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Tradición religiosa y política

Un católico no puede votar ni al PSOE ni al PP

Un católico no puede votar ni al PSOE ni al PP

Conste que es una opinión personal. Un católico no puede votar al PP porque, por si no había quedado claro, el señor Rajoy -insisto, un frívolo simpático- lo dejó claro ayer, durante una entrevista radiofónica: no piensa cambiar ni las leyes de divorcio ni de aborto, el gaymonio es un mera cuestión terminológica y las leyes más homicidas de la Legislatura Zapatero, (reforma la fecundación asistida e investigación biomédica), el matadero de embriones humanos, ni tan siquiera le merecen comentario alguno. Lógico, dado que la utilización de embriones como cobayas humanas la inició su colaboradora más directa, la entonces ministra de Sanidad Ana Pastor.

El PP ha creado un estado de cosas ideológico en el que cualquier cosa es admisible y en el que impera una especie de nominalismo: si las denominaciones son aceptadas por el cuerpo electoral.

 

De hecho, lo que diferencia la PSOE del PP es que, si pudiera, el primero se dedicaría a incendiar iglesias mientras el segundo miraría hacia otro lado. Por lo demás, en los asuntos no-negociables no encuentro diferencia entre ambos.

 

El miércoles era el gran día de Zapatero. Daba gusto verle sonreír, igualito que Mr. Bean, cuando la clá, dirigida por Pepiño Blanco, le reía unas ironías con mucha chispa. Por ejemplo, cuando dijo aquello de que la agresión de los dos cardenales se había producido “entre la Natividad y la epifanía de Nuestro Señor”, sutilísima ironía, para una católico muy similar a mentarle la madre al señor Zapatero, por ejemplo.

 

Con su mejor acto de Mr. Bean, “monsieur sapateró” se refirió al Nuncio de su Santidad, allí presente, para reconocer que le había invitado a comer “un caldo”. No habló de chocolates con picatostes, pero ahí le anduvo.  

 

Su ‘aplaudidor’ principal, el mencionado Pepiño, es más pundonoroso. Por ello, y aclarando que sigue siendo cristiano -lo cual ha tranquilizado mucho a la Curia- le preguntó al Papa qué entiende por “familia tradicional”. Según Pepiño, un hombre docto, se trata de la familia donde la mujer se queda en casa y con la pata quebrada (nunca he entendido lo de la pata quebrada, pero estoy seguro que Pepiño, un hermano en la fe, me lo aclará pronto).

 

Si algo bueno tiene la izquierda es que sabe unirse para mantenerse en el poder, porque es en el poder donde se reparten cargos, mientras en la leal oposición no hay cargos que repartir. A Zapatero, sin ir más lejos, habrá que sacarle en volandas del despacho monclovita cuando llegue el momento. Por eso, el mismo Felipe González que aconsejaba al ZP aprendiz de brujo de los primeros tiempos que dejara en paz a los curas, se rebelaba anteayer contra la clerecía, que le pone “impaciente e impertinente”. Una mentira enorme del sevillano, porque para ponerse impaciente, impertinente e insoportable a don Felipe no se precisa ni cura ni laico: se pone él solito.

 

En la mañana del jueves, la vicepresidenta primera del Gobierno, Teresa Fernández de la Vega, advertía a la Iglesia con otra ironía: la de que la sociedad, de la que ella es portadora, no volvería a los tiempos de una única moral impuesta.

 

Estamos, una vez más, ante el pensamiento invertido. Prohibir el aborto no es imponer una moral, sino impedir un asesinato. De la Vega podría alegar que en el vientre de la madre no hay un niño -que ya es alegar- pero no podrá decir que la penalización del aborto es una imposición moral, de la misma manera que no lo podrá decir de la persecución del homicidio. Esta chica es muy espabilada. Lo del PSOE es el mundo al revés: el verdugo empeñado en convertirse en víctima.

 

En definitiva, yo tengo muy claro que un católico está violentando sus principios tanto si vota al PSOE como si vota al PP. Y sí, hay terceros a quien votar. Porque lo que tenemos que preguntarnos, de una vez por todas, es si votamos por coherencia o votamos para figurar entre los ganadores. Además, ¿seguro que el votante gana algo cuando gana su partido?

 

Eulogio López

Hispanidad, 10 de enero de 2008

La Asociación Católica de Propagandistas dice que el laicismo del PSOE y el nazismo tienen "similares raíces"

La Asociación Católica de Propagandistas dice que el laicismo del PSOE y el nazismo tienen "similares raíces" El presidente de la Asociación Católica de Propagandistas, Alfredo Dagnino, dijo este viernes que el laicismo del Gobierno pretende "extirpar las creencias religiosas de la vida pública" para construir un "hombre nuevo", un pensamiento con "similares raíces" al Tercer Reich o a los países marxistas. Dagnino criticó la virulenta reacción del Gobierno contra los católicos, mientras no dice nada de las manifestaciones de los "cómplices del terrorismo".

Dagnino hizo estas afirmaciones en una rueda de prensa convocada para responder al comunicado del PSOE sobre el acto "Por la familia cristiana", celebrado el pasado domingo en Colón.

Para Dagnino, "un acto religioso, pacífico y sanamente reivindicativo" como el de Colón "no merece comunicados como el del PSOE" que, como algunas declaraciones públicas de sus dirigentes, produce "estupor, inquietud y desasosiego".

 

El comunicado "evidencia un laicismo esencialmente ideológico de hondas raíces", que al igual que algunas de las leyes que promulga el Gobierno o de las políticas que defiende, tiene la "deliberada intención de prescindir de Dios, de la Iglesia y del cristianismo en la visión del mundo", aseguró.

 

Su intención es "extirpar las creencias religiosas de la vida pública para confinar al cristianismo al ámbito de lo privado y de la conciencia individual" para construir la vida pública con el "hombre por sí sólo", agregó. "Apoyadas en similares raíces de pensamiento –continuó– determinaciones de este tipo ya se tomaron en la Alemania nazi, en el Tercer Reich, por personas que habiendo llegado al poder por métodos estrictamente democráticos se sirvieron de él para transformar la sociedad y conformar un hombre nuevo", como ocurrió también en los países marxistas, puntualizó.

 

Tras defender el derecho de los católicos a reunirse pacíficamente y a expresar libremente sus opiniones dentro del "más escrupuloso respeto a la Constitución y al ordenamiento jurídico", lamentó la reacción del PSOE, "que no tiene parangón", y que no se da cuando hay manifestaciones "verdaderamente graves" que pretenden "subvertir el orden constitucional".

 

"Las manifestaciones de corte independentista, unos actos organizados por los cómplices del terrorismo, en los que vemos cómo se veja a España, cómo se mancillan sus símbolos, cómo se cuestionan" los principios constitucionales y "cómo se proclama el derecho a la autodeterminación", criticó, "no merecen comunicados" ni declaraciones públicas como las que ha causado el acto de Colón.

 

Asimismo Dagnino acusó al Gobierno de "no observar ni cumplir la Constitución" en cuestiones como la enseñanza, el derecho a la educación o la defensa de la vida y del matrimonio, "que es la unión de un hombre y una mujer".

 

Sobre las afirmaciones del embajador español en el Vaticano, Francisco Vázquez, quien ha calificado el acto en favor de la familia de "mitin electoral", Dagnino dijo que son declaraciones "en clave partidista" porque "nunca he visto un acto más cívico, tranquilo y tolerante".

 

Libertad Digital, 4 de enero de 2008

Laicismo militante: o la cueva o la checa

Laicismo militante: o la cueva o la checa Acostumbrados los católicos a resistir sin defensa los ataques continuos a la Iglesia, a su historia y a sus miembros, no extraña la campaña inquebrantable de los medios de comunicación encaminada a identificar, entre otras sutilezas, la locura del islamismo radical, o la intolerancia "propiamente" católica con la raíz de fanatismo que, según su particular teoría, todas las religiones encierran. No extraña por tanto tampoco el sutil paralelismo de este Gobierno combativamente laicista entre Iglesia y retroceso, o en palabras del Señor de los Talantes, la burda comparación entre ser católico y carca. 

Estos planteamientos, servidos en brillantes artículos en distintos periódicos, ilustres voces en algunas radios, emotivas películas, vibrantes canciones, se basan en una mezcla de mentiras y medias verdades, aderezado con grandes dosis de calculado silencio sobre la realidad de la Iglesia y su labor social y espiritual. A todo ello se une la repetición sistemática de las consignas anticatólicas, con lo que se consigue un efecto multiplicador del mal que pretenden estos luchadores de la libertad. En palabras de un periodista (si mi memoria no falla, Sánchez Cámara), "el progresismo talibán no pierde ocasión para emprender su particular cruzada contra la religión". Les bastan como mesa de manipulaciones para lanzar sus mensajes anti-religión sucesos ajenos a la dimensión real de ésta: muestra de ello fue el atentado del lejano 11 de septiembre, o recientemente las opiniones de la Iglesia sobre asuntos de actualidad que competen a su misión pastoral.

A partir de una manipulación burda del fondo, elaboraron una superficial teoría según la cual toda religión, especialmente las monoteístas, guarda en la recámara un poso de fanatismo, que llevado al extremo es el origen de los males del mundo, de las guerras, de las injusticias sociales. Igualmente el descubrimiento de algunos casos de pederastia en EEUU da carta de naturaleza a una infumable teoría anticatólica. Multiplicada esta teoría en el cine, en la televisión, en las radios, los ataques a los católicos y a su Iglesia son diarios y numerosos.

 

Aquellos teóricos del anticatolicismo, líderes de los más rancios prejuicios religiosos, tienen en España numerosos adeptos. Los nuestros son hijos espirituales de los asesinos aciagos del treinta y tantos español, y con el tiempo y muchísimo dinero han conseguido que la sociedad española, incluso los propios católicos, pongan en tela de juicio, cuando no nieguen directamente, la autoridad de la Iglesia para conducir a su rebaño por la senda que legítimamente quiera marcar. De forma que hoy en día decirse católico es un trauma, confesarse apostólico, un pecado social, y si además se declara la "romanidad" se es torturado en las modernas máquinas mediáticas que esta Inquisición del siglo XXI tiene preparados para quienes no acaten sus dictados relativistas, para quienes no comulguen, por lo civil, con este mensaje ultramoderno de "Dios no existe, luego todo vale".

 

Este planteamiento universal conduce en las conciencias sociales a que la religión sea la derrotada en la lucha entre fe y razón, entre el Dios-Hombre y la ciencia como único dios. Ésa es su victoria, la victoria de los que hacen de la libertad de expresión un campo vetado a la Religión en su conjunto y muy particularmente a la religión católica.

 

Tras el acto litúrgico, que no manifestación, de los pasados días en Colón el ministro Bermejo y el señor Blanco, líderes del frente popular anticatólico, de forma soez y miserable cayeron en el insulto y en tópicos varios. Decir que el encuentro de familias fue la participación de la Iglesia en campaña es mentir descaradamente. La campaña contra la Iglesia en 2008 empieza pronto y fuerte. El objetivo, seguramente, la revisión total del los acuerdos Iglesia-Estado, y la consideración de que la Iglesia Católica, no debe, no puede opinar. De ahí a la caza hay muy poco. Y lo que pretenden estos dos sujetos, unidos a la rancia izquierdona española, la política y la mediática, la circense y la "intelectual", ciegos por su totalitarismo y vesania anticatólica, es darle dos caminos a la Iglesia: o la cueva o la checa.

 

Ser católico en el siglo XXI es tan difícil como lo fue en los primeros siglos del cristianismo. La persecución es la misma, si bien se aplican métodos más modernos. Acaso es más difícil enfrentarse con la palabra o con los hechos, porque todo cuanto la religión católica realiza en beneficio del bien común, es ocultado por la espesa manta del laicismo o del ateísmo militante. Está permitido, y premiado, ofender a un religioso o religiosa, insinuar que mantiene relaciones con niños, que se lleva el dinero del cepillo, que utiliza su autoridad para influir conciencias, incluso eres el colmo de la progresía si denuncias los abusos económicos de la todopoderosa Iglesia. Lo contrario, para ellos, significa ser fascista, antiguo, o simplemente imbécil: defenderlos, o acusar de fanáticos, integristas, liberticidas, manipuladores, mentirosos, a quienes abusivamente denigran a la religión católica, a los católicos y sus manifestaciones. ¿Entenderá alguna vez esta progresía totalitaria que nos ha tocado en mala suerte, el significado de las palabras respeto y libertad de culto?

 

Si de una vez por todas dijéramos basta ya al insulto, a la mentira, a la manipulación, a la nueva confesionalidad laicista que pretende Zapatero y demás compañía rancia para el Estado, ¿no sería imponente la capacidad de presión católica? Se me ocurre un experimento: si los católicos españoles dejáramos de consumir los productos que soportan y aúpan la hediondez de los múltiples programas de televisión y sus burlas constantes a la religión católica, y no sólo eso, si durante un tiempo, como protesta pacífica, no consumiéramos telebasura, para empezar, ¿no conseguiríamos algo? No somos conscientes de la fuerza huracanada de una protesta católica pacífica y civilizada. Dejémonos de monsergas progres: católicos del mundo, ¡uníos!

 

Alfredo Casquero

El Semanal Digital, 2 de enero de 2008

Los 'teocons' se hacen con el mando en la Iglesia. Los sectores más conservadores de la Iglesia arrinconan a los moderados y aumentan su poder en la legislatura socialista

Los 'teocons' se hacen con el mando en la Iglesia. Los sectores más conservadores de la Iglesia arrinconan a los moderados y aumentan su poder en la legislatura socialista "¿Qué hacemos con la Iglesia?". En octubre de 2004, siete meses después del triunfo electoral, la espinosa cuestión de las relaciones Iglesia-Estado había ya adquirido un cariz tan inquietante que José Luis Rodríguez Zapatero, María Teresa Fernández de la Vega, Alfredo Pérez Rubalcaba y José Blanco se sintieron obligados a reunirse en un cónclave monográfico. El asunto era inaplazable, entre otras razones, porque los colectivos militantes católicos más beligerantes ya habían empezado a distribuir folletos con el listado de acusaciones que compondrían los particulares "siete pecados capitales" del Gobierno socialista: el aborto, el divorcio, la eutanasia, las células madre, el matrimonio homosexual, la educación y la financiación de la Iglesia.

 

Ha reverdecido una ideología que quiere imponer las normas morales a la sociedad

Se trataba de ordenar un discurso oficial, hasta entonces confuso, y de establecer una estrategia para la legislatura que impidiera que la "guerra con la Iglesia" se sumara a los frentes de desgaste abiertos con la reforma autonómica catalana y la negociación con ETA.

 

Acuciada por la presión, la cúpula socialista decidió que en lo referente a los compromisos electorales se respetaría "el Gobierno de los hombres" y la separación Iglesia-Estado, pero que en lo tocante a la educación y a la financiación se facilitaría un marco negociador que debía rebajar los inflamados ánimos de la jerarquía eclesiástica. La vicepresidenta Fernández de la Vega se encargaría de pivotar esa estrategia tendiendo puentes hacia la Conferencia Episcopal y el Vaticano. Aquella estrategia mantiene sumidos en el desconcierto a los sectores más laicistas del PSOE y del resto de la izquierda, pese a que las cesiones en materia de educación y el acuerdo que elevó del 0,52% al 0,7% del IRPF la aportación voluntaria del contribuyente a la Iglesia católica no le han ahorrado al Ejecutivo la apertura explosiva del temido tercer frente.

 

Por primera vez desde la instauración de la democracia, la Iglesia española ha cruzado en esta legislatura el Rubicón que los obispos fijaron tras el Concilio Vaticano II cuando afirmaron el pluralismo político de los cristianos y negaron su apoyo al proyecto democristiano de Joaquín Ruiz-Giménez. Ha tomado partido, empujada por los vientos de una moral rescatada de la historia que está reactivando en la izquierda el viejo reflejo anticlerical.

 

Cabe preguntarse si el espectáculo de agitación religiosa es cosa de la jerarquía católica o sólo de una parte de ella. ¿A quién representan los 18 obispos que promovieron y participaron en la manifestación contra el matrimonio homosexual el 18 de junio de 2005 y la media docena de prelados que desfilaron también el 12 de noviembre de ese año en la marcha contra la reforma educativa? ¿La Cope es una anomalía dentro de la Iglesia o la punta de lanza de un movimiento involucionista ascendente? ¿Quién manda en la Conferencia Episcopal?

 

Aunque las encuestas del CIS señalan que el electorado del PSOE está formado mayoritariamente por personas que se reclaman católicas, la jerarquía eclesiástica ha anudado en estos años un maridaje opositor con el PP, tan comprometedor que a algunos sectores religiosos y de la propia derecha empieza a resultarles embarazoso. La disposición de Rodríguez Zapatero a olvidar sus propias palabras -"más gimnasia, menos religión", dijo en la campaña electoral; "la Iglesia debe cumplir su compromiso de autofinanciarse", indicó, adentrada ya la legislatura-, no ha apagado el fuego reprobador, como tampoco lo ha hecho el pacto educativo sellado con la enseñanza concertada religiosa, financiada al cien por cien por el Estado.

 

Además de renunciar a ampliar la legislación sobre el aborto y a abordar la eutanasia, el Gobierno ha mantenido la asignatura de religión en la escuela -como oferta obligatoria, aunque sin computar a los efectos de la nota final-, y ha estabilizado laboralmente a cargo de las arcas del Estado a los 15.000 profesores de la asignatura, 8.000 de ellos en la escuela pública, que la jerarquía eclesiástica selecciona y despide a su libre albedrío, guiada por criterios tan extravagantes para la moral civil como "vivir en pecado" o divorciarse. Pese a los efectos apaciguadores del 0,7% del IRPF, porcentaje con el que ningún obispo podía soñar al inicio de la legislatura, el magma de deslegitimación del Gobierno sigue crepitando.

 

"No se puede colaborar con el mal", ha sentenciado públicamente el arzobispo de Toledo y Primado de España, Antonio Cañizares, ante la negativa de la Federación Española de Religiosos de la Enseñanza (FERE) a secundar el llamamiento a la objeción de conciencia en la asignatura de educación para la ciudadanía. A juicio del portavoz de la Conferencia Episcopal, recientemente consagrado obispo, Juan Antonio Martínez Camino, el matrimonio homosexual "es la cosa más terrible que ha ocurrido en 20 siglos". Y según la carta pastoral emitida por el obispo de Huesca, Jesús Sanz, "la sospecha" de la matanza del 11-M "mira al Gobierno".

 

Una organización jerarquizada y de naturaleza oligárquica que no conoce la democracia interna y excluye a las mujeres del sacerdocio cuestiona a diario la calidad y hasta la existencia misma de la democracia española, al tiempo que se erige en actor político de primer orden. ¿Qué ha pasado en España para que la Iglesia emita un discurso tan catastrofista y adopte semejante protagonismo político?, se preguntan también en los foros internacionales.

 

Lo que está pasando, dicen personas bien situadas en la jerarquía episcopal y reiteran cristianos de base, socialistas católicos y cargos de la Administración, es que asistimos al reverdecimiento de una ideología neotradicionalista que lleva en su seno la vieja tentación de imponer al conjunto de la sociedad las normas morales propias de la Iglesia.

 

Esa ideología, alentada por los vientos involucionistas del anterior pontífice, se ha asociado con el pensamiento político neoconservador de una parte de la derecha española y ha dado lugar a un híbrido que en los ambientes católicos progresistas se conoce como "los teocons".

 

Grupos como Comunión y Liberación, Asociación Católica de Propagandistas, Hazte oír, Foro Español de la Familia, Legionarios, Plataforma E-cristians y otros muchos se suman a organizaciones como el Opus o los Kikos, en un movimiento diverso pero convergente en la descalificación, la presión y la movilización políticas.

 

Son gentes que anatemizan todo lo que hace y dice el Gobierno, que contraponen la "ley natural" a las leyes de la mayoría parlamentaria, que juzgan aberrante la laicidad propia del Estado aconfesional y que, imbuidos de la "santa indignación", enarbolan la teoría de que la Iglesia española está hoy perseguida "por la ofensiva laicista gubernamental".

 

He aquí lo que se escribe en el número 77 de la revista Abril: "Desde luego, la sibilina persecución del sistema liberal, callada, tranquila, constante pero sin estridencias, ha causado mucha más apostasía que la de Decio, la de la Convención o la del Frente Popular. Obvio ha sido para el enemigo: si la sangre de los mártires fertiliza la tierra, no derramemos sangre y la tierra quedará estéril. (...) El lavado de cerebro de nuestros niños y adolescentes para que sus esquemas mentales sean incapaces de tolerar algo que no sea el sincretismo aguado a caballo entre el deísmo masónico y el panteísmo spinoziano se hará cada vez más intenso. El pensamiento único se impondrá irremediablemente; éste es el panorama más creíble".

 

Aunque muchos de estos grupos se sitúan en la base militante laica o en los aledaños de la estructura piramidal católica, el movimiento neo tradicionalista alcanza también a purpurados del anillo cardenalicio y está bien presente en la Conferencia Episcopal. Pocos dudan de que el cardenal y arzobispo de Madrid, Antonio María Rouco Varela, exponente genuino del neotradicionalismo hispano, maneja, en gran medida, los hilos del máximo órgano institucional católico español que preside el conciliador Ricardo Blázquez, obispo de Bilbao.

 

Dada la correlación de fuerzas, Ricardo Blázquez, "un obispo entre cardenales", "un coronel entre generales", puede ser sustituido dentro de unos meses al frente de la Conferencia Episcopal, bien por el propio Rouco Varela o por un prelado de su misma adscripción ideológica. "Si opta al cargo y se va a una votación sin acuerdos previos, el arzobispo de Madrid lo tendrá fácil porque hace tres años sólo le faltó un voto para alcanzar los dos tercios que necesitaba para su tercera reelección consecutiva. Ahora, le bastaría con el respaldo de la mitad de los 76 obispos con derecho a voto", opina un sacerdote, observador privilegiado de lo que acontece en la Conferencia Episcopal.

 

"El problema de Ricardo Blázquez es que no ha podido asentar su posición, ni imponer la alternativa templada en la que también se encuentran obispos como Carlos Amigo, de Sevilla, Luis Martínez Sistach, de Barcelona, y algunos taranconianos [el arzobispo de Madrid Vicente Enrique y Tarancón, que dirigió la apertura de la Iglesia tras el franquismo], así que necesitaría un gesto de apoyo vaticano", indica Carlos García de Andoin, coordinador general de Cristianos Socialistas del PSOE.

 

"El núcleo más conservador está consiguiendo nombramientos de jóvenes obispos neotradicionalistas y ya hay prelados de la Conferencia Episcopal que forman parte de Comunión y Liberación", añade.

 

Tras la experiencia de esta legislatura, en la que el Gobierno ha renunciado a revisar los acuerdos con la Santa Sede de 1979 -nada más tomar posesión de su cargo, el presidente Zapatero viajó a Roma para tranquilizar al Vaticano en este aspecto-, la izquierda más laicista continúa haciéndose la pregunta de qué hacer con la Iglesia católica.

 

Desde el Gobierno se defiende la estrategia marcada con el argumento de que "hay que administrar los frentes" y establecer prioridades. "El dinero es menos importante que lograr promulgar leyes como la del matrimonio homosexual. Tenga en cuenta que en Italia ni siquiera han podido sacar adelante una ley de parejas de hecho. La situación no está para reformas constitucionales, ni para modificar los acuerdos con la Santa Sede", indica una alto responsable de la Administración. El empeño del Ejecutivo socialista está ahora en evitar que el resto de las confesiones religiosas se sientan discriminadas.

 

Según la directora de Asuntos Religiosos, Mercedes Rico, se está trabajando para que el millón de protestantes españoles pueda contar el próximo año con la casilla de la declaración de la renta que les permitirá destinar el 0,7% del IRPF a su organización. A su juicio, la mayoría de los obispos españoles son moderados, "conservadores, pero moderados", indica. "Y lo que pasa", añade, "es que, además, buena parte de la izquierda sólo tiene en la cabeza el modelo francés de separación radical Iglesia-Estado, que sí es una excepción en Europa".

 

Pese al vocerío reinante, también en España hay un terreno de encuentro propicio para el acuerdo. El documento que la Conferencia Episcopal publicó el 22 de abril de 1986 juzga como alternativas igualmente inaceptables, tanto la pretensión de "imponer a todos las normas morales de la Iglesia para la vida social" como el propósito de "eliminar cualquier intervención de la Iglesia en la vida pública inspirada en la fe".

 

Hay pues en la instrucción misma de la Iglesia una descalificación expresa de los comportamientos que han aflorado en la presente legislatura y que difícilmente encuentran asiento en el principio, tan abusivamente utilizado por el integrismo, de que "en caso de conflicto hay que obedecer a Dios antes que a los hombres".

 

Parece claro que un sector del clero pretende recuperar a través de las palancas política y mediática el ascendente moral y espiritual que la Iglesia ha perdido en la sociedad. "En el contexto actual, se corre el riesgo de ver enemigos donde no los hay", afirman Jesús Romero y Tiscar Espigares, responsables de la Comunidad de San Egidio, dedicada a ayudar a los desfavorecidos.

 

"Tanto los creyentes como los no creyentes nos enfrentamos a problemas comunes y el diálogo es el único camino que puede dar frutos y posibilitar las respuestas serenas. No hay que olvidar que la Iglesia primitiva gozaba de la simpatía del todo el mundo y que si ha sobrevivido 20 siglos es porque ha trabajado por los pobres y necesitados", dicen.

 

Si eso es así, la Iglesia debería buscar a su principal enemigo dentro de ella misma: en los seminarios clausurados por la sequía vocacional, en la escasa capacidad de atracción de un magisterio que condena el preservativo, la píldora y el divorcio, en la miopía y los temores que le hacen vivir de espaldas a la realidad, añorando tiempos pretéritos o confortándose con la alegre estadística de que el 90% de los españoles se declara católico.

 

La realidad es que los católicos practicantes no superan el 30% de la población, que el porcentaje de contribuyentes que marcan en exclusiva la casilla de la Iglesia católica es el 23% y que únicamente hay 20.000 sacerdotes, la mayoría de edad avanzada y sin recambio a la vista. Más bien parece que la huida hacia delante de una parte del episcopado puede precipitar su marginación y provocar que la izquierda española vuelva a hacer del anticlericalismo una equivocada seña de identidad.

 

JOSÉ LUIS BARBERÍA - San Sebastián – El País, 30/12/2007

 

 

El pestilente error de la libertad

El socialista Gregorio Peces-Barba, uno de los siete padres de la Constitución, propone modificar los convenios con Roma. A su juicio, parte del problema reside en la referencia explícita a la Iglesia católica inscrita en el apartado constitucional que aborda la cooperación del Estado con las confesiones religiosas. “Jordi Solé Tura, Miquel Roca y yo mismo estábamos en contra de esa mención expresa, pero no insistimos lo suficiente, porque, sencillamente”, dice, “entonces no podíamos imaginar que las cosas llegarían al extremo al que han llegado”. De hecho, en los tiempos en los que la jerarquía eclesiástica parecía haber abandonado las posiciones ultramontanas, el conjunto de la izquierda asistió pasivamente a las decisiones adoptadas por los Gobiernos de González: convenios con la Santa Sede, pactos con los colegios concertados, participación en el IRPF..., que han ido conformado el privilegiado estatus de la Iglesia española. Antiguo democristiano, Peces-Barba sostiene que la Iglesia católica no está regulada por las leyes españolas, tampoco por la Ley de Libertad Religiosa, y que el hecho de que sólo asuma el marco constitucional y los acuerdos con la Santa Sede “crea zonas exentas a la acción del Estado”.Lo que le alarma, en todo caso, es la involución integrista que aprecia en la jerarquía eclesiástica, el traslado al ámbito político de la consideración de que la Iglesia es la detentadora y la administradora de la Verdad con mayúsculas, la verdad de Dios.“No aceptan la distinción público-privado que está en el artículo 27 de la Constitución y, en el fondo, siguen pensando como en el siglo XIX, cuando decían que la libertad de conciencia era un pestilente error”, indica Peces-Barba.

 

 

 

Nota: el artículo al que se refiere el autor del reportaje es “Persecuciones religiosas, ayer y hoy”, de Arturo Fontangordo (revista Arbil, no Abril, 77).

El extraño hecho de una celebración por la familia

El extraño hecho de una celebración por la familia Estamos ante un hecho extraño. Indiscutible. La convocatoria para la celebración de este domingo en la Plaza de Colón de Madrid ha suscitado un movimiento de adhesión en muchísimas personas que quieren reunirse gozosas para expresar ante todos el bien que significa para ellas la familia. No deberíamos minusvalorar esta respuesta. Desde hace décadas estamos recibiendo mensajes que van en dirección opuesta: muchas series de televisión, películas y mucha literatura invitan a lo contrario. Ante ese impresionante despliegue de medios, lo normal sería que la familia hubiera dejado de interesar. Pero hay algo que tenemos que reconocer casi sorprendidos: esa impresionante maquinaria no ha mostrado ser más potente que la experiencia elemental que cada uno de nosotros ha vivido en su familia, la experiencia de un bien. Un bien del que estamos agradecidos y que queremos transmitir a nuestros hijos y compartir.

 

¿De dónde ha nacido este bien del que estamos tan agradecidos? De la experiencia cristiana. No siempre fue así, como testimonia la reacción de los discípulos la primera vez que oyeron hablar a Jesús del matrimonio. «Y se acercaron a El algunos fariseos para probarle, diciendo: '¿Es lícito a un hombre divorciarse de su mujer por cualquier motivo?'. Y respondiendo El, dijo: '¿No habéis leído que aquel que los creó, desde el principio los hizo varón y hembra?'. Y añadió: 'Por esta razón el hombre dejará a su padre y a su madre y se unirá a su mujer, y los dos serán una sola carne. Por consiguiente, ya no son dos, sino una sola carne. Por tanto, lo que Dios ha unido, ningún hombre lo separe'. Los discípulos le dijeron: 'Si así es la relación del hombre con su mujer, no conviene casarse'». (Mt 19,3-6.10).

 

No tenemos, pues, que sorprendernos. Lo mismo que a tantos de nuestros contemporáneos y muchas veces a nosotros mismos, a los discípulos también les parecía imposible. Sólo la gracia de Jesucristo ha hecho posible vivir la naturaleza original de la relación entre hombre y mujer.

 

Es importante mirar este origen para poder responder a los desafíos que tenemos que afrontar. Los católicos no somos distintos a los demás, muchos de nosotros tenemos problemas en la vida familiar. Constatamos con dolor cómo entre nosotros hay muchos amigos que no perseveran ante las numerosas dificultades externas e internas por las que atraviesan. Ni siquiera a nosotros nos basta con saber la doctrina verdadera sobre el matrimonio para poder resistir todos los envites de la vida. Nos lo ha recordado el Papa: «Las buenas estructuras ayudan, pero por sí solas no bastan. El hombre nunca puede ser redimido solamente desde el exterior» (Spe Salvi, 25).

 

Necesitamos hacer nuestro lo que hemos recibido para poderlo vivir en la nueva situación que nos toca afrontar, como nos invita Goethe: «Lo que has heredado de tus antepasados/ debes reconquistarlo de nuevo/ para poseerlo verdaderamente».

 

Para reconquistar de nuevo la experiencia de la familia necesitamos aprender que «la cuestión de la justa relación entre el hombre y la mujer hunde sus raíces en la esencia más profunda del ser humano y sólo puede encontrar su respuesta a partir de ésta», como ha dicho Benedicto XVI. En efecto, la persona amada nos revela el «misterio eterno de nuestro ser».

 

Nadie nos despierta tanto y nos hace tan conscientes del deseo de felicidad que nos constituye como el ser querido. Su presencia es un bien tan grande que nos hace caer en la cuenta de la profundidad y la verdadera dimensión de este deseo: un deseo infinito. Las palabras de Cesare Pavese sobre el placer se pueden aplicar a la relación amorosa: «Lo que un hombre busca en el placer es un infinito, y nadie renunciaría jamás a la esperanza de conseguir esta infinitud». Un yo y un tú limitados se suscitan recíprocamente un deseo infinito y se descubren lanzados por su amor a un destino infinito. En esta experiencia se desvela a ambos su vocación.

 

Por eso los poetas han visto en la hermosura de la mujer un «rayo divino», es decir, un signo que remite más allá, a otra cosa más grande, divina, inconmensurable respecto a su naturaleza limitada. Su belleza grita ante nosotros: «No soy yo. Yo sólo soy una señal. ¡Mira! ¡Mira! ¿A quién te recuerdo?». Con estas palabras ha sintetizado el genio de C. S. Lewis la dinámica del signo de la que la relación entre hombre y mujer constituye un ejemplo conmovedor. Si no comprende tal dinámica, el hombre sucumbe al error de detenerse en la realidad que ha suscitado el deseo. Entonces la relación se acaba por hacer insoportable.

 

Como decía Rilke, «ésta es la paradoja del amor entre el hombre y la mujer: dos infinitos se encuentran con dos límites. Dos infinitamente necesitados de ser amados se encuentran con dos frágiles y limitadas capacidades de amar. Y sólo en el horizonte de un amor más grande no se devoran en la pretensión, ni se resignan, sino que caminan juntos hacia una plenitud de la cual el otro es signo».

 

En esta situación se puede comprender la inaudita propuesta de Jesús para que la experiencia más bella de la vida, enamorarse, no decaiga hasta convertirse en una pretensión sofocante. «El que ama a su padre o a su madre más que a mí, no es digno de mí; el que ama a su hijo o a su hija más que a mí, no es digno de mí. El que encuentre su vida, la perderá; y el que pierda su vida por mí, la encontrará» (Mt 10,34-37.39-40). Con estas palabras Jesús desvela el alcance de la esperanza que su persona constituye para quien le deja entrar en su vida. No se trata de una ingerencia en las relaciones más íntimas, sino de la mayor promesa que el hombre ha podido recibir: sin amar a Cristo -la Belleza hecha carne- más que a la persona amada esa relación se marchita. El es la verdad de esa relación, la plenitud a la que los dos mutuamente se remiten y en la que su relación se cumple. Sólo permitiéndole entrar en ella es posible que la relación más bella que tiene lugar en la vida no decaiga y, con el tiempo, muera. Nosotros sabemos bien que todo el ímpetu con el que uno se enamora no basta para impedir que el amor se oxide con el tiempo. Tal es la audacia de su pretensión.

 

Aparece entonces en toda su importancia la tarea de la comunidad cristiana: favorecer una experiencia del cristianismo para la plenitud de la vida de cada uno. Sólo en el ámbito de esta relación más grande es posible no devorarse, porque cada uno encuentra en ella su cumplimiento humano, sorprendiendo en sí una capacidad de abrazar al otro en su diferencia, de gratuidad sin límites, de perdón siempre nuevo. Sin comunidades cristianas capaces de acompañar y sostener a los esposos en su aventura será difícil, si no imposible, que la culminen con éxito.

 

Ellos, a su vez, no se pueden eximir del trabajo de una educación de la que son los protagonistas principales, pensando que pertenecer al recinto de la comunidad eclesial les libra de las dificultades. De este modo se desvela plenamente la naturaleza de la vocación matrimonial: caminar juntos hacia el único que puede responder a la sed de felicidad que el otro despierta constantemente en mí, hacia Cristo. Así se evitará ir, como la Samaritana, de marido en marido (cf. Jn 4,18), sin conseguir apagar su sed. La conciencia de su incapacidad para resolver por sí misma el drama, ni siquiera cambiando cinco veces de marido, le hace percibir a Jesús como un bien tan deseable que no puede evitar gritar: «Señor, dame de esa agua, para que no tenga más sed» (Jn 4,15).

 

Sin la experiencia de plenitud humana que hace posible Cristo, el ideal cristiano del matrimonio se reduce a algo imposible de realizar. La indisolubilidad del matrimonio y la eternidad del amor aparecen como quimeras inalcanzables. Estas, en realidad, son los frutos de una intensidad de la experiencia de Cristo, tan gratuitos que aparecen a los mismos esposos como una sorpresa, como el testimonio de que «para Dios nada es imposible». Sólo una experiencia así puede mostrar la racionalidad de la fe cristiana, como una realidad totalmente correspondiente al deseo y a la exigencia del hombre, también en el matrimonio y la familia.

 

Una relación vivida así constituye la mejor propuesta educativa para los hijos. A través de la belleza de la relación de sus padres son introducidos, casi por ósmosis, en el significado de la existencia. En la estabilidad de esa relación su razón y su libertad son constantemente solicitadas para no perderse semejante belleza. Es la misma belleza, resplandeciente en el testimonio de los esposos cristianos, que necesitan encontrar los hombres y mujeres de nuestro tiempo.

 

Julián Carrón

El Mundo, 29/12/07

 

Alliot-Marie, ministra de Interior francés, señala que “la Iglesia católica sabe encarnar el ideal de solidaridad y compasión en favor de los más desfavorecidos”

Alliot-Marie, ministra de Interior francés, señala que “la Iglesia católica sabe encarnar el ideal de solidaridad y compasión en favor de los más desfavorecidos” En una carta dirigida a Monseñor André Vingt Tríos, cardenal arzobispo de París, Michèle Alliot-Marie, ministra del Interior francés señaló la importancia de la celebración de la Navidad que “posee una fuerte dimensión espiritual”.

La ministra del Interior, que también se ocupa de las relaciones con las diferentes religiones, remarcó que “la celebración de la Navidad dentro del diálogo está ligado a las familias, células que, más que nunca son indispensables” en la sociedad.

Al mismo tiempo se felicitó por “el diálogo confidente” que mantiene con el catolicismo, que es “el signo tangible” de la nueva etapa “que se abre en las relaciones” entre el Estado y la Iglesia. Por esta razón, y con una actitud abierta, la ministra deI Interior, invitó al Monseñor Vingt Trois, cardenal arzobispo de París y recientemente nombrado Presidente de la Conferencia Episcopal Francesa (CEF) al hotel Beauvau, lugar donde celebrarán el comienzo del año 2008.

 

De la misma manera, Alliot envió sus mejores deseos a Claude Baty, presidente de la Federación Protestante de Francia y a monseñor Emmanuel Adamakis, presidente de la Asamblea de obispos ortodoxos de Francia.

 

Análisis Digital, 26 de diciembre de 2007

Intervención de JAIME IGNACIO DEL BURGO en el IX Congreso Católicos y Vida Pública: Laicidad en la Constitución de 1978.

Intervención de JAIME IGNACIO DEL BURGO en el IX Congreso Católicos y Vida Pública: Laicidad en la Constitución de 1978. 16, 17 Y 18 de noviembre de 2007

“DIOS EN LA VIDA PUBLICA. LA PROPUESTA CRISTIANA”

Laicidad y laicismo en la sociedad democrática

Mesa redonda: Laicidad en la Constitución de 1978

Presidente: Antonio Fontán Pérez

Jaime Ignacio del Burgo

José Pedro Pérez Llorca

Santiago Panizo Orallo

 

El 14 de octubre de 1931 Manuel Azaña pronunció uno de los discursos más brillantes de su vida parlamentaria. Por desgracia, fue uno de los más dañinos para la convivencia en paz y en libertad de los españoles. Se debatía el artículo 26 relativo a la libertad religiosa. Azaña delimitó con toda precisión el contorno del llamado “problema religioso”. Calificó de revolución política la “expulsión de la dinastía y la restauración de las libertades públicas”, pero anunció que aquélla no había hecho más que empezar porque quedaban pendientes tres grandes cuestiones: “El problema de las autonomías locales, el problema social en su forma más urgente y aguda, que es la reforma de la propiedad y este que llaman el problema religioso, y que es en rigor la implantación del laicismo, con todas sus inevitables y rigurosas consecuencias”.

 

Fue entonces cuando proclamó que la “premisa” para resolver el  problema religioso era que “España ha dejado de ser católica”. Y añadió: “El problema político consiguiente es organizar el Estado en forma tal que quede adecuado a esta fase nueva e histórica del pueblo español”.

 

Se trataba de una premisa doblemente falsa. En primer lugar, porque una afirmación tan tajante y dogmática no se ajustaba a la realidad social y constituía una innecesaria ofensa a los sentimientos religiosos de muchos españoles. Y en segundo término, porque el carácter no confesional o laico de un Estado es independiente del grado mayor o menor de creencias religiosas de sus ciudadanos. Hoy diríamos que la premisa de la organización de cualquier comunidad humana es precisamente la laicidad o no confesionalidad del Estado, concepto incompatible con el laicismo militante del liberalismo progresista del siglo XIX, de los republicanos españoles de los años 30 y de los partidos de izquierda de inspiración marxista.

 

Azaña tiene hoy buena prensa en España. Quizás se deba a que todavía queda el eco de su famoso discurso de 1938 en Barcelona, donde, sintiendo la guerra perdida, elevó aquel noble deseo de “paz, piedad, perdón” que por desgracia nadie quiso escuchar y menos quien estaba obligado a hacerlo. Lo cierto es que a Azaña le corresponde una gran parte de la responsabilidad de haber empujado a la República al abismo.

 

Su laicismo republicano le condujo a un razonamiento absolutamente totalitario al abordar la regulación de las Órdenes religiosas. “Nosotros –dijo- tenemos, de una parte, la obligación de respetar la libertad de conciencia, naturalmente, sin exceptuar la libertad de la conciencia cristiana; pero tenemos también, de otra parte, el deber de poner a salvo la República y el Estado. Estos dos principios chocan, y de ahí el drama que, como todos los verdaderos y grandes dramas no tiene solución. ¿Qué haremos, pues? ¿Vamos a seguir (claro que no, es un supuesto absurdo), vamos a seguir el sistema antiguo que consistía en suprimir uno de los términos del problema, el de la seguridad e independencia del Estado, y dejar la calle abierta a la muchedumbre de Ordenes religiosas para que invada la sociedad española? No... Lo que hay que hacer –y es una cosa difícil, pero las cosas difíciles son las que nos deben estimular-; lo que hay que hacer es tomar un término superior a los dos principios en contienda, que para nosotros, laicos, servidores del Estado y políticos gobernantes del Estado republicano, no puede ser más que el principio de la salud del Estado”. A partir de este pronunciamiento, Azaña define lo que hay que hacer: “”Frente a las Ordenes religiosas no podemos oponer un principio eterno de justicia, sino un principio de utilidad social y de defensa de la República... Y como no tenemos frente a las Ordenes religiosas ese principio eterno de justicia, detrás del cual debiéramos ir como hipnotizados, sin rectificar nunca nuestra línea de conducta, y como todo queda encomendado a la prudencia, a la habilidad del gobernante, yo digo: las Ordenes religiosas tenemos que proscribirlas en razón de su temerosidad para la República”. En suma, para Azaña las Órdenes religiosas venían a ser un peligro para la República por lo que ésta debía dotarse de los instrumentos jurídicos necesarios para hacerles frente y, en su caso, aniquilarlas.

 

Azaña recordó a los diputados republicanos y socialistas que entre las Ordenes Religiosas destacaba una por su peligrosidad para la República: la Compañía de Jesús. A ella estaba destinado un precepto singular del proyecto de Constitución que facultaba a las Cortes para disolver aquellas Órdenes religiosas que tuvieran voto especial de obediencia al Papa. Es evidente –y así lo reconoció paladinamente Azaña- que este precepto tenía como destinatarios directos a los jesuitas. Pues bien, Azaña convenció a la mayoría parlamentaria de que debía consagrarse la disolución “definitiva” e “irrevocable” y no esperar a que las Cortes dictaran la ley disolutoria. Resultaba peligroso –argumentó- “dejar pendiente esta espada sobre una institución tan poderosa, que trabajará todo lo posible para que estas Cortes no puedan legislar más”. A instancias, pues, de Azaña se aprobó el siguiente texto que figura en el artículo 26: “Quedan disueltas aquellas Órdenes religiosas que estatutariamente impongan, además de los tres votos canónicos, otro de especial de obediencia a autoridad distinta de la legítima del Estado. Sus bienes serán nacionalizados y afectados a fines benéficos y docentes”

 

Solventada la cuestión de los jesuitas, Azaña mostró su opinión plenamente favorable a atribuir a las Cortes la facultad de decidir sobre “la existencia o la destrucción de todas las Órdenes religiosas que ellas estimen peligrosas para el Estado”. Y sentenció: “Donde un Gobierno con autoridad y una Cámara con autoridad me diga que una Orden religiosa es peligrosa para la República, yo lo acepto y lo firmo sin vacilar”.

 

Más aún. Ni siquiera la labor benéfica de las Órdenes religiosas podía ser una eximente. Mencionó expresamente la labor de las Hermanas de la Caridad para arremeter contra ellas porque “debajo de esa aspiración caritativa, que doctrinalmente es irreprochable y admirable, hay, sobre todo, un vehículo de proselitismo que nosotros no podemos tolerar”.

 

Por último, anunció que en ningún momento ni él ni su partido suscribirían una cláusula legislativa “en virtud de la cual se siga entregado a las Órdenes religiosas el servicio de la enseñanza. Yo lo siento mucho; pero ésta es la verdadera defensa de la República”. Y a renglón seguido pronunció estas tremendas palabras: “La agitación más o menos clandestina de la Compañía de Jesús o de ésta o de la de más allá, podrá ser cierta, podrá ser grave, podrá ser en ocasiones risible, pero esta acción continua de las Ordenes religiosas sobre las conciencias juveniles es cabalmente el secreto de la situación política por que España transcurre y que está en nuestra obligación de republicanos, y no de republicanos, de españoles, impedir a todo trance. A mí que no me vengan a decir que esto es contrario a la libertad, porque esto es una cuestión de salud pública”.

 

La única concesión a una cierta templanza que hizo Azaña fue que la campaña de reforma de la organización religiosa española se detuviera “allí donde nuestra intervención quirúrgica fuese dañosa o peligrosa. Pensad, señores Diputados, que vamos a realizar una operación quirúrgica sobre un enfermo que no está anestesiado y que en los debates propios de su dolor puede complicar la operación y hacerla mortal, no sé para quien, pero mortal para alguien”. Este llamamiento a la prudencia no oculta que Azaña se siente con derecho a reformar la organización religiosa española y a intervenir quirúrgicamente para sajar lo que a su juicio podía ser un peligro para la República. Esto revela que el laicismo conduce al totalitarismo, pues no es otra cosa dejar la supresión de un derecho fundamental como la libertad religiosa al arbitrio de una mayoría parlamentaria.  

 

Esta concepción agresiva y aniquiladora de la libertad propia del laicismo español se tradujo en una serie de preceptos que en lugar de resolver el llamado “problema religioso” e, incluso, el “peligro monástico” al que también alude Azaña, provocaron un gravísimo enfrentamiento con buena parte de la sociedad española que no había dejado de ser católica.

 

Que el laicismo es la antesala del totalitarismo lo demuestran las siguientes prescripciones de la Constitución republicana:

 

-Las confesiones religiosas quedarán sujetas a una Ley especial dictada por las Cortes.

-Los poderes públicos no mantendrán favorecerán, ni auxiliarán económicamente a las Iglesias, Asociaciones e Instituciones religiosas.

-Se constitucionaliza la disolución inmediata de los jesuitas.

-Las demás Órdenes religiosas quedarán sujetas a una ley de Cortes ajustada a las siguientes bases:

 

a) Disolución de las que, por sus actividades, constituyan un peligro para la seguridad del Estado.

b) Incapacidad de adquirir y conservar más bienes que los que se destinen a su vivienda o al cumplimiento directo de sus fines privativos.

c) Prohibición de ejercer la industria, el comercio o la enseñanza.

d) Rendición de cuentas al Estado de la inversión de sus bienes.

e) Posibilidad de nacionalizar los bienes de las Órdenes religiosas.

 

Todo esto figura en el artículo 26. En el 27 se estableció que las manifestaciones públicas de culto –las procesiones, por ejemplo-, deberían ser “en cada caso, autorizadas por el Gobierno”. Y, por último, además de no reconocer la libertad de enseñanza como un derecho fundamental, el artículo 48 proclamaba que la enseñanza sería “laica” y que las Iglesias, con sujeción a la inspección del Estado, sólo podrían “enseñar sus respectivas doctrinas en sus propios establecimientos”, es decir, en los seminarios y noviciados.

 

El sectarismo republicano incendió España. De la confesionalidad del Estado, establecida en todas las Constituciones españolas desde 1812, habíamos pasado al extremo opuesto. Las desmesuras del laicismo republicano intoxicaron a las masas de los partidos y sindicatos de la izquierda revolucionaria, incluido el Partido Socialista Obrero Español. Nada más nacer, la República consentiría la quema de iglesias y conventos. Hoy se tiende a echar la culpa de todos los desmanes a los anarquistas. Pero lo cierto es que ni los republicanos de Azaña, ni los socialistas de Prieto y de Largo Caballero hicieron nada para apaciguar la furia anticlerical. Todo lo contrario. No es de extrañar, por eso, que cuando estalló la revolución en la zona republicana, tras el comienzo de la guerra civil en el verano de 1936, la Iglesia tuviera que soportar una de las persecuciones más crueles de toda su historia con el asesinato de cerca de siete mil sacerdotes, religiosos y monjas, incluidos catorce obispos. No se olvide que el laicismo antirreligioso utilizaba el gravísimo problema social que vivía España como su principal ariete contra la Iglesia, a la que  acusaba de complicidad con los detentadores de la propiedad agraria y del gran capital por lo que sus servidores merecían el mismo o peor trato que el reservado por la revolución a los enemigos del pueblo. 

 

Me ha parecido útil hacer este recordatorio histórico para destacar el gran valor del consenso constitucional de 1978. España era, en el momento constituyente, un Estado confesional. El “nacional-catolicismo” no había sido una entelequia, aunque desde el Concilio Vaticano II las cosas hubieran cambiado significativamente. La Iglesia española era plenamente consciente de la necesidad de trasladar al ámbito político la solemne proclamación conciliar de la libertad religiosa y de la renuncia a cualquier situación de privilegio derivada de la implicación de la Iglesia con los poderes públicos. Conviene recordar que no hubo ni un solo diputado de la derecha o del centro que se levantara en las Cortes constituyentes para reivindicar la confesionalidad del Estado. Por el contrario, todos sostuvieron el carácter laico del Estado o su no confesionalidad.

 

También la izquierda española había aprendido la lección. No se escucharon pues en los debates parlamentarios la sarta de disparates que en el salón de plenos del Congreso pronunció Azaña aquel aciago 14 de octubre de 1931. Nadie reivindicó el laicismo del Estado ni abogó por un Estado beligerantemente laicista. Nadie pidió que se prohibiera a la Iglesia, incluidas las Órdenes religiosas, crear, mantener y dirigir centros de enseñanza. Nadie abogó por prohibir a la Iglesia la posibilidad de crear emisoras de radio o canales de televisión. Por supuesto, ningún diputado ni grupo propuso facultar a las Cortes para disolver cualquier congregación religiosa para el caso de que se estimara que su actividad era peligrosa para la salud de la Monarquía parlamentaria.

 

Así que hubo pleno acuerdo –salvo en un punto al que ahora me referiré- en el artículo 16 de nuestra actual Constitución, que consagra como derecho fundamental la libertad religiosa.  

 

La excepción al consenso generalizado fue la mención a la Iglesia Católica contenida en el punto tercero del artículo 16: “Ninguna confesión tendrá carácter estatal. Los poderes públicos tendrán en cuenta las creencias religiosas de la sociedad española y mantendrán las consiguientes relaciones de cooperación con la Iglesia católica y las demás confesiones”.

 

Al consenso se sumó el Partido Comunista. Su secretario general, Santiago Carrillo, dejó claramente expuesta su postura demostrativa de la voluntad de consenso de los comunistas que contrasta con el fervor laicista y anticlerical que destila en nuestros días la actuación política y parlamentaria de Izquierda Unida. Dijo Carrillo: “España deja de ser un Estado confesional, independientemente de que una parte importante de sus ciudadanos sustenten creencias religiosas. Como Estado, España pasa a ser un Estado laico, y uno se percata en este momento de la inmensa distancia que nos separa de 1931, cuando la separación de la Iglesia y del Estado fue como el principio de la separación de los españoles en dos grupos opuestos, como una operación quirúrgica sobre ‘un enfermo que no está anestesiado –son palabras de Manuel Azaña- y con los debates propios de su dolor puede complicar la operación y hacerla mortal, no sé para quién, pero mortal para alguien’.

En efecto, aquella operación fue mortal para la República, pero a la larga lo fue también para una concepción integrista de la Iglesia...”.

 

Carrillo se refiere después al Concilio Vaticano al que califica de “verdadera revolución cultural en la Iglesia” que ha permitido que se pudiera aprobar la no confesionalidad del Estado “sin que tiemblen las esferas, y no en un espíritu de hostilidad, ni siquiera de reserva, sino con una afirmada voluntad de cooperación”.

 

Al Partido Socialista Obrero Español no le gustó nada esta referencia y trató de eliminarla a lo largo de los debates constitucionales, aunque acabó por rendirse en el Senado donde no mantuvo en el pleno el debate de su enmienda, limitándose a abstenerse en la votación del artículo.

 

La defensa de la postura del Grupo Socialista en el Congreso correspondió al diputado Enrique Barón. Sus intervenciones fueron sosegadas y en tono conciliador. Su argumento principal sería que la mención a la Iglesia Católica supondría “una confesionalidad solapada que ha de repercutir en muchos aspectos que se van a debatir más adelante en la Constitución y otros que son objeto, o deben serlo, de leyes ordinarias; y apunto las siguientes: el tema del matrimonio, el tema de la enseñanza, el tema del divorcio y el tema de la conservación del tesoro histórico”.

 

Por otra parte, argumentó que el texto en cuestión ni siquiera respondía al deseo de la Iglesia y requirió a los portavoces de UCD y AP para que explicaran las razones por las que habían introducido la controvertida mención. Pero no dio ningún argumento de cierta entidad para justificar que se trataba de consagrar la confesionalidad encubierta del Estado. El Diario de Sesiones registra brillantes intervenciones de Así que primero Oscar Alzaga y de Gabriel Cisneros al respecto. “Nosotros estamos abierta y expresamente por un Estado no confesional”, dijo Alzaga. Pero los Estados no confesionales, añadió, pueden ser de diversos tipos. Los hay que practican un “laicismo beligerante” y otros “con una actitud colaboradora con las diversas confesiones religiosas”. UCD apostaba por la cooperación del Estado no sólo con la Iglesia Católica sino con las restantes confesiones.

 

En la sesión del pleno del Congreso celebrada el 7 de julio de 1978, Gabriel Cisneros, cuya reciente muerte ha dejado un hueco difícil de llenar en las filas populares, sentenció el debate con el que sería uno de los más brillantes de su andadura parlamentaria. Dirigiéndose al portavoz socialista, Enrique Barón, dijo: “Si los hombres de Unión de Centro Democrático tuviéramos la sospecha de que la fórmula del párrafo 3 del artículo 15 (finalmente 16), tal y como aparece redactado ahora, no cubría esas finalidades de alejamiento de la tragedia, de fundamentación de la reconciliación, hacia atrás con respecto a nuestra azarosa historia, y hacia nuestro conflictivo presente, si no tuviéramos esa convicción, probablemente votáramos su enmienda”.

 

Para Cisneros el principio  nuclear del artículo 15 del dictamen de la Comisión es “la formulación terminante, de cuño tradicional, del principio de libertad religiosa y de conciencia, de creencias y de cultos”. “Acontece, sin embargo –prosiguió Cisneros-, que el hecho religioso no sólo no se agota en esta esfera de la individualidad, sino que se realiza y cobra su efectiva dimensión en el plano de lo social, de lo comunitario, es decir, de lo inexorablemente público... Esa es la dimensión que aborda el apartado 3 del artículo 15; apartado obligado, tanto más partiendo de la definición constitucional de nuestro Estado como Estado social de Derecho”. “Y ¿cómo lo aborda? –se preguntó-. Pues, primero, con una afirmación rotunda, terminante de la laicidad del Estado; principio que no encontró objeción ni en Ponencia ni en Comisión, porque todas las fuerzas políticas concurrentes en la Cámara, sin excepción, estaban de acuerdo, sin reservas, en ella; estábamos de acuerdo en la necesidad de subrayar la ajeneidad de la comunidad política a cualquier planteamiento confesional; estábamos de acuerdo en la necesidad de cancelar esposos nacional-catolicismo de ayer o de antesdeayer; estábamos de acuerdo en cerrar el paso a cualquier posibilidad, aun subrepticia, de confundir lo inconfundible, y, sobre esa voluntad, también estábamos de acuerdo en la necesidad de buscar la expresión menos agresiva, menos hiriente, más lejana del traspié constitucional del 31, para expresar ese concepto”.

 

En este contexto –prosiguió-, la mención explícita de la Iglesia católica no puede entenderse como una vía de privilegio, como la introducción vergonzante de un confesionalismo solapado o como un disfavor a las minorías de otras confesiones, cristianas o no, o a los agnósticos; se trata de la voluntad de acomodar la norma constitucional a la topografía social a la que ha de servir... No es esta inclusión, esta mención una afirmación dogmática, ni tiene pretensiones ideológicas, ni pretende asegurar una primicia cualitativa, ni, mucho menos, estatalizar la Iglesia católica: es un reconocimiento positivo de una realidad determinante de la vida real de la sociedad española, un reconocimiento no discriminatorio, reconciliante, que tiene o encuentra su fundamentación última justamente en la voluntad de establecer correspondencia entre la realidad del país y su régimen jurídico, para no instaurar por vía del silencio, estridentes disonancias”.

 

La enmienda socialista fue rechazada por 171 votos en contra, 126 votos a favor y 19 abstenciones. El texto del dictamen recibió 191 votos a favor, dos en contra y 112 abstenciones.

 

Termino. La Constitución de 1931 agravó el problema religioso. La Constitución de 1978 lo resolvió. Sin embargo, en nuestros días, la lamentable campaña que se ha dado en llamar de recuperación de la memoria histórica, ha abierto la puerta a un nuevo laicismo radicalmente contrario al consenso constitucional. Los ataques a la Iglesia y a los sentimientos religiosos, los intentos de amordazar a los obispos cuando desde un plano estrictamente moral se pronuncian sobre cuestiones esenciales de la vida política y social, la imposición en el sistema educativo de un modelo supuestamente progresista de relaciones sociales contrario a los valores éticos y morales de la conciencia católica revelan el renacer en España de la beligerancia antirreligiosa propia del laicismo de otras épocas. Ni qué decir tiene que además no presagiar nada bueno la pretensión de convertir al Estado en laicista es radicalmente contrario al principio de libertad religiosa y a la laicidad del Estado consagrados en nuestra Constitución.

 

El consejero navarro de Educación choca con la Iglesia

El consejero navarro de Educación choca con la Iglesia Un caso reciente en Navarra pone contra las cuerdas la doctrina oficial zapaterista sobre la educación. Gloria López Hernández quiere educar a su hijo. Ha buscado en la legalidad vigente los resquicios que le permitirán hacerlo. La Comunidad, sin embargo, quiere imponerle la enseñanza estatalizada, a pesar de los principios que sustentan teóricamente al Gobierno, y a pesar de que nada obliga a nadie a cursar 1º de la ESO en un centro concreto. ¿Hasta ese punto domina Zapatero las conciencias?

El primer caso, en Navarra

Una vecina de la ciudad de Estella, Gloria López Hernández, ha decidido educar a su hijo en casa. El muchacho cursa 1º de ESO y desde ahora será su madre quien se encargue de impartirle las asignaturas de su nivel. Gloria López, que se trasladó a Navarra precisamente para que su hijo pudiese recibir la educación de la Comunidad Foral y no la de Cataluña, tomó la decisión de sacar a su hijo del colegio a principios de noviembre tras sufrir un posible episodio de acoso escolar.

 

La causa es, sin embargo, lo de menos. El hecho es que una madre decide sacar a su hijo del colegio para educarlo en casa. Según el artículo 27 de la Constitución existe un derecho a la educación a la par de una libertad de enseñanza; la enseñanza básica es obligatoria para todos, y gratuita para quien lo requiera, pero en ese sentido los poderes públicos sólo tienen obligaciones explícitas, como la de garantizar que los hijos recibirán la formación religiosa y moral que los padres decidan. La Administración debe garantizar los derechos, en efecto, pero nada más. Incluso la LOE socialista, desarrollando la LODE de José María Maravall, reconoce el derecho a escoger centro docente por parte de las familias, siempre que se cumplan unos objetivos mínimos.

 

Los principios de UPN y la identidad navarra

 

No es un caso como tantos otros. UPN sustenta su ideario en el "humanismo cristiano", aún hoy, y desde los mítines previos a la fundación del partido, con intervención entonces de Jesús Aizpún, quedó explícitamente claro el compromiso con la libertad de las conciencias y con los valores cristianos, entendidos además como raíz de la identidad navarra y española. Eso está aún en el ideario de UPN, y es en Navarra incluso Ley, porque el Fuero Nuevo se fundamenta en el derecho natural de manera explícita.

 

Esto quiere decir –porque bien puede ocurrir que el consejero de Educación, Carlos Pérez Nievas, no esté entendiendo el razonamiento- que para la inmensa mayor parte de los votantes en los que se sustenta este Gobierno, para UPN en particular, y hasta prueba en contra para el ordenamiento propio de Navarra, está en vigor el principio de subsidiariedad. La educación de los hijos corresponde originariamente a las familias, y sólo subsidiariamente, por dejación, imposibilidad o voluntad de los padres, las instituciones tendrán que hacerse cargo. Otra cosa es que la Administración fije unos niveles y ritmos de aprendizaje; pero de ahí a negar a una madre el derecho natural a educar a su hijo hay un abismo. El abismo que separa, o separaba, las ideologías socialistas –marxistas o no- y los principios que UPN quiso defender desde su fundación.

 

¿Está el Estado por encima de la familia?

 

En Navarra el departamento de Educación –que se supone que no es socialista ni de izquierdas- asegura ahora que la decisión de la madre estellesa carece de cobertura legal, no está recogida en la LOE y constituye un "despropósito y error". Nótese la inversión del razonamiento, al suponer Pérez Nievas que todo lo que la Ley no dé a las familias corresponde a su Departamento; algunos creemos exactamente lo contrario, y en concreto debe haber quien se lo recuerde en el mismo Gabinete.

 

Gloria López tiene el mismo derecho que cualquier madre a educar a su hijo, y el Estado la obligación de asegurarse de que así lo hace. Ahora bien, si quiere hacerlo en casa, como por cierto solía hacerse cuando en las familias de la mayor parte de los actuales parlamentarios las letras no destacaban por su abundancia, Dios sabe que tiene derecho a hacerlo. Que se lo negase un Gobierno socialista sería una aberración comprensible, ya que la ideología de la izquierda es la que es; sería una interesante pugna jurídica. Pero que lo haga un Gobierno de centroderecha –nadie ha mandado aún callar al polluelo de Alli, ni siquiera el otrora militantemente católico Alli- es lamentable.

 

Lógicamente la señora Hernández no va a ser apoyada por el Defensor del Pueblo de Navarra, Francisco Javier Enériz, a pesar de que UPN "consensuó" su elección. Claro, claro, hijos míos, es que este señor es de izquierda, como todos estos tipos a los que estamos regalando los cargos de la manita del PSN, y dice lo que piensa: que "la competencia a este respecto recae en el Ministerio de Educación y en las Comunidades Autónomas" y que "éste es el modelo legal establecido, el resto es contrario a la ley, porque ésta no lo recoge; es alegal". Bien, que un hombre de izquierdas niegue el principio católico de subsidiariedad, en el que por cierto se fundamente toda la construcción foral, tiene un pase; pero no lo tiene que haga otro tanto Carlos Pérez-Nievas, para quien la educación en casa "no es una alternativa válida" y como tal anuncia que tomará medidas legales ante cualquier caso de "desescolarización injustificado".

 

Ahora bien, quien ha hablado recientemente de los principios de UPN como algo permanente, es más, como algo presente en la acción de Gobierno, es el presidente del mismo, Miguel Sanz. Miguel, que además conoció bien el tacto de la tiza, tiene que elegir si desautoriza a Pérez Nievas o si reniega de la base ideológica de UPN. Sé que se va a intentar una tercera vía –los paños calientes en el caso concreto, para rehuir la claridad en la cuestión de fondo- pero eso no es solución. En esto, más que en la EpC, nos vamos a retratar.

 

Pascual Tamburri

El Semanal Digital, 19 de noviembre de 2007