Autorretrato de una insuficiencia: El divorcio de Rajoy
Lo dijo Rajoy este fin de semana, sábado 19, en la radio, en Onda Cero. Isabel Gemio, más sibilante que sibilina, le preguntaba con “intención”, muy progre ella, qué mantendría y qué eliminaría, si ganaba las elecciones, de las medidas implantadas por Zapatero. Y fue ahí donde el presidente del Partido Popular declaró que no eliminará el “divorcio exprés”, pese a que ha sido una de las bestias negras de la derecha social en esta legislatura. Eso sí: Rajoy dice que sustituirá la asignatura de Educación para la Ciudadanía. ¿Qué pondrá en su lugar? ¿Filosofía, Historia, Constitución, Humanidades en general? No: “inglés, informática, nuevas tecnologías y sociedad de la información”. Ante todo, mucho progreso. De verdad que Rajoy se ha retratado.
Primera constatación: a Rajoy no le preocupa especialmente la familia como institución. Porque el “divorcio-exprés” ha sido una medida deliberadamente anti familiar. Lo que está en discusión no es el hecho del divorcio en sí mismo, es decir, la posibilidad legal de que un matrimonio se rompa en determinadas circunstancias; lo que está en cuestión es una modalidad de divorcio absolutamente arbitraria, que somete la estabilidad del vínculo matrimonio al arbitrio –precisamente- de una de las partes y propugna su disolución en tiempo récord. Esa medida es mala para la institución familiar por varias razones. Primero, porque prescinde por completo del interés de los hijos. Además, porque considera el matrimonio como una asociación temporal de voluntades individuales, y no como una entidad social en sí mismo. En tercer lugar, porque estimula la irresponsabilidad de la gente a la hora de contraer matrimonio y fundar una familia: si tan fácil es romper el lazo, ¿para qué preocuparse de asegurarlo?
Segunda constatación: Rajoy no está dispuesto a presentar batalla en cuestiones de principio. La de la familia es una de esas cuestiones. Es obvio que Rajoy no quiere parecer “de derechas”. Por cierto que la defensa de la familia no tendría por qué ser necesariamente un asunto “de derechas”: en Gran Bretaña o en los Estados Unidos, fueron los gabinetes de Blair y Clinton quienes reintrodujeron las políticas de promoción familiar; si en España es distinto, es por razones muy singularmente nacionales. Razones que exigen que toda política de defensa de la familia deba realizar un ejercicio pedagógico previo, para volver a convencer a la gente de que estamos ante una cuestión decisiva para la supervivencia social. Es obvio que este tipo de ejercicios está muy lejos de las prioridades del PP, y no sólo, por supuesto, en materia familiar. El PP no se presenta a los ciudadanos como un partido que defienda una plataforma de principios; más bien se limita a “chupar rueda” de los principios que la intelligentsia de izquierdas ha sentado, quizá morigerando alguno de sus aspectos.
Tercera constatación: Rajoy es sensible a la protesta social contra la imposición obligatoria de la asignatura “Educación para la Ciudadanía”, lo cual es una buena cosa; pero su alternativa rehuye cualquier compromiso con valores o, una vez más, con principios, y se orienta expresamente hacia el mundo de la eficacia técnica, de la “performance” económica. Inglés, nuevas tecnologías, sociedad de la información: frente a una formación ideológica sectaria como la que Zapatero predica, una instrucción técnica y neutra, sin alma. Por supuesto que el inglés o la informática son asignaturas precisas en el sistema de enseñanza, pero ya existen. Por el contrario, en los últimos años (incluidos los ocho del PP) han retrocedido escandalosamente los contenidos de tipo humanístico, filosófico, histórico, ético, es decir, los que dan razones para vivir, aquellos que las asignaturas técnicas no proporcionan. A no ser que consideremos que la razón de la vida es la eficacia técnica; tal parece el caso de Rajoy.
En conjunto, la impresión que se deduce de este retrato que el propio Rajoy se ha confeccionado es de lo más desoladora. Una filosofía social absolutamente individualista, donde nada –ni siquiera la familia- se antepone a los derechos del individuo; donde no hay asidero desde el que asentar principios firmes, sino una simple observación neutra de los principios que marcan otros; donde el horizonte de las personas y las sociedades se circunscribe a la eficiencia técnica y económica, a cuyo servicio se pone la educación. Es la expresión más gráfica vista hasta hoy, en la política española, de la pesadilla de la civilización técnica: un sistema de egoísmos individuales donde toda esperanza se reduce a ser una eficiente pieza en la gran máquina de la civilización económica. ¿Y con eso nos quiere motivar?
P.S.: Y sí, claro que, además de esas cosas, Rajoy ha dicho otras más interesantes. Pero la pregunta es: si el objetivo final es que todos seamos eficientes piezas de la Megamáquina, ¿qué importancia tienen todas esas otras cosas?
José Javier Esparza
El Manifiesto, 21 de enero de 2008
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