DESDE JERUSALÉN: Una activa década de inexistencia
Habla bien de la Cristiandad que entre los problemas sociales que aquejan a la Humanidad no se mencione el odio anticristiano. Esta omisión no es negligente: resulta de un simple respeto a las proporciones. En términos relativos, la mayoría de los cristianos viven en plena libertad y con acceso a la prosperidad, y su persecución y muerte son lacras del pasado.
Paralelamente, pocos consideran necesario invertir recursos en neutralizar la budistofobia o la lusofobia. Aunque debe de haber individuos que albergan rencores contra budistas o portugueses, no cabe denunciarlos como si fueran una acuciante epidemia.
En cuanto a la judeofobia, sigue empecinada en constituir un problema, aunque menor que el de hace unas generaciones. Nos hemos extendido en otras oportunidades sobre los israelitas asesinados en virtud de su identidad y sobre la demonización a la que a veces se somete al judío de los países.
Pero donde no hay corrientes de odio, blandir la urgencia de superarlas es extemporáneo y aun contraproducente. Así, desde el mundo árabe-musulmán se oye con preocupante insistencia cuán peligrosa es una supuesta islamofobia sobre la que la Humanidad debería estar alerta. Se saltea el detalle de que no existe tal "islamofobia", voz inventada en 1996 por la Comisión de Musulmanes Británicos como reacción a la tentativa del Reino Unido de proscribir al grupo islamista Hizb ut Tahrir (Partido de la Liberación). Éste, fundado en 1953, sigue presente en varios países y pretende imponer la ley islámica en el planeta e incitar a los ataques suicidas contra judíos. Tony Blair anunció (5-8-05) un nuevo amague de prohibirlo, pero se sabe que Occidente es reacio a malograr los embates totalitarios que lo jaquean.
Ante la posibilidad de ser vetado por vía legal, Hizb ut Tahrir lanzó una campaña en universidades británicas que clamaba: "Detengan la islamofobia". Y el término pasó a ser escudo para desalentar toda iniciativa de enfrentar el totalitarismo islamista.
Se vio también aquí en Israel, en febrero, durante la campaña electoral. En una conferencia de prensa televisada, el candidato de la Lista Árabe Unida y actual miembro de la Knéset Ibrahim Sarsur se autodefinió como islamista y sostuvo que "el mundo entero –o por lo menos las tierras en donde gobierna el Islam– deberían volver a estar manejadas por un califa" (es decir, por un autócrata reverenciado como "sucesor del profeta"). En pocas palabras, proponía desmantelar la democracia y retrotraernos a la Edad Media.
Recordemos que la última versión del califato fue eliminada en Turquía por Kemal Atatürk en 1929, y la reacción islamista fue lanzar la Hermandad Musulmana en Egipto, donde el Gobierno la reprimió (el ala local de dicha "Hermandad" es Hamas, que a los veinte años de edad acaba de hacerse cargo de la Autoridad Palestina).
Y bien, cuando se solicitó al tribunal electoral israelí que vetara a la lista islamista de Sarsur, su segundo líder, Ahmed Tibi, repuso airadamente que dicha solicitud "demostraba una rampante islamofobia": quien se resista a subyugar sus derechos a un paternal califa debería, bien avergonzarse de su islamofobia, bien consultar a un psicoanalista para superarla.
Ese prurito nos paralizó cuando el susodicho Sarsur y dos de sus correligionarios visitaron a los líderes del Hamas, para expresar solidaridad (19-4-06), y nadie los impugnó –no vaya a ser que se nos atribuyera islamofobia.
El Gobierno hebreo empieza lentamente a tomar el toro por las astas: el ministro del Interior, Roni Bar-On, declaró en una entrevista televisiva (29-5-06) que ha enviado intimaciones escritas a cuatro parlamentarios de Hamas en las que se les concede un mes para optar entre renunciar al grupo terrorista o a su residencia en Jerusalén.
¿Cómo se dice autocrítica en árabe?
Una manera de esconder un odio es empezar por argüir que el victimario es víctima. En Rusia, el matemático judeófobo Igor Shafarevich (quien atribuye la intrínseca maldad de la moderna sociedad tecnológica a la "mentalidad judía") suele denunciar la "rusofobia" con la que supuestamente "los judíos" ahogan a su país.
También la islamofobia debe ser descartada como irrelevante fantasma. Se acusa de ella a eruditos como Bernard Lewis o Daniel Pipes, y en general a toda persona que rechace convertirse al Islam o aceptar su imperio.
Si el fenómeno se reduce a sentimientos negativos con respecto a la religión mahometana, se trata de una cuestión meramente personal; sería un problema social sólo si tradujera esos sentimientos en acción violenta.
No es el caso de la islamofobia, que no pasa de ser una cortina de humo para soslayar la violencia por parte de algunos musulmanes contra judíos, hindúes, homosexuales, feministas, liberales, sijs y otras minorías que clamen por la igualdad de derechos. No existen figuras públicas en cincuenta estados musulmanes que se atrevan a declararse ateas, homosexuales, sionistas, anarquistas, o partidarias de otros "desvíos" cualesquiera.
Bien lo entendió el pensador musulmán Yasmin Alibhai-Brown, cuando tuvo la valentía de admitir: "Con demasiada frecuencia, la islamofobia se utiliza para chantajear a la sociedad".
Menos sagaz fue Kofi Annan, que en diciembre de 2004 presidió un congreso, titulado "Enfrentando la islamofobia", en el que Sayed Husein Nasr (profesor de estudios islámicos en la Universidad George Washington) ejemplificó la islamofobia en el hecho de que "se oculta" el origen árabe de la palabra "adobe" (que en rigor proviene del egipcio antiguo). Menos lingüista que desvergonzado, Nasr agregó que el término "antisemitismo" siempre se ha referido a la hostilidad contra los árabes (la verdad es que la palabra fue acuñada en 1879 por Wilhelm Marr para designar la judeofobia, y sólo en ese sentido fue y es universalmente aceptada).
El mentado congreso instaló la islamofobia como problema digno de foros internacionales, un logro nada despreciable para un odio que no existe. A partir del revuelo por las caricaturas en el diario danés, los regímenes árabes presionan más sobre el tema y ya no se contentan con que deba combatirse la supuesta islamofobia: aspiran a que no se combata nada más.
Así, otro congreso acaba de tener lugar en el Palais Albertina de Viena; sobre "Racismo, xenofobia y los medios" (22-5-06), organizado por el Ministerio austriaco de Exteriores, la Comisión Europea y el Centro Europeo para Monitorear el Racismo y la Xenofobia. Omitieron toda mención de la judeofobia, como si ésta no existiera (¡en Austria!), a tal punto que el embajador israelí en ese país, Dan Ashbel, decidió no participar en el evento.
Al mismo fueron invitados representantes de los 35 países del Euromed, los 25 de la UE y los 10 de la Cuenca del Mediterráneo: Argelia, la Autoridad Palestina, Egipto, Israel, Jordania, Líbano, Marruecos, Siria, Túnez y Turquía (Libia es observador).
Recordemos que el EuroMed nació en Barcelona (27-11-95) como marco para las relaciones sociales, económicas y políticas entre la UE y los países mediterráneos. El Banco Europeo de Inversión asignó para la iniciativa un préstamo de 14.000 millones de euros.
Concurrieron a Viena cerca de 120 delegados, y los de algunos regímenes árabes impusieron borrar del orden del día el problema de la judeofobia. No el de la islamofobia, por supuesto, que siguió presentándose como acuciante. Téngase en cuenta que, entre los periodistas invitados al evento, de los tres israelíes… dos fueron árabes.
Hay precedentes de esta deliberada exclusión de los judíos de un foro internacional. En Barcelona (11-11-04), un debate sobre el odio de grupos promovido por la ONU terminó titulándose "Islamofobia, cristianofobia y antisemitismo" (ya sabemos qué significan con este último).
Previsiblemente, el debate se despeñó a un festival más de antiisraelismo, en el que hasta el delegado de apellido judío propuso destruir el Estado hebreo.
La escalada es clara: en el transcurso de una década han conseguido instalar la "islamofobia" como problema; ahora la esgrimen como uno de los más graves.
Y no lo es. En el mundo de hoy las decapitaciones, las torturas, los atentados, las violaciones a los Derechos Humanos, la violencia misógina y la mayoría de las peores atrocidades son perpetrados por musulmanes en el nombre del Islam.
Es razonable esperar que éste asuma con humildad el hecho de que despierta un natural recelo en muchas personas, y en lugar de acusarlas debería sumarse a ellas para reflexionar por qué los islamistas vienen transformando su fe en una ideología de celebración de la muerte y en un proyecto de hegemonía mundial que preocupa.
Juntos, musulmanes y no musulmanes podríamos procurar la estrategia idónea para rescatar al Islam de las garras del islamismo, que es el verdadero portador de islamofobia.
La imagen que va consolidándose no es muy alentadora, ya que los musulmanes que parecen dispuestos a protestar raramente lo hacen contra sus propias fallas.
Gustavo D. Perednik es autor, entre otras obras, de La Judeofobia (Flor del Viento), España descarrilada (Inédita Ediciones) y Grandes pensadores judíos (Universidad ORT de Uruguay).
Libertad Digital, suplemento Exteriores, 6 de junio de 2006
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