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Políticamente... conservador

Tradición religiosa y política

Bono, “contaminado” por la reinterpretación liberal de 1808. La derecha también alimenta el mito de una España laica

Bono, “contaminado” por la reinterpretación liberal de 1808. La derecha también alimenta el mito de una España laica

 

Sesión formal del comienzo de la legislatura. José Bono, el socialista presidente del Congreso, le ha comprado a los nuevos liberales “la mercancía”. Ha afirmado este miércoles, delante del Rey, al recordar la Guerra de la Independencia y las Cortes de Cádiz, que entonces “surgió la nación española”. Ha asumido la reinterpretación que el liberalismo laico está haciendo de la historia de nuestro país, de los acontecimientos que se produjeron de 1808 a 1812. Ha utilizado la nueva versión creada por cierta derecha para sacar del ámbito público lo religioso.

 

También la derecha reescribe la historia. El nuevo liberalismo español es una especie de magma en el que se reúnen directores de periódico, presidentes de comunidades autónomas, comunicadores, historiadores... personalidades que revindican la fortaleza de sus ideas frente a la decadencia ideológica de la izquierda. Como todo movimiento sin forma y sin programa definido, tiene de todo. Pero buena parte de ese liberalismo revindica con fuerza su carácter laicista. Entre sus filas cuenta con eclesiásticos. Son religiosos que, cuando explican y divulgan la historia de España, con gran éxito entre el gran público, siempre sitúan a la Iglesia católica como una fuerza de la reacción, un vector oscuro que ha frenado el progreso, que ha fomentado la incultura, la explotación de los pobres..., los tópicos más habituales.

 

Los intelectuales y los divulgadores de esa nueva derecha han encontrado en la conmemoración del segundo bicentenario del 2 de mayo y en las Cortes de Cádiz una ocasión perfecta para fijar en 1808 el año 0 de la nación española. Así como los franceses tuvieron su revolución, la Guerra de la Independencia habría sido la nuestra. Los españoles sublevados en realidad se habían levantado contra el Antiguo Régimen, los siglos de oscuridad de monarquía e Iglesia. Uno de sus máximos exponentes sostiene que “a partir de entonces se pone en marcha la idea de la libertad a través de la nación. Se nos concederán nuestros derechos y libertades individuales. Ya no seremos súbditos, sino ciudadanos. A partir de ahí, la libertad y la igualdad van a conquistar el terreno en la historia hasta la Constitución de 1978, que es la que garantiza nuestros derechos”. Los más radicales aseguran que en ese momento es en el que surge realmente España como nación. Los más leídos y más estudiados matizan y afirman que entonces la nación histórica se convierte en nación constitucional. Sería demasiado chusco tirar por la borda el reino visigodo, los reinos medievales, la España de los reyes católicos, de los Austrias y de los primeros Borbones. Hay que redefinirlas.

 

A pesar de los matices, hay que reconocer que esta interpretación que considera a la nación española hija única de la Ilustración, madre de un patriotismo por fin constitucional que supera el patriotismo puramente étnico o puramente cultural, no es rigurosa y, sobre todo, no es inocente. Con precisión, el historiador José Manuel Cuenca Toribio en su libro La Guerra de la Independencia: un conflicto decisivo (Ediciones Encuentro) señala que el levantamiento del 2 de mayo y posteriores se realizó bajo el lema “Dios, Patria y Rey”, y que ese lema daba forma a la rebelión popular. O sea, que los españoles no se levantaron contra el francés para derribar el Antiguo Régimen.

 

De hecho, los promotores de la Fundación Dos de Mayo Nación y Libertad, una de las instituciones que más está difundiendo la redefinición liberal de la historia, al poner por escrito sus propósitos se tienen que tentar la ropa. Y aseguran en el Decreto 120/2007 de la Comunidad de Madrid, en el que se crea la institución, que con el levantamiento del 2 de mayo “la nación retomó la soberanía, adaptándose a las nuevas circunstancias”. Pero en realidad nadie se lee los decretos y lo que cuenta es lo que divulga. Habría que hacer, frente al nuevo mito, muchas precisiones. No son las que habitualmente se consideran “fuerzas modernizadoras” las que redactan la Constitución del 1812. Algunas partes decisivas son elaboradas por eclesiásticos que siguen siendo muy fieles a la tradición de la Iglesia. La “Pepa” no es el punto de partida de una evolución que llega hasta nuestra actual Carta Magna en una línea continua e inalterada. Aquella Constitución era rabiosamente confesional, algo por fortuna superado, que nuestros liberales laicos silencian. A algunos de estos liberales, no a todos, les interesa desfigurar la tradición nacional española. A algunos de estos liberales, que coleccionan papeles de la revolución francesa con devoción, les interesa privatizar el factor religioso, para identificarse con más facilidad con la llamada “ampliación de derechos civiles” de Zapatero. ¿Y no será que nuestra Ilustración en realidad se parece más a la americana que a la gala?

 

Fernando de Haro

Páginas Digital, 16 de abril de 2008

Una presencia original, también en lo social

Una presencia original, también en lo social

La política española, entre la Semana Santa y el comienzo formal de la segunda legislatura, transcurre a dos velocidades. La del PSOE, muy activa, la del PP, menos. Esperemos que no sea un anticipo de lo que va a suceder en los próximos cuatro años. Mariano Rajoy está siendo muy criticado por no haber designado portavoz parlamentario o por no haber anticipado cuál va a ser su voto en la investidura. Son silencios lógicos. La victoria del PSOE le otorga el derecho a llevar la iniciativa. El problema no son los silencios circunstanciales, sino un silencio de fondo, profundo. Un silencio histórico que entrega a los socialistas la iniciativa y el protagonismo, no en cuestiones puntuales pero sí en la construcción del “discurso político” que acaba definiendo la realidad de lo que está pasando.

 

Se construye, por ejemplo, el mito de la crispación y cuando el PP quiere intervenir es tarde porque tiene que hacerlo a la contra o en un contexto que le es forzosamente adverso. Sólo en algunos momentos de la pre-campaña, con propuestas como las del contrato de inmigración, los populares consiguieron zafarse de esta trampa que les sofoca. Detrás de esta forma de hacer oposición, que casi siempre acaba siendo reactiva, hay un problema de fondo. Una cuestión cultural, si la designamos utilizando la parte más noble del asunto; o una cuestión de propaganda, si reducimos esa nobleza a un enfoque ideológico. No parecen entender en Génova, es un mal endémico del centro-derecha, que la política es siempre subsidiaria de una determinada concepción de las cosas. Es muy poco útil que todas las energías estén volcadas en intentar asaltar los castillos que otros han construido en un campo de batalla en el que las reglas las pone el contrario. Cuando se concibe la política como pura gestión, siempre se llega tarde.

 

En cualquier caso, es inútil enfadarse con la oposición. Incluso ese enfado puede ser una distracción y un síntoma de que no se ha entendido cuál es la tarea que la sociedad civil más activa tiene por delante en los próximos cuatro años. Páginas Digital comienza a publicar hoy una serie de reacciones de personas del mundo de la cultura a las declaraciones que hizo Julián Carrón, el presidente de la Fraternidad de Comunión y Liberación, en el semanario Alfa y Omega en Semana Santa (www.alfayomega.es). La entrevista se titula “Una presencia original” y, aunque en ella Carrón desarrolla sobre todo una reflexión sobre cómo recomenzar una experiencia educativa y misionera de la fe, también ofrece criterios muy útiles para todo el movimiento social que se ha despertado en el último tiempo y que ahora puede sentirse, en cierto modo, desfondado. Él mismo deja claro que para los católicos no es secundario construir esa sociedad civil: “u na fe madura se expresa en obras en las que se encarna el deseo del hombre (...), no es solamente un asunto privado o limitado a algún ámbito particular, sino que tiene también un papel público, hasta en el compromiso civil y político vivido como caridad”, asegura. Y añade: “hace falta una presencia original, no reactiva. Una presencia es original cuando brota de la conciencia de la propia identidad y del afecto a ella (...). Como cristianos, no hemos sido elegidos para demostrar nuestras capacidades dialécticas o estratégicas, sino únicamente para testimoniar”.

 

La propuesta que hace, desde su experiencia cristiana, para construir lo que denomina una presencia original bien puede servir para cristianos y no cristianos que han experimentado la urgencia de responder a la arrogancia de un poder cada vez más invasivo. Respuesta que, si no quiere ser reactiva y estar definida y condicionada por ese poder, sólo encontrará su originalidad en la conciencia de la propia identidad. No se trata, dice más adelante, de “demostrar nuestras capacidades dialécticas o estratégicas sino de testimoniar la novedad que la fe ha introducido en el mundo”. Puede parecer que estas dos categorías, la identidad y el testimonio, son insuficientes para construir una presencia original, también en el ámbito social. Ése el espejismo que en ocasiones ha enturbiado el movimiento social que en los últimos años ha luchado por la libertad de educación, la libertad de conciencia o la dignidad frente al terror. Las energías utilizadas en dar “el último empujón” para que se produjera el cambio que necesitábamos parecen desperdiciadas. No es así.

 

Se ha despertado la conciencia de que existe un poder agresivo. Pero no basta, hace falta la conciencia de la propia identidad, como dice Carrón, para conseguir una auténtica fecundidad social que dé respuestas desde el primer momento. El ejemplo más nítido es el de Educación para la Ciudadanía (EpC). La identidad de los católicos, su auténtica tradición y capacidad critica, como la identidad de los judíos o los librepensadores, es la única que puede generar respuestas educativas que sean originales y que estén a la altura del reto que supone la materia. Una respuesta real y no virtual no tiene más “herramienta” que el testimonio, dicho con otras palabras: la libertad de agentes sociales que explican los motivos que les impulsan. Llevan razón los líderes que revindican la EpC como la cuestión esencial para el nuevo movimiento social. Pero no porque la batalla contra esta materia sea más o menos instrumental para construir un proyecto ideológico alternativo, sino porque al referirse a la educación nos obliga a retomar los motivos y razones que pueden generar una nueva presencia social.

 

Fernando de Haro

Páginas Digital, 26 de marzo de 2008

Una sociedad que olvida su historia es manipulable, alerta el Papa

Una sociedad que olvida su historia es manipulable, alerta el Papa

Denuncia las consecuencias provocadas por el positivismo y el materialismo

CIUDAD DEL VATICANO, viernes, 7 marzo 2008 (ZENIT.org).- Una sociedad que olvida su pasado es manipulable ideológicamente pues pierde su identidad, alerta Benedicto XVI.

Su llamada de atención fue escuchada por los miembros del Comité Pontificio de Ciencias Históricas, con quienes constató cómo la historiografía se encuentra en crisis a causa de la influencia «del positivismo y del materialismo».

«Ambas ideología han llevado a un desenfrenado entusiasmo por el progreso que, animado por espectaculares descubrimientos y éxitos técnicos, a pesar de las desastrosas experiencias del siglo pasado, determina la concepción de la vida de amplios sectores de la sociedad».

«De este modo, el pasado se presenta sólo como un telón de fondo oscuro, en el que el presente y el futuro resplandecen con seductoras promesas. A esto sigue estando ligada la utopía del paraíso sobre la tierra, a pesar de que esta utopía se ha demostrado falaz».

«El desinterés por la historia es típico de esta mentalidad, algo que se traduce en la marginación de las ciencias históricas. Donde están activas estas fuerzas ideológicas, son descuidadas la investigación histórica y la enseñanza de la historia en la universidad y en las escuelas a todos los niveles».

«Esto produce una sociedad que, olvidando su propio pasado y, por tanto, desprovista de los criterios alcanzados a través de la experiencias, ya no es capaz de proyectar una convivencia armoniosa y un compromiso común en la realización de los objetivos futuros. Esta sociedad se presenta particularmente vulnerable a la manipulación ideológica».

Las consecuencias de esta situación para el Papa son evidentes: «la pérdida de memoria provoca en el individuo la pérdida de la identidad, y de una manera análoga este fenómeno se verifica en la sociedad en su conjunto».

El obispo de Roma concluyó afirmando que la Iglesia no puede quedar indiferente ante esta situación, pues «no es de este mundo pero vive en él y para él» y, por este motivo, reconoció la importancia del trabajo del Comité Pontificio de Ciencias Históricas.

El humo de la confusión de los cristianos socialistas

El humo de la confusión de los cristianos socialistas

No sé si los cristianos socialistas son muchos o pocos, mártires de unos o de otros, submarinos en la Iglesia o en el PSOE, ingenuos utópicos o realistas esperanzados. No sé si sus escritos tienen mucha difusión o poca. No sé si cuentan con mucho apoyo en el PSOE laicista de Zapatero y en la Iglesia o poco.

No sé si su incursión en los grupos federales –al menos así aparecen en la página web del PSOE–, junto con Participación de la realidad latina; gays, lesbianas y transexuales; grupo de árabes socialistas... es algo más que una casualidad. No sé si su afán por tender puentes se ha quedado en eso o han sido capaces de construir al menos un trampolín. No lo sé. Lo que sí sé es que han publicado una nota ante las próximas elecciones que está tan pegada a la de la Conferencia Episcopal que parecen haberse constituido en conferencia eclesial paralela, en germen de una iglesia cristiana nacional financiada por el PSOE.

 

Cuando se hizo pública aquella magnífica clarificación de los obispos, que sirvió al menos para elevar el nivel del debate público respecto a lo que vamos a votar en las próximas elecciones, los citados cristianos socialistas y, por ende, socialistas cristianos, declararon que el reino de Dios había avanzado en España gracias a "la retirada de las tropas de Irak, la acción decidida contra la dominación por razón de género, la política de paz en el País Vasco, la regularización de casi un millón de inmigrantes y el firme compromiso contra la discriminación histórica que han sufridos las personas homosexuales".

 

Por supuesto que siempre es posible un paso más. Señalaban, desde sus convicciones cristianas, que "es precisamente la motivación moral la que ha impulsado las acciones más señeras del Gobierno del presidente Zapatero en esta legislatura y la que sostiene el programa de gobierno para la próxima". No hay más que oír estos días al ministro Bernat Soria hablar de un plan integral para el aborto y darnos cuenta de las motivaciones cristianas de las políticas futuras del Gobierno socialista.

 

Pero la historia no ha acabado ahí. En un ejercicio de auténtico profetismo de agrupación de salón y tentempié han emitido un amplio comunicado en el que matizan con un "pero" todos y cada uno de los puntos de los obispos de la Comisión Permanente, como si a la doctrina de los obispos les faltara una tilde, o se hubieran olvidado de un aspecto importante de su magisterio y por tanto hubieran estado manipulando los criterios iluminadores de la conciencia cristiana y de la recta razón frente a las próximas elecciones. El texto que ahora proponen es un remedo que, sibilinamente, reproduce el lenguaje y parafrasea las palabras episcopales en un ejercicio de confusión doctrinal de largo alcance.

 

Uno de los problemas de estos cristianos socialistas es que nunca parecen satisfechos con lo que dicen los obispos mientras la jerarquía no se dedique a aplaudir las buenas obras éticas y morales de las políticas de Zapatero. Matizar a los obispos supone matizar el Evangelio, o al menos, llevarlo a un terreno pantanoso de fecales aguas políticas de partido. Máxime si de un partido como el socialista se trata, que no se caracteriza, precisamente, por propuestas legislativas que respeten la naturaleza de la condición humana y que permitan la libre expresión de la propuesta de la experiencia cristiana.

 

Con este nuevo comunicado de los cristianos socialistas el programa del PSOE ha dado un paso más: se ha revestido de teología de la liberación de baja intensidad y se ha presentado como la legitimación de la conciencia para unos ciudadanos que votan con la sola buena fe. Una vez más, el humo de la ideología socialista no les deja ver lo que está ocurriendo; no les permite oír la nítida voz de los obispos.

 

No se trata, como ellos afirman reiteradamente, de un ejercicio de discernimiento dentro del episcopado. La estrategia de la desunión de la Iglesia tiene ya muchos años. Lo dramático del caso que nos ocupa es que son quienes se denominan cristianos los que han trazado con la tiza de la inoportunidad una línea divisoria entre nuestros obispos que, cuando realizan un discernimiento moral, van a una. Por más que argumenten su texto con citas de un magisterio pontificio a su medida, lo que van a sembrar es la semilla de la confusión y ese relativismo destructor que lleva a muchas personas a respirar el humo negro de la disidencia.

 

José Francisco Serrano Oceja

Libertad Digital, suplemento Iglesia, 14 de febrero de 2008

Caramba con la "mirada positiva"… De la guerra civil a la guerra de religión: Zapatero se supera

Caramba con la "mirada positiva"… De la guerra civil a la guerra de religión: Zapatero se supera

Esta legislatura empezó con un siniestro revival de la guerra civil y está terminando con un grotesco retorno al año 711: el Gobierno declara la guerra a los obispos y la Junta Islámica proclama su apoyo al PSOE; ya solo falta que Zapatero, cual nuevo Agila, llame en su socorro a los moros (y Bono hará de Don Opas). Nunca como en esta legislatura ha sido tan cierto aquel apotegma de don Carlitos Marx según el cual todo en la Historia se repite dos veces, la primera como tragedia y la segunda como parodia. El problema es que estas parodias de Zapatero laceran, escuecen, arañan y dejan tras de sí un reguero de discordia y enfrentamiento. Y todo ello, en nombre de la paz.

No resulta fácil entenderlo. ¿Qué se gana enfrentando a la gente? Puede entenderse que, ante una ofensiva, el ofendido responda. Pero, ¿qué ofensiva había aquí antes de 2004, al margen de la de ETA y la de los separatismos? La guerra civil era un capítulo ya superado: unos y otros escribían unas y otras cosas, cada cual contaba su guerra y a nadie se le discutía el derecho a hacerlo, pero, sobre todo: nadie la vivía en presente de indicativo, como si estuviera ocurriendo otra vez. Los abuelos estaban muertos y enterrados. La reconciliación nunca fue un abrazo alegre y fraternal, pero sí una voluntad lo suficientemente firme como para ser efectiva. Pero en eso llega a este caballero, invoca a los muertos, abre las tumbas, saca a pasear a los cadáveres, vuelve a dividir España en dos bandos, dictamina quiénes son los buenos (ellos) y quiénes son los malos (los demás) y se propone ganar la guerra que perdieron setenta años atrás sus antepasados políticos. ¿Para qué?

Del mismo modo, todos los problemas que el Estado constitucional pudiera tener con la Iglesia estaban ampliamente resueltos, y a plena satisfacción de ambas partes. El Estado, aconfesional, había prescindido de cualquier referencia religiosa explícita para contentar precisamente a los socialistas. La Iglesia había renunciado a su posición de privilegio en el Estado sin conservar más que los beneficios derivados de su hegemonía social, cultural e histórica. Los acuerdos diplomáticos entre España y la Santa Sede no incomodaban a nadie. Ni la Iglesia ha tratado de determinar la política del Ejecutivo, ni éste, en los años precedentes, había buscado conflicto alguno, más allá de los derivados naturalmente de posiciones ideológicas distintas. Pero ahora, de repente, el Gobierno proclama que la Iglesia es un problema: sacude corporativamente a los obispos, presiona social y políticamente a los católicos, amenaza a sus medios de comunicación y llega hasta el extremo de amagar con una supresión de los acuerdos Iglesia-Estado. ¿Por qué? ¿Para qué?

El túnel del tiempo

La revisión de la guerra civil nos ha metido en un túnel del tiempo que conduce a la España de los años treinta. La bronca con la Iglesia nos sumerge en un pozo que conduce aún más lejos, a la Francia de 1905 o al México de 1920 y sus sectarias políticas anticlericales. Hay en ambos procesos algo profundamente morboso, una enfermedad del espíritu, una incapacidad de vivir el propio tiempo y acomodarse en la Historia. Es como si nuestra izquierda, incapaz de digerir dos procesos históricos consumados como fueron el horror del socialismo real y el naufragio económico de la socialdemocracia, hubiera decidido inventarse una historia nueva, una historia a la carta, para tener todavía algo que decir. Este malestar en la Historia debería hacer pensar a los intelectuales de izquierda; en vez de eso, los está arrastrando a la ceguera más radical, como la de esos tribunos que en los años setenta empezaron a cantar las delicias (quizá turcas) de un islam imaginario. Sería un ejercicio inofensivo si no fuera porque en su estela emergen pasiones que pueden llegar a hacerse incontrolables. Entonces la parodia volvería a teñirse de tragedia.

Para que la parodia llegue al límite, la Junta Islámica, portavoz en España de un islamismo en absoluto moderado, ha pedido el voto para Zapatero. Es evidente que no pueden ser convergencias ideológicas las que han llevado a una comunidad que predica la sumisión de la mujer y la condena de la homosexualidad, a apoyar al partido del divorcio-exprés y los gaymonios. Hay que pensar más bien que se trata de una motivación estratégica: los musulmanes piensan que con Zapatero tendrán más oportunidades de penetración social. Nadie puede reprochar a los musulmanes que defiendan sus intereses. Lo que hay que preguntarse es qué no les habrá ofrecido Zapatero para que estos simpáticos amigos le comprometan el voto. Aquí la parodia empieza a convertirse en algo bastante más serio.

Sea como fuere, el hecho es que la política socialista –que no es sólo Zapatero- nos ha metido en un camino absolutamente delirante: una política de lo no político donde la imaginación de una Historia que no fue ahoga las posibilidades de un país que realmente es. Si una mayoría de españoles sigue adhiriéndose a ese fantasma, entonces es que España ha optado por el suicidio.

 

José Javier Esparza

El Manifiesto, 6 de febrero de 2008

La verdadera razón del ataque del gobierno a la Iglesia

La verdadera razón del ataque del gobierno a la Iglesia A todo observador imparcial le habrá sorprendido la furibunda y amenazante reacción del gobierno contra los obispos españoles por su nota para orientar a los católicos ante las próximas elecciones.

No es un dato menor que la mayoría de medios de comunicación hayan hurtado a la opinión pública el conocimiento del texto, por otra parte breve. Leyendo sus puntos no se desprende ninguna novedad, nada que no se haya dicho y reiterado antes. En definitiva el Magisterio de la Iglesia es poco voluble.

Además, la forma es extraordinariamente cuidada, matizada. Tanto es así que la impresión de los propios periodistas que asistieron a la rueda de prensa del portavoz de la Conferencia Episcopal, Martínez Camino, que dio a conocer el texto, volvieron a sus redacciones con la opinión de que el texto era realmente matizado y muy ajustado.

 

¿Qué cambió entre este momento y la explosión de los medios de comunicación de la mañana siguiente?

 

Pues, lo que modificó el panorama fue la decisión del gobierno de actuar con una contundencia insólita contra la Iglesia, e intentar mantener esta tensión el máximo de días posible. Algunos analistas ya ligaron esta desmesura con las dificultades de Zapatero durante la semana anterior: el ninguneo de Merckel, Sarkozy y Brown en la reunión de líderes europeos para tratar del tema económico, que dañaba uno de los puntos clave con que Zapatero intenta presentarse ahora, el del líder del gobierno del país que más ha crecido económicamente.

 

También la calurosa recepción de la dirigente alemana y el presidente francés a Rajoy en París.

 

Incluso el desplante inusual de la primera ministro germana, en la rueda de prensa conjunta con Zapatero, después de la reunión que estaba prevista desde hace tiempo entre ambos países.

 

No es frecuente que tal y como hizo Merckel, en un acto tan formal declare sus simpatías por el candidato que pretende echar a Zapatero.

 

El fracaso de la medida elaborada por la beautiful people de la Oficina económica del presidente del gobierno, con David Taguas y el ex de dicha oficina, Miguel Sebastián, a la cabeza, destinada a repartir 400 euros, también se añade al cómputo negativo.

 

Miguel Sebastián en un reciente artículo todavía defendía esta medida como ejemplo de política anticíclica, un planteamiento que tiene su equivalente en alguna de las medidas adoptadas por Bush en EEUU. No deja de ser sorprendente esta semejanza para un dirigente que alardea de rojeras. Y es que lo de los 400 euros no solo sonaba mal sino que era todo lo contrario a una medida redistributiva, como se encargó de precisar Solbes. Solo cobrarían aquella cifra los que más pagan a hacienda, muchos se limitarían a percibir 180 euros y otros nada.

 

Pero el factor realmente desencadenante de la decisión gubernamental de poner en primer plano un desmesurado conflicto con la Iglesia fue el conocimiento del dato que el martes siguiente, el 5 de febrero, explotó en todos los periódicos: el extraordinario crecimiento del paro, la cifra más alta para enero de los últimos 24 años.

 

Desde la mitad de la semana anterior Zapatero conocía este resultado, y su equipo estuvo considerando como podía desviar la atención. La nota de los obispos muy cogida por los pelos, les dio la ocasión.

 

Esta es la verdad pura y dura del comportamiento del gobierno y el PSOE. Dice mucho de la irresponsabilidad de todos ellos y de su voluntad de manipular la opinión de las personas, y dice también del potencial de los medios de comunicación para transmitir imágenes falseadas de la realidad y excitar los instintos.

 

Ambas cuestiones son de una gravedad que incluso van más allá de la simple campaña electoral, porque reducen a quien es el teórico ciudadano a un muñeco al que se puede agitar y mover a base de inundarlo de falsas informaciones y opiniones de adoctrinamiento.

 

Editorial de Forum Libertas, 6 de febrero de 2008

No es posible separar Iglesia y sociedad

No es posible separar Iglesia y sociedad

La virulencia con la que el PSOE ha reaccionado al último documento de la Conferencia Episcopal no tiene precedentes en nuestra reciente historia democrática. Ningún partido de gobierno había mostrado hasta ahora una hostilidad hacia la Iglesia como la que ahora ya no disimulan los socialistas y jamás se había llegado al extremo de proferir insultos y descalificaciones hacia sus pastores. ¿Qué nuevos elementos han motivado esta animadversión que no se daba, por ejemplo, en los anteriores gobiernos socialistas presididos por Felipe González?

 

Las acusaciones de “inmoralidad” e “hipocresía”, a las que se han sumado otros exabruptos del entorno mediático del PSOE, causan sin duda dolor en muchos fieles católicos y estupor a muchos ciudadanos de bien. Dignas de un análisis más profundo son las palabras, más frías y calculadoras, de la vicepresidenta Fernández de la Vega, tanto en su comparecencia en el Congreso, por la polémica suscitada tras la celebración por la familia del 30-D, como en la rueda de prensa de la reunión del Consejo de Ministros del pasado viernes.

 

En las dos ocasiones, De la Vega ha defendido con ahínco la separación Iglesia-Estado y ha reclamado que ambas instituciones puedan funcionar con total autonomía. Sobre eso puede estar tranquila la “número dos” del Ejecutivo, porque no hay prácticamente ningún católico que no crea conveniente esta separación con respecto a las instituciones del Estado consagrada en la Constitución. El problema viene de que, cuando los miembros del Gobierno hablan de separación Iglesia-Estado, a lo que se refieren sin embargo es a la separación Iglesia-sociedad o, como ha señalado este domingo el cardenal arzobispo de Toledo, Antonio Cañizares, a “reducir su palabra a los espacios sacrales”.

 

Una separación Iglesia-sociedad es sencillamente imposible. La sociedad está formada por hombres y, como prolongación de la presencia de Jesucristo en la historia, la Iglesia tiene como misión esencial el diálogo con el hombre, con el corazón de cada hombre concreto, sus anhelos y evidencias más profundas. Y precisamente a esos anhelos de justicia, verdad, belleza, libertad, van dirigidas las orientaciones morales que los obispos plasmaron en el documento del pasado jueves. Por tanto, privar de esa posibilidad a la Iglesia no es sólo negarle una función sino negar su misma esencia.

 

Pero, ¿por qué aparece confusión entre los términos “Estado” y “sociedad” en mayor medida que con ningún gobierno anterior? El proyecto político que lidera Rodríguez Zapatero desdibuja la línea que divide estos ámbitos porque se basa en la idea de que el Estado, y por tanto el partido en el poder, no es sólo un árbitro y un garante de la convivencia y las libertades, sino que tiene la potestad de transformar las conciencias.

 

El pensamiento sobre el que se sostiene el proyecto político de Zapatero es de naturaleza hegemónica, es decir, pretende imponerse a todos, como lo demuestran varias de las leyes aprobadas en esta legislatura y de manera evidente la asignatura Educación para la Ciudadanía. Por esta razón, choca frontalmente con cualquier otra realidad que pretenda ofrecer una explicación integral del hombre, como es el cristianismo.

 

Ignacio Santa María

Páginas Digital, 3 de febrero de 2008

Los valores occidentales están vivos y deben ser defendidos del terrorismo

Los valores occidentales están vivos y deben ser defendidos del terrorismo

Recibiendo en Castel Gandolfo los parlamentarios de la Internacional democristiana, Benedicto XVI ha definido el terrorismo un “fenómeno gravísimo que a menudo llega a instrumentalizar a Dios y desprecia de manera injustificable la vida humana”. Y añade: el terrorismo que ataca Occidente usa como “pretexto” la “recriminación de haberse olvidado de Dios, con la cual algunas redes terroristas tratan de justificar sus amenazas a la seguridad de las sociedades occidentales”.

 

Se trata de un retorno al discurso de Ratisbona del 12 de septiembre de 2006, ya ampliamente retomado en el reciente viaje apostólico en Austria. En Ratisbona el Papa había arrancado de un diálogo que había visto contrapuestos en 1391 en Ankara al emperador bizantino Manuel II Paleólogo y a un sabio musulmán. El emperador juega en campo ajeno, tras haber recibido una invitación que no puede rechazar de acompañarlo en una cacería del sultán turco Bayazet, cuyo amenazante ejército es mucho más poderoso que el suyo. Ciertamente Manuel no puede invocar el Evangelio o la teología frente a un público musulmán: propone entonces a su interlocutor de discutir no sobre la base de la fe, sino de la razón. El islámico acepta, pero el diálogo no cuaja porque Manuel y el persa tienen dos ideas distintas de la razón. Para el emperador griego la razón es el fundamento filosófico de todas las cosas. Para el musulmán este fundamento no existe – su Dios, Alá, “no depende de sus actos” y puede cambiar cada minuto las leyes que regulan el mundo, tan es así que todo conocimiento racional es incierto y provisional – y para él argumentar conforme a razón significa sencillamente citar hechos empíricos. Usa por tanto el argumento que piensa da por cerrada la discusión: la prueba de la superioridad del islam sobre el cristianismo es que los ejércitos del Profeta están ganando en todas partes, y el mismo imperio de Bizancio se ha reducido a un estado insignificante. Naturalmente tres siglos más tarde, cuando a partir de la batalla de Viena los musulmanes empezarán a perder, el argumento podrá dar la vuelta y ser dirigido contra ellos. Pero no es éste el punto. Para Manuel II – y para Benedicto XVI – la vida, los derechos humanos y la posibilidad de convivir entre religiones distintas están garantizadas sólo por una confianza en la razón como instrumento capaz de conocer la verdad. Si falta esta confianza, qué es la verdad es decidido por los ejércitos triunfadores, y hoy por quienes están mejor capacitados para poner bombas. La verdad – y Dios mismo, que es verdad – se convierten en simples funciones de la violencia.

 

 

 

El mundo nacido por aquélla confianza en la razón y en la verdad que ya en 1391 el islam había abandonado se llama Occidente. Hoy hay muchos, también entre los católicos, que contestan la noción de Occidente. Para algunos se trataría de un mito imperialista: Occidente jamás habría existido. Para otros Occidente habría dejado de existir: ya que ha ampliamente olvidado a Dios, habría perdido su razón de ser y no quedaría nada merecedero de ser amado y defendido. Benedicto XVI no se avergüenza de llamar Occidente con su nombre, y de denunciar como un “pretexto” la tesis – que no solamente es expuesta por los fundamentalistas islámicos – según la cual la sociedad occidental “sin Dios” ya no es sí misma. No: por muy enfermo que esté, Occidente no ha muerto. También en sus versiones más laicas y parciales, sus valores de razonabilidad y de libertad conservan la huella del origen cristiano. Por esto vale la pena defenderlo de la agresión terrorista. Y declararse, sin vergüenza, occidentales.

 

 

 

Massimo Introvigne

 

 

 

Traducción: Ángel Expósito Correa   

 

 

Publicado por Massimo Introvigne el 30-01-2008 en www.fundacionburke.org