NUEVO MAZAZO DE CÉSAR VIDAL A LOS MISTIFICADORES: ¿Por qué ganó Franco?
La cuestión de por qué ganó Franco la guerra venía siendo despachada por esa historiografía de tres al cuarto con referencias a la intervención alemana e italiana y a la "traición" de las democracias a la España "republicana", otra democracia perfectamente legítima, si hemos de dar crédito a tales historietas. Como político o militar, Franco no pasaría de ser un tiranuelo inepto y muy poco inteligente (aunque "astuto", con "astucia aldeana", etcétera), con lo cual los ilustrados republicanos habrían sido vencidos por una especie de idiota.
Salvo por algunas críticas contradictorias a la URSS, esta explicación recuperaba la más simplona de las propagandas puestas en marcha por la Comintern para consumo de las masas, y pretendía elevarla al rango de memoria consolidada y definitiva de la guerra… a pesar de que incluso en los años 30-40 los comunistas realizaban análisis bastante menos estúpidos, para su propia ilustración.
En años próximos estaremos en condiciones de valorar hasta qué punto decayó en los últimos veinte años la historiografía española, contaminada por la necedad y el sectarismo progresistas, que, entre otras hazañas, logró casi arrumbar de la universidad a autores muy superiores pero, a juicio de estas izquierdas, algo "reaccionarios", tales como los hermanos Salas Larrazábal, Bolloten, Martínez Bande o Ricardo de la Cierva. Afortunadamente, esa lamentable época está tocando a su fin.
El libro de Vidal empieza con un acierto clave, al encuadrar la guerra de España dentro de las guerras civiles causadas por los avances revolucionarios en Europa y en Méjico durante el primer tercio del siglo XX. Esto tiene la máxima importancia a la hora de enfocar de forma inteligible la guerra de España, que no tuvo nada que ver con un enfrentamiento entre democracia y fascismo, como viene pretendiendo una historiografía tan descaminada como políticamente interesada. Fue una pugna entre revolución y contrarrevolución, la más importante y sangrienta de la época si exceptuamos la guerra civil que siguió en Rusia a la toma del poder por Lenin.
Este enfoque nos permite eludir las mil contradicciones y el continuo forzamiento de los datos a que obliga la versión hasta hace poco predominante. Pues, ¿cómo podía una democracia componerse de comunistas, socialistas y anarquistas fundamentalmente, además de los racistas del PNV y los nacionalistas catalanes promotores de la guerra civil en 1934, o de unas izquierdas republicanas que nunca aceptaron unas elecciones adversas? ¿Cómo podían los supuestos demócratas practicar una política de exterminio contra la Iglesia que recuerda, si bien en proporciones menores, a la practicada por los nazis contra los judíos? ¿Y el pueblo? ¿No estaba la mitad del pueblo, por lo menos, del lado de sus "opresores fascistas"? ¿Y cómo lograron éstos ayudas de las democracias tan sustanciales como el petróleo de Usa (de una compañía useña)? Y así sucesivamente. Al final todo queda como una conspiración de traidores a la "república" española, tan modélica, según nos cuenta un buen número de intelectuales ignorantes o malintencionados que, "con orgullo, con modestia y con gratitud", la reivindican en un manifiesto reciente.
Las cosas quedan incomparablemente más claras con el enfoque de este libro. La democracia, en efecto, no jugó ningún papel en la guerra, porque el proyecto de una república de democracia liberal había sido hecho trizas en los años anteriores. La habían hecho trizas, precisamente, aquellas izquierdas que, tuteladas al final por Stalin, se presentaban en la guerra como republicanas y democráticas. A partir de ahí, la lucha se jugaba entre una salida totalitaria-revolucionaria y una dictadura autoritaria.
La cuestión de por qué ganó la segunda tiene interés, porque, en un principio y durante bastante tiempo, lo lógico habría sido su aplastamiento, dada la desproporción de fuerzas. Incluso cuando, contra toda expectativa, las escasas columnas de Franco llegaban a Madrid y estaban a punto de ganar la guerra en sólo cuatro o cinco meses, la situación no estuvo lejos de invertirse dramáticamente, con una derrota completa de los nacionales. Hasta entonces las aportaciones exteriores habían sido de escasa enjundia, pero ese fue el momento en que la intervención soviética se volvió masiva, dando pie a una intervención germano-italiana también masiva y a la sustitución de las columnas irregulares por la movilización general y la formación de grandes ejércitos, con sus brigadas, divisiones y cuerpos de ejército, empleo de masas considerables de aviones y carros, etc.
Vidal estudia las sucesivas campañas, ofensivas y contraofensivas hasta el final hundimiento del Frente Popular en medio de una guerra civil entre sus propias fuerzas, y examina las explicaciones que los vencidos dieron entonces de su derrota, algo más inteligentes que las simplezas con que hoy nos obsequian tantos historiadores. Tienen especial interés las observaciones de Prieto sobre las causas de la pérdida de la región cantábrica, a finales de 1937, que determinó el cambio definitivo en el cariz de la guerra, al pasar a Franco la superioridad material. Prieto insistía sobre todo en las rivalidades entre partidos, la actitud del PNV (y eso que no conocía en toda su amplitud la traición de éste), la insuficiente represión de retaguardia, el desprestigio del mando militar por los políticos, etc.
El análisis puede aplicarse al conjunto de la contienda, y, en realidad, todas esas causas podrían reducirse a la primera: el Frente Popular no había conseguido la unidad política y militar, la unidad de mando que sus contrarios sí habían alcanzado en los primeros meses de guerra, y por ello gran parte de su potencia se dispersaba en pugnas y sabotajes internos, y en la dificultad para aplicar los planes de forma disciplinada. Ello no significa que su conducción de la guerra fuese un continuo desastre: lograron formar un ejército potente y lanzar ofensivas bien diseñadas y muy peligrosas, gracias, sobre todo, a la creciente hegemonía comunista. Porque los comunistas fueron los únicos que tenían una verdadera estrategia general, política y militar, y, auxiliados por el común temor al enemigo, sometieron a sus aliados, a menudo con métodos terroristas, a una considerable unidad de acción, nunca suficiente, empero.
El general Rojo hizo también algunas precisiones acertadas en noviembre de 1938, aunque partiendo de un optimismo absolutamente desbocado sobre sus posibilidades de ganar la guerra a esas alturas. La cuestión básica era la "unidad absoluta en lo político y en la dirección de la guerra", de la cual derivarían la "disciplina absoluta" en el frente y la retaguardia, los abastecimientos, una reorganización militar y "social", y la importación de armamentos. Si todo aquello no era posible –y no lo era, salvo bajo la dictadura plena y desembozada de los comunistas–, Rojo propugnaba pedir la paz, con cuatro puntos, incluyendo la "entrega de las personas responsables".
Especial interés tiene su punto tercero: "Evacuación de la masa responsable para evitación de represalias". Se refería probablemente a los miles o decenas de miles de personas implicadas en el terror contra las derechas, y a las cuales pensaban los nacionales ajustar cuentas muy estrechas. Como es sabido, los dirigentes del Frente Popular se desentendieron por completo de esta elemental medida de protección de los suyos, a quienes dejaron completamente a merced de los nacionales. Sólo se preocuparon de asegurar su propia fuga y exilio, asegurado éste con inmensos tesoros expoliados al patrimonio artístico e histórico nacional y a particulares, incluyendo los bienes depositados por las familias pobres en los montes de piedad.
Esto no es una apreciación demagógica en modo alguno, sino un resumen preciso de los hechos. Con razón alude Vidal a la corrupción como uno de los factores de la derrota "republicana".
Como resume Vidal, las causas de la victoria franquista están muy lejos de las seudoexplicaciones propagandísticas tan en boga hasta hace poco. Consistieron básicamente en la unidad de mando; en el mucho mejor empleo de la ayuda extranjera, pagada además en condiciones mucho mejores que la del Frente Popular y sin el componente de corrupción que tuvo éste; en su mejor utilización de la baza diplomática; y en el factor moral y religioso, muy movilizador entre grandes masas de la población. Además, Franco, por estas cosas y otras, demostró ser un militar brillante, capaz de superar la situación casi desesperada del principio y de transformar las ofensivas enemigas en contraofensivas demoledoras. A menudo se le ha comparado, en contra suya, con Napoleón. No fue un Napoleón, en efecto, pero no debe olvidarse que Franco ganó su guerra, mientras que Napoleón terminó perdiendo las suyas.
Creo, en suma, que el libro de Vidal es una pésima noticia para los promotores de la falsificación de la historia, tanto como lo es buena para la historiografía seria, que, ya iba siendo hora, está desplazando por fin a las simplezas propagandísticas predominantes durante tanto tiempo.
Pío Moa.
César Vidal: La guerra que ganó Franco. Planeta, 2006; 600 páginas.
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