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Políticamente... conservador

Una visión neoconservadora del mundo de hoy

I.- En que creemos los Neocons

Para entender el credo de los neoconservadores, hay que tener dos cuestiones bien presentes: la primera, que no hay tal cosa parecida a una doctrina del neoconservadurismo, sino que se dan aportaciones de individuos ante cuestiones concretas y que varían en el tiempo. Hay neoconservadores, más que neoconservadurismo. Al menos, hasta cierto grado, pues también es verdad que todos los neocons coinciden en algunos asuntos básicos que sí son compartidos.

En segundo lugar, que hay una especie de corte epistemológico entre las dos generaciones de neoconservadores claramente marcadas en suelo americano: La primera, simbolizada por Irving Kristol y la segundo, caracterizada por, casualmente, su hijo, William Kristol. La primera generación, que tiene como arranque su anticomunismo y antitotalitarismo, no se centró en asuntos de política internacional, sino que prácticamente trabajó en su integridad en cuestiones sociales y culturales, esencialmente dando una batalla en contra de una sociedad progresivamente secularizada y carente de valores sociales por encima del individualismo y materialismo galopante, como era la sociedad norteamericana de los 60 y primeros 70.

La segunda generación, cuyos orígenes pueden correlacionarse con el ascenso de Ronald Reagan a la presidencia, está mucho más focalizada en los temas de política internacional. De hecho, tomando la base anticomunista de sus progenitores, harán de la derrota de la URSS una de sus preocupaciones centrales.

En los 90, esta nueva generación experimentará una nueva transformación, esencialmente de la mano del equipo que lanzará el Weekly Standard a mediados de los 90. No sólo propugnarán relanzar una política exterior neo-reaganita, sino que se desembarazarán completamente de los rasgos que aún conservaban del realismo y abogarán por una política americana activista y comprometida con la lucha contra el genocidio y las tiranías, en un programa expansivo de la democracia en el mundo.

La clave para entender la nueva generación de neoconservadores en los Estados Unidos (y parcialmente en Europa) es 1989 en tanto que fecha que simboliza, con la destrucción del muro y la posterior desmembración del imperio soviético y final desaparición de la URSS, el final del régimen bipolar de la Guerra Fría. A partir de ese punto en la Historia, el orden internacional le otorga una significativa preeminencia a América. Como dijo Charles Krauthamer, era “el momento unipolar” de los Estados Unidos, pues sólo ellos contaban con todos los ingredientes requeridos para ejercer como una auténtica superpotencia (poder militar, dinamismo económico, innovación tecnológica y voluntad de actuar como tal).

La disyuntiva que se le abría a los Estados Unidos a comienzos de los 90 era actuar como una potencia más (que no lo era), sujeta a todos los aspectos positivos y negativos de la trama institucional heredada de la Guerra Fría, retraerse de la escena internacional a fin de disfrutar de la nueva era de paz y tranquilidad (¿recuerdan aquello del final de la Historia de Fukuyama?) o aceptar comportarse como lo que realmente eran, una hiperpotencia, la única, de hecho, de talante liberal. O, en otras palabras, en una potencia hegemónica benigna.

La globalización impedía en buena medida un aislamiento respecto al mundo, pues el dinamismo económico de Norteamérica sólo podía sostenerse beneficiándose de una mayor liberalización económica en general. Y, de hecho, la prosperidad bajo los años de Clinton puede explicarse por los beneficios de la globalización. La opción institucionalista y multilateral se vino enseguida abajo, toda vez que la apuesta de Bush 41 por un “nuevo orden mundial” quedó en nada habida cuenta de que nadie, salvo América, estaba equipado intelectual o materialmente para darle contenido. La crisis de los Balcanes dejó en evidencia que en contra de lo que se decía, “la hora de Europa” estaba lejos de haber llegado.

Los años que van de 1989 a 1995, es decir, del final del sistema bipolar a la intervención en Bosnia, van a marcar de manera clara el pensamiento de la nueva generación de los neoconservadores. Por un lado, se juzga que el esfuerzo de los años de Reagan para mermar al “Imperio del mal”, dieron sus resultados. Esto es, que la URSS cayó precipitadamente porque se la empujó a ello, no sólo por su implosión natural. La URSS fue debidamente vencida. En gran medida, esta lectura de los acontecimientos inspirará una gran confianza en la acción política para superar los demonios del mundo. Pocas cosas podían ser peores que el imperio soviético.

Bosnia, a su vez, servirá de campo de batalla ideológico entre quienes preferían que los estados Unidos se mantuvieran al margen al no estar sus intereses vitales o estratégicos amenazados, en la estela del realismo político, y quienes, como los Kristol y Kagan, defenderán una intervención americana robusta al entender que detener la barbarie en la zona es un interés estratégico norteamericano. El desarrollo de la idea de intervencionismo activo, defensa de los derechos de la persona y promoción de la democracia, cuajará en estos años en el ideario de los nuevos neocons.

De nuevo, una nota de precaución. No es justo pensar que son estos nuevos autores los que introducen estos temas. Con toda certeza se pueden encontrar sus prolegómenos intelectuales en la obra de sus predecesores, pero de manera esporádica o no sistemática, puesto que, como ya se ha dicho, las preocupaciones de la primera generación no giraban en torno a la política internacional. En todo caso, en aquellos donde sí eran un asunto central (y que podrían estar a caballo entre una generación y otra, como son los casos de Richard Perle y Paul Wolfowitz, entre otros) las ideas de intervención, imperialismo benigno, poder hegemónico, extensión de la democracia, y otras, ya estaban bien presente.

Sea como fuere, es en estos años cuando van a madurar los conceptos básicos que caracterizan las propuestas exteriores de los neoconservadores y que pueden abreviarse de la siguiente forma:

a) asunción del papel global de los Estados Unidos lo que unido a su naturaleza moral obliga a América a sumir un papel predominante o hegemónico en los asuntos mundiales;

b) convicción de que el uso de la fuerza puede hacerse de manera eficaz para promover los valores y los sistemas democráticos y liberales. Que la política de cambio de régimen es viable y deseable en aquellos casos que supongan un obstáculo real a un mundo mejor, bien porque sean una amenaza a la paz y la estabilidad, bien porque caigan en acciones genocidas;

c) acentuado escepticismo sobre la capacidad y la voluntad de actuar en tiempos de crisis por parte de la comunidad internacional y de los propios aliados de los Estados Unidos. La legitimidad internacional debe buscarse hasta donde sea posible, sin que esto suponga un veto a la capacidad de actuación por parte americana. Multilateralismo cuando sea posible, uní lateralismo cuando no quede más remedio.

Estas ideas se verán reafirmadas con la experiencia de Kosovo, donde quedó claramente patente la distancia que mediaba entre América y Europa a la hora de decidir y conducir operaciones de combate. Igualmente, Kosovo marcaría indeleblemente en el Pentágono y en la mente americana la imagen de una “guerra por comité”, en la que quien no ponía tropas disponía política y estratégicamente sobre quien sí las aportaba.

El segundo gran capítulo en la destilación del pensamiento neoconservador en materia internacional vendrá de la mano de los ataques islamistas del 11-S. Por primera vez, destacados personajes de la primera generación se unirán al esfuerzo de sus vástagos por intentar definir el papel que Norteamérica debe jugar en el mundo. Tanto Irving Kristol como, sobre todo, Norman Podhoretz, animarán el debate intelectual sobre los nuevos conceptos que se irán codificando en la práctica de la Administración Bush 43 en su guerra contra el terror. En ese sentido, la distancia entre las dos generaciones de neoconservadores se ha reducido notablemente.

Las ideas que se han diseminado en estos años a través de revistas como la ya citada Weekly Standard, pero también en la clásica Commentary, pueden resumirse en las siguientes:

d) estamos en guerra, nos guste o no. Una guerra declarada por el extremismo islámico, siendo Al Qaeda su vanguardia y cuyo origen no es el 11-S, sino la caída del Sha de Persia y la retirada soviética de Afganistán;

e) Al Qaeda y Bin Laden no son la jihad, son la punta del Iceberg, cuya masa está integrada por los clérigos radicales de la Hermandad Musulmana, el wahabbismo y el jomeinismo, en su vertiente ideológica, y el dinero del petróleo, sobre todo saudita, en su aspecto material;

f) la guerra contra el terror tiene que centrarse en lo más urgente, la eliminación de la amenaza de los terroristas, pero también en la lucha contra la ideología que los alimenta, el jihadismo o el extremismo fundamentalista islámico;

g) la introducción de la democracia, en su vertiente institucional y cultural, en el mundo árabe es un requisito imprescindible para prevalecer sobre el terror islámico. Es la única alternativa viable, por costosa y compleja que pueda resultar, para evitar el flujo constante de la frustración al odio y la violencia;

h) en el mundo actual, donde la proliferación del conocimiento y las tecnologías asociadas a los sistemas de destrucción de masas, así como en plena era del megaterrorismo con armas convencionales, confiar en la defensa pasiva y en la reacción policial, es simplemente inaceptable. La disuasión se ha agotado en su eficacia, la represalia no evitaría los daños inflingidos por un ataque devastador, por lo que sólo queda como herramienta válida la anticipación y la prevención;

i) en la medida en que estamos en una guerra global, hay que entender los hechos vinculados al jihadismo como un continuum, los puntos que unen el 11-S con Madrid, Londres, Casablanca o Hamas y Hizbuláh en su agresión contra Israel;

j) Israel, de hecho, ocupa en estos momentos un papel central en la lucha contra el terrorismo, no sólo porque está librando una batalla a grupos terroristas, sino porque, a través de ello, está luchando contra los designios de una potencia que es inspiradora en buena medida del terrorismo islamista y la jihad, como es Irán;

k) Vencer en Irak, igualmente, es asestar un golpe mortal a los planes del terrorismo islámico, a la vez que introducir un elemento de cambio fundamental en la dinámica política y social del Oriente Medio.

II.- De la influencia de los Neocons

Si los neocons han saltado a la fama se debe a dos acusaciones que hacen sus enemigos: haber secuestrado la mente del presidente George w. Bush desde el 11-S; y ser los inspiradores de la intervención para derrocar a Saddam Hussein en Irak.

En gran medida estas acusaciones se dirigen tanto desde la izquierda como desde la derecha más tradicionalista porque, en realidad, Bush 43 sí parece haber asumido buena parte del ideario de los neoconservadores. Cabe preguntarse si por un ejercicio intelectual o por la tozudez de los hechos. O tal vez porque las otras alternativas ideológicas no le dieran las respuestas adecuadas para hacer frente a los retos del mundo post 11-S.

Sea como fuere, el hecho es que lo que se conoce como doctrina Bush se ha asociado indisolublemente a ideario neoconservador.

De la misma forma, todo retraimiento de la ejecución de dicha doctrina por parte de la administración americana actual, suele leerse como una pérdida de influencia de los neocons en la política americana. Ya he argumentado en otra parte (Cuadernos de pensamiento político nº 10, “A dónde va América”) que sigue sin haber un cambio sustancial de la doctrina estratégica americana, a pesar de la fatiga de Irak y el penoso avance de la democracia en el mundo árabe. Por no hablar de las dificultades en Afganistán o el continuo chalaneo con Irán.

La única alternativa viable al neoconservadurismo para la política exterior americana no es una vuelta al realismo, porque sus recetas de apoyo a la estabilidad, están precisamente en la base de muchos de los problemas que hoy vivimos. Son recetas bien conocidas, además. Y, como digo, ya se sabe cuáles son sus resultados.

Hoy la única alternativa para América sería una especie de neo-aislacionismo. Una retirada estratégica apoyada por unos sistemas de defensa y homeland security que les asegurara la práctica impenetrabilidad de los terroristas en suelo americano. Pero ésta es una promesa demasiado arriesgada. Y costosa de mantener. Es más, aunque el suelo americano quedara debidamente protegido, los intereses de América en el exterior, que son muchos y crecientes, no. Desde mi punto de vista, esta corriente es peligrosamente ilusoria puesto que no tiene en cuenta la realidad de la globalización y el precio que tendrían que pagar todos y cada uno de los americanos por desengancharse de la misma. Para empezar por su nivel de vida.

Por tanto, la importancia de las ideas neoconservadoras no estriba en la presencia de tal o cual nombre en la administración americana; ni en la ejecución o no de tal o cual política en un momento dado. Sino en que representan el único marco teórico que le da suficiente esperanza a los dirigentes americanos. Lo bueno de definir la situación actual como una guerra es que una guerra da sólo dos opciones: Ganarla o perderla. Las alternativas al neoconservadurismo no prometen la victoria. Y mientras esto siga siendo así y no surja otra alternativa de esperanza para el pueblo americano, el gobierno no tendrá más remedio, le guste o no, que seguir promoviendo las ideas que ha venido defendiendo George W. Bush.

III.- De la centralidad de Israel

Una acusación constante a los neoconservadores americanos es de constituir una cábala judía que busca, en realidad, primar los intereses de Israel sobre cualquier otra lógica. Y es cierto que buena parte de los neocons son judíos. No obstante, lo que no se sostiene es que formen una secta pseudoreligiosa de oscuros propósitos. Esencialmente porque si algo son los neconservadores son publicistas de sus ideas. Ninguno rehúsa un buen debate ni esconde sus ideas. Bien al contrario. Por otra parte, a medida en que sus ideas han ido calando en más gente, las asimetrías personales crecen, desdibujando la fe de sus fundadores. Esto es todavía más cierto al hablar de la expansión del neoconservadurismo fuera de las fronteras de los Estados Unidos.

En todo caso, e independientemente de la religión -o la falta de- a la que se adscriba cada cual, es verdad que Israel juega un papel central en el ideario neocon. Por varias razones.

En primer lugar, por ser una democracia, la única democracia de hecho, en el Oriente Medio. Israel está en el Oriente Medio, pero es plenamente occidental y forma parte de occidente por sus valores e instituciones, a pesar de la geografía. Defender el único régimen liberal en la zona, es ya de por sí algo positivo para quienes quieren ver transformado todo el mundo árabe y musulmán.

En segundo lugar, porque Israel es un estado acorralado, en permanente peligro y amenazado por la continua agresión de sus vecinos, que nunca lo han aceptado. Permitir que las dictaduras y autocracias de la zona acabasen con el Israel democrático sería un grave golpe contra el mundo liberal y una traición a los principios democráticos. Israel tiene derecho a existir y a gozar de unas fronteras seguras y respetadas y no puede no debe aceptarse el chantaje de sus atacantes, sean gobiernos o grupos terroristas.

En tercer lugar, porque la amenaza sobre Israel ha ido mutando con el tiempo y ha pasado, de hecho, de ser producto del panarabismo y el nacionalismo palestino a formar parte de la ola de islamismo radical que asola el mundo árabe. Israel ha pasado a formar parte del puzzle del terrorismo islámico que lo combate en tanto en cuanto vanguardia del mundo democrático en tierra del Islam. Por eso, la solidaridad con Israel en la lucha contra el terrorismo no es un acto gratuito. Luchando contra Hamas y Hizboláh Israel está haciendo una enorme contribución a la lucha global contra el terror islamista.

Por último, Israel es inaceptable para los dictadores árabes, sean seculares o religiosos, porque les pone en evidencia: no hay nada intrínseco en la zona que impida a un pueblo disfrutar de la libertad y la prosperidad. Pero también Israel es importante porque es un irritante recordatorio para el mundo -y para los europeos más en particular- de la necesidad de amar al estado y de hacer sacrificios personales en su defensa.

Israel se ha convertido en las últimas décadas en la bestia negra de la izquierda y de los radicales europeos quienes han sumido ciegamente el discurso palestino más extremista, aquel que rechaza la existencia de Israel. Es más, la izquierda entiende ser anti-israelí como prolongación de su antiamericanismo. Al mismo tiempo, comparte con parte de la derecha carpetovetónica un anti-semitismo primario.

Por todo ello, ahora, los neocons entendemos que la supervivencia de Israel debe ser garantizada a toda costa. Su derrota o su desaparición supondría el auge del radicalismo islamista, al haber alcanzado uno de sus objetivos estratégicos. Igualmente, significaría un empuje para el radicalismo en Europa, tanto de la izquierda como de los propios musulmanes. Supondría haber perdido la esperanza de poder cambiar el Oriente Medio y, si me apuran, hasta de poder defendernos a nosotros mismos. Al menos a quienes sostenemos la visión de una Europa engarzada en Occidente, respetuosa de la libertad individual pero consciente de sus límites, con una clara conciencia de sus valores y tradiciones.

IV.- La batalla por Irak

No hay neocon que no apoyara la intervención en Irak. Aunque fuera por motivos y con argumentos diversos. De hecho, hay cuatro razones que salen normalmente a relucir en los debates:

a) el argumento humanitario. No era posible hacer la vista gorda más ante los horrores de Saddam para con su propio pueblo. Era de justicia poner fin a ese sufrimiento colectivo;

b) el argumento de seguridad nacional. Ante la erosión del régimen de sanciones y la constancia de la ambición de Saddam por hacerse con sistemas de destrucción masiva, lo más conveniente era derrocarle ahora y no tener que enfrentarse a él más tarde cuando ya tuviera esas armas a su disposición;

c) la lucha contra el terror. Sabiendo de las conexiones del régimen de Saddam con el terrorismo, incluido el islámico y Al Qaeda, así como del odio a América profesado por Saddam, su continuidad en el poder suponía correr un grave riesgo en el futuro mediato. Saddam podía alimentar a terroristas con sistemas de destrucción que resultasen muy dañinos para los Estados Unidos. Había que abortar esa posibilidad antes de que llegara a materializarse;

d) la democratización del Oriente Medio. Irak, librado del régimen de Saddam podía llegar a convertirse en un faro de cambio para toda la zona si enraizaba en su suelo el germen de una democracia liberal. Es más, podía pensarse que dada las circunstancias, Irak podía ser el país donde la democratización fuera más sencilla y rápida.

No hubo neocon que sostuviera como único argumento que la intervención era necesaria para eliminar una amenaza inminente por parte de Saddam. Es más, se puede argumentar que la guerra de Irak, en contra de lo que dicen sus críticos, no es un buen ejemplo de la doctrina Bush de acción anticipada. Sino más bien de un caso de guerra preventiva clásico: mejor ahora que más tarde.

Tampoco he encontrado neocons que critiquen la acción. Fukuyama por oponerse ahora a la intervención se declara él mismo fuera del campo del neoconservadurismo (si es que algún día estuvo dentro de él, cosa más que dudosa). Eso sí, lo que no faltan tampoco son críticas punzantes sobre la gestión de la Administración americana, y en especial del pentágono, de esta guerra.

Para los neoconservadores en su mayoría, no hay más opción que la victoria y se debe hacer cuanto se deba para lograrla, incluyendo un aumento de las tropas desplegadas en Irak y, sobre todo, un cambio de actitud en la conducción de sus operaciones. Si hay que combatir se combate; si hay que matar, se mata. Es tanto lo que está en juego, en términos de credibilidad de la política americana frente al mundo árabe, en relación a la lucha contra el terror, en el frente de la transformación del Norte de África y Oriente Medio, que si hay que imponerse brutalmente sobre el enemigo, mejor eso que prepararse calladamente para una derrota.

V.- Los Neoconservadores fuera de América

El “movimiento” neoconservador es de marcado origen americano. Su guerra cultural de los 60 y 70 así lo exigió históricamente. Sin embargo, a medida que los asuntos de política internacional y económicos comenzaban a despuntar en su agenda, el neoconservadurismo fue ampliándose, en especial a Europa, hasta convertirse en un ideario global.

En el caso europeo, los ecos de la guerra cultural en los Estados Unidos se sienten aquí como la reacción ante una profunda crisis de valores en Europa. Secularismo galopante, relativismo moral, areligiosidad, olvido del valor de la vida, despreocupación por las generaciones venideras. En suma, olvido del pasado y del futuro.

Este fenómeno, asumido de forma natural por la izquierda y la derecha, se va a ver en cuestión tras 1989, con el agudo contraste entre la Vieja Europa y la Nueva Europa, sociedades con el mismo fin compartido, paz, prosperidad y progreso, pero con expresiones concretas radicalmente distintas. Baste recordar, por ejemplo, quien estaba a favor de incluir una referencia al cristianismo en el preámbulo de l Tratado constitucional de la UE y quienes se opusieron a ello.

Por otro lado, la hegemonía del proyecto francés en el proceso de construcción europea, también llevará a muchos a replantearse el modelo de Europa que queremos para nuestro futuro. Frente a una Europa económica esclerótica e intervencionista, un sistema abierto y liberal; frente a una Europa contrapeso a los Estados Unidos, una Europa atlántica; frente a una Europa que no reconoce su propia identidad y la equipara a la de cualquiera, una Europa integradora sobre la base de nuestros principios, Historia y valores. En fin, frente a una Europa decadente, una Europa dinámica; frente a una Europa débil, un continente fuerte.

En gran medida, el debate sobre el futuro de Europa servirá para precipitar buena parte de las ideas neoconservadoras. Es más, servirá para descubrir cuantos neocons hay en Europa, promoviendo su contacto y su colaboración en una relativamente tupida red.

En cualquier caso, el detonante último fue, sin lugar a dudas, la crisis de Irak, expresión de todas las contradicciones entre europeos.

Llegado a este punto convendría preguntarse hasta qué punto la presencia en escena de Tony Blair y de José María Aznar impulsó el auge repentino de la comunidad de neocons en Europa, hasta ese momento relativamente marginada a los debates académicos.

VI. Los Neocons en España

En España había neoconservadores antes de Aznar y los habrá después de Aznar. No obstante, José María Aznar ocupa un lugar destacado en la formación del ideario neocon en nuestro país. Aunque él no lo sepa. Y no sólo por Irak, que como ya he dicho, sirvió de galvanizador en Europa.

La política de Aznar resulta importante porque expresa una visión de grandeza nacional para España, algo que cuadra muy bien con las ideas de los necons. Por ejemplo, hay que actuar en el mundo sin complejos; no pasa nada por defender los intereses nacionales; la fuerza es un elemento más de la realidad y si es necesario recurrir a ella porque todo lo demás fracase, pues se usa; los compromisos y las promesas están PARA ser cumplidas, pues la seriedad es una cualidad para cualquier nación que se precie; no todo vale, hay buenas ideas y malas ideas y hay buenas políticas y malas políticas; el mayor peso internacional conlleva mayor responsabilidad y, por ende, mayor sacrificio; la solidaridad con los amigos es un bien necesario; las instituciones internacionales sirven si son eficaces... en fin, toda la retahíla de nociones y conceptos que son bien conocidos.

Precisamente, porque Aznar tenía un modelo y un proyecto para España, abría la puerta a unas políticas distintas. Y así como Bush 43 se encontró el 12 de septiembre sólo, únicamente con las ideas de los neocons dando sentido a lo que tenía que hacer, la España de Aznar sólo podría haber seguido engrosando su valor de haberse seguido con el ideario neoconservador, porque todo lo otro no habría dado el mismo resultado. A la prueba está la realidad actual derivada del credo zapaterista.

En fin, si sigue habiendo un proyecto neoconservador, además de por la herencia de los años de Aznar, se debe a que los propios neocons españoles han sabido tejer una intensa red de relaciones con los colegas europeos y americanos, lo que les hace estar plenamente insertados en su conspiración universal.

Por Rafael L. Bardají (Ponencia impartida en FAES, el 25 de julio de 2006).

http://www.gees.org

Análisis nº 135, 27 de Julio de 2006

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