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Políticamente... conservador

Eufemismofilia, sinónimo de modernidad

La modernidad ha venido y nadie sabe por qué, ni como ha sido. Nadie sabe como ha llegado, pero sin apenas darnos cuenta, casi imperceptiblemente nos hemos visto inmersos en la modernidad. La modernidad ya está aquí. La modernidad se llama eufemismo, el eufemismo como requisito para llegar a lo política y socialmente correcto, el eufemismo para llegar al pensamiento único. La modernidad significa erradicar por todos lo medios posibles del habla de la gente aquello de “al pan, pan y al vino, vino”, no sea que alguien se vaya a ver especialmente perturbado o sufrir un especial impacto del cual no nunca sea capaz de recuperarse. Modernidad significa atenuar, endulzar, camuflar las expresiones especialmente groseras, malsonantes, “demasiado violentas”, es declarar como proscritos determinados vocablos por hacer referencia a cuestiones “tabúes”.

Como resultado de todo ello ha surgido una nueva ideología lingüística, que proclama que la tendencia al eufemismo es la manera de sentar las bases de una sociedad más “tolerante”, igualitaria y de respeto a los demás.

Hay quienes, por el contrario, opinan que todo ello es una forma de totalitarismo lingüístico tras el que se esconde el totalitarismo del siglo XXI.

Lo socialmente correcto es la forma de actuación de determinadas personas que están en la idea de que existe una única forma de ser correctos, proporcionados, justos en todos los ámbitos de la vida. Esta forma de pensamiento, esta doctrina-ideología los lleva a tener unos gustos estéticos socialmente correctos, formas de ocio, de recreación, de divertimento, socialmente correctos, vestimentas (“uniformes” mejor dicho) social y políticamente correctas, y por supuesto una forma de expresión oral y escrita socialmente correctas. En resumen: ellos (me niego a hacer uso del “ellas y ellos” aunque sea “antiguo”) son los “mejores”, los humanos (los demás son infrahumanos) poseen una superioridad moral fuera de lo común y nos van a redimir a todos, a “desasnarnos”, a civilizarnos, a sacarnos del subdesarrollo en el que (pobrecitos ignorantes nosotros) estamos los demás…

He aquí algunas muestras de esa bondad con la que tratan de ayudarnos a alcanzar la felicidad haciendo desaparecer (según parece) lo trágico, lo malo, lo feo, lo desagradable, lo mal visto, lo malsonante del idioma llegando a extremos absolutamente esperpénticos:

- Si no quiere ser tildado de “antiguo” no utilice “hombre” como genérico, use usted “ser humano”.

- No se le ocurra decir “niños”, debe decir “infancia”, y si además usted quiere evitar que además de poco moderno le digan que usted es “sexista”, diga “las niñas y los niños” (¡Ojo, siempre en ese orden!)

- Nunca diga “viejo”, o “anciano” o palabras sinónimas, evite ser ofensivo (no olvide que otro distintivo de la modernidad, postmodernidad tal vez, es ser joven y parecer joven a toda costa) diga “tercera edad”, gente mayor, o cosas por el estilo.

- No olvide, si usted quiere estar a la última y no desentonar que debe evitar vocablos tan políticamente incorrectos como “ciego”, “sordo”, o “paralítico” o cosas similares; diga usted “discapacitado” (mejor “personas con discapacidad”, no sea sexista…)

- No se le ocurra decir “maricón” o “tortillera”, diga “homosexual”, diga “gay”, diga “lesbiana”; las demás son antiguallas y además puede ser tachado de “homófobo” y eso ya son palabras mayores si hablamos de modernidad (también, otro distintivo de la modernidad es haber abrazado la religión de género…)

- Los ejércitos ya no hacen lo guerra, hacen excursiones con fines humanitarios, civilizadores y liberadores. Los muertos de esas acciones humanitarias son “daños colaterales”.

Otro rasgo importantísimo de la modernidad, en la línea de la “tolerancia”, el buen tono, el talante, es el “respeto a las minorías”. Se parte, obviamente, de que hay grupos sociales (“colectivos” los llaman ahora) que tradicionalmente han sido sojuzgados, que han sido víctimizados por la mayoría o por un grupo hegemónico-dominante con intereses egoístas y perversos. El primer paso es “concienciar” al grupo de ser “víctimas” (también al resto de la población) ésta es la premisa para iniciar el camino hacia la recuperación de la “autoestima”, proceso para el cual se requiera una actitud de “empatía solidaria” por parte del resto de la ciudadanía; hay que magnificar al máximo el asunto y darle una dimensión de genocidio, terrorismo, etc. para poder justificar la necesidad de compensar a esos “colectivos” con los que la sociedad tiene una “deuda histórica” pendiente (también es necesario este argumento para promover, desde la “mala conciencia” la erradicación de “las malas prácticas”).

Como es fácil suponer, estas “cruzadas” con fines liberadores-humanitarios comienzan con campañas de modificación del lenguaje, el objetivo es (según sus promotores) evitar que esos “colectivos” sigan siendo vejados-victimizados en el habla, en el idioma que según dicen “no es neutral”.

Lo que en principio puedan ser causas justas, ámbitos necesitados de mejoras para hacer que el mundo que nos ha tocado vivir sea un poquito más humano, preocupaciones razonables se convierten en causas reaccionarias de gente de la peor calaña.

El que se utilicen expresiones como “gente de color” o gente de “etnia tal” o cosas por el estilo, no hace que desaparezcan realidades como la xenofobia o el racismo; sólo se consigue con ello enmascarar, dulcificar la realidad pura y dura. No se olvide que el racismo, el machismo, y otros “ismos” son actitudes y no palabras. Al racista no le cuesta nada adaptarse y decir “subsahariano” por poner un ejemplo.

Y ya para terminar, y sin ánimo de ser “despertador de conciencias”: Ya que el lenguaje políticamente correcto no sirve para que la realidad cambie, ¿no será que los partidarios del uso de eufemismos intentan que la gente tenga una falsa conciencia de la realidad, falsear la percepción de la realidad para que la realidad pase desapercibida?

Carlos Caldito

Diario Siglo XXI, 20 de julio de 2006

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