Hezbolá
Hezbolá es el enemigo, el objetivo, la clave de esta guerra. Hasta qué punto obedece órdenes de Siria o Irán o ambos es imposible de determinar mientras israelíes y norteamericanos no revelen unos datos de inteligencia que no se adquieren para exponerla en la plaza pública. Sin embargo, eso no cambia nada. Lo que es seguro es que Hezbolá contaba con la respuesta israelí y la quería. Los errores de cálculo no sólo son posibles sino frecuentes. Pero Hezbolá venía contando con esta guerra y preparándose para ella desde el momento mismo en que los israelíes abandonaron el sur del Líbano hace seis años. Han convertido su lado de la frontera en una línea Maginot y una descomunal batería de misiles. Aunque la iniciativa haya sido del grupo terrorista, lo que también tendría sentido, no puede haberse lanzado a la aventura sin la luz verde de Damasco y Teherán. No tenemos pruebas pero no lo consideramos razonable.
A ambas capitales les viene bien la guerra, aunque nunca exactamente por los mismos motivos. Siria trata siempre de demostrar que, sin ella, el Líbano es un caos y Hezbolá un agresor incontenible. A Irán le viene de perlas otro elemento de distracción para los norteamericanos, cuando está ganando tiempo diplomáticamente antes de que su proceso de enriquecimiento de uranio sea tecnológicamente irreversible y tratando de sacar la mayor tajada posible en Irak.
Pero también hay sombras. Si la destrucción de Hezbolá llega muy lejos, ambos pierden una baza muy valiosa en su juego entre vecinos y en el ancho mundo. Sin duda han hecho las mismas cuentas que su patrocinado y han concluido que la aniquilación, que sería el objetivo israelí, no llegará demasiado lejos. Y eso significa una victoria para la organización libanesa. Pero una victoria demasiado rotunda también tendría sus desventajas para los patronos. Salir demasiado ilesa o reconvertirse en una insurgencia tan indomable como la sunní en Irak los haría demasiado independientes. Al fin al cabo, por mucho que le deban al vecino inmediato y al correligionario más poderoso y distante, no han sido nunca simples marionetas. También tienen intereses propios que pueden divergir de uno y otro y un margen de autonomía de decisión.
Al matar a cinco soldados y secuestrar a otros dos en territorio ocupado por Israel y pedir la luna en cuanto a intercambio de prisioneros están ya enseñando la oreja. Para Israel, militarmente en el interior de Gaza por idéntico motivo, ceder es lo mismo que tirarse al mar. No hay error de cálculo posible pero, por si hubiera dudas, los terroristas bombardean la tercera ciudad de Israel y dan a entender por todos los medios posibles que en su arsenal hay cohetes que alcanzan hasta Tel Aviv. Tienen al 60% de la población israelí a su merced y todo es cuestión de tiempo de que tengan a la totalidad. ¿En qué estarán pensando los que hablan de proporciones y proporcionalidades? ¿Qué más necesitan para darse cuenta? Para Israel no es una cuestión de seguridad interior, de más o menos terrorismo. Es una nueva guerra de supervivencia. Lo sabían y lo prepararon, a pesar de todos los indudables azares que la guerra implica. Por eso la población israelí ha reaccionado como una piña.
Quizás no tengan derecho a existir y deberían tirarse al mar sin que nadie los empuje. Pero no parecen dispuestos. Es difícil pensar en un país que, en las mismas circunstancias, no hiciera lo mismo de poder hacerlo. Excepto quizás España, que contempla adormecida como un presidente que cree gobernar un Estado que no es nación se dispone a desmembrarla y resolver el problema terrorista concediéndoles sus objetivos. Los que han puesto en él todas su complacencias y se dejan plácidamente manipular por él es lógico que se disfracen de Arafat. ¿Por qué no de Jomeini o del hijo de Laden?
Libertad Digital nº 827, 24 de Julio de 2006
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