Cuenta la libertad
Salvo que Mariano Rajoy hubiera sido un torpe de remate, que no lo es, su silencio sobre la presencia o la ausencia de Gallardón en las listas de Madrid sólo tenía una explicación. La que daba en los últimos días gente bien informada: “Mariano lo tiene decidido, Alberto va en las listas, si no fuera así lo habría dicho mucho antes, es suicida abrir una crisis como ésta en plena precampaña”. El escándalo que algunos sentían por la posible presencia de Gallardón en el Congreso tenía mucho de bienintencionado moralismo.
Gallardón ha sido el niño bonito del progresismo, el único político del PP que asistió al entierro y al funeral laico de Polanco en el Círculo de Bellas Artes. La cercanía al Grupo Prisa, sus coqueteos con el mundo cultural de la izquierda, su abierta ambición, su ambigüedad en las políticas relacionadas con la vida y la familia, han provocado el rechazo entre muchas personas que quieren, con un sano deseo, que en el ámbito público español estén presentes determinados principios y valores. Junto a ese rechazo en nombre de los principios, algunos destacados líderes del PP y de su entorno mediático han desatado una auténtica cacería bastante menos noble –muy vinculada a sus intereses empresariales y su carrera- contra Gallardón. Todo indica que ha sido la presión de esa entente, que quiere posicionarse bien para el post 9 de marzo, la que ha forzado a Mariano Rajoy a anunciar, en un mal momento, que no va contar con el alcalde de Madrid. La agenda se la han hecho, mejor sería decir desecho.
Las cosas están difíciles para que Rajoy gane las generales, más aún para que consiga gobernar. Y era el momento de sumar, de contar con figuras como la de Gallardón, que podrían haber aportado brillantez para una campaña electoral que va a ser muy reñida, para un futuro Gobierno, para una posible labor en la oposición que necesita de gente no gastada.
Se puede discutir hasta la extenuación si el alcalde de Madrid habría obtenido más o menos votos que otro candidato en la capital sin llegar a conclusión alguna, pero lo cierto es que Gallardón representaba para toda España la imagen de un partido más abierto. Sus oponentes han conseguido apartarlo pero han muerto matando. ¿Y los principios y los valores? ¿No han salido ganando? No. La pretensión de que los políticos del PP, o los de cualquier partido, puedan encarnar un cambio que frene la destrucción de lo humano que se extiende en nuestra sociedad es utópica. A los políticos se les puede pedir que no la aceleren y, sobre todo, que sean permeables a aquellas realidades sociales que están ofreciendo una respuesta a esa situación.
Hace tiempo la Compañía de las Obras (asociación que une a empresas y entidades no lucrativas) acuñó el término “permeabilidad” como criterio para definir el voto. Era razonable votar a aquellas formaciones permeables a la construcción de realidades sociales nuevas. Tanto Gallardón como los líderes del PP que lo han derrotado están muy lejos de una cosmovisión efectivamente católica, o efectivamente anclada en unos principios firmes. Pero Gallardón, con todos sus alardes de progresismo, ha ejercido sus labores de Gobierno con un alto grado de “permeabilidad”, su proyecto ha estado abierto. El liberalismo puede también calzar botas de agua y protegerse con chubasquero. En nombre de la tradición se puede hacer también ideología. Para evaluar una política, nada mejor que estar pegado a cómo se tutela y alienta la libertad real, cómo se respetan las iniciativas sociales que expresan la dignidad de la persona.
Fernando de Haro
Páginas Digital, 16 de enero de 2008
0 comentarios