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Políticamente... conservador

Derecha política, hoy

Todos menos Aznar, una derecha sin cabeza y sin vergüenza

Todos menos Aznar, una derecha sin cabeza y sin vergüenza

 

Seguramente sabrán ustedes que en Italia ha ganado las elecciones generales la derecha de Silvio Berlusconi, con varios millones de votos de ventaja sobre los postcomunistas de Walter Veltroni. La inmensa mayoría de los medios de comunicación españoles han coincidido en su hostilidad hacia los vencedores de las elecciones. En los ambientes de centroderecha, además, prevalece un irrefrenable desdén hacia Berlusconi y hacia su equipo, y eso que no parece que se les puedan dar muchas lecciones, sino que más bien habrían de tomarlas.

 

Berlusconi tiene unos medios de comunicación eficaces, tanto suyos en propiedad como genéricamente al servicio del centroderecha. Allí se ha hecho algo que ni el PP ni sus gurús mediáticos han sabido hacer salvo como negociete personal (cierto, El Mundo, sea de centro o de derecha o de lo que sea, empresarialmente va bien: pero eso no ha ayudado nada a Rajoy a ganar, ¿verdad?). Allí la "memoria histórica" ha sido desenvainada por el centroderecha, y la izquierda de matriz comunista está a la defensiva ante las reiteradas revelaciones por ejemplo de Giampaolo Pansa. Las víctimas del comunismo titoísta tienen ya un día de conmemoración nacional. En medios, comunicación y cultura, la derecha española tiene todo por hacer. Y por aprender.

 

Una arrolladora mayoría de italianos ha votado por tercera vez a Berlusconi. Ciertamente todos saben que es un empresario crecido a la sombra de Bettino Craxi y de su "socialismo tricolor", y que se convirtió en político cuando todos los grandes partidos fueron aplastados por la corrupción en la primera mitad de los 90. Nadie ignora que no es un liberal y que sus políticas son y serán estrictamente pragmáticas, para nada librecambistas ni mucho menos thatcheristas; con él hay liberales, pero hay también ex democristianos, ex socialistas, autonomistas y federalistas y post fascistas de distinto cuño. Sin complejos, por cierto, y han ganado: aquí aún está por demostrar que la rigidez dogmática smithiana o que los complejos sobre la identidad política sean rentables en las urnas, y acabamos de tener una buena prueba.

 

¿Si son tan lamentables por qué ganan y el centro liberalista pierde?

 

En Italia va a ser presidente del Gobierno un empresario de la construcción, genio de la comunicación y multimillonario hecho a sí mismo. Presidente de la Cámara va a ser Gianfranco Fini, que dirigió las juventudes del Movimiento Social Italiano de Giorgio Almirante en los duros y sangrientos años 70. A la alcaldía de Roma opta, casi por sorpresa, el ex ministro Gianni Alemanno, que heredó el puesto de Fini en los 80. Habrá ministros de la Liga Norte, que desean la expulsión inmediata de los inmigrantes ilegales. Todos tienen muchos defectos y nadie pretende que sean perfectos pero han ganado un mes después de la derrota de Rajoy. Se ha anunciado la supresión de varios impuestos, la revisión de los libros de historia de las escuelas e institutos para evitar la propaganda izquierdista y a la vez el aumento de las medidas sociales sin acercarse para nada ni a lo prometido por la izquierda ni a lo que aquí hace Zapatero. ¿De verdad es el centroderecha español mejor que la derecha italiana?

 

La opinión dominante es, curiosamente, que sí. Berlusconi tiene aquí una pésima imagen, que en su país ya se ve que no predomina. El consenso popular es amplísimo en torno al nuevo Gobierno, ningún Ejecutivo italiano lo ha tenido antes así desde 1945 y por cierto ningún Gobierno democrático español ha gozado de una posición semejante, salvo quizás Felipe González en 1982 tras los desastres centristas de la UCD. Berlusconi no depende ya de la vieja casta política y tiene el país en sus manos; podrá después tener éxito o no, pero hay que reconocer su talla política. No hacerlo es de mediocres y de acomplejados, una señal clara de desvergonzados prejuicios ideológicos o de escasa cabeza política. Y sin embargo ya habrán ustedes visto, oído y leído lo que se le dice al PP que debe pensar: que no hay que ser como Berlusconi.

 

Será que no quieren que en España haya una derecha vencedora. Eso sí, José María Aznar ha participado en la precampaña italiana, su último libro ha sido traducido por el entorno de Alleanza Nazionale y presentado por Fini. Aznar, de momento, no se ha contagiado de esta curiosa fiebre despectiva que padecen los derrotados del 9-M frente a los vencedores del 14-M. Así van las cosas. 

 

Pascual Tamburri

El Semanal Digital, 16 de abril de 2008

Liberalismo

Liberalismo

 

DISCURSOS célebres, fundadores de una nueva época, ha habido unos cuantos a lo largo de la historia. El más famoso de todos ellos lo pronunció Jesús y se conoce como Sermón de la Montaña; en el cual se contienen, por cierto, muchas más cosas que las ocho Bienaventuranzas. Está también el discurso fúnebre de Pericles recogido por Tucídides en su «Historia de la guerra del Peloponeso»; está el discurso de Lincoln en Gettysburg, que los niños americanos aprenden de memoria en la escuela; y está el discurso que Churchill pronunció en la Cámara de los Comunes, en el que sólo prometía a los ingleses «sangre, sudor y lágrimas». Pero el discurso más célebre del momento, el discurso que tiene a la derecha española alborozada o mohína -y, en conclusión, meningítica perdida- es el que pronunció Esperanza Aguirre en el Foro de ABC hace unos días. ¿Y cuál es el busilis de ese discurso, que tanta tremolina ha levantado entre los escoliastas? Pues el busilis de ese discurso es la apología del liberalismo.

 

¿Y qué es eso del liberalismo? Para Esperanza Aguirre ser liberal consiste en considerar que «cada persona debe elegir libremente»; pero es una definición un tanto difusa que lo mismo sirve para definir a un liberal que a un abortista. O a un liberal abortista: ahí tenemos, por ejemplo, al escritor Vargas Llosa retirando su apoyo al PP porque no defendía con suficiente ardor el aborto, que es lo que a su parecer exige un liberalismo de buten. Para mí que eso de proclamarse liberal, antes que una declaración de principios ideológicos, es la última adscripción no peyorativa que le resta a la derecha, toda vez que proclamarse conservador en el Matrix progre es como proclamarse fascista, o siquiera reaccionario. Pero que lo tilden a uno de reaccionario puede ser un timbre de gloria, como lo prueba aquel envío de Antonio Machado a Azorín: «¡Admirable Azorín, el reaccionario/ por asco de la greña jacobina!». El argentino Leonardo Castellani, otro admirable reaccionario por asco de la época que le tocó vivir (menos greñuda que la nuestra, sin embargo), escribió diatribas formidables contra el liberalismo, esa «niebla ponzoñosa» que ha hecho caer al hombre en cinco idolatrías nefastas: 1) Idolatría de la Ciencia, con la cual el hombre quiso hacer otra torre de Babel que llegase hasta el cielo; 2) Idolatría del Progreso, nuevo Becerro de Oro con el cual creyó que haría en poco tiempo otro Paraíso terrenal; 3) Idolatría de la Carne, a la cual se le pidió el cielo y las delicias del Edén, pero la carne desvestida, exhibida, mimada y adorada ha sido a la postre destrozada y amontonada como estiércol; 4) Idolatría del Placer, con la cual se quiere hacer del mundo un perpetuo carnaval y convertir a los hombres en chiquilines agitados e irresponsables; y -last but not least- 5) Idolatría de la libertad, con la cual se quiere hacer de cada hombre un caprichoso caudillejo.

 

«Esta obsesión de la libertad -nos enseña Castellani- vino a servir maravillosamente a las fuerzas económicas y al poder del Dinero, que también andaban con la obsesión de que los dejasen en paz. Los dejaron en paz: triunfaron sobre el alma y la sangre la técnica y la mercadería; y se inauguró en todo el mundo una época en que nunca se ha hablado tanto de libertad y nunca el hombre ha sido en realidad menos libre». El liberalismo acabó engendrando la libertad enloquecida del Dinero, que fue lo que a la postre trajo el comunismo en el siglo XX; y también ha engendrado, en estos albores del siglo XXI, la creencia no menos enloquecida en una especie de Reino de la Paz Perpetua y las Delicias Universales, producto de la Ciencia, la Libertad y la Democracia; Reino que, básicamente, consiste -como Castellani profetizó con clarividencia- en que «un grupo de sabios socialistas, bajo la coartada de adoración al Hombre, gobiernen el mundo autocráticamente y con poderes tan extraordinarios que no los soñó Licurgo». El liberalismo, en fin, es el caldo de cultivo que la derecha aliña, creando las condiciones sociales, económicas y morales óptimas para el triunfo de la izquierda, que es la que mejor ha sabido vender las falsificaciones de la libertad inventadas por el liberalismo. Falsificaciones catastróficas para el hombre, que creyendo «elegir libremente» no hace sino ahondar en su esclavitud.

 

www.juanmanueldeprada.com

 

JUAN MANUEL DE PRADA

ABC, 12-4-2008

Navarra como trasunto valenciano

Navarra como trasunto valenciano

 

El cambio (aparente) de actitud del señor Rodríguez con respecto a los nacionalismos y el barullo de las últimas elecciones legislativas han alejado de la actualidad el proceso de anexión de Navarra por parte del nacionalismo vasco con la colaboración del PSOE. El escritor navarro Fernando José Vaquero Oroquieta señalaba no hace demasiado tiempo la importancia fundamental que, para los planes nacionalistas, tiene la batalla de las ideas, y denunciaba la hegemonía que han conseguido los etnicistas en el terreno cultural.

 

Frente a ello, Vaquero Oroquieta reclama más responsabilidad y capacidad combativa a quienes se resisten a ser asimilados, y se pregunta si “el navarrismo permanecerá expectante ante la larga batalla cultural que ha sido desplegada por el nacionalismo vasco”.

 

¿A que todo esto le suena? Leyendo sus textos, que se pueden encontrar en internet (escriba en cualquier buscador “Crónicas navarras”), se tiene permanentemente la sensación de que, en buena parte, podrían ser asumidos como propios en Valencia. Vaquero Oroquieta analiza el papel que han jugado los partidos navarristas y se muestra particularmente crítico:

 

“El navarrismo, para afrontar el futuro, debe encarar y estar presente en esas dimensiones que ha abandonado en gran medida. La lucha cultural (investigación, difusión), la formación de activistas socio-culturales, el impulso de nuevas entidades cívicas sin pretender su instrumentalización, la formación política y el encuadramiento de militante y simpatizantes, el apoyo sin complejos a medios de comunicación afines, la movilización cotidiana, etc., son dimensiones decisivas que todo partido político realista debe desarrollar. Y más cuando en su ámbito territorial e histórico operan, con bastante éxito por cierto, partidos y movimientos sociales que persiguen con entusiasmo y convicción un cambio histórico rupturista y sectario.”

 

La batalla de las ideas, a la que con frecuencia aludimos desde aquí como primera y prioritaria actividad para quienes disienten del país que se nos propone desde el gobierno socialista y desde el voraz gran hermano catalanista, es la gran ausente en la Comunidad Valenciana. Con acierto Vaquero Oroquieta señala:

“Los partidos políticos del centro-derecha español rebajaron ciertas dimensiones ideológicas de sus expresiones organizativas y discursivas. Se transformaron gradualmente en estructuras movilizadas casi exclusivamente con motivo de las diversas convocatorias electorales; rehuyendo verdaderos debates políticos internos.”

 

Ni en Navarra, ni en Valencia gobierna la izquierda. Pero la hegemonía cultural se decanta cada día más y de manera más peligrosa del lado del izquierdismo étnico anexionista. Y quien triunfa en las ideas, termina triunfando en las urnas.

 

Miguel Vidal Santos

http://www.valenciahui.com/opinion/mvidalsantos.php/2008/03/30/navarra_como_trasunto_valenciano

 

 

Batalla en el PP. Ser o no ser

Batalla en el PP. Ser o no ser

Las elecciones generales marcan un antes y un después en la historia del Partido Popular. Rajoy perdió, pero logró un excelente resultado, que tiene un mérito innegable dadas las difíciles condiciones en las que tuvo que realizar su trabajo. Cuando a las pocas horas de conocerse los resultados algunos medios vinculados al centro-derecha pidieron su dimisión, nosotros defendimos su continuidad. No había razones para que abandonara, pero sí para que dirigiera muy personalmente la urgente renovación de la dirección del partido.

Parte de la autoridad ganada a pulso durante los últimos cuatro años Rajoy la ha dilapidado en unos pocos días. No administró bien los tiempos. Tardó demasiado en convocar a los órganos responsables y realizar los primeros nombramientos. Un retraso que contrastaba con la precisión con la que comenzó la nueva legislatura Rodríguez Zapatero. Él podía considerar que así reforzaba su autoridad o, quizás, que no había ninguna prisa. A lo peor, ganaba tiempo porque no sabía cómo reorganizar su equipo. En cualquier caso se equivocó.

Mayor error fue su discurso ante la Junta Directiva Nacional del Partido. Presentó una valoración de las elecciones en la que lo único que quedaba claro es que no era consciente de las graves insuficiencias manifestadas durante los cuatro años de oposición y, más en concreto, durante la campaña electoral. El clamor sobre la incapacidad a la hora de comunicarse con la sociedad o las críticas sobre la falta de convicción en la defensa de determinadas posiciones no parecen haber calado en su conciencia. Por el contrario, optó por transformarse en maestro de escuela y llamar al orden a algunos jefes regionales por no haber hecho los deberes. Rajoy parecía hablar de unas elecciones autonómicas, cuando lo que habíamos vivido eran unas generales trasformadas en referéndum sobre la política y la figura de Rodríguez Zapatero.

Los allí presentes quedaron estupefactos ante lo que estaban oyendo, lo que explica, que no justifica, el contraste entre lo que dijeron dentro y fuera de la sala. El Partido Popular tiene un largo camino que recorrer para convertirse, de una vez por todas, en una organización democrática. Los tiempos de Aznar, años fundacionales, han quedado atrás. Ahora toca asumir la riqueza de la diversidad y la necesidad del debate, aprender a canalizar las tensiones para incardinarse, de verdad, en el tejido social.

El tercer error consecutivo ha sido el nombramiento de Soraya Sáenz de Santamaría como portavoz popular en el Congreso de los Diputados. España tiene una larga tradición liberal-parlamentaria. Los cargos de representación, sobre todo cuando se está en oposición, corresponden a los notables, a las figuras que tienen un reconocido prestigio entre sus compañeros de filas, por gozar de autoridad y tener a sus espaldas una experiencia parlamentaria suficiente. Sáenz de Santamaría es una mujer inteligente, preparada y trabajadora, pero carece de autoridad y de experiencia. Sin embargo, eso no es lo peor. El gesto denota una preocupante debilidad de Rajoy. Está diseñando un equipo formado "por los suyos", no "por los mejores". No sólo quiere controlar su partido durante la legislatura, es que no se fía de los jefes de fila.

No parece necesario insistir en la idea de que José María Aznar no estaba dispuesto a ceder un ápice de poder, pero eso no le llevó al error de nombrar para esos cargos a personas de su estricta confianza. Álvarez Cascos o Rato, secretario general y portavoz, eran dos animales políticos en la plena acepción de los términos y, sobre todo, dos personalidades respetadas, reconocidas y temidas por sus compañeros. Para Aznar nunca fue un problema que tuvieran un perfil político muy definido, a la vez que una fuerte personalidad. Un partido es una suma de energías y para dirigirlo hay que saber mandar.

En unos pocos días el previsto Congreso ha pasado de ser una formalidad a convertirse en todo un reto. Rajoy ha logrado unir a todos sus cuadros en torno a dos ideas: que él ha perdido el norte y que no están en condiciones de plantearse un cambio en la Presidencia. Su liderazgo se basa en estos momentos no tanto en el respeto como en el miedo al vacío de unos jefes regionales sin experiencia en estos negocios. Crecieron bajo el férreo liderazgo de Aznar y no han tenido necesidad de resolver situaciones semejantes. Las claras y directas palabras pronunciadas por Esperanza Aguirre en el Foro de ABC les han asustado tanto como convencido de la necesidad de realizar cambios.

El debate está sobre la mesa y el partido parece haberse dividido, como ya hemos comentado en anteriores ocasiones desde estas mismas páginas, en un bloque más pragmático y relativista frente a otro comprometido a trabajar desde las ideas y los valores. Los primeros, demasiado proclives a asumir los análisis de PRISA, se sienten más "centristas", un término político maravilloso que denota dos características: la renuncia a ser algo y la incomodidad de ser clasificado como conservador o liberal. "Centrista" está mejor visto en la Cadena SER y, piensan ellos, les puede abrir la puerta a bolsas de votantes hasta ahora inaccesibles.

Sin embargo, en política tan importante es sumar como restar. En unas elecciones, tan relevante como captar nuevos votantes es no perder a los tradicionales. No está garantizado que los más de diez millones de votantes que introdujeron la papeleta del PP en las urnas vuelvan a hacerlo. Los partidos son instrumentos que los ciudadanos utilizamos para canalizar nuestras preocupaciones en la esfera de lo público. Muchos de esos más de diez millones exigimos un claro compromiso con ciertos valores y no estamos dispuestos a tolerar inseguridades o renuncias. Debería preocupar a la dirección del Partido Popular el que muchos ciudadanos que les han votado hace apenas unas semanas se hayan sentido más y mejor representados por las palabras de Rosa Díez que por las del propio Rajoy en temas tan centrales como la unidad de España. No deben olvidar que los problemas que más preocupan a sus votantes no son de derechas o de izquierdas, sino de valores que están muy por encima de las clásicas divisiones partidistas.

El Congreso será el colofón de la "renovación" de Rajoy. Será un éxito o un fracaso. Le consagrará como líder o dejará abierto quién será el próximo candidato a presidente del Gobierno. Pero lo que nos importa a los españoles que hemos depositado nuestra confianza en el Partido Popular es que la renovación suponga un claro compromiso con el ideario liberal-conservador adaptado a la agenda política actual. Para relativismos nos quedamos con la versión original.

Por GEES

Libertad Digital nº 1436 | 11 de Abril de 2008

 

Miguel Sanz lo sabía

Miguel Sanz lo sabía

Dice el refrán que por la boca muere el pez. Y aquellos que tienen costumbre de alardear de información a veces caen en sus propias trampas.

Que Miguel Sanz conociera el hecho de que Zapatero ofreciera a ETA un órgano común entre Euskadi y Navarra, tal y como él afirmó el pasado martes, no es de extrañar; tiene fuentes de información suficientes como para estar al tanto de ello. No en vano, suponemos que por ese motivo y ante la gravedad de la situación convocó la macromanifestación del 19 de marzo. Cuando hablábamos de que Navarra no se vendía no era un simple eslogan sino una realidad a la que nos enfrentábamos y que, por fortuna, no tuvimos que padecer.

 

Finalmente, a Zapatero le salió mal la jugada, no porque él no estuviera de acuerdo con entregar Navarra en bandeja de plata a una pandilla de criminales, sino porque los asesinos no tenían intención de cambiar de oficio y preferían seguir con su negocio del terror.

 

Ahora bien, lo que es ciertamente increíble es que, conociendo Miguel Sanz dicha información, estuviera dispuesto a que el grupo popular se abstuviera en la investidura de Zapatero como presidente.

 

Es decir, Sanz sabía que Zapatero nos había mentido a todos cuando afirmaba que tras la T4 se había acabado la negociación con ETA, cuando decía sin sonrojarse que nunca había hablado de política con los asesinos y cuando afirmaba contundente que Navarra sería lo que los navarros quisieran, al mismo tiempo que ofrecía a los criminales un plan de creación de Euskal Herria. Y, sin embargo y a pesar de todo ello, Miguel Sanz es capaz de fiarse de Zapatero y anima a Rajoy a abstenerse en la investidura de Zapatero, siguiendo así el camino de fraternidad y amistad que él ha emprendido con los socialistas y que le ha proporcionado su superviviencia política. ¿Qué más necesita Sanz para votar en contra de Zapatero? ¿Hay algo más grave que lo negociado por Zapatero con ETA como para darle ahora un voto de confianza absteniéndose en la investidura? ¿Un presidente que negocia el futuro de nuestra tierra con una banda de asesinos sin contar con nosotros, merece ahora nuestra aprobación?

 

Esto es lo que pasa cuando se dejan de defender los principios y valores que deben inspirar la actuación en política para pasar simplemente a proteger un puesto de trabajo. La actitud de Miguel Sanz está siendo ciertamente lamentable y así lo entiende buena parte del electorado. Esperemos que esto no pase factura al partido regionalista en el futuro.

 

Tribuna de Navarra, Editorial, 10 de abril de 2008

Ideas o pragmatismo. ¿Qué renovación?

Ideas o pragmatismo. ¿Qué renovación?

Los silencios de Rajoy, cuándo más ansiedad hay por conocer sus propuestas, han desata­do una cascada de artículos valorando cuál debe ser el sentido de la renova­ción que, oficial y públicamente, está en curso. El vacío atrae. La ausencia del líder desata ríos de tinta y la polémica está sobre la mesa.

¿De qué renovación estamos hablando? Hay quien considera que es cuestión de personas. Cuando hace cuatro años Rajoy llegó a la Presidencia del PP, por las razones que fuera no hizo los cambios que cabía esperar y que debían apuntar el tono y contenido programático de la nueva etapa. Como parece que hay acuerdo sobre la necesidad de realizar relevos significativos en los órganos de dirección del Partido y del Grupo Parlamentario, aunque no sobre las personas a elegir, no nos detendre­mos más en este punto.

La segunda línea argumental apunta a concentrar la atención en la estrategia. El Partido Popular vive un debate interno muy semejante al de los restantes partidos de centro derecha europeos. Por una parte están los que defien­den una política enraizada en principios y valores, muy próximos al lega­do de Margaret Thatcher o José María Aznar, que entienden la política como una batalla de ideas. Por otra parte encontramos aquellos más preocupados por lo inmediato, por la resolución de las demandas del electorado, que a falta de compromisos doctrinales buscan convertirse en un producto político atractivo para un público más amplio. David Cameron o Ruiz Gallardón parecen responder a este perfil.

Si se confirma lo publicado sobre dar más peso al Grupo Parlamentario a costa del Partido y a no tratar en el próximo Congreso temas programáticos, pues ya quedaron resueltos en el Programa Electoral, estaríamos claramente ante un giro hacia el segundo grupo, hacia los más pragmáticos. Se trataría de bajar el tono e intentar hacerse más atractivos al electorado para dejar de movilizar al sector más radical de la izquierda en su contra y para atraerse votos de la izquierda moderada y del nacionalismo conservador. El debate en curso en el seno del PP vasco refleja estas tendencias generales en un espacio determinado. Pero ese debate existe igualmente en Cataluña, Valencia o Galicia, por poner sólo unos ejemplos.

La opción pragmática presenta algunos flancos débiles. Reforzar el Grupo a costa del Partido supone creer que la política se sigue haciendo como en el siglo XIX, cuando el Parlamento era el centro de la actividad política. Desde 1945, por lo menos, ya no es así. El Parlamento tiene que compartir con los medios el protagonismo. No hay duda de que el PSOE se enteró del cambio y actúa en consecuencia. De ahí la fortaleza de su estructura partidista. Los populares podrían cometer un grave error avanzando hacia el pasado decimonónico. Si todo lo que el PP puede ofrecernos es lo que recoge el Programa Electoral, un documento vacío, lleno de prevenciones y complejos, no hay duda de que se opta por dejar de ser para hacerse merecedores del perdón y volver a ser admitidos en el corralito. El sólo hecho de que esa opción sea la que alientan tanto el Partido Socialista como los grupos mediáticos afines al Gobierno debería hacer sospechar a los dirigentes populares de que tiene trampa.

En los delicados momentos que vive España la política es, sobre todo, lucha de ideas. Hay dos modelos de país sobre la mesa. La victoria ha estado y seguirá estando en el lado del que sepa comunicar mejor. Se equivocan aquellos que piensan que renunciando a su ideario van a ganar atractivo. El aparato mediático los arrasará igual que ahora, pero además perderán identidad y votos. La movilización de la derecha es su principal activo. Si para tratar de captar nuevos electores ponen en peligro el núcleo de sus votantes tradicionales estarán cometiendo un gran error. La victoria no va a llegar tanto de la mano de nuevos simpatizantes como de la desmovilización de los electores de la izquierda y eso se logra a través de la comunicación, siendo capaces de explicar mejor por qué el Gobierno de Zapatero es una amenaza para los intereses de España y de los españoles.

La renovación que necesita el Partido Popular es más técnica que de personas o estrategias. Su problema es que es una antigualla, un resto de una época superada. O se adaptan a un nuevo entorno político, o incorporan las nuevas técnicas de comunicación y mercadotecnia al conjunto de su acción y no sólo en época de elecciones, o continuarán arrinconados a la espera de que, por puro desgaste, la sociedad española decida darles paso. Pero para entonces puede ser muy tarde. Los votantes del PP tienen claro su ideario, sólo necesitan de una máquina política capaz de llevarlo a la práctica. Ése, y no otro, es el reto que tiene Rajoy.

 

Por GEES

Libertad Digital nº 1421 | 28 de Marzo de 2008

La derecha ha perdido porque perdió el buen humor

La derecha ha perdido porque perdió el buen humor

Hace unos meses, en ABC, Juan Manuel de Prada anticipó uno de los asuntos más graves que el PP tiene hoy entre manos. Recordaba el comunista que "tradicionalmente, el humor ha sido una flor de la inteligencia que se cultivaba en huertos conservadores: los grandes humoristas que en el mundo han sido nunca han estado adscritos a ideologías izquierdistas". Y es así: ni Robespierre, ni Lenin, ni Stalin ni sus séquitos ni mucho menos sus sucesores han sido gentes dadas a la sonrisa. Se tomaban en serio a sí mismos, y hay pocas cosas tan aburridas como ésa. La derecha (ya saben ustedes, la malvada reacción frente a tanto luminoso progreso) ha mirado durante tres siglos la realidad con un cierto escepticismo y con distintas formas de sentido del humor. Desde Oscar Wilde a La Ametralladora y desde La Codorniz a Luis Escobar Kirkpatrick, marqués de las Marismas, la derecha se ha reído. De todo: de sí misma para empezar y de los demás para continuar.

 

Cree De Prada, y las evidencias están ahí, que las cosas han cambiado: "Los teleñecos de la Cuatro o los monólogos de Buenafuente son exponentes de ingenio pero sus premisas ideológicas son inequívocamente izquierdistas" mientras que "en la programación de un canal televisivo como Telemadrid, en donde se supone que prevalece una mirada sobre la realidad menos contemporizadora con los postulados de la izquierda" … "el humor brilla por su ausencia". Una novedad, y una pena.

 

Antes el político demasiado serio, y sobre todo demasiado consciente de su propia importancia, era el político de izquierdas, que venía a ofrecer un progreso maravilloso y a exigir por él un precio de sangre y dinero, normalmente ajenos por cierto. Si alguien viene predicando la salvación y tal no está bien reírse, así que se reía la izquierda. Si acaso pecaba de aburrimiento esa forma lamentable de derecha acomplejada, con alma de izquierda, que eran y son los democristianos. Pero a fuerza de complejos, es decir de creer en la superioridad de la izquierda, hemos padecido una generación de políticos de derechas serios, aburridos, enfadados y agrios, en público y, lo que es peor, en privado. España no tenía nada tan soso desde la tecnocracia franquista; y la generación López no tenía que afrontar elecciones, pero la generación Rajoy sí.

 

Un coñazo, oigan, y perdonen la confianza. Y pensar que esta gente pide en tono apocalíptico los votos de personas que aún han conocido a Fernando Vizcaíno Casas y a Rafael García Serrano. ¿Ustedes se imaginan lo que aquellos dos podrían haber hecho con las ministras de cuota, con la educación para la ciudadanía, con el nuevo matrimonio y con los ridículos internacionales? Pues lo mismo que Benavente o que Arniches: el zapaterismo se habría convertido en materia de burla y esperpento, y sobre todo se habría evitado algo que tenemos que arreglar y que De Prada diagnosticó con precisión: "La derecha española no es creativa; ha renunciado a ofrecer una alternativa estéticamente atractiva que deje al desnudo la roña progre. Y esta falta de creatividad se traduce en una actitud siempre defensiva, mohína, casi acorralada. La derecha española acepta resignadamente la hegemonía de la visión del mundo postulada por la izquierda; sus únicos modos de combatirla resultan o bien enfurruñados (de ahí la impresión grimosa de cabreo que destila) o bien acomplejaditos (de ahí la impresión no menos grimosa de tibieza y pusilanimidad)".

 

"La derecha española carece de dotes para provocar, mediante la levadura del humor, resquebrajaduras y contradicciones en esa visión del mundo propia de la izquierda; carece de respuestas irónicas que descompongan la hegemonía progre". Todo eso ahora; para mañana tenemos que empezar a cambiar: empezando por la ironía, que tal vez no sirva en la radio pero que en directo es infalible. Mucho más que el cabreo. Les hace perder los papeles, se lo aseguro. Y además es tan relajante. 

 

Pascual Tamburri

El Semanal Digital, 26 de marzo de 2008

Cambio de líder en el PP: “Virgencita, virgencita, que me quede como estoy”

Cambio de líder en el PP: “Virgencita, virgencita, que me quede como estoy”

Toda la opinión pública y publicada se debate en torno a la retirada de Mariano Rajoy. Desde hace meses, casi años, se daba por supuesto que el candidato del PP o PSOE que pediera las elecciones debería tirar la toalla e irse a casa. Zapatero ha ganado y Rajoy ha perdido. Sin embargo, apuesto claramente por la continuidad de Rajoy como líder del principal partido de la oposición.

 

No sólo por los datos objetivos extraídos tras analizar los resultados de las pasadas elecciones del 9 de marzo: Rajoy ha conseguido unos resultados en número de votos mejores que los obtenidos por José María Aznar, es el partido que más ha subido en estos comicios en número de votos y porcentaje de voto. El PP ha obtenido más votos, más escaños y mejor porcentaje que el 14 de marzo de 2004.

 

Además, Rajoy ha aglutinado todo el voto de la derecha y del centro político. Toda la bolsa del supuesto votante del centro es para él, ya que lo que ha quedado meridianamente claro en estas elecciones es que el PSOE ha pescado en la izquierda más radical, obviando el centro. Representa la izquierda pura y dura, ya no hay dudas.

 

Es verdad que el trabajo en la oposición del líder de los populares no ha sido del todo bueno. Ha dado muchos palos de ciego, ha cambiado de estrategia en grandes asuntos como la reforma de los estatutos o la manera de afrontar el 11-M de manera dubitativa y, lo peor, bastante influido por presiones ajenas al partido. Pero también es cierto que ha hecho una excelente campaña electoral. Ha convencido, ha trasladado confianza y seguridad, ha lanzando un mensaje moderado y, sobre todo, ha trabajado mucho, y eso cuando lo hace Mariano Rajoy se nota, porque se ve la diferencia respecto a los cuatro años anteriores. En conclusión: regular legislatura, buena campaña.

 

Mariano Rajoy ha sido en esta larga campaña electoral verdaderamente él. Y en cierto modo este fracaso electoral puede considerarse como el primero, el primero verdaderamente de su proyecto. En 2004 se presentaba tras una legislatura en la que no era el último responsable, ya que el entonces presidente del Gobierno era José María Aznar. Ni era un presidente que se sometía a valoración por los españoles ni era el líder de la oposición. En esta ocasión, el 9 de marzo, por primera vez sí era responsable de su trabajo. Es por ello que creo que, aunque son dos las elecciones perdidas siendo cartel electoral, es el primer fracaso de su proyecto personal.

 

Por ello creo que puede tener una segunda oportunidad, porque los resultados han sido buenos y porque ha sabido mantener, como ha podido, las aguas revueltas en un partido totalmente bloqueado por pasar a la oposición. Y, además, estos resultados le permiten mantener la cabeza bien alta y con orgullo, tras la dura legislatura a favor de aislamiento antidemocrático que ha sufrido el PP, sin precedentes en nuestro país, con la bendición del PSOE.

 

A él solito hay que atribuirle la dignidad de que hoy el PP siga representando a una amplísima mayoría de españoles, que le han respaldado todavía más que en 2004. No se puede decir lo mismo de su actual equipo de colaboradores en la dirección. Es difícil encontrar otro nombre, otra cara, para sustituir a Mariano Rajoy en caso de que no quiera seguir. Otro líder que consiga aglutinar a un número creciente de votantes gracias a la imagen de consenso, confianza, seguridad, el sentido común que tanto le gusta, y sobre todo moderación. Creo que no hay otro dirigente mejor ahora en el PP. Cambios en el PP, sí, profundos y en la dirección. Cambios en el líder, no. “Virgencita, virgencita, que me quede como estoy”.

 

Raquel Martín

Páginas Digital, 11 de marzo de 2008