Bono, contaminado por la reinterpretación liberal de 1808. La derecha también alimenta el mito de una España laica
Sesión formal del comienzo de la legislatura. José Bono, el socialista presidente del Congreso, le ha comprado a los nuevos liberales “la mercancía”. Ha afirmado este miércoles, delante del Rey, al recordar la Guerra de la Independencia y las Cortes de Cádiz, que entonces “surgió la nación española”. Ha asumido la reinterpretación que el liberalismo laico está haciendo de la historia de nuestro país, de los acontecimientos que se produjeron de 1808 a 1812. Ha utilizado la nueva versión creada por cierta derecha para sacar del ámbito público lo religioso.
También la derecha reescribe la historia. El nuevo liberalismo español es una especie de magma en el que se reúnen directores de periódico, presidentes de comunidades autónomas, comunicadores, historiadores... personalidades que revindican la fortaleza de sus ideas frente a la decadencia ideológica de la izquierda. Como todo movimiento sin forma y sin programa definido, tiene de todo. Pero buena parte de ese liberalismo revindica con fuerza su carácter laicista. Entre sus filas cuenta con eclesiásticos. Son religiosos que, cuando explican y divulgan la historia de España, con gran éxito entre el gran público, siempre sitúan a la Iglesia católica como una fuerza de la reacción, un vector oscuro que ha frenado el progreso, que ha fomentado la incultura, la explotación de los pobres..., los tópicos más habituales.
Los intelectuales y los divulgadores de esa nueva derecha han encontrado en la conmemoración del segundo bicentenario del 2 de mayo y en las Cortes de Cádiz una ocasión perfecta para fijar en 1808 el año 0 de la nación española. Así como los franceses tuvieron su revolución, la Guerra de la Independencia habría sido la nuestra. Los españoles sublevados en realidad se habían levantado contra el Antiguo Régimen, los siglos de oscuridad de monarquía e Iglesia. Uno de sus máximos exponentes sostiene que “a partir de entonces se pone en marcha la idea de la libertad a través de la nación. Se nos concederán nuestros derechos y libertades individuales. Ya no seremos súbditos, sino ciudadanos. A partir de ahí, la libertad y la igualdad van a conquistar el terreno en la historia hasta la Constitución de 1978, que es la que garantiza nuestros derechos”. Los más radicales aseguran que en ese momento es en el que surge realmente España como nación. Los más leídos y más estudiados matizan y afirman que entonces la nación histórica se convierte en nación constitucional. Sería demasiado chusco tirar por la borda el reino visigodo, los reinos medievales, la España de los reyes católicos, de los Austrias y de los primeros Borbones. Hay que redefinirlas.
A pesar de los matices, hay que reconocer que esta interpretación que considera a la nación española hija única de la Ilustración, madre de un patriotismo por fin constitucional que supera el patriotismo puramente étnico o puramente cultural, no es rigurosa y, sobre todo, no es inocente. Con precisión, el historiador José Manuel Cuenca Toribio en su libro La Guerra de la Independencia: un conflicto decisivo (Ediciones Encuentro) señala que el levantamiento del 2 de mayo y posteriores se realizó bajo el lema “Dios, Patria y Rey”, y que ese lema daba forma a la rebelión popular. O sea, que los españoles no se levantaron contra el francés para derribar el Antiguo Régimen.
De hecho, los promotores de la Fundación Dos de Mayo Nación y Libertad, una de las instituciones que más está difundiendo la redefinición liberal de la historia, al poner por escrito sus propósitos se tienen que tentar la ropa. Y aseguran en el Decreto 120/2007 de la Comunidad de Madrid, en el que se crea la institución, que con el levantamiento del 2 de mayo “la nación retomó la soberanía, adaptándose a las nuevas circunstancias”. Pero en realidad nadie se lee los decretos y lo que cuenta es lo que divulga. Habría que hacer, frente al nuevo mito, muchas precisiones. No son las que habitualmente se consideran “fuerzas modernizadoras” las que redactan la Constitución del 1812. Algunas partes decisivas son elaboradas por eclesiásticos que siguen siendo muy fieles a la tradición de la Iglesia. La “Pepa” no es el punto de partida de una evolución que llega hasta nuestra actual Carta Magna en una línea continua e inalterada. Aquella Constitución era rabiosamente confesional, algo por fortuna superado, que nuestros liberales laicos silencian. A algunos de estos liberales, no a todos, les interesa desfigurar la tradición nacional española. A algunos de estos liberales, que coleccionan papeles de la revolución francesa con devoción, les interesa privatizar el factor religioso, para identificarse con más facilidad con la llamada “ampliación de derechos civiles” de Zapatero. ¿Y no será que nuestra Ilustración en realidad se parece más a la americana que a la gala?
Fernando de Haro
Páginas Digital, 16 de abril de 2008