
En su presentación, Kenneth Arrow, un profesor de economía de la Universidad de Stanford, sostenía que las obligaciones éticas de los padres no se han estudiado a fondo. El discursa secularista de hoy ve a todos los individuos teniendo derechos y obligaciones, afirmaba Arrow, «pero no una énfasis especial en la relación padres-hijos».
Valorar a los hijos
Visto desde una perspectiva económica, los recursos fluyen de los padres a los hijos, que no son todavía miembros productivos de la sociedad. Así, bajo una perspectiva utilitaria resulta difícil desarrollar una teoría de la justicia que proporcione lugar suficiente a los hijos. El premio Nobel Gary Becker da un paso más en la teoría económica, al considerar a los hijos como bienes de consumo duraderos, permitiendo que su bienestar entre dentro del bienestar de la familia. Visto desde esta perspectiva, los padres actúan como administradores de sus hijos.
Arrow consideraba importante desarrollar más este concepto de los padres como administradores. Es especialmente importante a la luz del siempre mayor número de hogares con un solo progenitor. La extensión del divorcio unilateral ha tenido un impacto negativo significativo en el bienestar de los hijos, añadía. Por otro lado, la capacidad del Estado para compensar los defectos de las situaciones familiares de pobreza es muy limitada.
Pierpaolo Donati, de la Universidad de Bolonia, también consideraba algunos de los problemas a que se enfrentan los niños y los jóvenes. Entre los desafíos que mencionaba están:
-- La ciencia y la tecnología aplicadas a la procreación humana amenazan la dignidad del ser humano desde el momento mismo de la concepción.
-- La erosión de la familia como institución social quita una de las protecciones primarias de los hijos.
-- Las presiones económicas tienen diversas manifestaciones: explotación de menores como trabajadores; indiferencia hacia los que no producen; y presión por adoptar un estilo de vida centrado en el materialismo.
-- Las presiones psicológicas y culturales vuelven más problemático el paso de la adolescencia a la edad adulta.
Donati también observaba que, paradójicamente, la proliferación de declaraciones y cartas de los derechos del niño y de informes sobre su situación han hecho poco por mejorar estos temas. En muchos casos se han convertido en poco más que un indicador de problemas, más que lograr algún verdadero progreso en la protección de los niños.
En general, insistía Donati, necesitamos cuestionar el tipo de civilización mundial que estamos construyendo y el lugar que los niños y jóvenes tendrán en esta civilización. Con demasiada frecuencia, indicaba, el miedo al futuro invade la cultura secularizada actual, percibiendo sólo los riesgos y las dificultades.
Contra esta visión, la Iglesia expresa su esperanza en la juventud. Donati citaba las palabras del Papa Juan Pablo II en «Tertio Millennio Adveniente», No. 58: «El futuro del mundo y de la Iglesia pertenece a las jóvenes generaciones».
Desafíos
Algunas de las presentaciones durante el encuentro resaltaron la gran diversidad de problemas a los que se enfrentan los jóvenes. Paulus Zulu, de la Universidad de KwaZulu-Natal, de Sudáfrica, trató el problema de los niños excluidos de África. En muchos casos los gobiernos son incapaces de poner a disposición de la población los bienes y servicios básicos. Estos lleva a altos niveles de mortalidad infantil, hambre, y a graves deficiencias en la educación.
Mina Ramírez, del Asian Social Institute de Manila, en Filipinas, también trató los problemas relacionados con la salud y la educación. El trabajo infantil y la explotación sexual presentan también una serie de desafíos.
Kevin Ryan, de la Universidad de Boston, habló sobre la situación de los jóvenes en Norteamérica. Indicó tres factores dominantes:
1) Una familia con problemas y debilitada. Estados Unidos y Canadá tienen en conjunto 88,3 millones de personas con menos de 20 años. Los cambios en la vida familiar en las últimas décadas han conducido a que haya mucho menos contacto entre padres e hijos, además de una reducción de la autoridad de los padres. Unos lazos matrimoniales menos estrechos y las presiones económicas han llevado más problemas a la familia.
2) Colegios con muchos recursos, pero desiguales. En Norteamérica hay muchas universidades buenas, pero muchas de sus escuelas elementales y secundarias son académicamente pobres, con resultados mediocres. Aunque una vez la educación sirvió de nivelador social, la tendencia actual la lleva a ser fuente de estratificación social.
3) El mundo cultural de los jóvenes altamente sexualizado, debido a los medios. La televisión, internet, la música, los mensajes instantáneos y el creciente número de dispositivos portátiles que hacen que los jóvenes pasen más tiempo en contacto con los medios que en clase. Los medios suelen explotar la sexualidad y ahogar la conciencia de los costes físicos y psicológicos de una actividad sexual descontrolada.
A este factor hay que añadir la dificultad a la hora de transmitir la fe a los jóvenes. Los adolescentes católicos, además, pagan un mayor precio que otros grupos cristianos cuando se trata de cuestiones de práctica religiosa y creencias.
Ryan invitaba a la Iglesia a hacer un esfuerzo global, tanto por parte del clero como de los laicos, por evangelizar a los jóvenes, comenzando con los padres que tienen que ser los primeros educadores religiosos de sus hijos. Este nuevo programa educativo debe desarrollar mejores materiales educativos y requerirá la participación de un gran número de laicos.
No obstante, no debe limitarse a aprender, afirmaba Ryan. La juventud necesita que se le enseñe cómo actuar como cristianos y que se le dé oportunidades para testimoniar su fe. Ryan también animó que se dé una gran cabida a la oración y al culto como parte de un esfuerzo educativo renovado. Dar la fe es una forma clave para que los adultos puedan mostrar su solidaridad con la próxima generación.
ZS06052002
ROMA, sábado, 20 mayo 2006 (ZENIT.org).- Un encuentro reciente en Roma ha considerado la «grieta generacional» desde una perspectiva diferente. En lugar de las preocupaciones normales sobre el mal comportamiento de la juventud, el tema a debate fueron las obligaciones de la generación adulta con respecto a los más jóvenes.
La Pontificia Academia de Ciencias Sociales tuvo su 12ª sesión plenaria del 28 de abril al 2 de mayo sobre el tema «¿Desaparece la juventud? Solidaridad con los niños y los jóvenes en una época turbulenta». En la mañana del primer día de sesiones, el cardenal López Trujillo, presidente de la Pontificio Consejo para la Familia, trató el tema de «El don de la Vida».
Se centró en los primeros momentos de la relación entre las dos generaciones: es decir, la transmisión de la vida. La procreación humana, explicaba el cardenal, es vista por la Iglesia como el fruto de un total darse a sí mismos. En este contexto, se considera a los hijos como el supremo don del matrimonio, y la familia, un santuario de vida.
Los hijos son tanto un don como una responsabilidad, apuntaba el cardenal – un don que viene, en primer lugar, de Dios. Son también una responsabilidad conjunto para el marido y para la esposa. El «nosotros» de los padres se convierte en el «nosotros» de la familia y, desde los primeros momentos de la vida del niño, comienza el proceso de educación. Desgraciadamente, si los padres no cumplen con esta responsabilidad, los hijos pagan un alto precio. En algunos casos, se les puede considerar «huérfanos con padres vivos», afirmaba el cardenal López Trujillo.
Las familias también se enfrentan a desafíos externos, añadía, refiriéndose a las presiones de los círculos neomaltusianos que buscan restringir el número de hijos. Otras dificultades surgen de dentro, cuando prevalece un punto de vista egoísta de la sexualidad, en la que el amor no se da como un don, sino que se reduce a placer.
Frente a estas dificultades, el cardenal López Trujillo, invitaba a las familias a dar a sus hijos valores sobre los que puedan construir para dar significado a la vida y a sí mismos. Esta «urgente necesidad de comunicar certezas», afirmaba, es de suma importancia en un mundo que destila subjetivismo y relativismo moral.
En su presentación, Kenneth Arrow, un profesor de economía de la Universidad de Stanford, sostenía que las obligaciones éticas de los padres no se han estudiado a fondo. El discursa secularista de hoy ve a todos los individuos teniendo derechos y obligaciones, afirmaba Arrow, «pero no una énfasis especial en la relación padres-hijos».
Valorar a los hijos
Visto desde una perspectiva económica, los recursos fluyen de los padres a los hijos, que no son todavía miembros productivos de la sociedad. Así, bajo una perspectiva utilitaria resulta difícil desarrollar una teoría de la justicia que proporcione lugar suficiente a los hijos. El premio Nobel Gary Becker da un paso más en la teoría económica, al considerar a los hijos como bienes de consumo duraderos, permitiendo que su bienestar entre dentro del bienestar de la familia. Visto desde esta perspectiva, los padres actúan como administradores de sus hijos.
Arrow consideraba importante desarrollar más este concepto de los padres como administradores. Es especialmente importante a la luz del siempre mayor número de hogares con un solo progenitor. La extensión del divorcio unilateral ha tenido un impacto negativo significativo en el bienestar de los hijos, añadía. Por otro lado, la capacidad del Estado para compensar los defectos de las situaciones familiares de pobreza es muy limitada.
Pierpaolo Donati, de la Universidad de Bolonia, también consideraba algunos de los problemas a que se enfrentan los niños y los jóvenes. Entre los desafíos que mencionaba están:
-- La ciencia y la tecnología aplicadas a la procreación humana amenazan la dignidad del ser humano desde el momento mismo de la concepción.
-- La erosión de la familia como institución social quita una de las protecciones primarias de los hijos.
-- Las presiones económicas tienen diversas manifestaciones: explotación de menores como trabajadores; indiferencia hacia los que no producen; y presión por adoptar un estilo de vida centrado en el materialismo.
-- Las presiones psicológicas y culturales vuelven más problemático el paso de la adolescencia a la edad adulta.
Donati también observaba que, paradójicamente, la proliferación de declaraciones y cartas de los derechos del niño y de informes sobre su situación han hecho poco por mejorar estos temas. En muchos casos se han convertido en poco más que un indicador de problemas, más que lograr algún verdadero progreso en la protección de los niños.
En general, insistía Donati, necesitamos cuestionar el tipo de civilización mundial que estamos construyendo y el lugar que los niños y jóvenes tendrán en esta civilización. Con demasiada frecuencia, indicaba, el miedo al futuro invade la cultura secularizada actual, percibiendo sólo los riesgos y las dificultades.
Contra esta visión, la Iglesia expresa su esperanza en la juventud. Donati citaba las palabras del Papa Juan Pablo II en «Tertio Millennio Adveniente», No. 58: «El futuro del mundo y de la Iglesia pertenece a las jóvenes generaciones».
Desafíos
Algunas de las presentaciones durante el encuentro resaltaron la gran diversidad de problemas a los que se enfrentan los jóvenes. Paulus Zulu, de la Universidad de KwaZulu-Natal, de Sudáfrica, trató el problema de los niños excluidos de África. En muchos casos los gobiernos son incapaces de poner a disposición de la población los bienes y servicios básicos. Estos lleva a altos niveles de mortalidad infantil, hambre, y a graves deficiencias en la educación.
Mina Ramírez, del Asian Social Institute de Manila, en Filipinas, también trató los problemas relacionados con la salud y la educación. El trabajo infantil y la explotación sexual presentan también una serie de desafíos.
Kevin Ryan, de la Universidad de Boston, habló sobre la situación de los jóvenes en Norteamérica. Indicó tres factores dominantes:
1) Una familia con problemas y debilitada. Estados Unidos y Canadá tienen en conjunto 88,3 millones de personas con menos de 20 años. Los cambios en la vida familiar en las últimas décadas han conducido a que haya mucho menos contacto entre padres e hijos, además de una reducción de la autoridad de los padres. Unos lazos matrimoniales menos estrechos y las presiones económicas han llevado más problemas a la familia.
2) Colegios con muchos recursos, pero desiguales. En Norteamérica hay muchas universidades buenas, pero muchas de sus escuelas elementales y secundarias son académicamente pobres, con resultados mediocres. Aunque una vez la educación sirvió de nivelador social, la tendencia actual la lleva a ser fuente de estratificación social.
3) El mundo cultural de los jóvenes altamente sexualizado, debido a los medios. La televisión, internet, la música, los mensajes instantáneos y el creciente número de dispositivos portátiles que hacen que los jóvenes pasen más tiempo en contacto con los medios que en clase. Los medios suelen explotar la sexualidad y ahogar la conciencia de los costes físicos y psicológicos de una actividad sexual descontrolada.
A este factor hay que añadir la dificultad a la hora de transmitir la fe a los jóvenes. Los adolescentes católicos, además, pagan un mayor precio que otros grupos cristianos cuando se trata de cuestiones de práctica religiosa y creencias.
Ryan invitaba a la Iglesia a hacer un esfuerzo global, tanto por parte del clero como de los laicos, por evangelizar a los jóvenes, comenzando con los padres que tienen que ser los primeros educadores religiosos de sus hijos. Este nuevo programa educativo debe desarrollar mejores materiales educativos y requerirá la participación de un gran número de laicos.
No obstante, no debe limitarse a aprender, afirmaba Ryan. La juventud necesita que se le enseñe cómo actuar como cristianos y que se le dé oportunidades para testimoniar su fe. Ryan también animó que se dé una gran cabida a la oración y al culto como parte de un esfuerzo educativo renovado. Dar la fe es una forma clave para que los adultos puedan mostrar su solidaridad con la próxima generación.
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