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En España, cristianos y musulmanes coexistieron pero no convivieron

En España, cristianos y musulmanes coexistieron pero no convivieron

Juan Eslava Galán desmonta el bulo multicultural de la manida convivencia de las tres culturas en su último libro ‘Califas, guerreros, esclavas y eunucos’.

 

Eslava Galán  aclara en contra de la moda políticamente correcta  que no hubo convivencia sino coexistencia durante la reconquista. «Había tres comunidades: la musulmana, la judía y la cristiana. La judía era una minoría que siempre estuvo aplastada por las otras. En el momento en que se impusieron los musulmanes, los cristianos tuvieron que pagarles tributo. En cuanto la balanza se alteró, fueron los musulmanes los que pagaron tributo a los cristianos. ¿Convivencia? Salvo en los casos extremos de amoríos idealizados en novelas y cuentos, no la hubo nunca».

 

Más que de convivencia habría que hablar de desencuentro. Cada comunidad era muy consciente de su identidad completamente diferente la una de la otra y, alianzas y colaboraciones coyunturales aparte, también de que solo compartían un territorio en el que sus visiones opuestas competían por la hegemonía. La convivencia entre las tres culturas sólo es un tópico creado en la actualidad.

 

Hablando de tópicos Eslava Galan dice que esa idea tan extendida de que la gente del sur desciende de los moros es absurda. «¿Los ojos morunos de las andaluzas? Todo eso son pamemas. La mayoría de los andaluces descienden de gentes venidas de Galicia, León, Cantabria, el País Vasco y de otros puntos de la península».En cuanto a la famosa herencia cultural que los árabes dejaron en nuestro suelo, Eslava Galán destaca su «destreza» en el dominio del agua, sobre todo en los regadíos, y su «amplia y rica aportación a la agricultura y gastronomía». «Trajeron y aclimataron numerosas especies, como el almendro, el castaño, las higueras, la berenjena, el limonero, el naranjo, numerosas especias…. Y haciendo postres eran unos auténticos artistas».

 

Ahora bien, volviendo a la falsa convivencia entre cristianos y musulmanes,  este desencuentro de siglos no debería, a juicio del historiador, enquistarse de forma crónica. «La madurez histórica nos debería hacer comprender, a unos y a otros, que cualquier diferencia se puede solucionar por la vía de la discusión, nunca por la de la confrontación».

 

Esta visión conciliadora no le impide, sin embargo, ser realista. «Hoy por hoy la llamada ‘alianza de civilizaciones’ es una bella aspiración sin contenido. No tiene fundamento porque es como intentar mezclar el agua con el aceite», argumenta. «El cristianismo ha evolucionado a partir del siglo XVIII. Hubo una Ilustración que deslindó la religión del derecho civil. En el Islam ha habido conatos, pero no está clara esa diferencia. Hay sociedades que siguen al pie de la letra el Corán o los preceptos de la ’sharia’ (ley islámica) y otras menos. Por eso no se puede pensar en una religión unificada. Hay muchísimas sectas y muchas maneras de entender esa religión», unas pacíficas y otras integristas.

 

Minuto Digital, 4 de febrero de 2008

SECULARIZACIÓN Y NIHILISMO. El cáncer cultural de nuestro tiempo

SECULARIZACIÓN Y NIHILISMO. El cáncer cultural de nuestro tiempo


Resulta difícil dar con una reflexión sobre la cultura europea que escape al lugar común del proceso de secularización occidental, que tanto encandila al progrerío. Este simplismo deja insatisfecho al lector mínimamente inquieto. Por otro lado, el español del año 2007 intuye que bajo la piel de cordero del movimiento laicista local se esconde un lobo que teme, y con razón, peligroso. Y es que la disyuntiva cultural del siglo XXI no es secularización o religiosidad; la cosa parece ir por otro lado.

 

Massimo Borghesi aborda este supuesto proceso de secularización occidental en Secularización y nihilismo. "Supuesto", sí, porque sólo lo es en apariencia. Para Borghesi, Occidente no está perdiendo su religiosidad, sino transformando ésta en un tipo de creencia bien particular:

Caracterizada por la New Age, la nueva era asume el rostro de la "era de acuario", cuya llegada marca el declive de la "era de Piscis", la era cristiana que ha durado dos mil años. La llegada del nuevo milenio se carga así de expectativas escatológicas; un nuevo "eón" va a acontecer (pág. 40).

El relativismo, el hedonismo, la apología multicultural que observamos a nuestro alrededor esconden toda una filosofía de la historia, el progreso y el hombre. Se trata de una religión ideológica en toda regla... que se presenta como la superación alegre y despreocupada de cualquier tipo de creencia pasada; "una religiosidad etérea y ligera, informe, que, lejos de abrir lo humano hacia Dios, entendido como 'otro', es, más bien, el elemento llamado a 'cerrar' el mundo, a hacer soportable la existencia finita en la 'era del vacio'. Se establece así un extraño círculo entre religiosidad y nihilismo" (pág. 41).

 

Para Borghesi, no estamos ante un abandono de la religiosidad, sino ante una mutación, una perversión de la misma. No asistimos al triunfo de Voltaire, sino a la "consolidación de un pensamiento 'religioso' parasitario respecto al horizonte abierto por el cristianismo, que contiene su propio modelo de caída y redención" (pág. 55).

 

Esta nueva pseudorreligión tiene como característica el rechazo tanto de la fe como de la razón, y se lleva por delante tanto el cristianismo como la Ilustración. Funciona como una creencia oscurantista en sentido pleno. Es un cáncer cultural en toda regla.

 

Este cáncer tiene sus propios dogmas, que se presentan como no dogmáticos pero que poseen toda la fuerza de la creencia, incluso de la superstición. Apología gay, hipersexualidad, multiculturalismo o legalidad internacional se manejan como dogmas incuestionables e incuestionados. Ninguno de ellos se sostiene racionalmente, y ése es precisamente el problema: buscando librar al hombre de la religión, el postmodernismo le ha liberado también de la razón y convertido en un manojo de ilusiones vacías, emociones instantáneas y anhelos nunca satisfechos susceptible de ser manipulado e instrumentalizado por una nueva religión que se presenta como una no religión.

 

La crisis del cristianismo es la crisis de la razón y el triunfo de la pseudorreligión. Borghesi estudia en profundidad la relación entre cristianismo y cultura, empezando por esa feliz coincidencia entre el pensamiento griego y la revelación cristiana. A despecho de lo que cuentan los intelectuales de salón o de barra de bar, lo cierto es que durante dos mil años reflexión filosófica y teológica han ido de la mano; incluso en Nietzsche o Marx, Dios es una constante, aunque lo que se pretenda sea combatirlo sin cuartel. Para ellos, la relación con Dios puede ser problemática y polémica, pero siempre seria; en ella se pone en juego el hombre, que sufre, lucha, gana o pierde, pero siempre poniendo la vida en ello. Pocas cosas hay más serias.

 

Por el contrario, el nihilismo contemporáneo afirma que hay que huir del mundo, desagradable valle de lágrimas para una cultura que sólo acepta llorar de alegría. Dios está fuera de lugar porque es demasiado serio. Y a la negación de este mundo demasiado serio y arduo le sigue la creación de uno virtual. Se abomina del esfuerzo, el sacrificio, la lucha, la esperanza, la fe en el futuro, y el pasotismo, el hedonismo, el pacifismo, la fe en lo instantáneo campan a sus anchas. He aquí un mundo virtual para un hombre que no soporta el mundo real. La principal víctima de ello no es Dios, ni lo es el mundo; es el hombre, que queda mutilado, capado, disminuido en su humanidad.

 

La apología de lo simplemente estético o lo lúdico –"el fulgor de los colores y el fragor de los sonidos" (pág. 131)– esconde la desesperanza, el pesimismo, la degradación del hombre a sujeto pasivo sin futuro ni ilusión. Para no rendir cuentas, crea nuevos dioses, desdivinizados, a la manera que se estilaba en los últimos tiempos del Imperio Romano. "El momento actual oscila entre paganismo y gnosis, entre idolatría y rechazo de la teodicea" (pág. 139). Para no creer en nada, se crean divinidades sociopolíticas o culturales indoloras, desde la democracia o el diálogo hasta los derechos humanos y el multiculturalismo.

 

Secularización y nihilismo es un certero análisis filosófico de la cultura occidental, de las contradicciones suicidas de la sociedad contemporánea; y, más allá de eso, un llamamiento a volver la cara hacia una ilustración cristiana que tiene de religión tanto como de filosofía. Así, Borghesi propone la recuperación del diálogo entre fe y razón como fundamento de una cultura cristiana.

 

El punto de partida de Borghesi es el mismo que el de Benedicto XVI y el de Juan Pablo II: Europa vive una crisis religiosa porque vive una crisis intelectual sin precedentes. También comparten punto de llegada: la recuperación del cristianismo en el Viejo Continente será sólo posible desde la recuperación del prestigio de la razón, de la reflexión racional.

 

En estas páginas, Borghesi aborda la gran cuestión del momento: en el siglo XXI el humanismo caminará de la mano del cristianismo o perecerá a manos de la religión civil o del salvajismo yihadista. Como en los tiempos más oscuros de la historia europea, el saber y la razón filosófica parecen destinados a sobrevivir tras los muros de los monasterios, sean éstos cuales sean en la centuria presente.

 

 

MASSIMO BORGHESI: SECULARIZACIÓN Y NIHILISMO. CRISTIANISMO Y CULTURA CONTEMPORÁNEA. Encuentro (Madrid), 2007, 245 páginas.

 

ÓSCAR ELÍA MAÑÚ, analista del Grupo de Estudios Estratégicos (GEES).

 

Libertad Digital, suplemento Libros, 1 de febrero de 2008

Guía imprescindible para derechistas americanos... y españoles

Guía imprescindible para derechistas americanos... y españoles

 

El conservador auténtico es un individuo que está dispuesto a defender sus principios y valores a capa y espada incluso en las circunstancias más adversas. Michael Gerson, el speech writer que ha producido tal vez los discursos más inspirados del presidente George W. Bush, realiza en Heroic Conservatism un verdadero tour de force para arrojar luz sobre las tinieblas, para que el idealismo venza al pesimismo; para colocar al conservadurismo, esa palabra tan extraña a nuestra cultura política, en el lugar que se merece.

No es fácil ser un buen escribidor de discursos, declaraciones y alocuciones varias. Sobre todo cuando se trabaja para otra persona. En el mundo anglosajón es toda una profesión, y los líderes políticos hacen lo que esté en su mano para contar con un buen responsable de sus palabras públicas. En España son muy pocos los políticos que escriben ellos mismos sus intervenciones. Normal. Ya no lo es tanto que la figura del escriba quede en el fondo de los armarios las más de las veces, y que se fustigue a quienes ponen su pluma al servicio de los demás con el término peyorativo negro. Tras este estado de cosas encontramos tanta hipocresía como cicatería.

 

Un speech writer, como demuestra Gerson en estas páginas, no es un escritor que le cuela lo que quiere a quien le toca dar la cara. Los grandes políticos tienen sus propias ideas, y la mayoría de las veces lo que les falta es tiempo, no recursos estilísticos o retóricos, para componer sus discursos. El speech writer debe comprender qué pasa por la mente de su jefe, contar con cierta sensibilidad personal y destilar con elocuencia el ideario latente o emergente de aquél. Con todo, hay speech writers que son más que eso, que son elementos clave en la formulación de las políticas que se anuncian en los discursos. Que son asesores. Michael Gerson es uno de ellos, aunque su modestia innata le impida propagarlo.

 

Tengo el placer de conocerle personalmente. Hasta donde sé, su influencia va mucho más allá de la derivada de haber creado frases o expresiones que pasarán a la historia, como la de "Eje del Mal", empleada por vez primera por Bush en su discurso del Estado de la Unión de 2002, o la de "conservadurismo compasivo", que el presidente de EEUU ha empleado numerosas veces para describir su filosofía política. Gerson ha opinado y debatido sobre cuestiones de decisión en el círculo íntimo de Bush en la Casa Blanca, del que han formado parte gentes como el todopoderoso Karl Rove, con el que no siempre ha estado completamente de acuerdo.

 

En España, las más de las veces los discursos de los políticos en activo tienen por objeto ensalzar lo ya conseguido, codificación material que rápidamente se transforma en venta electoral o partidista. Compromiso, cumplimiento y seriedad suelen ser las pautas que marcan estas intervenciones. En Estados Unidos la práctica suele ser distinta, y los discursos se utilizan como instrumentos para fijar posiciones y anunciar rumbos futuros. De ahí la importancia de personas como Gerson para la difusión de lo que se quiere y debe transmitir.

 

Heroic Conservatism no sólo da cuenta de las relaciones de Gerson con Bush desde que éste le llamara a su lado, allá por el año 2000, cuando aún no había accedido a la Presidencia, sino, y sobre todo, de los valores que ha de defender el conservadurismo en América hoy en día; y quien dice en América dice en el resto del mundo, empezando por España.

 

Creo acertar si digo que, para Gerson, su mejor discurso fue el que compuso para la ceremonia de inauguración del segundo mandato de George W. Bush. Por una sencilla razón: Gerson es un conservador idealista, de fuertes creencias religiosas, convencido de la igualdad de las personas, algo en lo que coincide plenamente con el inquilino de la Casa Blanca. 

 

Tuve la oportunidad de asistir a aquella ceremonia, que tuvo lugar en una mañana nubosa, ante un Capitolio rodeado por la nieve. Y no me cuesta nada decir que las palabras de Bush me impresionaron profundamente. Eran revolucionarias, y prometían abrir un nuevo capítulo en la acción exterior norteamericana. Bush se dirigió al mundo, muy en especial a aquellos países con regímenes dictatoriales, para augurar una nueva era de libertad. Sólo en libertad puede el individuo desarrollarse y disfrutar de su dignidad con plenitud. Sólo en libertad pueden los pueblos prosperan adecuadamente. Sólo en libertad pueden alcanzarse la seguridad y la paz internacionales.

 

Bush se dirigió asimismo a los disidentes (he aquí una constante en su trayectoria): les prometió apoyo para sus causas, para lograr unas sociedades mejores y libres de miedos. "La supervivencia de la libertad en nuestro suelo depende cada día más del éxito de la libertad en las tierras de otros –afirmó el presidente–. La mejor esperanza de paz para nuestro mundo es la expansión de la libertad en todo el mundo". Corolario de Gerson, aquí, en Heroic Conservatism: o expandimos la libertad, o será la violencia lo que se expanda.

 

Gerson es un idealista plenamente consciente de las posibilidades que ofrece el mundo real. Y ve como, todo el mundo, la gran distancia que a veces separa a la retórica ambiciosa del presidente Bush de la prudencia táctica con que se mueve su Administración. Sabe que no se puede hacer todo. Pero sabe también que sin planteamientos idealistas y ambiciosos la política se vuelve descarnada y se va reduciendo a una mera lucha por el poder.

 

Gerson no es ningún idiota, y sabe, además, que no son éstos buenos tiempos para la lírica; que Ben Laden sigue vivo y Al Qaeda no está acabada; que el radicalismo islámico continúa sumando puntos y que Irak ha cebado el escepticismo. Y que el mundo es un lugar incierto en el que América está siempre sometida a discusión. De ahí que con Heroic Conservatism trate de arrojar luz sobre la oscuridad, de recuperar la visión y la ilusión.

 

Es plenamente consciente de que el descontento ha crecido entre los conservadores: los objetivos son más costosos de alcanzar de lo que se esperaba; los resultados, aún, demasiado ambiguos; la crítica de los oponentes, más aniquiladora. Pero, les advierte, sucumbir a la fatiga, dejarse tentar por el cinismo y querer volver a una situación ya obsoleta e irrecuperable no es una opción, sino un inmenso error.

 

Este libro trata, en buena medida, de América; pero puede resultar muy provechoso para quien lo lea con la mente puesta en España.

 

En los últimos meses no han sido pocos los dirigentes del PP que han emitido declaraciones que tenían por objeto poner distancia con determinadas decisiones del Gobierno Aznar, especialmente con la de apoyar la intervención aliada en Irak. Pero su deseo de pasar página les puede llevar a convertirse en meros apéndices de la izquierda de Rodríguez Zapatero. Y no es el momento para ello.

 

"Yo creo que la seguridad de nuestra nación depende del idealismo en el exterior", escribe Gerson. Y añade. "Creo que la unidad de nuestro país depende del idealismo en el interior; y creo que mi partido, el Partido Republicano, debe ser el portador de ese discurso de idealismo y coraje ante una nación cansada en un momento crucial, o bien encarar un juicio severo de la Historia". Pocas palabras podremos encontrar más apropiadas para nosotros, los españoles.

 

Para mí, si hay una lección que los actuales dirigentes del PP debieran aprender es que el conservadurismo es más fuerte cuando se muestra fiel a sus ideales. Aquí al lado, en Francia, tienen el ejemplo de Sarkozy, por si no quieren buscar analogías históricas más remotas o distantes. Hacer ejercicios de travestismo para llegar a votantes recalcitrantes es lo opuesto al coraje y a la claridad moral que debe imperar en nuestras filas en estos momentos preelectorales. Si se quiere entender por qué, este magnífico libro de Gerson, no sólo bien escrito y ameno, sino pletórico de ideas e ideales inmutables, puede ser una gran ayuda.

 

 Por Rafael L. Bardají

GEES, reseñas nº 114   |  21 de Enero de 2008

 

(Del libro Heroic Conservatism. Why Republicans need to embrace America’s ideals (and why they deserve to fail if they don’t), de Michael J. Gerson. Harpers & Collins, Nueva York, 2007. Publicado en Suplementos Libros de Libertad Digital, 17 de enero de 2008)

 

 

800 personas abarrotan la presentación de un libro por Aznar y Del Burgo

800 personas abarrotan la presentación de un libro por Aznar y Del Burgo Más de 800 personas asistieron a la presentación del libro "Vascos y Navarros en la Historia de España" realizada por José María Aznar y Jaime Ignacio del Burgo. Un acto de gran repercusión mediática donde el ex presidente del Gobierno recibió el respaldo y cariño de cientos de pamploneses que acudieron al acto ayer lunes a las 19,30 horas.

Pamplona, 14 de enero.- Más de 800 personas abarrotaron el salón del NH Iruña Park de Pamplona en la presentación del libro “Vascos y Navarros en la Historia de España”, de la mano de José María Aznar y Jaime Ignacio del Burgo.

José María Aznar afirmó en Pamplona que en las próximas elecciones de marzo, los españoles podrán conseguir que España sea "como cualquier democracia avanzada, donde un gobernante que ha engañado conscientemente a los ciudadanos en algo tan importante como negociar políticamente con los terroristas, queda inhabilitado para seguir gobernando".

 

El presidente de la Fundación para el Análisis y los Estudios Sociales (FAES) y ex presidente del Gobierno, José María Aznar realizó estas declaraciones durante la presentación en el Hotel Iruña Park, junto a Jaime Ignacio del Burgo, del libro 'Vascos y Navarros en la Historia de España.

 

A la cita acudieron centenares de personas, con entrada libre, y representantes políticos. Entre ellos, Alberto Catalán, como representante del Gobierno de Navarra, José Manuel Ayesa, presidente de la CEN, y miembros de UPN, como José Iribas, Rafael Gurrea, José Ignacio Palacios, o la concejala de Pamplona Cristina Sanz, entre otros.

 

En su intervención, Aznar sostuvo que en las elecciones de marzo los españoles tendrán la oportunidad de "evitar que el nacionalismo secesionista y anexionista y el oportunismo de izquierdas sigan dándose apoyo mutuo para sus objetivos de demoliciones compartidas".La izquierda española "ha tirado al cubo de la basura el principio de igualdad, ha renegado de la libertad y se ha entregado sin solución de continuidad al nacionalismo", afirmó.

 

El ex presidente del Gobierno también hizo alusión a la propuesta de referéndum de Ibarretxe, a la que calificó como "acto de secesión", convocado "desde la presidencia de un gobierno autonómico, pese a que esa pretensión es tan rotundamente ilegal que su mera proposición es un auténtico disparate."

 

"Ese inadmisible acto de secesión" sólo podrá celebrarse "si ocurre algo que los ciudadanos españoles pueden evitar, que gobierne en España esa izquierda descreída que quiere mantenerse en el poder a cualquier precio, engañando a los españoles siempre que les convenga", según Aznar.

 

Según el presidente de las FAES, el lema de Zapatero es gobernar "como sea", es decir, "negociando políticamente con los terroristas y mintiendo a los españoles sobre esa negociación, poner encima de la mesa de la negociación con los terroristas la soberanía nacional, la Constitución y la territorialidad, es decir, la entrega de Navarra, y negarlo todo en público para confesar finalmente que no se dijo la verdad".

 

Millones de ciudadanos, subrayó Aznar, "nos quedamos estupefactos e indignados cuando supimos que el mismo que había firmado el Pacto Antiterrorista en la Moncloa por la mañana, por la tarde ya se había reunido en secreto con los terroristas para negociar lo contrario de a lo que en público se había comprometido esa misma mañana". Después supimos "que las negociaciones políticas con los terroristas siguieron hasta 2004", añadió. "Pudimos constatar lo que ya habían publicado diversos medios de comunicación: que todo eso era una nueva mentira y que Zapatero siguió negociando políticamente con los terroristas pocos días después de que estos asesinaran a dos personas en un atentado".

 

En los últimos años, "hemos asistido atónitos a la reescritura política de la historia, retorciendo los hechos y reanimando los peores fantasmas del pasado para que sea el rencor y la división quienes enmienden la plana de la propia historia, algo que ha ocurrido con la Ley de Memoria Histórica". Una ley, "que sólo ha buscado azuzar la división y el odio entre los españoles".

 

Asimismo, Aznar se preguntó "si alguien duda de que después de todo estos lamentables episodios, si ganaran las elecciones, seguirían gobernando 'como sea', es decir, entregando la libertad, renunciando a la dignidad y traicionando a la verdad?".

 

Todo ello, concluyó, podrá evitarse el 9 de marzo, "es una obligación moral que nos compromete a todos los españoles, también -y muy especialmente- a todos los navarros, porque, de todos los españoles, sois vosotros, los navarros, los que probablemente más os jugáis en este envite".

 

En primer lugar, y sobre todo, "es una obligación moral si queremos que España siga siendo España, que siga siendo la Nación de ciudadanos libres e iguales que consagra la Constitución de 1978. Esa Nación unida y plural, respetuosa con los fueros, con las lenguas, con la diversidad".

 

Por su parte, Jaime Ignacio del Burgo aseguró que el peor problema de la sociedad navarra y de la vasca "es el adoctrinamiento de las nuevas generaciones, a través del sistema educativo, en la peculiar visión del nacionalismo vasco, basada en la atroz manipulación de la realidad histórica".

 

Asimismo, apuntó que hay jóvenes vascos y navarros que creen a "pies juntillas que Euskal Herria existe desde el comienzo de los tiempos, que en 1936 España invadió Euskal Herria y que si hoy Navarra no forma parte de Euskadi, se debe a la política genocida de Franco".

 

Con todo, concluyó Del Burgo, "el nacionalismo vasco de todo signo, moderado, o inmoderado, democrático o revolucionario, pacífico o violento, parece haber hecho suya la consigna del dirigente comunista chino Mao, responsable de la esclavitud de su pueblo, cuando ordenó a sus seguidores 'Corromped la historia'".

 

A continuación, reproducimos el contenido íntegro de las intervenciones de José María Aznar y Jaime Ignacio del Burgo:

 

JOSÉ MARÍA AZNAR

 

Es un placer acompañarles hoy aquí, en Pamplona, y un honor poder hacerlo para presentar un libro acompañarles hoy aquí, en Pamplona, y un honor poder hacerlo para presentar un libro tan científicamente sólido, tan riguroso y tan oportuno como el que hoy nos convoca: Vascos y navarros en la Historia de España.

 

Se trata de un libro que recoge los trabajos de unas jornadas celebradas entre 2003 y 2004 para analizar la contribución de los vascos y de los navarros a la cultura y a la Historia común de España. El libro recuerda, una vez más, que esa contribución de vascos y navarros al acervo común ha sido extraordinaria.

 

El libro explica con maestría la trayectoria histórica de Navarra como comunidad propia y singular y, simultáneamente, como parte de la Nación española, al tiempo que pone en evidencia la tremenda falsedad de quienes, en sus ansias secesionistas, anexionistas y totalitarias, no han tenido reparo alguno en falsear y manipular hechos históricos incuestionables en pos de sus objetivos.

 

El libro demuestra, en efecto, con la objetividad propia de los auténticos historiadores, con la fidelidad estricta a los hechos y acontecimientos históricos, que el proyecto secesionista y anexionista del nacionalismo vasco, insensible al horror provocado por el terrorismo de una banda asesina, se alimenta de una historia inventada.

 

Ese proyecto separatista sólo tiene cabida en las mentes de quienes inventan naciones y utilizan o recogen los frutos de la violencia para reclamar soberanías imaginarias, sacrificando la libertad de muchos y la vida de otros, y negando la existencia de la Nación que nos une a todos, que es España.

 

La Sociedad de Estudios Navarros me concedió el honor de prologar este libro. Escribí entonces, y mantengo ahora, que este libro demuestra que “Navarra y el País Vasco -o, más exactamente, navarros y vascos- están en la Historia de España y son ellos mismos Historia de España, de la mejor España, ésa que se fragua con la lealtad hacia una idea común que trasciende la diversidad de lo que eran fragmentos del futuro Estado común”.

 

El libro muestra este engarce común a partir del estudio académico de quince profesores, quince estudiosos de la materia que nos ocupa. Creo que éste es el ámbito en el que la Historia debe ser analizada y sometida a debate. Puede y debe ser sometida a controversia académica desde el más escrupuloso respeto a la realidad de los hechos.

 

Lo que vemos en los últimos tiempos, lamentablemente, es otra cosa. Asistimos atónitos a la reescritura política de la Historia, retorciendo los hechos y reanimando los peores fantasmas del pasado para que sean el rencor y la división quienes enmienden la plana a la propia Historia.

 

Esto es lo que ha ocurrido en estos últimos años con la denominada Ley de Memoria Histórica.

 

Como explica el profesor Varela Ortega, la propia denominación de la Ley incurre en una contradicción en sus propios términos. La memoria es una capacidad de cada individuo, individualmente considerado. Las memorias colectivas, simplemente, no existen, por definición. Cuando alguien pretende crearlas es porque busca algo muy distinto a cualquier cosa que tenga que ver con la Historia.

 

Porque aquí lo que se ha buscado es azuzar la división y el odio entre los españoles. Y es que se trata, en efecto, de una Ley promovida por un gobierno que prefiere remover nuestro peor pasado en lugar de trabajar por un mejor futuro. Mi opinión es que la historia hay que dejársela a los historiadores. Los políticos están para otra cosa. Están para mejorar la vida de las personas.

 

Los buenos historiadores, como los que han contribuido a este libro, son los que deben ocuparse de hablar y escribir de Historia.

 

En ese mismo proyecto de reescritura política de la Historia se enmarca la creación de eso que han denominado Euskal Herria, de inventadas raíces milenarias. Todo vale, al modo en el que Orwell imaginó a su alienado Winston Smith, para destruir y reinventar cada día las falsedades que convengan a la actual alianza política entre el nacionalismo secesionista y anexionista y la izquierda oportunista.

 

Porque, para asombro de muchos, la izquierda española, ayuna de ideas tras el derribo del Muro de Berlín, no se ha esforzado en reencontrar su cuerpo ideológico, como sí ha hecho la izquierda de muchos otros países desarrollados, de una forma mínimamente decente y coherente.

 

La izquierda española ha tirado al cubo de la basura el principio de igualdad, ha renegado de la libertad y se ha entregado sin solución de continuidad al nacionalismo.

 

Queridos amigos, en otoño de este año, si no lo remediamos a tiempo, está convocado lo que no es otra cosa que un acto de secesión. Está convocado desde la presidencia de un gobierno autonómico, pese a que esa pretensión es tan rotundamente ilegal que su mera proposición es un auténtico disparate.

 

No es tarea de los historiadores poner freno a los políticos, como ya he dicho. Ni siquiera puede serlo cuando asistimos a los peores desvaríos de algunos políticos. Ésa es una tarea de todos los políticos que aún mantienen alguna dosis de sentido de Estado. Y aún más que de los políticos, es una tarea que requiere el concurso y el respaldo de los ciudadanos, de todos nosotros.

 

Ese inadmisible acto de secesión convocado para el otoño sólo podrá celebrarse si ocurre algo que los ciudadanos españoles pueden evitar. Sólo podrá ocurrir si sigue gobernando en España esa izquierda descreída que quiere mantenerse en el poder a cualquier precio, engañando a los españoles siempre que les convenga.

 

Su lema es “como sea”, faltando a la verdad cuando les interesa. Que ése es su lema y su método de engaño nos lo ha demostrado este gobierno en esta legislatura, como ayer certificó su máximo dirigente.

 

En su objetivo de lograr las cosas “como sea”, da igual que España sea una Nación de ciudadanos libres e iguales, como dice nuestra Constitución, o que sea otra cosa muy distinta. Porque ¿qué más da cuando se afirma que hasta la propia Nación es un concepto discutido y discutible?

 

Gobernar “como sea” significa negociar políticamente con los terroristas y mentir a los españoles sobre esa negociación. Significa, como sabemos que ha ocurrido, poner encima de la mesa de la negociación con los terroristas la soberanía nacional, la Constitución y la “territorialidad”, es decir, la entrega de Navarra. Y negarlo todo en público para confesar finalmente que no se dijo la verdad.

 

Porque el protagonista de este disparate nos ha confirmado que, efectivamente, esos temas han estado en la mesa de negociación con los terroristas. La excusa o justificación ahora es, no se lo pierdan, que no se llegó a un acuerdo. Al parecer, da igual que esos asuntos fueran objeto de negociación. Millones de ciudadanos, como quien les habla, nos quedamos estupefactos e indignados cuando supimos que el mismo que había firmado el Pacto Antiterrorista en la Moncloa por la mañana, por la tarde ya se había reunido en secreto con los terroristas para negociar lo contrario de a lo que en público se había comprometido esa misma mañana.

 

Después supimos que las negociaciones políticas con los terroristas siguieron hasta 2004.

 

Ayer supimos también que el presidente del gobierno decidió sentarse a seguir negociando políticamente con los terroristas pocos días después de que estos asesinaran a dos personas en un atentado. Con esos terroristas a los que él mismo había llamado “hombres de paz”.

 

Aquel atentado terrorista, que el presidente del gobierno ha calificado varias veces de “trágico accidente mortal”, tuvo lugar precisamente un día después de que él mismo nos garantizara a todos los españoles que un año después todo iría mucho mejor.

 

El presidente del gobierno nos prometió después de ese atentado terrorista que la negociación estaba literalmente suspendida. El Ministro del Interior lo reiteró y aclaró “diciendo” que estaba completamente “finiquitada”, “liquidada”.

 

Ayer pudimos constatar lo que ya habían publicado diversos medios de comunicación: que todo eso era una nueva mentira.

 

Tampoco nos dijeron la verdad cuando excarcelaron a un sanguinario terrorista responsable de veinticinco asesinatos, que fue algo que decidió el gobierno pero que quiso atribuir a los tribunales de justicia.

 

Igualmente lamentable ha sido durante estos años el uso torticero de la fiscalía, manipulada a antojo para legalizar o ilegalizar a trozos a las formaciones políticas del entramado terrorista, según convenga en cada momento.

 

Y hoy muchas personas de bien se preguntan: ¿es posible confiar en los responsables de todo esto?

 

¿Puede alguien fiarse de quienes han engañado tantas veces a todos los españoles?

 

¿Puede tener alguien duda de que después de todo estos lamentables episodios, si ganaran las elecciones, seguirían gobernando “como sea”, es decir, entregando la libertad, renunciando a la dignidad y traicionando a la verdad?

 

Porque, ¿cómo vamos a creerles ahora cuando dicen que no volverán a negociar con ETA cuando acaban de admitir que nos mintieron? ¿Cómo nos vamos fiar de quien admite que nos ha mentido una y otra vez?

 

En marzo podremos evitar que estas cosas continúen sucediendo. No podremos evitar que siga gobernando en el País Vasco ese nacionalismo vasco que ha hecho suyas las reivindicaciones políticas de los terroristas. Aunque quizá lo ha hecho para así disimular que son los de las pistolas quienes les marcan la agenda política.

 

Pero sí podremos evitar algo muy importante. Podremos evitar que el nacionalismo secesionista y anexionista y el oportunismo de izquierdas sigan dándose apoyo mutuo para sus objetivos de demoliciones compartidas.

 

Y podremos también conseguir que España sea como cualquier democracia avanzada. En esas democracias un gobernante que ha engañado conscientemente a los ciudadanos en algo tan importante como negociar políticamente con los terroristas queda inhabilitado para seguir gobernando.

 

Podemos y debemos evitarlo el próximo mes de marzo. Es una obligación moral que nos compromete a todos los españoles. También –y muy especialmente- a todos los navarros. Porque, de todos los españoles, sois vosotros, los navarros, los que probablemente más os jugáis en este envite.

 

En primer lugar, y sobre todo, es una obligación moral si queremos que España siga siendo España. Que siga siendo la Nación de ciudadanos libres e iguales que consagra la Constitución de 1978. Esa Nación unida y plural, respetuosa con los fueros, con las lenguas, con la diversidad. Si queremos mantener el proyecto democrático que nos ha permitido los mejores años de libertad y prosperidad de nuestra historia reciente, debemos ser conscientes de que en marzo se ponen en juego muchas cosas.

 

En estos cuatro años hemos asistido al ensayo general de lo que puede ser una representación trágica de naciones inventadas. Hemos visto Estatutos que crean naciones inexistentes. Hemos conocido que ha habido negociaciones con terroristas en las que un Gobierno ha puesto la soberanía, la libertad y la dignidad encima de una mesa de negociación mientras se despreciaba a las víctimas del terrorismo. Y debemos saber que esa alternativa no es obligatoria. Podemos y debemos evitarla. Los autores de este libro repasan con la minuciosidad de su oficio momentos muy dolorosos de nuestra Historia que no debemos repetir ni siquiera como farsa.

 

Me gustaría terminar expresando un deseo que está en nuestra mano cumplir si nos lo proponemos entre todos. Mi deseo es que los historiadores de las próximas generaciones puedan relatar cómo los españoles todos -los navarros, los vascos, los andaluces, los catalanes, los gallegos, los riojanos, los aragoneses, los extremeños, los murcianos, los valencianos, los castellanos, los canarios, los isleños…-, cómo los españoles todos logramos superar un difícil bache. Cómo esta crisis nacional puedo superarse con la voluntad de la mayoría, apostando por la libertad, la justicia y la dignidad. Mi deseo es que los historiadores puedan relatar cómo logramos recomponer lo mucho que nos une para seguir construyendo entre todos un futuro común que para los historiadores será, seguirá siendo, la Historia de España.

 

JAIME IGNACIO DEL BURGO

 

Debo comenzar por el capítulo de agradecimientos. En primer lugar, mi gratitud a la Fundación FAES, que preside José María Aznar y a cuyo patronato me honro en pertenecer. En su día, la FAES nos financió la realización de las Jornadas que dan sentido al título del libro que presentamos hoy y que también ha contado con el patrocinio de la Fundación. En segundo lugar, a José María Aznar por haberse desplazado hasta Pamplona para compartir con la Sociedad de Estudios Navarros este acontecimiento cultural y por haber demostrado no sólo con palabras sino sobre todo con hechos su gran amor a Navarra, la tierra de sus antepasados. Mientras José María Aznar ejerció la presidencia del Gobierno nadie jugó con el destino de Navarra. Fueron ocho años de intensa colaboración con el Gobierno de Navarra que se tradujo en frutos extraordinariamente fecundos para nuestra tierra. Digo esto porque es de bien nacidos ser agradecidos. Y Navarra ha tenido en José María Aznar un amigo de verdad. Por eso, a las seis de la tarde de aquel aciago 14 de marzo de 2004, cuando parecían soplar ya vientos de derrota, sentí el deber de llamar a la Moncloa para decirle: “Pase lo que pase, la historia te recordará como el mejor presidente de nuestra democracia”. Cada día que pasa, a pesar de la infame campaña de descalificación de que es objeto desde la izquierda y el nacionalismo, me ratifico más en ello.

 

En segundo lugar, mi gratitud a los autores de las ponencias que se contienen en este libro. Excluyendo mi trabajo sobre “Vascos y navarros en la lucha por la legitimidad española: las guerras carlistas”, todas los demás poseen una calidad científica y un rigor histórico difíciles de superar. José Andrés-Gallego centra magistralmente la cuestión en su ponencia sobre “Vascos y navarros en la Historia de España: algunas claves interpretativas”. Francisco Javier Navarro aporta un luminoso trabajo sobre “Las raíces de la antigüedad”. Ángel Martín Duque demuestra por qué es tenido como gran maestro de nuestra historia medieval en su ponencia titulada “En torno a la identidad socio-cultural de los navarros en la Edad Media”. Luis Javier Fortún relata la importancia del cristianismo navarro en el devenir eclesial español en su trabajo sobre “Navarra y la Iglesia española”. Alfredo Floristán formula una visión extraordinariamente clarificadora sobre la participación de “Vascos y navarros en la monarquía española del siglo XVI”. Juan B. Amores Carredano prueba cómo la condición castellana de las Provincias Vascongadas y la incorporación de Navarra a la Corona de Castilla fue causa determinante de la intensa presencia de “Vascos y navarros en América”. Agustín González Enciso destaca la aportación de los navarros al gobierno de la Monarquía en su ponencia sobre “El protagonismo económico de los navarros en la España del siglo XVIII”. Joaquín Salcedo Izu refleja su gran erudición como historiador del Derecho en su interesante ponencia sobre “Representación política y presencia navarra en Madrid. La Navarra institucional en la Corte”. Rafael Torres Sánchez nos descubre cómo funcionaba el “lobby” navarro en Madrid en los siglos XVII y XVIII en su trabajo sobre “Emigrantes y financieros navarros en la Corte madrileña”. Miguel Ángel Baquer, excelente historiador militar, rescata del olvido a tantos y tantos vascos y navarros que sirvieron con honor en los ejércitos de España en dos magníficas ponencias tituladas “Presencia vasca” y “Presencia navarra en la milicia española”. José Manuel Azcona descubre en su ponencia “Los pensadores navarros del siglo XIX y Sabino Arana”, cómo el fundador del nacionalismo vasco se inspiró en el pensamiento del fuerismo navarro, para desnaturalizarlo en su propuesta separatista. Y, por último, Carlos Mata ofrece aspectos inéditos sobre “La aportación de Navarra a la literatura española”, que conducen a la conclusión de que el cultivo de las letras no es algo ajeno a nuestro viejo Reino. A todos ello, algunos de los cuales nos honran hoy con su presencia el reconocimiento y gratitud de la Sociedad de Estudios Navarros.

 

En tercer lugar debo hacer una mención especial a la Editorial Laocoonte y a su director, Arturo del Burgo, a quien debemos la edición de este volumen de extraordinaria calidad tipográfica y que se suma a otro gran libro que desde hace unos días está en las librerías bajo el título de “Mola frente a Franco”, obra póstuma de Félix Maíz y que ha permanecido inédita desde 1980. En ella se incluye una introducción histórica sobre “La España de la guerra civil” de la que soy autor. Aprovecho la ocasión para anunciar que en breve Editorial Laocoonte publicará dos nuevos libros. Uno de ellos, titulado “La tribu navarra”, es obra de José Antonio Jáuregui, uno de los grandes pensadores navarros del siglo XX. Fue escrito en 1977 y no consiguió publicarlo. El otro es de otro autor también desaparecido, el sacerdote Javier Marcellán, que ha sido revisado y aumentado por Santiago Cañardo, y que se titula “Mártires de Navarra”, que pretende rendir homenaje al centenar y medio de sacerdotes, religiosos y monjas de Navarra que por su fidelidad a Cristo obtuvieron la palma del martirio durante la guerra de 1936.

 

Y cierro este ya largo capítulo de agradecimientos con mi gratitud a cuantos habéis querido acompañarnos en esta tarde invernal y de forma especial a las autoridades aquí presentes, encabezadas por la alcaldesa de Pamplona, Yolanda Barcina, y los consejeros del Gobierno foral Alberto Catalán y Amelia Salanueva. Y permitidme finalmente que salude también a los diputados y senadores –y de un modo especial a Carlos Salvador- que me han acompañado en las Cortes Generales durante la legislatura que hoy concluye y en la que he puesto punto final a mis casi treinta años de vida parlamentaria en las Cortes Generales.

 

Dicho esto permitidme unas breves consideraciones sobre la razón de ser y la oportunidad de este libro en el momento presente. Todos los pueblos se han sentido la necesidad de conocer sus raíces, saber cómo se forjó su personalidad, cómo vivieron sus antepasados, cuáles fueron sus días de gloria y de derrota y quiénes se distinguieron por su dedicación a la política, a la milicia, al arte, a las ciencias para rendir homenaje a cuantos dejaron huella en la conformación de la identidad colectiva.

 

Ciertos episodios históricos sirven para apuntalar el orgullo nacional. No es de extrañar que se tienda a mitificar todo aquello que contribuya a reforzar la cohesión de la tribu –utilizando la expresión de José Antonio Jáuregui- y a oscurecer los episodios que conduzcan a lo contrario, aunque el actual revisionismo histórico deje mal parados a unos y otros. Los navarros, por poner un ejemplo, estamos convencidos de que la victoria de las Navas de Tolosa en 1212, que evitó que toda España cayera bajo el dominio musulmán, fue poco menos que una gesta exclusiva de nuestro rey Sancho VII el Fuerte. El tapiz que figura en el despacho del presidente del Gobierno foral no puede ser más expresivo. Ahí está nuestro gigantesco monarca, montado a caballo y blandiendo su temible maza, en el momento de arrollar a la guardia del Miramamolín a quien puso en humillante fuga. Las cadenas de nuestro escudo dan fe imperecedera de que en las Navas nuestro Sancho el Fuerte salvó a la cristiandad entera en un golpe de audacia y valentía. Las crónicas de la batalla de los historiadores castellanos, aunque no omiten la acción de nuestro rey, atribuyen la victoria al genio militar de Alfonso VIII que pudo así resarcirse del estrepitoso fracaso de Alarcos, donde a punto estuvo de perderse la cristiandad española. También los vizcaínos de López de Haro, al servicio del rey castellano, hicieron prodigios de valor en las Navas. Pero a pesar de las exaltaciones propias de cada bandería, hay un fondo de verdad incuestionable: con más o menos acento castellano, navarro o aragonés hubo una batalla, la de las Navas, donde los reyes cristianos españoles dejaron a un lado sus diferencias y secundaron el llamamiento a la Santa Cruzada proclamada, en nombre del Papa, por el arzobispo de Toledo, cuya sede episcopal desempeñaba el navarro Jiménez de Rada. Y tampoco hay duda de que la victoria de las armas cristianas acabó definitivamente con el sueño de restaurar el Andalus musulmán.

 

Ni Navarra ni el País Vasco son ajenos a estas manifestaciones de historicismo patriótico. Los navarros nos sentimos orgullosos de la tierra que nos ha visto nacer. El sentido de autoestima de los vascos parece un hecho indiscutible. No hay nada de malo en ello siempre que no genere un absurdo complejo de superioridad respecto a las demás tribus del planeta. Pero hay una gran diferencia entre lo que ocurre en la mayoría de los pueblos y lo que sucede entre nosotros. Lo cierto es que desde la aparición del nacionalismo de Sabino Arana la historia está tan directamente implicada en nuestro debate político que se utiliza como arma arrojadiza de unos contra otros.

 

Si viniera por estos pagos un extraterrestre, bilingüe claro es, y se pusiera a ojear ciertos medios de comunicación navarros o vascos llegaría a la conclusión de que las vanguardias vasco-castellanas del duque de Alba están a punto de hacer su aparición por la Barranca o que la aviación alemana calienta motores para arrasar la histórica villa foral de Guernica. Si nuestro extraterrestre se diera una vuelta por cualquier ikastola saldría de ella con la idea de que su nave había aterrizado en medio de un pueblo indómito, que aunque no figure en los mapas tiene por nombre Euskal Herria y que desde antes de la prehistoria era dueño de estas tierras. Aprendería que este pueblo indomable se encuentra sometido por dos poderosos Estados -España y Francia- que han practicado y practican una política genocida contra un idioma venerable nacido nada menos que de la confusión de las lenguas en Babel. Y saldría convencido de que esta nación vasca de siete territorios –que serían seis si hace quinientos años no se hubiera desdoblado uno de ellos- había sido conquistada por la fuerza o con maña y furto por sus malvados vecinos por lo que no logrará vivir en paz mientras no consiga romper sus cadenas y recuperar la libertad.

 

Pido perdón por haber descrito con una cierta dosis de humor negro lo que considero es el peor problema de la sociedad navarra y de la vasca: el adoctrinamiento de las nuevas generaciones, a través del sistema educativo, en la peculiar visión de la historia del nacionalismo vasco, basada en una atroz manipulación de la realidad histórica. Hay jóvenes vascos y navarros que creen a pies juntillas que Euskal Herria existe desde el comienzo de los tiempos, que en 1936 España invadió Euskal Herria y que si hoy Navarra no forma parte de Euzkadi se debe a la política genocida de Franco que la separó del tronco común mediante una actuación ferozmente represiva. Y es que el nacionalismo vasco de todo signo, moderado o inmoderado, democrático o revolucionario, pacífico o violento, parece haber hecho suya la consigna del dirigente comunista chino Mao, responsable de la esclavitud de su pueblo, cuando ordenó a sus seguidores: “¡Corromped la historia!”.

 

¿Qué se puede hacer ante esta situación? Pues seguir la consigna de Mao pero en la dirección contraria. Y si me permitís dar algún consejo diría: “¡Restaurad la historia!”. Porque se pongan como se pongan, digan lo que digan, escriban lo que escriban, mientan lo que mientan, los hechos históricos no se pueden cambiar.

 

Las viejas piedras del monasterio de Leyre –y las de Iranzu, la Oliva, Fitero o Irache- siempre nos recordarán que Navarra nació a la historia del hermanamiento entre la cruz y la espada porque hubo un tiempo en que la fe y la libertad estaban estrechamente vinculadas; la campana de Roldán en Ibañeta nos hablará de la gesta de nuestros antepasados en Roncesvalles, convertido más tarde en punto de partida de ese camino de universalidad cristiana y española que es el de Santiago; la maza de Sancho el Fuerte será símbolo perenne de la solidaridad de Navarra con el resto de los pueblos de España; el palacio real de Olite nos transportará a otro de los momentos de esplendor cultural del reino aunque comenzaremos a percibir el desgarro de la mítica figura del Príncipe de Viana y de la trágica división fratricida de agramonteses y beaumonteses de la que los muros derruidos de la fortaleza de Maya hablarán por sí solos; la Sala de la Preciosa de la Catedral de Santa María la Real, donde se reunían en Pamplona nuestras viejas Cortes, darán testimonio silente de cómo la incorporación de Navarra a la Corona de Castilla en 1515 fue de igual a igual, permaneciendo como reino de por sí e identificándose a partir de entonces hasta el extremo con las empresas de la monarquía española; ante el castillo de Javier sentiremos el aliento de Francisco, el más universal de los navarros, elevado a los altares de la mano de aquel gran vasco universal, Iñigo de Loyola, que pusieron al servicio del Papado esa gran Compañía de soldados de Cristo que en su inicio tuvo un acento marcadamente español; el monolito de Noáin dedicado a los “afusilados” en la guerra de la Independencia contra la tiranía de Napoleón volverá a hablarnos del heroísmo y sacrificio del pueblo navarro en defensa de la libertad de España; en Tierra Estella y la Sierra de Urbasa todavía escucharemos el eco de la carlistada de Zumalacárregui que al frente de sus voluntarios vascos y navarros trató inútilmente de sentar al rey legítimo de España en el trono de Madrid; y, por último, bajo el monumento a nuestra Ley Foral que se yergue majestuoso frente al Palacio de Navarra, nos reafirmaremos en la idea de que la libertad no nos la regala nadie y se conquista día a día con el esfuerzo de todos.

 

“Vascos y navarros en la historia de España” es una modesta aportación de la Sociedad de Estudios Navarros a la restauración de nuestra historia. Estoy seguro de que quien lea sus páginas, sin orejeras ni ideas preconcebidas, llegará a la conclusión de que desconectada de España no hay historia vasca ni navarra pero que sin la contribución de vascos y navarros España se queda sin historia.

 

La Tribuna de Navarra, 15 de enero de 2008

Aznar alerta del riesgo para la libertad que supone la "coacción" nacionalista

Aznar alerta del riesgo para la libertad que supone la "coacción" nacionalista

El ex presidente del Gobierno ha presentado este sábado el estudio de FAES '¿Libertad o coacción? Políticas lingüísticas y nacionalismos en España', un análisis que denuncia que las políticas lingüísticas de Cataluña y el País Vasco son "instrumentos de coacción". Aznar ha denunciado, además, que "todo el que discrepa de la acción gubernamental es objeto de críticas, cuando no de acoso". Junto a él ha estado Daniel Sirera, que esta semana presentó un vídeo que prueba la imposibilidad de estudiar en castellano en Cataluña.

"Coincido con todos los que creen que llegado el momento de evaluar el efecto de décadas de políticas de supuesta normalización", dijo Aznar, en el acto de presentación en Barcelona del libro '¿Libertad o coacción? Políticas lingüísticas y nacionalismos en España'.
 
Por ello, abogó por "aportar las propuestas de reforma que aconsejan tanto la experiencia pasada como el futuro que preparan unos nacionalismos radicalizados, intervencionistas e insensibles a las exigencias del respeto a la pluralidad, la igualdad y los derechos inderogables de todo ciudadano español en cualquier parte del territorio nacional".
 
Aznar aseguró que el libro de la FAES detecta que "a pesar de la habilitación que le confiere el artículo tres de la Constitución, el Estado ha sido tan confiado como generoso, porque lo ha dejado en mano de los gobierno autonómicos". En el caso de Cataluña y el País Vasco, ambos ejecutivos han optado por el principio de "la negación de la realidad".
 
Para el ex presidente del Gobierno, "tanto en el País Vasco como en Cataluña se aborda un proceso de revisión de las políticas aplicadas hasta la fecha", cuyo objetivo es "incorporar nuevas dosis de coacción" en dichas comunidades autónomas. "No es posible asumir nuevas vueltas de tuerca en contra de nuestra lengua común, la de todos, como las que se proponen en el País Vasco y Cataluña", dijo Aznar, quien también consideró que "no es aceptable" que los padres que lo deseen no puedan escolarizar en castellano a sus hijos en Cataluña.
 
Se gobierna "buscando el silencio de disidente"
 
Aznar aseguró que, a día de hoy, se gobierna "buscando el silencio del disidente", y en este sentido, añadió: "Todo el que discrepa de la acción gubernamental es objeto de críticas, cuando no de acoso". "Se exige silencio a la representación institucional y democrática de millones de españoles, a organizaciones cívicas, a los analistas económicos, a los que se manifiestan por causas legítimas", añadió.
 
El libro que presentó Aznar analiza los diversos modelos lingüísticos que hay en cada una de las comunidades en que hay más de una lengua oficial. El trabajo, coordinado por Xavier Pericay y que cuenta con colaboraciones de varios autores, entre ellos de Valentí Puig es, para Aznar, "una reivindicación de la libertad", por lo que es "necesario" y "pertinente". En el acto, acudieron los dirigentes del PP de Cataluña, como el presidente del partido, Daniel Sirera; su vicesecretario, Xavier Garcia Albiol; y el presidente del grupo municipal de los populares en el Ayuntamiento de Barcelona, Alberto Fernández Díaz.

Libertad Digital, 12 de enero de 2008 

La metástasis postmarxista

La metástasis postmarxista La extraña muerte del marxismo es tan extraña que de muerte tiene más bien poco.

En 1945, con un continente devastado, los Partidos Comunistas vivieron su edad de oro; al amparo de una democracia liberal que aborrecían, conspiraban contra ella, y viviendo del Plan Marshall, arremetían contra los norteamericanos. En 2007, los creyentes en la evolución de la historia aún parecen creer que ha muerto de una vez para siempre. Error del optimista, que encuentra escaso encaje en la realidad y que desvela el libro de Paul Edward Gottfried a lo largo de cinco capítulos; la postguerra, el neomarxismo, el postmarxismo y el postmarxismo actual.

 

En 1945, los partidos comunistas llegaron a alcanzar el treinta por ciento del voto en las naciones europeas, con unos regímenes débiles y unas economías empobrecidas. Así que tras la guerra de 1939 y el “aplastamiento” alemán en el frente del Este, no había motivo para no creer en la lucha de clases y el materialismo dialéctico, en la sociedad sin clases y el paraíso proletario. Pero las predicciones marxistas pronto se agotaron, y con ellas agotaron el éxito comunista. Poco a poco el mundo asistió al fin de las ideologías proclamado a mediados de los cincuenta; el bienestar económico, la progresiva mejora de las condiciones de vida de la clase trabajadora, la pérdida de peso del sector industrial, dejaron a la intelectualidad marxista sin coartada, y a los partidos comunistas sin fieles.

 

 

 

En los años sesenta, el marxismo se convirtió en moda intelectual a las orillas del Sena; ni Merleau-Ponty ni Althuser ni Sartre parecieron interesados tanto en Marx como en adornar sus propias creaciones con una ideología tan criminal como inútil. Convirtieron los soviets en tertulias de café, las barricadas fueron sustituidas por Les Temps Modernes. Mayo de 1968 no fue sino la bufonada criminal que acabó con cualquier vestigio marxista a éste lado de la línea Oder-Neisse. Mientras Sartre arengaba a unos trabajadores que ignoraban de qué se les hablaba, el verdadero marxismo, a fuerza de realista, despreciaba desde Moscú a la decadente Europa. 

 

 

 

El postmodernismo se llevó por delante, no sólo la razón práctica o clásica y la razón ilustrada moderna; dentro de ésta, acabó con el poderoso aparato conceptual marxista, convertido cada vez más en moda filosófica en las Universidades. Sus rescatadores no lo hicieron mejor; ni Althuser ni Marcuse ni Sartre aportaron nada al marxismo. Pero a cambio, si bien entonces la izquierda europea se mostró escasamente rigurosa con los padres fundadores, sí ocurrió un hecho para Gottfried fundamental: los años sesenta marcan para el autor la fecha en que el marxismo declara la guerra intelectual y cultural a Estados Unidos. Es el caso de Wallerstein, pero también de la Escuela de Frankfurt, y su denuncia de la alienación cultural, del cientificismo, del positivismo, de la rigidez social. La opresión económica daba paso a la cultural y estética, a un modo de dominación más sutil pero más poderoso; el de los modos de vida. Desde entonces, no es la lucha de clases, sino la batalla cultural, la que libra la lucha de los desheredados de la tierra.

 

 

 

Pero para escándalo de pacifistas españoles, la primera influencia norteamericana sobre Europa es la que afecta a la propia izquierda; vía años sesenta, las principales ideas que se impondrán progresivamente en la Europa tras la guerra fría (prioridad para las minorías, apología del sexualismo, elitismo gay, inmigración ilegal) cruzaron el Atlántico desde América a Europa y no al revés. Fue en Los Ángeles o Nueva York donde el odio antioccidental se adelantó a la orgullosa izquierda europea, culturalmente a rebufo de la norteamericana: “contra la opinión de que las fiebres ideológicas se mueven a través del Atlántico solamente en dirección al oeste, es posible que lo más cercano a la verdad sea precisamente lo opuesto” (p. 27).

 

 

 

El desprecio tradicional marxista-leninista por las minorías, el maltrato clasista al proletariado sólo fue comparable al sexismo de los partidos comunistas y las persecuciones salvajes a los homosexuales. En La Habana, Moscú o Tirana, el único lugar posible para los homosexuales es, o la cárcel o el sanatorio. Eso importa poco a sus herederos de hoy, y su “tendencia a inventar realidades improvisadas en defensa de un hábito de pensamiento que resulta conveniente” (p. 81).

 

 

 

Invención de realidades: en España, el Frente de la Paz clama por recuperar la memoria histórica, pero evita su propio pasado. La izquierda continental europea del siglo XX se divide en dos grupos; los que cometieron crímenes horrendos y los que los ocultaron, los disculparon o los defendieron. El Gulag y las chekas, no son ni accidentes históricos ni anomalías humanas; son la consecuencia lógica de una ideología que promete edificar un nuevo hombre sobre las cenizas de éste. Nunca jamás nadie ha asesinado como el socialismo real; nunca nadie ha renunciado jamás a su pasado como el mismo socialismo.

 

 

 

Curiosamente, la izquierda comunista tiene hoy menos peso que nunca; pero vive cómodamente instalada en coaliciones progresistas desde las que parasita a una izquierda moderada encantada de ser parasitada (p.15). En Francia, Italia o España, la minoría bolchevique, en virtud de la aritmética electoral, condiciona la vida política. Y es que para Gottfried, lo que caracteriza a la izquierda postmarxista no es el rechazo del marxismo-leninismo por sus fieles, sino la indiferencia y la comprensión de la izquierda “moderada” hacia sus crímenes. Es decir; ha sido el socialismo no marxista el que ha hecho suya la historiografía bolchevique, recorriendo ella el camino en sentido inverso.

 

 

 

Lejos de revisarse a si misma, la izquierda europea alza furiosa el puño antifascista; España lo ha visto durante las últimas fechas. El término fascista, como ha recordado Pablo Kleimann, se repite cada día con machacona insistencia.  No sólo en Madrid, Paris o Roma, sino también en Estados Unidos. Pero el fascismo es en España inexistente, y en Europa inapreciable. Las propuestas de Le Pen, no por repulsivas son, por ello, fascistas. En vano encontrará el europeo de hoy el rastro de Mussolini como no sea en grupúsculos ultras italianos o la izquierda republicana catalana.

 

 

 

¿Por qué “fascismo”? Por “fascismo”, la “izquierda postmarxista” entiende la defensa de controles a la inmigración, la defensa del derecho de los cristianos a proponer en público sus principios, la exigencia del cumplimiento de la ley. El fascismo es, para este progresismo, la civilización occidental, la Iglesia, el libre mercado; el hombre blanco que no está dispuesto a avergonzarse de serlo, es, inequívocamente, fascista, lo mismo que el católico o el empresario.

 

 

 

El autor identifica éste fenómeno como característico de una nueva religión, que sin embargo no es tan nueva;”La izquierda postmarxista representa una religión política diferenciada. Por lo tanto, debería considerarse como un supuesto sucesor del sistema de creencias tradicional, parasitario de los símbolos judeocristianos  pero equipado con sus propios mitos transformacionales” (p. 164). La izquierda contemporánea es marxista de manera residual, pero identifica un bien y un mal absolutos, así como un proceso de liberación de la humanidad; el bien de la sociedad sin clases y el proletariado mundial ha sido sustituido por la era de la democracia universal, tal y como el progresista Fukuyama sigue defendiendo. En esto, afirma el autor, no se diferencia del neoconservadurismo; si acaso, en el sujeto de la mundialización democrática.

 

 

 

En cuanto religión intolerante, el postmarxismo no deja lugar a la disidencia: “en sus tendencias antiburguesas, poscristianas y transposicionales, y en su intolerancia hacia cualquier espacio social al cual no tengan acceso, las nuevas y antiguas formas de la religión política poseen una mutua semejanza que bien vale la pena explorar” (p.43). Ahora, si esto es así, entonces más allá de la izquierda postmarxista quedan sólo dos opciones; unirse a ella o combatirla. Es aquí donde el libro de Gottfried estalla ante el conservador o el liberal europeo; ¿combate realmente la derecha europea la tarea de destrucción sistemática de la cultura y la moral occidental?¿existe un contrapeso ideológico a la izquierda postmarxista capaz de detener la corrupción del continente europeo?

 

 

 

Lo inquietante para el lector español de la obra de Gottfried es la constatación de que la derecha política ha hecho suyos los dogmas de la izquierda postmarxista, y acompaña con mansedumbre los dogmas progresistas: ¿Puede afirmarse, en la España de 2007, ante las vitales elecciones de marzo de 2008, la existencia de un proyecto político que, en lo fundamental, se oponga al proyecto postmarxista? Cuando el Partido Popular elude combatir la apología del sexo salvaje, disimula ante la desnaturalización de la familia, asiste impávido al acoso al cristianismo, y apoya o permite la aculturación occidental, entonces es que la metástasis progresista se ha extendido más allá de los ingenieros de almas, y afecta a su supuesto contrapeso, rendido ante las acusaciones de “extrema derecha” o “derecha extrema”.

 

 

 

¡Sorpresa¡ La metástasis de la izquierda postmarxista afecta también a la derecha; ¿existe solución, cuando “los que han ejercido el control político de la sociedad y han trabajado en armonía con los educadores y los agentes de los medios de comunicación, han alterado la moralidad social y, lo que es aún más relevante, han logrado imponerse en todas partes” (p. 193)? En el proyecto actual, los grandes partidos de la derecha europea no parecen diferenciarse de los grandes partidos de la izquierda. Como bien afirma Gottfried, no es el bienestar económico donde se apoya la estabilidad social occidental.  Es la cultura; es la moral a la que la derecha ha renunciado. Por lo tanto, “a no ser que una élite creciente o dominante lidere una campaña contra la agenda multicultural, es difícil visualizar la forma de lograr ese objetivo” (p. 194). Y en tanto el mundo político conservador permanece impasible y a expensas del progresismo, la metástasis se extiende. Y en España, rápidamente.

 

 

 

La extraña muerte del marxismo. La izquierda europea en el nuevo milenio, de Paul Edward Gotfried. Ciudadela, 2007.

 

 

 

 

Publicado por Oscar Elía Mañú el 04-12-2007 en www.gees.org

Orgullo de ser español: nuestra historia, sin complejos

Orgullo de ser español: nuestra historia, sin complejos La Historia de España es una aventura prodigiosa. Ese es el lema de La gesta española, el último libro de José Javier Esparza. Desde la llegada de los romanos hasta la batalla de Bailén, pasando por la gigantesca empresa americana, la obra detalla cuarenta y ocho episodios que han construido la identidad de España como nación histórica. La gesta española recoge los programas que Esparza ha dedicado a explicar nuestra historia en “La tarde con Cristina”, en la cadena COPE, durante la temporada 2006-2007. La propia Cristina López Schlichting prologa el libro. El autor va desplegando la historia de los españoles en un estilo ágil, vertiginoso y con abundante información, donde el rigor no resta nada a la pasión. La gesta española transmite una inequívoca sensación de orgullo de ser español; un orgullo templado y crítico, pero sin traumas ni complejos. No hay mejor síntesis que la propia introducción del libro, que a continuación reproducimos. La gesta española será el regalo patriótico de esta Navidad.  

JOSÉ JAVIER ESPARZA

Bravos clanes campesinos que cruzan montañas para reconquistar –arado y lanza- las desiertas tierras del Duero. Comerciantes levantinos que sientan plaza en Bizancio, puerta de Oriente. Mujeres que atraviesan el océano para fundar familias en el Río de la Plata. Hidalgos menesterosos que rastrean la jungla en pos de míticas ciudades de oro. Exploradores que descubren volcanes humeantes y coronan su cumbre por el puro gozo de la aventura. Conquistadores que, tras ganar tierras y riquezas, reparten sus bienes a los pobres y se retiran a una ermita en Nueva España o en la selva ecuatorial de la Puná. Cantareras que desafían a las balas del francés para socorrer la sed de los nuestros en Bailén. Frailes que predican el Evangelio entre pueblos que nadie nunca había visto. Caballeros de lanza en ristre y damas de armas tomar. Navegantes sabios y audaces que descifran en mapas los secretos del océano y las estrellas, escribiendo rutas en el agua virgen. Santos poetas cuyo corazón vibra con el diapasón de Dios. Soldados severos y escuetos que durante tres siglos sostienen en medio mundo la bandera de la Cruz de San Andrés. Botánicos que clasifican la flora del Nuevo Mundo, filósofos empeñados en la tarea de definir la dignidad humana, mercaderes que cambian plata por especias en el Mar de la China, eruditos pioneros de la Gramática romance, marinos que persiguen barcos corsarios en Jamaica o Argel, artistas entregados a la conquista del espíritu…

 

La Historia de España es una aventura prodigiosa.

 

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Este libro tiene un único objetivo: contar Historia de España a unos españoles que, cada vez más, la ignoran, y contarla, además, desde un punto de vista positivo, constructivo, sin complejos. Se trata de explicar cuáles han sido los grandes hitos de la formación de España como nación histórica. Es, ante todo, un libro destinado a los más jóvenes: son ellos quienes más han sufrido las consecuencias de unos programas de enseñanza calamitosos y la ofensiva cultural de los secesionismos regionales; son ellos, por tanto, quienes han crecido en un completo desconocimiento de qué es su país, de cuál ha sido su trayectoria, de quiénes son los españoles. Los capítulos de nuestra historia podrán servir para ofrecer una visión breve, clara y concreta de cómo nació España, cuál es su lugar en el mundo y qué aportó a la historia de la humanidad. Y servirán también para despertar el recuerdo de quienes un día supieron todas esas cosas, pero las han olvidado ya.

 

Los textos aquí reunidos, aunque conforman un todo ordenado cronológicamente, no fueron originalmente concebidos como material literario, sino como guión radiofónico. Son los capítulos de la sección “Historia de la gesta nacional española” en el programa La tarde con Cristina, en la cadena COPE. Su directora, Cristina López Schlichting, quiso con esta sección marcar una actitud de compromiso en defensa de España como nación. La forma más gráfica de hacerlo era contar algunos de los episodios fundamentales de nuestra historia, y ello en el tono más divulgativo posible. Divulgativo no quiere decir “superficial”, “cómico” o “simple”, sino explicado de tal manera que lo pueda entender la gran mayoría de la gente. A la hora de trasponer los guiones a formato literario, hemos preferido mantener ese tono divulgativo; por eso los numerosos textos de época que citamos han sido frecuentemente adaptados a la lengua contemporánea, para facilitar su comprensión, y también por eso hemos conservado algunas de las dramatizaciones que nos han servido para describir episodios de valor trascendental.

 

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España es una nación. Más precisamente, una nación histórica. Entre los españoles, la conciencia de unidad, de pertenecer a algo común, apareció antes incluso de que el término “nación” tuviera significado político y, desde luego, antes de que esa palabra adquiriera su significado moderno. También, por supuesto, antes de que pudiera hablarse de “nacionalismos”, “nacionalidades” o “realidades nacionales” en ninguno de los viejos reinos y territorios que iban a conformar España. Los españoles supimos que formábamos una unidad de carácter político antes de que nadie llamara a eso “nación”; eso es lo que quiere decir “nación histórica”.

 

Nuestra cualidad nacional se fue forjando a lo largo del tiempo, a caballo de los acontecimientos; no hubo un documento firmado en un determinado momento y que proclamara el nacimiento de la nación española, sino que ésta fue conformándose como una realidad de hecho a partir de un camino común. En esa trayectoria, los elementos unitarios, de integración –lengua, religión, corona, territorio-, fueron prevaleciendo sobre los elementos disgregadores, de dispersión. Hubo una conciencia de unidad territorial, jurídica e idiomática con Roma; hubo una conciencia de unidad religiosa y cultural a partir de la expansión del cristianismo; hubo una conciencia de unidad perdida tras la invasión musulmana y de unidad recobrada durante la Reconquista; hubo una conciencia de unidad política bajo la Corona de la monarquía hispánica y tal conciencia pasaría a ser una constante de la vida colectiva durante siglos, hasta hoy.

 

A lo largo de ese camino de dos milenios, los españoles han forjado su identidad colectiva en condiciones frecuentemente muy duras. Siempre –no sólo hoy- hubo fuerzas que quisieron disolver el conjunto, fragmentarlo, romperlo. Esas fuerzas fueron, las más de las veces, exteriores, y en otras ocasiones, interiores. Pero también siempre prevaleció la tendencia a la unidad, a conservar y mantener y perfeccionar lo que con tanto esfuerzo se había logrado. Por eso cabe hablar de una gesta nacional. Esa gesta es la materia que narramos aquí.

 

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Otra cosa importante: este no es un libro “neutro”. Pretendemos contar la Historia como fue, pero nuestra narración no es distante ni su tono puede ser ajeno al valor de los hechos narrados. Al revés, este es un relato escrito desde la convicción de que España es algo hermoso, grande, importante; escrito desde el amor a España, a sus gentes, a sus pueblos, a sus tierras, también a su diversidad, que es constitutiva de nuestro propio ser. España ha dejado en la Historia universal cosas trascendentales en todos los órdenes, desde la navegación hasta la espiritualidad, desde las artes hasta las ciencias. En esa tarea titánica han surgido nombres propios de talla extraordinaria, ya se trate de un Juan de Austria, victorioso en Lepanto, o de un Pedro Serrano, aquel oscuro postillón que cabalgó hasta reventar –literalmente- para llevar a todas partes el bando de Móstoles contra la opresión francesa. Esos nombres propios se recortan, como siluetas destacadas, sobre el fondo de un pueblo extraordinario y estremecedor, capaz de hazañas que no pueden dejar de pasmar al estudioso. Gracias a esas hazañas, nosotros existimos. En los últimos años parece haberse puesto de moda una especie de resentimiento histórico destinado a abominar sistemáticamente de todo cuanto España ha sido y es. Nuestra perspectiva es exactamente la contraria: sin silenciar episodios oscuros o poco gratos, creemos sinceramente que la Historia de España tiene muchas más luces que sombras. Y eso nos enorgullece.

 

Como el objeto de este relato es contar la construcción de España, la mayor parte de los episodios corresponde a etapas lejanas de nuestra Historia. Nuestra narración, en un arco de dos milenios, comienza con el nacimiento de la Hispania romana y llega hasta la batalla de Bailén, que en cierto modo marca el origen de la nación española moderna. Como no podía ser de otro modo, hemos prestado una atención especial a los siglos de oro, el XVI y el XVII, que fueron los de mayor esplendor de España y también, probablemente, aquellos que decidieron el lugar de España en la Historia Universal.

 

La Historia siempre es forzosamente historia bélica y política, puesto que es en esos campos donde se resuelven las decisiones supremas, de manera que nuestra narración abunda en hechos de armas y episodios políticos. Ahora bien, ni la construcción de la nación descansa sólo sobre los hechos de armas y la sucesión de reyes, ni las batallas y dinastías pueden entenderse como realidades singulares y autónomas, sino que sólo tienen sentido en un contexto político, cultural, sociológico, etc. Por eso hemos querido subrayar siempre los aspectos más relevantes en el plano cultural, religioso, humano. Así, nos ha interesado poner el acento en cuestiones como el carácter de la gente de a pie que hizo la conquista de América (¿cómo eran, qué tenían en la cabeza esos hombres, esas mujeres que cruzaron el mar?) o en episodios de carácter filosófico y científico a los que la divulgación histórica convencional no suele conceder el relieve que merecen, como la Controversia de Valladolid, donde se alumbró el germen del concepto moderno de derechos humanos, o como la expedición científica de Francisco Hernández en Nueva España, que fue la primera del mundo en su género.

 

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No vivimos hoy buenos tiempos para la reivindicación de lo español. Desde hace muchos años se ha impuesto un visión propiamente masoquista de España en la que todo cuanto pertenece a la historia de nuestro país se juzga torvo, equivocado, oprobioso o inútil. Ojo: no es que se matice la historia épica nacional para acercarse a un visión más ponderada de las cosas –ejercicio que, en general, sería irreprochable-, sino que deliberadamente se transforma la apología en abominación, el ditirambo en condena, y así terminamos en una suerte de épica inversa donde lo que se canta no es lo español, sino lo antiespañol. Una legión de escritores, escritorcillos y escritorzuelos lleva decenios entregada a la tarea de menoscabar sistemáticamente lo español, su realidad presente y su huella histórica. Lo que se ha operado es una auténtica inversión de la Historia: tenían razón los moros al ocupar la península y la reconquista fue un error; el descubrimiento de América fue una calamidad tragicómica; nunca debimos evangelizar América, sino permitir el espontáneo progreso de los sacrificios humanos en Tenochtitlán; mantener la fidelidad a Roma frente a la reforma protestante no fue gesto de honor, sino intolerancia oscurantista, y jamás debimos oponer el menor obstáculo a los franceses de Napoleón. No faltan millonarios –nunca faltan millonarios para tales tareas- dispuestos a editar y multiplicar el eco de esa obra destructora. Hoy, entre las clases semicultas del país, se ha impuesto largamente la idea de que España merece morir. Nos la quieren sustituir por regiones-nación de historia inventada y por mitos y leyendas de origen norteamericano. Por cierto que no somos sólo nosotros, españoles, quienes sufrimos hoy la maldición de nuestra identidad: toda la cultura europea está padeciendo esta epidemia, si bien en nuestro caso presenta rasgos muy singulares –porque, en nuestro caso, el masoquismo nacional parece toda una filosofía de Estado.

 

Todo esto es una locura. Pero, sobre todo, es una impostura. Y como todas las imposturas, tarde o temprano se disolverá por la simple fuerza de la evidencia. Ahora bien, para ello es preciso que alguien recuerde las certidumbres más elementales, aun a riesgo de caer en la simplificación escolar. De lo contrario, es perfectamente posible que el masoquismo nacional se prolongue de manera indefinida y que sucesivas generaciones de españoles crezcan en la certidumbre de que todo cuanto tienen atrás –sus apellidos, su linaje, sus tierras, esa catedral que se alza en su ciudad, los cuadros del Museo del Prado, el mismo idioma que hablan- es una desdicha sin límites, una maldición eterna, un error permanente que mancha su identidad con una vergüenza indeleble. En suma: si no recordamos la verdadera dimensión de la Historia de España, no tardaremos en ser gentes avergonzadas de sí mismas, ese tipo de gente ya sólo aspira a dejar de existir. Quizá tal sea ya, colectivamente hablando, nuestro caso.

 

Sea como fuere, aquí, igual que en Covadonga, bastará con que uno se plante para que cambie el curso de las cosas. En ese sentido, la palabra “reconquista” adquiere hoy un sabor muy particular. De algún modo, lo que hoy tenemos delante nosotros, españoles del siglo XXI, es también una reconquista de algo perdido. Lo que está en juego no es una forma de Estado más o menos abierta, ni una Constitución más o menos flexible, sino algo que se mueve en unos estratos mucho más profundos: es la supervivencia de España como agente histórico y de lo español como identidad, como forma específica de estar en el mundo.

 

En esa tarea, la narración de la Historia cumple una misión literalmente cardinal, como las constelaciones en la noche: permite reencontrar el camino perdido.

 

ElManifiesto.com, 25 de noviembre de 2007

La extraña muerte del marxismo

La extraña muerte del marxismo ¿Qué queda del marxismo? ¿Qué es la izquierda? Preguntas como éstas inundaron a partir de los 80 los programas y manifiestos de la izquierda europea. Junto a sesudas reflexiones sobre la vigencia de éste o aquél párrafo de Marx, en los textos había llamados a la creación de frentes basados en el estilo de vida, la etnia o raza, el género y la orientación sexual, como alternativa al neoliberalismo. Eran propuestas basadas en teorías de varios autores europeos que ya habían cuajado en EEUU.

Paradójicamente, no fue hasta su triunfo definitivo entre la progresía americana que la izquierda europea las hizo suyas. Un curioso viaje de ida y vuelta que para Paul E. Gottfried, catedrático de Humanidades y profesor adjunto del Mises Institute, desmiente el popular argumento neoconservador que culpa a los europeos de la sustitución del igualitarismo por el particularismo y el relativismo como eje de la izquierda estadounidense.

Partiendo de las preguntas sobre el cómo y el porqué del declive electoral del comunismo y de la paulatina desaparición del discurso clasista en Europa, el autor se propone explicar el proceso por el cual la izquierda europea ha pasado a ser "parasitaria de las modas americanas". Una hipótesis de trabajo "que tanto los defensores de América como los izquierdistas europeos rechazarían con idéntica indignación" y que Gottfried defiende de forma rigurosa y persuasiva a lo largo de las páginas del libro, aunque de forma un tanto impresionista y discontinua, tal vez debido a que este trabajo es en buena parte la compilación de diversos avances publicados en algunas revistas especializadas. Sin embargo, tanto el planteamiento de una hipótesis alternativa, que no inédita (entre otros, el autor cita a Jean-François Revel y al sociólogo alemán Arnold Gehlen como precursores de este enfoque), como la ingente cantidad de datos aportada para apoyarla convierten esta investigación en una obra de obligada referencia para todos los interesados en política comparada.

 

En efecto, el análisis del comunismo de posguerra muestra un paulatino desencanto con la ortodoxia marxista-leninista proveniente de Moscú, sobre todo entre los llamados "comunistas existencialistas", aquellos intelectuales y burgueses que apoyaron esa ideología por motivos morales y personales. En la búsqueda de una nueva ortodoxia, se produce una revalorización general de los primeros escritos de Marx y un redescubrimiento de la raíz hegeliana de su pensamiento, lo que dio pie a interesantes polémicas en el seno del comunismo entre autores como Althusser, que buscaban al Marx esencial al final de su vida, y otros que hallaban en obras como La cuestión judía y La ideología alemana el argumento principal de su crítica a la sociedad burguesía y al capitalismo. Al mismo tiempo, se desarrolla una crítica radical a EEUU por su presunto imperialismo, un discurso que adopta un guión conocido en algunos círculos conservadores y aislacionistas norteamericanos, y se da un "giro hacia los trópicos" que lleva al ensalzamiento de las dictaduras castrista y maoísta y que se manifiesta en fenómenos como la Teología de la Liberación.

 

En este contexto, autores como Sartre hacen un renovado hincapié en los límites morales de la vida burguesa, mientras que en Italia Antonio Gramsci es rescatado por su énfasis en la modificación de la conciencia política y cultural como paso previo e imprescindible a la creación del nuevo orden socialista.

 

Sin embargo, la formulación más sistemática e influyente del neomarxismo se debe a los miembros de la Escuela de Frankfurt (Horkheimer, Adorno, Marcuse, etc.), cuyos trabajos encontraron en EEUU el terreno más apropiado para su aceptación, difusión y finalmente traducción en políticas públicas, emuladas más tarde en Europa. Así, La personalidad autoritaria (1950), el estudio de Adorno sobre las raíces psicológicas de la mentalidad autoritaria, establece un vínculo entre nociones como conservadurismo, patriotismo, religiosidad y liberalismo económico y ciertas tendencias profascistas. La premisa subyacente a ésta y otras investigaciones posteriores es la existencia de "un desorden emocional inherente al capitalismo tardío", lo cual propició el desarrollo de posturas políticas antiburguesas militantes ajenas a los presupuestos económicos marxistas.

 

Autores como Fromm ya habían señalado "el vínculo destructivo entre el cristianismo y la personalidad autoritaria", mientras que Marcuse reelabora en los años 60 y 70 su crítica al capitalismo como sexualmente represivo, y más tarde Foucault irrumpirá con sus teorías sobre el sadismo de las sociedades occidentales. Cabe destacar el anti-anticomunismo agresivo de estos socialistas, hábilmente disfrazado de antifascismo y lucha contra los prejuicios, conceptos adoptados por la mayoría de los medios de comunicación, las agencias estatales y las empresas del entretenimiento de EEUU:

 

Los teóricos de la Escuela de Frankfurt elaboraron una definición de fascismo que retóricamente podría aplicarse a cualquier cosa que se considere retrógrada o insensible. Puede ser que éste no haya sido su único logro conceptual, pero ha sido el más significativo desde el punto de vista histórico.

 

A partir de los años 80, la izquierda europea busca, igual que lo había hecho la progresía americana diez o quince años antes, aliarse con los inmigrantes y con "una clase profesional en ascenso que estaba dejando de lado los valores cristianos burgueses", como respuesta al abandono del comunismo por parte de la clase obrera continental, en beneficio de opciones nacional-populistas. Simultáneamente, los partidos socialistas comienzan a adoptar algunos rasgos comunistas, como la negación de los crímenes estalinistas y en general soviéticos, el fomento de una memoria selectiva que subraya el Holocausto y tacha de fascista a todo aquel que encuentre coincidencias entre el nazismo y el bolchevismo y, por último, el intento de monopolizar la educación y la conversación cultural en torno a la negación del valor de la tradición nacional y la crítica implacable a todo lo que suene a liberal, burgués o cristiano.

 

Se trata de la creación de una nueva religión política, algo cercano a lo que Tocqueville denominó le doux depotisme, representado en Francia por lo que Jean Sévillia denomina le terrorisme intellectuel. Así, tal y como comenzaron a hacer los progresistas en EEUU, el comunismo se valora como experiencia humanitaria y la izquierda se presenta como poseedora de una "pureza de intenciones". Al mismo tiempo, la tolerancia es redefinida como "glorificación de lo extranjero y de lo antioccidental", y se fomenta un laicismo que asimila buena parte de los elementos religiosos que reemplaza. Asimismo, todas las continuidades históricas son vistas como imperfecciones que demuestran que la nación no ha ido lo bastante lejos en su ruptura con el pasado autoritario.

 

En este último punto, el autor describe los casos alemán e italiano, enormemente instructivos para el lector español, que comprobará que la memoria histórica y los distintos memoriales democráticos promovidos por la izquierda y los nacionalistas, y miopemente apoyados por alguna mediática parlamentaria "liberal-conservadora" del Partido Popular en Cataluña, no son en absoluto una excepcionalidad española (aunque sí su éxito y la rapidez con que se han impuesto).

 

En fin, estamos ante una izquierda menos violenta pero "más radical a nivel cultural y social", contra la que se ha opuesto "un menor grado de resistencia explícita" debido, sobre todo, a una "falsificación de lo que está sucediendo". Una impostura que pretende la sustitución de la sociedad liberal burguesa por una "democracia administrativa" y elitista cuyos principales agentes son la mal llamada educación en la tolerancia y el aislamiento de los "ofensivos fanáticos". Un intento de "transformación antropológica" contra el que, en opinión del autor, los europeos carecen de las herramientas de resistencia de la sociedad norteamericana. Sin duda, una ominosa profecía cuyo desmentido pasa, según Gottfried, por el liderazgo de una elite que se enfrente a la campaña multicultural de la izquierda posmarxista, algo difícil de visualizar por el momento.

 

PAUL EDWARD GOTTFRIED: LA EXTRAÑA MUERTE DEL MARXISMO. Ciudadela (Madrid), 2007, 205 páginas.

 

Publicado por Antonio Golmar el 13-11-2007 en www.libertaddigital.com