No es posible separar Iglesia y sociedad
La virulencia con la que el PSOE ha reaccionado al último documento de la Conferencia Episcopal no tiene precedentes en nuestra reciente historia democrática. Ningún partido de gobierno había mostrado hasta ahora una hostilidad hacia la Iglesia como la que ahora ya no disimulan los socialistas y jamás se había llegado al extremo de proferir insultos y descalificaciones hacia sus pastores. ¿Qué nuevos elementos han motivado esta animadversión que no se daba, por ejemplo, en los anteriores gobiernos socialistas presididos por Felipe González?
Las acusaciones de “inmoralidad” e “hipocresía”, a las que se han sumado otros exabruptos del entorno mediático del PSOE, causan sin duda dolor en muchos fieles católicos y estupor a muchos ciudadanos de bien. Dignas de un análisis más profundo son las palabras, más frías y calculadoras, de la vicepresidenta Fernández de la Vega, tanto en su comparecencia en el Congreso, por la polémica suscitada tras la celebración por la familia del 30-D, como en la rueda de prensa de la reunión del Consejo de Ministros del pasado viernes.
En las dos ocasiones, De la Vega ha defendido con ahínco la separación Iglesia-Estado y ha reclamado que ambas instituciones puedan funcionar con total autonomía. Sobre eso puede estar tranquila la “número dos” del Ejecutivo, porque no hay prácticamente ningún católico que no crea conveniente esta separación con respecto a las instituciones del Estado consagrada en la Constitución. El problema viene de que, cuando los miembros del Gobierno hablan de separación Iglesia-Estado, a lo que se refieren sin embargo es a la separación Iglesia-sociedad o, como ha señalado este domingo el cardenal arzobispo de Toledo, Antonio Cañizares, a “reducir su palabra a los espacios sacrales”.
Una separación Iglesia-sociedad es sencillamente imposible. La sociedad está formada por hombres y, como prolongación de la presencia de Jesucristo en la historia, la Iglesia tiene como misión esencial el diálogo con el hombre, con el corazón de cada hombre concreto, sus anhelos y evidencias más profundas. Y precisamente a esos anhelos de justicia, verdad, belleza, libertad, van dirigidas las orientaciones morales que los obispos plasmaron en el documento del pasado jueves. Por tanto, privar de esa posibilidad a la Iglesia no es sólo negarle una función sino negar su misma esencia.
Pero, ¿por qué aparece confusión entre los términos “Estado” y “sociedad” en mayor medida que con ningún gobierno anterior? El proyecto político que lidera Rodríguez Zapatero desdibuja la línea que divide estos ámbitos porque se basa en la idea de que el Estado, y por tanto el partido en el poder, no es sólo un árbitro y un garante de la convivencia y las libertades, sino que tiene la potestad de transformar las conciencias.
El pensamiento sobre el que se sostiene el proyecto político de Zapatero es de naturaleza hegemónica, es decir, pretende imponerse a todos, como lo demuestran varias de las leyes aprobadas en esta legislatura y de manera evidente la asignatura Educación para la Ciudadanía. Por esta razón, choca frontalmente con cualquier otra realidad que pretenda ofrecer una explicación integral del hombre, como es el cristianismo.
Ignacio Santa María
Páginas Digital, 3 de febrero de 2008
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