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Políticamente... conservador

Derecha política, hoy

El movimiento cívico debe seguir adelante

El movimiento cívico debe seguir adelante

La gran novedad de la legislatura que acaba de terminar, en el plano social, ha sido el surgimiento de una conciencia popular nueva. Un amplísimo sector de la comunidad, antes generalmente silencioso, ha salido a la calle para reivindicar cuestiones de principio: la dignidad de las víctimas del terrorismo, el derecho a la vida, el derecho a educar a los propios hijos, la defensa de la nación española, etc. A eso se le ha llamado “movimiento cívico”. Pues bien: el movimiento cívico debe continuar.   

    

Nunca habían salido a la calle. Eran la “gente de orden”. La mayoría pensaban que el poder –el Estado, el Gobierno, los obispos, los generales, los banqueros- resolverían los problemas de la gente en nombre del sentido común. La dura realidad les enseñó lo contrario. Tardaron en aprenderlo. Hasta que llegó Zapatero, y la evidencia de un poder hostil lanzó a toda esa gente a la calle. No tardó en llamarse “movimiento cívico”.

 

Cuatro años después, lo que tenemos es una realidad social nueva. Ha emergido una miríada de iniciativas sociales, ajenas a los partidos políticos, que han dado voz a reivindicaciones muy concretas en el plano de los principios. Se ha defendido la dignidad de las víctimas del terrorismo, preteridas y hasta reprobadas por el poder. Se ha defendido el derecho de los padres a controlar la educación que reciben sus hijos. Se ha defendido la idea de nación española. Se han multiplicado las iniciativas contra el aborto y por el derecho a la vida. Se ha despertado un pujante movimiento de objeción de conciencia a la asignatura de Educación para la Ciudadanía…

 

Todos estos movimientos son ciertamente minoritarios. Pero siempre los grandes procesos de transformación social han empezado a partir de minorías activas. Por otro lado, no se trata sólo de asociaciones de ciudadanos. En la misma estela han surgido numerosas iniciativas que han aplicado la protesta cívica al campo cultural. Internet es un buen ejemplo de esa dinámica. También el campo editorial, que ha empezado a romper el monopolio ideológico de la izquierda. En estas iniciativas de carácter cultural ha encontrado acogida y eco el trabajo del movimiento cívico.

 

La gran virtud del movimiento cívico es que funciona de manera completamente autónoma. Es una realidad comunitaria espontánea y natural. No necesita de los partidos políticos para vivir. Tampoco necesita estructurarse de manera organizada. Responde a motivaciones muy directas y muy concretas, y se materializa en acciones igualmente concretas. Es una manifestación de ciudadanía permanente, cotidiana. Es una expresión directa de libertad personal y colectiva. Por eso es vital para la salud del sistema democrático.

 

Los cuatro años que se presentan por delante hacen todavía más necesario el trabajo del movimiento cívico. Esta realidad es una de las pocas cosas prometedoras que ha dado la vida pública española en los últimos años. Hay que presumir que la presión del poder se hará todavía más fuerte; un poder que ya ha demostrado su intención de inmiscuirse en los ámbitos de soberanía de las personas. Frente a tal presión, el movimiento cívico seguirá significando una esperanza de libertad real en una sociedad dormida y adocenada.

 

Elmanifiesto.com, 10 de marzo de 2008

Es tiempo de construir, no de resistir

Es tiempo de construir, no de resistir

Zapatero ha ganado las elecciones después de cuatro años de política nefasta. Ha ganado gracias al apoyo del voto de izquierda, al avance de los socialistas en Cataluña -donde la gestión ha sido más que negativa- y en el País Vasco. Esto último indica que una parte importante de los vascos y de los españoles están a favor de la negociación con ETA. Un resultado como el del 9-M pone más en evidencia que nunca que la cultura está antes que la política.

 

No hay cambio político sin un cambio cultural que saque al centro-derecha de su encastillamiento. El castillo se hace más grande, sí, pero no lo suficiente para ganar. Y no hay cambio sin un trabajo cultural que favorezca la movilidad del voto. Estamos pues en una legislatura en la que habrá que intensificar el trabajo de la sociedad civil en favor de una mentalidad crítica pero no reactiva; es tiempo de construir, no de resistir.

 

Zapatero puede tomar dos caminos. Uno es el de gobernar para contentar a los votantes de Izquierda Unida y Esquerra. Su política sería entonces una política contra los casi diez millones doscientos mil ciudadanos que han votado al PP. El segundo camino, el más responsable, tendría muy en cuenta que hay otra mitad de España. “Los españoles han hablado con claridad y han decido abrir una nueva etapa. Una nueva etapa sin crispación”, afirmó ayer en Ferraz. Sería una gran noticia que Zapatero hubiese decidido realmente gobernar de otro modo, dejando de lado la crispación y los esfuerzos por arrinconar a un partido que respaldan más de 10 millones de votantes. Fue muy positivo que hablase de acuerdos en asuntos de Estado. Acuerdos sobre política internacional, territorial, educativa y antiterrorista que no hemos tenido en su primera legislatura.

 

El problema es que su palabra tiene poca credibilidad. Pero lo que no va a hacer Zapatero sí lo puede hacer una sociedad civil responsable que se aleje de la crispación y que sepa construir espacios de libertad.

 

Flavio Clemente

Páginas Digital, 10 de marzo de 2008

Dos enfermedades del PP

Dos enfermedades del PP

A fuerza de eludir la batalla de las ideas, el PP ha terminado quedándose sin ninguna. Con alguna razón se burla de él Zapo: “ustedes siempre van a rastras de lo que nosotros hacemos, poniendo obstáculos y pegas, para terminar aceptando de mala manera nuestras iniciativas, sean los nuevos estatutos, el matrimonio homosexual, la ley de paridad o casi cualquier otra cosa. Son ustedes puramente negativos”. El PP se ha convertido en un partido que no defiende nada propio y claro, excepto su aspiración a ganar poder presumiendo de una gestión económica mejor y promocionando el inglés. Ah, y la igualación del número de hombres y mujeres en el mercado laboral, otra idea muy zapesca. Sus votantes le atribuyen, además, ideas firmes en cuanto a la unidad de España, la defensa de las libertades o la lucha contra el terrorismo, pero ni siquiera eso está muy claro: no solo ha imitado el estatuto catalán, sino que ha aplicado en Galicia y Valencia políticas de enseñanza muy similares a las de los separatistas y anunciado su voluntad de entenderse con ellos para gobernar… Sin duda algunas corrientes dentro del partido defienden la democracia española, pero otras no, y estas no solo diluyen el mensaje, sino que parecen hegemónicas en el partido.

 

El PP, pues, vive de unos votantes que en su gran mayoría quieren y defienden la unidad de España y las libertades, y son sensibles a los peligros que estas sufren, los mayores desde la época del Frente Popular. Ante la situación, los jefes del PP podían haber optado por una campaña de denuncia, explicación del peligro y planteamiento de alternativas claras, tratando de ganarse a la masa de población anestesiada por la demagogia, en el fondo simplona, de la izquierda y los separatistas. En cambio ha elegido una política de “bajo perfil”, evitando defender con energía cualquier postura, imitando muchos rasgos de la política de Zapo y colaborando así a desmovilizar a la sociedad. Con esta línea de acción ha buscado no alarmar a las izquierdas más extremistas y ganarse a un sector intermedio de votantes indecisos, a quienes suponía interesados únicamente en el bolsillo. La crisis económica ha venido en su auxilio, pero sospecho que no será suficiente.

 

A esta política, completamente alejada de los peligros y retos reales, suele llamársele centrismo, y se completa con el futurismo, consistente en huir del pasado, esconderlo y perderse en divagaciones ni siquiera estimulantes sobre el porvenir. Dos auténticas enfermedades morales, a mi juicio. Si el PP gana las elecciones no será gracias al voto de los ciudadanos supuestamente afectos al bajo perfil, sino al de la gran masa que mira con horror la posibilidad de que Zapo continúe su labor siniestra. Y si pierde se deberá justamente a ese centrismo y futurismo, que ha permitido a los liberticidas maniobrar a su gusto, arrebatando al PP cualquier iniciativa.

 

Si el PP pierde no quiero ni imaginar su depresión de ánimo y peleas internas. Coincidiendo en eso con quienes dan prioridad absoluta a desplazar a Zapo, solo puedo expresar mi deseo de que gane Rajoy, aunque sea por poco, y de que UPD y Ciudadanos salgan como fuerzas capaces de sustituir a los separatistas en cuanto a la gobernación del país. Gane quien gane, será preciso un movimiento de regeneración democrática.

 

Pío Moa

Libertad Digital, 5 de Marzo de 2008

 

Lo que se puede esperar de Rajoy

Lo que se puede esperar de Rajoy

El cara a cara de Zapatero y Rajoy este lunes ha sido un fidelísimo reflejo de la situación de la política española. Ha puesto de manifiesto la urgencia de un cambio de Gobierno, la abstracción y el corto recorrido del presidente; el perfil de Rajoy y, sobre todo, de qué se puede y de qué no se puede hablar en nuestro país.

 

Los líderes de los partidos en España debaten poco y lo hacen en el Congreso con un formato en el que es muy difícil que se produzca un auténtico cuerpo a cuerpo. Eso provoca, a menudo, una sucesión de monólogos en los que no es necesario argumentar y contrargumentar. El otro no cuenta y es fácil que los discursos no lleguen a cruzarse. Se fomentan así mensajes sin dramaticidad, cerrados, dirigidos a los convencidos.

 

El fenómeno, en el caso de Zapatero, se agiganta. El famoso “cordón sanitario” que ha regido en la Carrera de San Jerónimo en la legislatura ha permitido a los socialistas silenciar con muchas voces la única voz que les criticaba. Una mayoría de medios de comunicación afines ha contribuido a generar un “sistema perfecto” en el que los mensajes y los discursos no tenían que hacer cuentas con la realidad. Pero ha llegado la denostada televisión y, por una vez, se ha convertido en esa “ventana a la realidad” de la que hablaban los teóricos ingenuos de los años 50. La televisión se ha convertido en la ventana que le ha puesto a Zapatero delante al “otro”.

 

Pasó ya en el programa Tengo una pregunta para usted y se ha repetido este lunes. Cuando aparece “el otro”, Zapatero se pone muy tenso y, sobre todo, revela su poca capacidad para argumentar, o lo que es lo mismo, su absoluta falta de concreción. El discurso del presidente del Gobierno suele estar construido con generalidades, y eso se hace evidente cuando tiene delante a un Rajoy o a un paisano que le pregunta cuánto vale un café. Entonces reacciona dándole vueltas a los conceptos. La actitud circular refleja su pobreza. El arte de razonar y de argumentar está siempre ligado al arte de lo concreto. Lo desconoce. Cuando el “otro” irrumpe y pone de manifiesto la incoherencia de su actitud, Zapatero se pone a la defensiva y recurre al pasado (la guerra de Iraq es el gran ejemplo). También suele refugiarse en su intenciones o en su voluntad de cambiar las cosas (“tengo el firme compromiso de...”) y suele mostrarse violento. Hemos visto pues, gracias al debate, hasta qué punto el presidente está desnudo. Lo han visto muchos de sus votantes.

 

También hemos conocido mejor a Rajoy, hasta ahora muy sepultado por los clichés que sobre él han fabricado la prensa afín al Gobierno y también la prensa contraria al Gobierno, que prefiere a otro líder en el centro-derecha. La impresión es que Rajoy puede estar a la altura de las tareas propias del inquilino de la Moncloa. También hemos visto sus límites y los límites de la política, que es siempre subsidiaria de un cambio cultural. Rajoy se ha atrevido en el debate a revindicar cuestiones que hasta ahora eran tabú. Ha hablado de la integración de los inmigrantes, de la necesidad de limitar la entrada indiscriminada de extranjeros, de la agresión a las víctimas del terrorismo, de la impostura de ciertos artistas que apoyan a Zapatero... Son temas que un líder del centro-derecha no podía mencionar hasta hace poco tiempo.

 

Se ha producido un cambio cultural. Hemos cambiado: antes enterrábamos a las víctimas con vergüenza y ahora las consideramos nuestro orgullo; antes nos conformábamos con decir que no éramos racistas y ahora sabemos que tenemos un problema serio. Los políticos normales no lideran esos cambios, los políticos excepcionales sí. Y Rajoy es un político normal. Por eso no entró al trapo de lo que Zapatero llama extensión de derechos: aborto, eutanasia, divorcio rápido, matrimonio homosexual y demás obras de ingeniería social nefastas que este Gobierno ha puesto en marcha.

 

Rajoy puede propiciar un cambio de Gobierno pero no puede liderar el cambio que fomente el respeto por la vida, la familia. El ejemplo más claro lo tenemos en Educación para la Ciudadanía: ha hecho falta un gran movimiento de base para que se comprometiera a eliminarla. En circunstancias normales, primero se producen los cambios culturales, luego los políticos. La tarea está por hacer.

 

Fernando de Haro

Páginas Digital, 27 de febrero de 2008

Autorretrato de una insuficiencia: El divorcio de Rajoy

Autorretrato de una insuficiencia: El divorcio de Rajoy

Lo dijo Rajoy este fin de semana, sábado 19, en la radio, en Onda Cero. Isabel Gemio, más sibilante que sibilina, le preguntaba con “intención”, muy progre ella, qué mantendría y qué eliminaría, si ganaba las elecciones, de las medidas implantadas por Zapatero. Y fue ahí donde el presidente del Partido Popular declaró que no eliminará el “divorcio exprés”, pese a que ha sido una de las bestias negras de la derecha social en esta legislatura. Eso sí: Rajoy dice que sustituirá la asignatura de Educación para la Ciudadanía. ¿Qué pondrá en su lugar? ¿Filosofía, Historia, Constitución, Humanidades en general? No: “inglés, informática, nuevas tecnologías y sociedad de la información”. Ante todo, mucho progreso. De verdad que Rajoy se ha retratado.   

 

Primera constatación: a Rajoy no le preocupa especialmente la familia como institución. Porque el “divorcio-exprés” ha sido una medida deliberadamente anti familiar. Lo que está en discusión no es el hecho del divorcio en sí mismo, es decir, la posibilidad legal de que un matrimonio se rompa en determinadas circunstancias; lo que está en cuestión es una modalidad de divorcio absolutamente arbitraria, que somete la estabilidad del vínculo matrimonio al arbitrio –precisamente- de una de las partes y propugna su disolución en tiempo récord. Esa medida es mala para la institución familiar por varias razones. Primero, porque prescinde por completo del interés de los hijos. Además, porque considera el matrimonio como una asociación temporal de voluntades individuales, y no como una entidad social en sí mismo. En tercer lugar, porque estimula la irresponsabilidad de la gente a la hora de contraer matrimonio y fundar una familia: si tan fácil es romper el lazo, ¿para qué preocuparse de asegurarlo?

 

Segunda constatación: Rajoy no está dispuesto a presentar batalla en cuestiones de principio. La de la familia es una de esas cuestiones. Es obvio que Rajoy no quiere parecer “de derechas”. Por cierto que la defensa de la familia no tendría por qué ser necesariamente un asunto “de derechas”: en Gran Bretaña o en los Estados Unidos, fueron los gabinetes de Blair y Clinton quienes reintrodujeron las políticas de promoción familiar; si en España es distinto, es por razones muy singularmente nacionales. Razones que exigen que toda política de defensa de la familia deba realizar un ejercicio pedagógico previo, para volver a convencer a la gente de que estamos ante una cuestión decisiva para la supervivencia social. Es obvio que este tipo de ejercicios está muy lejos de las prioridades del PP, y no sólo, por supuesto, en materia familiar. El PP no se presenta a los ciudadanos como un partido que defienda una plataforma de principios; más bien se limita a “chupar rueda” de los principios que la intelligentsia de izquierdas ha sentado, quizá morigerando alguno de sus aspectos.

 

Tercera constatación: Rajoy es sensible a la protesta social contra la imposición obligatoria de la asignatura “Educación para la Ciudadanía”, lo cual es una buena cosa; pero su alternativa rehuye cualquier compromiso con valores o, una vez más, con principios, y se orienta expresamente hacia el mundo de la eficacia técnica, de la “performance” económica. Inglés, nuevas tecnologías, sociedad de la información: frente a una formación ideológica sectaria como la que Zapatero predica, una instrucción técnica y neutra, sin alma. Por supuesto que el inglés o la informática son asignaturas precisas en el sistema de enseñanza, pero ya existen. Por el contrario, en los últimos años (incluidos los ocho del PP) han retrocedido escandalosamente los contenidos de tipo humanístico, filosófico, histórico, ético, es decir, los que dan razones para vivir, aquellos que las asignaturas técnicas no proporcionan. A no ser que consideremos que la razón de la vida es la eficacia técnica; tal parece el caso de Rajoy.

 

En conjunto, la impresión que se deduce de este retrato que el propio Rajoy se ha confeccionado es de lo más desoladora. Una filosofía social absolutamente individualista, donde nada –ni siquiera la familia- se antepone a los derechos del individuo; donde no hay asidero desde el que asentar principios firmes, sino una simple observación neutra de los principios que marcan otros; donde el horizonte de las personas y las sociedades se circunscribe a la eficiencia técnica y económica, a cuyo servicio se pone la educación. Es la expresión más gráfica vista hasta hoy, en la política española, de la pesadilla de la civilización técnica: un sistema de egoísmos individuales donde toda esperanza se reduce a ser una eficiente pieza en la gran máquina de la civilización económica. ¿Y con eso nos quiere motivar?

 

P.S.: Y sí, claro que, además de esas cosas, Rajoy ha dicho otras más interesantes. Pero la pregunta es: si el objetivo final es que todos seamos eficientes piezas de la Megamáquina, ¿qué importancia tienen todas esas otras cosas?

 

José Javier Esparza

El Manifiesto, 21 de enero de 2008

Esa derecha del dinero y la patronal…

Esa derecha del dinero y la patronal… A Rajoy se le ha ocurrido fichar como número dos por Madrid a Manuel Pizarro, el numantino patrón de Endesa, es decir, un hombre del dinero. De la calidad profesional de Pizarro nadie duda. También está claro que, si se trataba de dorar las listas con gestores de gran estilo, la elección es un acierto. La pregunta, no obstante, no gira en torno a la calidad humana y profesional de Pizarro, sino en torno al mensaje que el PP quiere mandar a los españoles. Se trata de saber si el PP es capaz de ofrecer al electorado español algo más que un discurso de solvencia económica y eficacia técnica. Nuestra derecha parece convencida de que el horizonte único de la sociedad española es el bolsillo. Pero ese discurso ya lo formuló Aznar, y no salió bien.   


Manuel Pizarro dio a los españoles en general, y a los socialistas en particular, una extraordinaria lección de habilidad gestora y fidelidad a los propios accionistas cuando tuvo que lidiar con el terrible morlaco de la Opa sobre Endesa. Recordemos: Gas Natural (La Caixa) ataca, Endesa se defiende y, por el camino, nos enteramos de que había detrás una operación que implicaba a la oligarquía político-financiera catalana; portavoces del Gobierno reconocen, con ese desparpajo que les caracteriza, que esa Opa es “medio estatut”, y así nos encontramos de hoz y coz con un guiso donde se mezclan la política de partido, el mamoneo oligárquico, el caciquismo de aldea y la alta finanza internacional en aleación inextricable. En medio de este torbellino de presiones, Pizarro se clava al suelo, saca pecho y aguanta. Al margen de otras consideraciones, ese era exactamente su deber. Honor al capitán de empresa.

 

Vaya eso para aclarar que aquí el problema no está en la personalidad de Pizarro, sino en la elección del PP. Todo indica que esta elección obedece a una reflexión estratégica que podemos sintetizar en los pasos siguientes: a) Las elecciones van a decidirse en un estrecho margen de votos que básicamente coincide con el porcentaje de los indecisos; b) Esos indecisos no votarán en función de criterios ideológicos (si tuvieran ideología, no serían indecisos), sino que apoyarán a la opción que más confianza les inspire; c) El mejor modo de ofrecer confianza es mostrar a personas de seria reputación profesional, ese tipo de persona a la que le confiarías tu propio dinero o, como suele decirse, le comprarías un coche usado; d) Nadie ha dado mejor ese perfil en los últimos años que un tipo como Pizarro, que ha sido capaz de multiplicar los beneficios de sus accionistas en medio de una crisis atroz; e) Ergo, este es nuestro hombre. Pero esta reflexión da por acreditadas dos cosas que en realidad son muy discutibles. La primera que esa confianza que buscan los indecisos pueda traducirse en términos de confianza económica, es decir, que lo que busquen sea un gestor. La segunda, que la imagen pública de Pizarro, esto es, la que le ha construido la mayoría de los medios de comunicación en los últimos cuatro años, se corresponda con la que de él tienen en el PP. Ambas cosas son extremadamente dudosas.

 

El partido del homo oeconomicus

 

El PP presupone que el ciudadano razona en términos del “mejor interés individual”, muy al estilo del liberalismo clásico, y tiende a pensar también que ese interés se formula en términos estrictamente económicos, muy al estilo del neoliberalismo contemporáneo. La ecuación sería “interés = más dinero para mí”, y se traduciría en la equivalencia “confianza = un tipo que sepa ganar dinero”. Ahora bien, la mentalidad del español medio no suele transitar por ahí. En España, donde muchos años de proteccionismo han configurado una mentalidad social de ciudadano asistido, la gente tiende a mirar con hostilidad al que gana dinero y, al contrario, tiende a depositar su confianza en quien promete repartirlo. El caso de Andalucía es paradigmático: la mayoría de la gente prefiere mil veces que le den un subsidio a que le den una empresa, sobre todo si el subsidio puede chulearse con la suficiente holgura como para completar ingresos en negro. Aquí intervienen elementos de cultura política cuyo análisis nos llevaría demasiado lejos, pero que podemos sintetizar en esta idea: en España apenas existe una cultura social del individuo emprendedor, de manera que tampoco hay una cultura política que premie al gran financiero. En ese sentido, la figura de Pizarro puede suscitar más rechazos que adhesiones.

 

Aquí entra el segundo elemento del análisis, a saber, la imagen pública del protagonista de esta historia. En efecto, desde la mayoría mediática gubernamental se le ha construido a Pizarro una imagen cortada por los patrones más tópicos del anticapitalismo primario: el patrón sin patria ni escrúpulos que prefiere vender la energía nacional al mejor postor extranjero, antes que ponerla al servicio del interés de los españoles. Por supuesto que se trata de una imagen falsa y simplista hasta la náusea, pero la estrategia de comunicación del zapaterismo nunca se ha caracterizado por su sutileza. No hemos tardado en oír al tribuno demagogo diciendo lo previsible: “Ahí lo tenéis: ellos eligen a los que se llevan el dinero, y nosotros, a los que lo reparten para el pueblo”. ¿Burdo? Claro, pero de eso se trata.

 

Un poco más de tejas arriba, el episodio Pizarro incide en un rasgo de la derecha española que empieza a ser muy preocupante: su tendencia perenne a reducir el discurso político a la dimensión económica y su incapacidad manifiesta para modular discursos sugestivos en materia política, social o cultural. El PP parece convencido de que los “indecisos” no le votarán si se muestra como un partido de derechas, es decir, si plantea un discurso nítido de defensa de la identidad nacional, de restricción de la inmigración, de defensa de la familia y de la libertad de enseñanza, etc. Esto no es de ahora: lo vimos con Aznar, que hoy parece dispuesto a amparar grandes laboratorios ideológicos, pero que en sus ocho años de Gobierno no propuso a la sociedad española –sino muy tardíamente- otro horizonte que el de la prosperidad económica. “Enriqueceos”, nos dijo Aznar como Luis Felipe de Orleáns a los franceses de 1830. El resultado fue que la gente, cuando tuvo miedo, prefirió votar a otro.

 

La frase “el dinero no lo es todo” tuvo aquí una plasmación de sabiduría cazurra, pero ello no le restó vigor. Rajoy viene ahora con lo mismo: “enriqueceos”. Muy bien. Pero todos sabemos que quienes se enriquecen, por lo general, son siempre los mismos, así de derechas como de izquierdas, y a mí lo que me interesa no es que se enriquezcan ellos, sino dar a mis hijos la enseñanza que yo quiero, que tener familia numerosa no me convierta en un menesteroso marginal, que dejemos de ser el paraíso europeo del aborto, que se garantice la supervivencia de España como unidad nacional, que la cultura social española se regenere y abandone su actual estado de sordidez e indecencia… Todo eso no es incompatible con el fichaje de gente como Pizarro, por supuesto. Pero Pizarro, que es un gran tipo, no me va a dar lo que yo necesito. Yo –y algunos millones como yo- necesito un estadista y un reformador, no un mago de los dineros. Al final, estamos en lo de siempre: la derecha del interés prevalece sobre la derecha de los principios. Y conviene recordar que las consecuencias de esa elección siempre han sido funestas.

 

José Javier Esparza

El Manifiesto, 16 de enero de 2008

Cuenta la libertad

Cuenta la libertad Hay que hablar de Gallardón. Era el día para glosar más extensamente la figura de Manuel Pizarro. Para recordar su resistencia al poder desde que en Moncloa decidieron echarle de Endesa con una OPA de factura catalana que se adornaba con números de risa. Era el día para bucear en su perfil no económico, en su convicción nada mojigata del valor de la tradición occidental, en su pasión popperiana por las sociedades abiertas, en su catolicismo sin complejos. Por fin alguien para el centro derecha que, además de hablar de números y de buena gestión, tiene hipótesis culturales sobre las grandes cuestiones pendientes de nuestro país. Pero “la crisis de Madrid” ha desecho el dulce momento.

Salvo que Mariano Rajoy hubiera sido un torpe de remate, que no lo es, su silencio sobre la presencia o la ausencia de Gallardón en las listas de Madrid sólo tenía una explicación. La que daba en los últimos días gente bien informada: “Mariano lo tiene decidido, Alberto va en las listas, si no fuera así lo habría dicho mucho antes, es suicida abrir una crisis como ésta en plena precampaña”. El escándalo que algunos sentían por la posible presencia de Gallardón en el Congreso tenía mucho de bienintencionado moralismo.

 

Gallardón ha sido el niño bonito del progresismo, el único político del PP que asistió al entierro y al funeral laico de Polanco en el Círculo de Bellas Artes. La cercanía al Grupo Prisa, sus coqueteos con el mundo cultural de la izquierda, su abierta ambición, su ambigüedad en las políticas relacionadas con la vida y la familia, han provocado el rechazo entre muchas personas que quieren, con un sano deseo, que en el ámbito público español estén presentes determinados principios y valores. Junto a ese rechazo en nombre de los principios, algunos destacados líderes del PP y de su entorno mediático han desatado una auténtica cacería bastante menos noble –muy vinculada a sus intereses empresariales y su carrera- contra Gallardón. Todo indica que ha sido la presión de esa entente, que quiere posicionarse bien para el post 9 de marzo, la que ha forzado a Mariano Rajoy a anunciar, en un mal momento, que no va contar con el alcalde de Madrid. La agenda se la han hecho, mejor sería decir desecho.

 

Las cosas están difíciles para que Rajoy gane las generales, más aún para que consiga gobernar. Y era el momento de sumar, de contar con figuras como la de Gallardón, que podrían haber aportado brillantez para una campaña electoral que va a ser muy reñida, para un futuro Gobierno, para una posible labor en la oposición que necesita de gente no gastada.

 

Se puede discutir hasta la extenuación si el alcalde de Madrid habría obtenido más o menos votos que otro candidato en la capital sin llegar a conclusión alguna, pero lo cierto es que Gallardón representaba para toda España la imagen de un partido más abierto. Sus oponentes han conseguido apartarlo pero han muerto matando. ¿Y los principios y los valores? ¿No han salido ganando? No. La pretensión de que los políticos del PP, o los de cualquier partido, puedan encarnar un cambio que frene la destrucción de lo humano que se extiende en nuestra sociedad es utópica. A los políticos se les puede pedir que no la aceleren y, sobre todo, que sean permeables a aquellas realidades sociales que están ofreciendo una respuesta a esa situación.

 

Hace tiempo la Compañía de las Obras (asociación que une a empresas y entidades no lucrativas) acuñó el término “permeabilidad” como criterio para definir el voto. Era razonable votar a aquellas formaciones permeables a la construcción de realidades sociales nuevas. Tanto Gallardón como los líderes del PP que lo han derrotado están muy lejos de una cosmovisión efectivamente católica, o efectivamente anclada en unos principios firmes. Pero Gallardón, con todos sus alardes de progresismo, ha ejercido sus labores de Gobierno con un alto grado de “permeabilidad”, su proyecto ha estado abierto. El liberalismo puede también calzar botas de agua y protegerse con chubasquero. En nombre de la tradición se puede hacer también ideología. Para evaluar una política, nada mejor que estar pegado a cómo se tutela y alienta la libertad real, cómo se respetan las iniciativas sociales que expresan la dignidad de la persona.

 

Fernando de Haro

Páginas Digital, 16 de enero de 2008

Partido Popular: es necesario un mayor compromiso

Partido Popular: es necesario un mayor compromiso Es perfectamente comprensible que un partido grande, que aspira al gobierno, deba matizar sus propuestas para mirar de atraer al máximo electorado y producir el mínimo rechazo. Hay que decir que durante estos meses, la trayectoria del PP no se ha guiado por este criterio sino más bien el de tener unas actitudes muy duras que, sobre todo, podían ser comprendidas por sus votantes más fieles, pero que carecían de atractivo para los que habitan en fronteras más lejanas. Ahora, al acercarse las elecciones, busca un reposicionamiento.

Esto también es legítimo y nada criticable. Se trata de tener la garantía de que tus propios votantes están muy movilizados, para intentar ir a buscar otros más dudosos, menos fieles. Después en la práctica, el resultado está por ver, porque depende de la capacidad de modular sin perder credibilidad y de lo que haga el adversario. Hay que decir, en relación a este último aspecto que el gobierno se lo pone fácil, porque lo está haciendo francamente mal, muy mal.

 

Dicho todo esto, hay que constatar que la actitud del PP ante algunas cuestiones muy importantes resulta poco comprensible. Se trata de su posición, mejor dicho su no posición, al dar a entender que no va a tocar nada en relación al aborto, el divorcio express y los matrimonios y adopción homosexual. Todo esto merece precisarse.

 

Nadie le pide que cambie la ley del aborto pero después de lo que ha venido sucediendo, constatando la ilegalidad masiva y la crueldad con que se practica el aborto en España, parece lógico que el PP tuviera en su programa algunas propuestas concretas, no tanto de cambios de la ley sino de la forma de aplicarla, que garantice el real cumplimiento de la misma.

 

Esto es una medida de higiene democrática. Los países no pueden tener leyes que se incumplan masivamente porque dan lugar a situaciones cancerígenas. La metástasis del fraude de ley se ramifica, como es el caso, en muchos otros terrenos: dinero negro, usurpación profesional, riesgo sobre la salud pública y un montón de cosas más.

 

Sobre el divorcio express, es cierto que el Partido Popular tiene las manos bastante atadas porque no votó en contra de esta ley, no se atrevió, no tuvo el valor moral de hacerlo a pesar de constituir una anomalía legislativa, una ley única en el mundo, que el Consejo General del Poder Judicial, calificaba de inspirada en el repudio islámico al alcance tanto del hombre como de la mujer. Pero visto lo que está sucediendo lógico es que haya un replanteamiento.

 

Ningún país de las condiciones sociales y económicas de España puede soportar una tasa de divorcialidad como la actual. La combinación de ésta con la judicialización de las relaciones entre hombre y mujer, de la ley que debería proteger a la mujer contra la violencia de género -aunque no lo haga- llevan a una situación de colapso de la estructura familiar.

No se pueden sumar cada año decenas de miles de divorcios y decenas de miles de procesos judiciales sin arrasar las relaciones de pareja. El país necesita otro enfoque. ¿Cúal? Pues simplemente el que se encuentra en Europa. ¿Por qué no podemos tener una legislación sobre el divorcio y el conflicto familiar como la que tiene Alemania, Francia, Gran Bretaña? ¿Tan extraño es esto? Y ¿esto no es una propuesta razonable que el PP podría incorporar en su programa?

 

El tercer elemento guarda relación con el matrimonio y adopción homosexual. En su momento ahí si estuvo claro el PP. Votó en contra y desarrolló un discurso bien definido. Después presentó el correspondiente recurso ante el Tribunal Constitucional. Por eso ahora no puede dejar la cuestión en el limbo, ni ir a la excusa de lo que resuelva el TC, porque una cosa es que una ley se encuentre dentro o no de la Constitución y otra que sea una buena ley.

 

Una cosa no guarda relación con la otra. ¿Sería mucho pedir también aquí que nuestro país se igualara con el resto de los países desarrollados de Europa, o con EEUU? ¿No podríamos tener una ley como la francesa, o ya puestos en plan progre total, la sueca o la británica? ¿Tan puñeteramente reaccionarios son estas sociedades?

Y que no se hable de nuestra capacidad de innovar y ser precursores. Un país que ocupa el 24 lugar del mundo en el ámbito de la innovación no está como para ir dando lecciones a nadie, y menos a aquellos países que han demostrado hasta la saciedad que legislan normas bien hechas.

 

Cierto es que el PP se ha comprometido a crear un ministerio de la familia. Esto es bueno y hay que celebrarlo, pero se trata de una cuestión meramente instrumental que no define objetivos ni fines. Sin querer incurrir, en este punto, en una comparación, porque son odiosas, es necesario con todo, recordar que una de las primeras cosas que hizo Zapatero fue crear el Ministerio de la Vivienda y así nos ha ido.

 

El PP tiene la obligación, por credibilidad, de ser algo más concreto en cuestiones tan centrales como las apuntadas. Nadie le pide que mee agua bendita, porque además no es una práctica común, diríamos que más bien inexistente, sino que simplemente que presente en propuestas razonables sobre temas vitales mal planteado. En definitiva, que devuelva a España a Europa en este terreno, y termine con el periodo de la anomalía Zapatero.

 

Editorial de Forum Libertas, 11 de enero de 2008