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Políticamente... conservador

Nicolas Sarkozy, hablando claro

Franqueza, claridad de ideas y un carisma a prueba de revueltas callejeras y escándalos políticos. Sarko se está ganando a pulso la victoria en las presidenciales francesas de 2007.

Un reformista liberal incrustado en un país que abomina tanto del liberalismo como del reformismo. Así le definen quienes han seguido de cerca la trayectoria del actual ministro del Interior francés, Nicolás Sarkozy, líder del partido conservador gobernante y más que probable aspirante de la derecha gala a las presidenciales de 2007, según escribe Maite Alfageme para la revista Época.

Un animal político. Un tipo que entiende la gestión de lo público con la mentalidad de un ejecutivo eficaz. Que abomina de la palabrería vacua de la mayoría de sus colegas, que hablan y hablan -dice- y no hacen nada.

De un tiempo a esta parte, muchos analistas internacionales han querido ver en él al hombre que puede salvar del naufragio las desvencijadas tablas de la política europea. A nadie escapa que si Sarko consigue instalarse finalmente en el Eliseo y logra enderezar el timón de una Francia desnortada, su ímpetu no tardará en revolucionar también el maltrecho tablero de la Unión Europea.

Pero antes de salvar a Europa de su inmovilismo, tendrá que rescatar a Francia de su decadencia. Y en ello anda.

Los últimos meses han sido testigos de su eclosión. En mayo de 2004, tras la crisis que supuso el no de los franceses a la Constitución Europea, Sarkozy se quedó a las puertas de ocupar el cargo de primer ministro -en sustitución del dimisionado Jean Pierre Raffarin-, una responsabilidad que Chirac encomendó finalmente a Dominique de Villepin, su más íntimo enemigo.

Sarkozy accedió entonces a la cartera de Interior. Una plataforma que, contra pronóstico, le ha catapultado a los más altos índices de popularidad en los sondeos de opinión a raíz de los incidentes acaecidos en los suburbios de las grandes ciudades el pasado otoño, y de su discurso de “tolerancia cero” con la violencia desatada durante aquellas semanas.

Además, Sarko ha conseguido salir airoso de la crisis del Contrato del Primer Empleo, la gran derrota de Villepin. Y los franceses se han puesto de su parte en el llamado caso Clearstream, ese escándalo mayúsculo en el que Villepin encargó a los servicios secretos que le involucrasen falsamente en un sucio affaire de comisiones ilegales.

Aunque lo que realmente le ha hecho subir enteros a ojos de la opinión pública es la Ley de Inmigración recientemente aprobada en la Asamblea gracias la mayoría conservadora de la cámara legislativa, y a pesar del ruido y las protestas -que atufan a electoralismo- orquestados por la izquierda “pancartera” desde la oposición.

Porque la ley Sarkozy aborda sin complejos el problema de la inmigración. Endurece la obtención de los permisos de residencia. Establece una “inmigración escogida, no sufrida”, en función de las necesidades del mercado laboral y la capacidad de acogida de Francia. Suena, en fin, tan políticamente incorrecta como valiente, justa, firme y convincente. Tanto que, cuando le acusan de flirtear con los votantes de la extrema derecha, Sarko tiene a bien contestar: “Si Le Pen dice que el sol es amarillo, yo no puedo replicar que es azul...”.

Periodista Digital, 27 de julio de 2006

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