Blogia
Políticamente... conservador

La «checa» de Bellas Artes

N o sé qué tiene el Círculo de Bellas Artes que en cuanto se juntan ahí cuatro rojos sólo se les ocurre montar una «checa» y ponerse a ordenar paseos, a dictar sentencias de muerte, literales o metafóricas. La primera «checa» de Bellas Artes, una especie de cadena de montaje en la que entraba un hombre y salía un cadáver, funcionó durante el tiempo del «paqueo», cuando según Foxá nadie se atrevía a parar un taxi con la mano extendida por no ser asesinado por las milicias comunistas. Y tuvo como cómplice y presencia ornamental a Rafael Alberti, bolchevique de atrezo que, cuando no estaba pasmado en su bucolismo de palomas equivocadas, contribuía al intento de sovietizar España enviando cada tarde a unos cuantos desgraciados a las fosas comunes de la Casa de Campo y de Paracuellos: esos muertos en los que jamás reparan las actuales fundaciones que pretenden defender la memoria histórica. Precisamente a la fragilidad de esa memoria histórica, y a su manipulación por la propaganda del Régimen democrático, hay que atribuir la desfachatez impune de que, hoy en día, los herederos de aquellos verdugos ¬Llamazares y por ahí¬, sin renunciar a un solo concepto ni pedir perdón, puedan impartir lecciones democráticas y hablar de libertad: ellos, «Nosotros los rojos», que esclavizaron y mataron a millones.

   Y en fin, que aunque de forma metafórica, pero no por ello menos reveladora de un carácter sectario, la nueva «checa» de Bellas Artes ha vuelto a dictar una sentencia de muerte: esta vez el paseo se lo han dado a Mendiluce unos aprendices de comisario político ¬Sabina y por ahí¬ que ya quisieran poder decir que su pluma vale lo que una pistola de capitán: fuera máscaras, éstos son los demócratas. A todas ésas, uno va a terminar simpatizando con Mendiluce, náufrago agarrado al exhibicionismo como tabla de salvación y que, cada vez que cree haber llegado a una playa, es arrojado de nuevo el mar porque en ninguna parte es «uno de los nuestros».

David Gistau

La Razón, sábado 24 de mayo de 2003

 

0 comentarios