La Derecha americana y el gobierno de la nación
La creación de una cantidad enorme de medios de comunicación y de fundaciones culturales conservadoras y alternativas (aunque en alguno de sus componentes, sólo en parte) a la seudocultura imperante ha permitido la profundización y reflexión sobre las propias raíces culturales y religiosas y ha echado los cimientos del edificio cultural conservador que ha derrotado la hegemonía del totalitarismo políticamente correcto. Asimismo ha servido como punto de referencia para aquellos políticos más sensibles a los cambios culturales de la sociedad para adaptar (por convicción o interés) sus programas a las nuevas corrientes de pensamiento que poco a poco iban conquistando la mayoría de la opinión pública. De aquí el fenómeno Bush y el de su América profunda, cristiana, patriota y conservadora.
Es común oír en los medios de comunicación que la administración Bush es presa de un grupo de «halcones» sin escrúpulos, denominados «neoconservadores». O bien que la connection existe desde hace mucho tiempo, y que Bush y sus pretorianos neocon han aprovechado la ocasión para extender la hegemonía de EE.UU. en el mundo. Se llega incluso a afirmar que el 11-S fue propiciado por esta corte de «neoimperialistas» para legitimar un “golpe de Estado mundial”....Ex trotzkystas, luego ex progresistas anticomunistas, vinculados a Israel, los neocon tendrían en sus manos las riendas del mando estadounidense. Una suerte de Estado en el Estado impenetrable e invencible.
“La cuestión de fondo es que una política exterior expansionista es la marca del neoconservadurismo. Así al menos consta en la publicación, de noviembre de 1979, del ensayo Dictatorship and Double Standards de Jeanne Kirkpatrick en las páginas de la revista mensual Commentary, uno de los hauts lieux de las publicaciones neocon, editado por el American Jewish Committee de Nueva York. Tras la lectura de aquel ensayo, el presidente Ronald W. Reagan nombró a su autora embajadora de EE.UU. para las Naciones Unidas.
El descarado globalismo de los neocon, de hecho, choca, mejor aún, se contrapone al espíritu substancialmente aislacionista típico de la “Old Right” conservadora y libertarian, actualmente defendido por los denominados “paleoconservadores” y “paleolibertarian”. “[...] Los “paleoconservadores” y los “paleolibertarian” son una minoría; organizada y coherente, pero sin dejar de ser una parte minoritaria de la opinión pública estadounidense. Y de la Derecha. Exactamente como los neocon”.
En la opinión pública norteamericana, conviven direcciones político-culturales – o, mejor, sensibilidades – que son patrimonio explícito de las mentalidades de los “paleo”, ideas que éstas culturas hacen coherentes. Lo mismo vale para aquéllas sensibilidades que los neocon convierten en una doctrina o incluso en una ideología.
Luego, el 7 de abril de 2003, ha llegado el artículo Unpatriotic Conservatives, publicado en National Review (NR) por David Frum. En el mismo, toda la Derecha contraria a la guerra de Iraq era acusada de traidora, y la acusación era de importancia capital sobre todo en razón del autor y de la cabecera que la alojaba. Frum, de hecho, neocon doc de ascendencias culturales mixtas, había cesado recientemente de ser uno de los speechwriter destacados de Bush, inventor (parece) de la expresión «eje del mal» para indicar los países cómplices del terrorismo internacional contra los cuales los EE.UU. decretaban guerra total a partir del famoso discurso presidencial de enero de 2002. Y NR, fundada en 1955 por William F. Buckley jr. como “casa común” de los conservadores, parecía, guiada por Frum, vender definitivamente el alma al neoconservadurismo.
Pero no es así. Pasadas algunas semanas, el fascículo del 16 de junio de NR ha vuelto a mezclar las cartas, dedicando incluso la portada a la demolición de la idea de una hegemonía neocon sobre la Administración Bush y sobre el movimiento conservador. Del ataque se ha encargado Ramesh Ponnuru – con el largo artículo Getting to the Bottom of This “Neo” Nonsense -, uno de los cuatro senior editor del semanal, opinionista destacado de la cabecera.”[...] La Doctrina Bush ¿es sólo la vieja idea globalista del presidente Demócrata Thomas Woodrow Wilson en salsa neocon, tanto que la actual Administración USA no sería otra cosa más que una máquina de guerra neoconservadora? Demasiado simplista, dice Ponnuru. Antes que nada porque ignora las profundas diversificaciones internas del mundo (pequeño) neocon, haciendo la etiqueta talmente genérica que la reduce a la insipiencia. En segundo lugar porque en el universo neocon actualmente sobresalen con nitidez los “neo-neoconservadores” [1].
Siguiendo con el relato del periodista y estudioso del conservadurismo americano, Marco Respinti, veamos ahora quiénes son en realidad los neocon o, como algunos prefieren llamarlos, los neoconservadores jacobinos: “En este pequeño pero aguerrido ejército forman William Kristol, Robert Kagan, Max Boot, Michael A. Ledeen, Lawrence F. Kaplan y Norman Podhoretz. Viejas lanzas junto a otras más jóvenes. William Kristol – hijo de Irving Kristol, el primer intelectual ex trotzkysta que reivindicó con orgullo la etiqueta neocon -, ya miembro destacado del equipo del vicepresidente Republicano Dan Quayle en tiempos de Bush padre, es el combativo director de The Weekly Standard, substancialmente el órgano oficial de aquella corriente del Partido Republicano que estudia como neocon y que hoy se pone indiscutiblemente a la cabeza (periodística) de los neoconservadores.
Kagan, ex Departamento de Estado, es director del US Leadership Project del Carnegie Endowment for International Peace y autor de Poder y debilidad. Europa y Estados Unidos en el nuevo orden mundial(Taurus, 2003). Boot es Olin Senior Fellow para el National Security Studies del Council on Foreign Relations de Nueva York. Ledeen, titular de la Freedom Chair de la American Enterprise Institute for Public Policy Research (AEI) de Washington, ha sido definido por Ted Koppel (37 años de militancia en la red de televisión ABCNews) un hombre del Renacimiento en la tradición de Maquiavelo. Kaplan, ya director ejecutivo de The National Interest – el periódico de política exterior fundado por Kristol padre -, actualmente es senior editor de The New Republic, donde se ocupa de política exterior y de asuntos internacionales”. “[...] Podhoretz es, con Kristol padre, el otro iniciador histórico del neoconservadurismo: actualmente senior fellow al Hudson Institute de Indianápolis y de Washington, desde 1960 a 1995 ha dirigido Commentary.
Si no es la afinidad generacional, ¿qué es lo que los hace a todos neocon? Según Ponnuru, el sueño de una nación estadounidense que juegue el papel de “potencia progresista revolucionaria” a nivel mundial. Añadiendo que es difícil encontrar un antecedente histórico. A no ser la Francia de la década de los noventa del siglo XVIII, jacobina.
Pero tampoco los neocon son un monolito. Ledeen proyecta una América dispuesta a librarse de todo aquello que encuentre en su camino. Kristol jr. lima la idea, considerando que la construcción de un imperio sea la única garantía para los intereses nacionales. Kagan, con desencanto que tiene algo de militar, se plantea menos cuestiones teóricas y más cuestiones prácticas. Con esta respuesta: cualquier alternativa es peor de la hegemonía estadounidense. Y si Kristol y Kagan desprecian olímpicamente la Doctrina Wilson, Boot la reivindica abiertamente. Pero Eliot A. Cohen, el tercer mosquetero junto a Kristol-Kagan, se inclina por una orientación de política exterior inspirada en la virtud de la prudencia. Que Kristol y Kagan contemplan bastante menos”[2].
Junto a los anteriores exponentes del pensamiento neocon cabe añadir un nuevo subgrupo surgido en los últimos lustros y que, aún teniendo una visión de la política exterior norteamericana “intervencionista” (aunque quizás al contrario de los neocon anteriormente citados éstos entienden la “exportación de la democracia” como categoría política de participación popular al poder independientemente del régimen político y sistema cultural y religioso imperante (esto es, como oposición a todo tipo de totalitarismo ya sea religioso que político) y no como mera exportación de la “democracia americana” – siempre y cuando los neocon a la Kristol entiendan como tal su proyecto de “potencia progresista revolucionaria” ya que se dan muchos matices y distingos doctrinales), se diferencia de los neocon “clásicos” por su compromiso religioso: me refiero a los denominados “teoconservadores” (theocon).
Un ejemplo de su postura cristianamente militante, que los diferencia claramente de la postura agnóstica o cuando menos tibia de los neocon, lo tenemos en la polémica con Kagan surgida a raíz del libro escrito por el biógrafo del Papa Juan Pablo II (y destacado líder de los theocon católicos) George Weigel The Cube and the Cathedral: Europe, America, and Politics Without Gods (Basic Books, Nueva York). En él afirma que Bush y la Casa Blanca tienen un problema Europa, del cual por otra parte es necesario que se ocupen ya que la alianza con la Unión Europea (contra toda hipótesis aislacionista) es indispensable para Estados Unidos. En este tema – según Weigel – Kagan tiene mucha razón (esto es, en su crítica al giro “pacifista”, “renunciatario”, “multiculturalista” que le lleva a buscar continuos compromisos diplomáticos y a renunciar a todo uso de la fuerza para afirmar sus legítimos derechos e intereses y, por lo tanto, a una afirmación clara de su identidad y de su papel en el mundo ante los antiguos enemigos (comunistas) y los nuevos (fundamentalismo islámico), emprendido por el continente europeo tras la Segunda Guerra Mundial – fenómeno que caracteriza como “Maternidad de Venus” frente a la “Paternidad de Marte” que caracterizaría a los norteamericanos por su mayor disponibilidad a no guardar la cabeza bajo el ala de la cultura y la diplomacia y a hacer uso del derecho a la legítima defensa armada). Lo que ocurre es que Kagan no centra del todo la cuestión porque no va a la raíces auténticas del problema.
¿Por qué Europa se cobija en la utopía pacifista? El trauma de las dos guerras mundiales no es para Weigel una explicación suficiente. Él afirma que el problema es anterior y tiene profundas raíces religiosas. Europa – a diferencia de los Estados Unidos, donde (al menos fuera de las grandes metrópolis) la mayoría de la población sigue frecuentando las Iglesias – ha sufrido un profundo proceso de descristianización – claramente evidenciado por el suicidio demográfico (si nacen pocos niños, es necesario importar inmigrantes, en su mayoría islámicos) – el cual le ha quitado nada menos que la voluntad y las razones para luchar, e incluso para identificar a los enemigos.
Aquéllos que «políticos» como Zapatero indican como los valores morales de Europa – paz, justicia, igualdad y solidaridad – son sólo melífluos eslóganes relativistas que esconden, según Weigel, el rechazo a pensar el mundo en términos de valores.
La sola política no será suficiente, por tanto, al presidente Bush: los Estados Unidos tienen que buscar en Europa interlocutores dispuestos a plantearse el tema de las raíces cristianas. ¿En quién piensa el theocon? Más que a un acercamiento a Chirac, Weigel piensa en Benedicto XVI (del cual es amigo), a un reforzado, en su identidad cristiana, Partido Popular Europeo, y a varios líderes de las nuevas democracias del Este ex soviético [3].
Bien, tras este excursus en el subgrupo de los theocon, consideremos ahora (siempre acompañados por el guía que nos hemos elegido para este viaje, Marco Respinti) las relaciones de los neocon con la Administración Bush.
“A favor el “imperio americano” se declaran David Frum (investigador para el AEI, donde dirige estudios sobre la Administración Bush jr.), Charles Krauthammer (ex speechwriter del Demócrata Walter Mondale en las presidenciales de 1980, editorialista de The Washington Post y opinionista de The New Republic) y Joshua Muravchik (otro investigador del AEI), autor de un libro revelador desde su título, Exporting Democracy: Fullfilling Americas’s Destinty. Los tres, sin embargo, se desmarcaron de la intervención militar en Kósovo en los tiempos de Clinton.
En la Administración Bush jr., los más vinculados a los neocon parecen ser el vicesecretario a la Defensa (actual presidente del Banco Mundial) Paul Wolfowitz (más que el titular del Miniesterio, Donald H. Rumsfeld) y John McCain, senador por Arizona que en las primarias de 1999-2000 apostó por la imagen del soldado-patriota para conseguir la nominación republicana, actualmente presidente de la Comisión para el Comercio, la Ciencia y los Transportes del Senado. Ni Wolfowitz ni McCain, de todos modos, han suscrito la más famosa «cruzada» neocon de finales de los noventa del siglo pasado, que sirvió para dividir entre amigos y enemigos de estos últimos: las sanciones comerciales a la China comunista. Y Wolfowitz ha asimismo defendido públicamente que Bush padre hizo bien, en 1991, cuando paró el avance de las tropas americanas en Iraq.
Definir neocon Condoleezza Rice sería una superficialidad. Entre los “halcones”, en cambio, es a menudo citado el vicepresidente Dick Cheney, pero se trata de otra incorrección. Experto insider de la política washingtoniana, suma en su persona el conservadurismo típico de la provincia estadounidense y las querencias por el big business.
De vez en cuando vuelven a asomarse algunas figuras importantes de la Administración Bush padre. El general Brent Scowcroft y James A. Baker III, por ejemplo, el primero Consejero para la Seguridad nacional de Ford y de Bush padre, el segundo ministro del Tesoro con Reagan y Secretario de Estado con el padre del actual presidente. Nadie les llamaría neocon. Mas bien, decifra Ponnuru, encarnan el más rígido pragmatismo, la mera defensa del status quo que es motivo de anatema para conservadores y neocon.
A medio camino entre conservadurismo y pragmatismo a la Scowcroft-Baker se ubica el viejo zorro de la política norteamericana Henry Kissinger (nunca ausente de los escenarios que cuentan – sobre todo republicanos - aunque no esté presente) y Faared Zakaria, editorialista de Newsweek y autor de The Future of Freedom: Illiberal Democracy at Home and Abroad. Ya sea Zakaria que Kissinger han dado su apoyo a la guerra de Iraq, pero difícilmente cumplen los requisitos del perfecto neocon. Zakaria está entre aquellos que defienden que, antes de convocar elecciones en un país que no está acostumbrado a la democracia, sea necesario asegurar la certeza del derecho y operar reformas económicas estructurales que permitan el pleno y maduro funcionamiento de las instituciones representativas. Por ello es catalogado – él, nacido en India en el seno de una familia de musulmanes practicantes – como “realista”.
No está de acuerdo Gary J. Schmitt, “halcón”. Secreario del Comité para la Liberación de Iraq, Schmitt es el director ejecutivo de The Project for the New American Century, el think tank que está pensando cómo reorganizar el liderazgo estadounidense en el mundo, apoyado por los análisis de Kaplan, Kagan y Kristol.
Desenmarañar la geografía de los lobbystas del nuevo poder de los EE.UU. es difícil, pero para Ponnuru ya sea neocon ya sea «paleo» semplifican demasiado. En los Estados Unidos, quien desde la Derecha se ha interesado más o menos temáticamente de política exterior nunca se ha identificado sin más ni con uno ni con otro campo y, observa el opinionista, “la mayor parte de los conservadores se ha demostrado “realista”, favoreciendo políticas exteriores basadas en la simple valoración del interés nacional”.
De ello es un icono el senador de Arizona Barry M. Goldwater (1909-1998), clamorosamente derrotado en las presidenciales de 1964, pero capaz de dar aquél decisivo giro político que incluso generó la ilusión de un Partido Republicano desde siempre de derechas. Goldwater fue el primer político estadounidense que entendió cuánto era necesaria una “casa común” de la Derecha para apuntalar y aguantar el choque del reto político y que por tanto eligió rodearse, como asesores a varios niveles, de exponentes del mundo conservador varios y distintos los unos de los otros. O bien de “autoridades naturales” de aquél cuerpo social y cultural, así como de sus «representantes» más o menos «formales». Por ejemplo, el tradicionalista Russell Kirk [4] (autor de algunos discursos de Goldwater), Frank S. Meyer [ teórico del «fusionismo» entre tradicionalismo y Libertarianism, esto es, de la búsqueda de las fuentes comunes de las distintas «almas» que conforman la Derecha americana] William A. Rusher (editor de NR), Ayn Rand (teórica del anarco-capitalismo ateo y super-individualista), Milton Friedman (Nobel de Economía), William F. Buckley (fundador y director de NR), L. Brent Bozell (católico tradicionalista, autor del libro- programa de Goldwater, El verdadero conservador, de 1960), Gerhart Niemeyer (filósofo de la política, colaborador del Departamento de Estado) y Harry V. Jaffa. Por otra parte, fue precisamente NR a lanza la idea de «Goldwater for President».
El senador de Arizona, ha sido el hombre que ha convertido el “fusionismo” en la “doctrina oficial” del conservadurismo político norteamericano y de aquellos sectores del Partido Republicano que han elegido imitarlo, acercándose al “movimiento” [conservador] y a su “pueblo”.
Y el conservadurismo definido por el “fusionismo” y por el goldwaterismo, opina Ponnuru, es el que hoy (pero también ayer) caracteriza a NR, la más antigua, leída y autorizada voz mediática de la Derecha. NR flirtea desde hace tiempo con los neocon, y a veces parece acostarse con ellos, pero – dice Ponnuru desde sus mismas páginas – reivindica el “realismo conservador”. Y “su poder real consiste en el hecho que la mayor parte de los conservadores – electores comunes y funcionarios públicos – tienden instintivamente a ponerse de su parte”. El realismo representado por NR, por otra parte, se sitúa en las antípodas del pragmatismo a la Scowcroft-Baker y “el núcleo del realismo conservador en política exterior se cifra en la prudencia más bien que en la ideología”. Lo cual nos conduce a la doctrina de Russell Kirk, padre histórico del conservadurismo, nada neocon y por lustros pilar de una NR que un adversario irreducible del neoconservadurismo como Patrick J. Buchanan recuerda con nostalgia. Pero que quizás está volviendo, si la línea Ponnuru se impone.
Y en política exterior realismo significa flexibilidad. Depende de lo que está en juego y del escenario internacional. Así, el neoaislacionista Buchanan no puede ser acusado de querencias neocon si y cuando aconseja una política de contención armada de Irán, que si no es el “Delenda Carthago” auspiciado por Ledeen, tampoco es el indiferentismo predicado por otros.
Para Ponnuru, sin embargo, la guerra al terrorismo ha congelado el debate interno. Y ciertamente no a favor de los neocon. Actualmente los EE.UU. están comprometidos “en una guerra para proteger un interés nacional vital: la seguridad física de nuestros compatriotas”. Cualquier otro wilsonismo no viene a cuento. Pero, sobre todo, no explica ésta política exterior americana.
Una (media) ratificación – nada sospechosa – viene precisamente de Buchanan, que no pierde ocasión para evidenciar y subrayar las diferencias entre Bush y los neocon. Si el comienzo del idilio lleva la fecha de enero de 2002, el comienzo de las gestiones para el divorcio coincidiría con la entrada de las tropas estadounidenses en Bagdad. La belicosidad neocon contra Damasco, muy aguda en la víspera, ha desaparecido de repente. No se ha hecho nada contra Teherán >[salvo declaraciones del presidente Bush y de algún que otro miembro destacado de su gobierno n.d.t]. Y Richard Perle, “halcón donde los haya”, ha visto redimensionado su propio papel público desde cuando, en marzo de 2003, ha dimitido de la presidencia del Defense Policy Board (asesor del Pentágono) a consecuencia de un escándalo por conflictos de interés. Ni los groseros ataques de Newt Gingrich contra Colin Powell, acusado ante el público jubilante de la AEI, de appeasment hacia Siria, han sido recogidos por el presidente. Grupo de presión, una vez agotada la presión los neocon parecen que vuelven a ser sencillamente un grupo más.
Una cosa es segura. Bush es lo que es sin necesidad de transformarlo en un neocon. A veces sus valoraciones se acercan a las de los neocon, a veces no. Los neocon son poderosos – en determinados momentos algunos poderosísimos -, pero van y vienen en las simpatías del poder.
¿No será, entonces, que, más que rehén de los neocon, la política exterior de los presidentes Republicanos que tienen puesta la vista en el mundo conservador sea en realidad domadora de aquéllos (los neocon)? ¿Permitiéndoles bailar a las órdenes del presidente de turno, incluso dejándoles rugir para que se ilusionen, salvo luego encerrarlos en una jaula cuando ya no sirven?
¿Y, por tanto, si todo esto es verdad, si NR y Ponnuru son lo que son, si además de NR existen otros “representantes” del mundo conservador (el semanal Human Events, el Intercollegiate Studies Institute de Wilmington en Delaware, The Heritage Foundation de Washington, etc.), quizás significa que, utilizados los halcones para espantar a los buitres, el poder político que ha elegido dialogar con el “movimiento” [conservador] y con el “pueblo” [asimismo conservador] haya propiciado (indirectamente, o bien “inadvertidamente”) el artículo de Ponnuru, cuya publicación precisamente en NR tiene un alcance y un peso no comunes?
Si así fuera, sería una señal inequívoca del hecho que los neocon parecen muy poderosos cuando sus ideas políticas coinciden con las de la Casa Blanca, más débiles cuando el presidente decide actuar por su cuenta. Lo que no se debe hacer, por tanto, es hacerlos coincidir siempre y a la fuerza” [5].
Conclusión
A muchos podrá asustar la sopa de corrientes, grupos y subgrupos de la que se alimenta el mundo conservador norteamericano (una auténtica red de cosmovisiones unidas en su oposición al progresismo imperante y políticamente correcto). Sin embargo, considero interesante dar a conocer tal compleja realidad no sólo porque desmonta todos los falsos mitos acerca de un presidente Bush “rehén” (y/o miembro) de la “secta” belicista neoconservadora (mostrando, en cambio, el sano pragmatismo del político con convicciones que se inclina por una u otra opción según las exigencias del bien común y la seguridad nacional e internacional), sino sobre todo porque nos alecciona acerca de cómo hemos de actuar para ganar la hegemonía cultural, condición sine qua non, para la reconquista de una homogeneidad cultural y religiosa natural y cristiana.
En efecto, la creación de una cantidad enorme de medios de comunicación y de fundaciones culturales alternativas (aunque en alguno de sus componentes, sólo en parte) a la seudocultura imperante ha permitido la profundización y reflexión sobre las propias raíces culturales y religiosas y ha echado los cimientos del edificio cultural conservador que ha derrotado la hegemonía del totalitarismo políticamente correcto. Asimismo ha servido como punto de referencia para aquellos políticos más sensibles a los cambios culturales de la sociedad para adaptar (por convicción o interés) sus programas a las nuevas corrientes de pensamiento que poco a poco iban conquistando la mayoría de la opinión pública. De aquí el fenómeno Bush y el de su América profunda, cristiana, patriota y conservadora.
¿Para cuándo, pues, una corriente cultural transversal de opinión paleo-theocon en España y en Europa que traducido al europeo significaría tradicionalismo realista y sanamente pragmático?
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Ángel Expósito Correa
Notas:
[1] Cfr. “USA a.D. 2003, fra neocon e realpolitik”, Marco Respinti, “Il Domenicale”, Milán
[2] Ibídem
[3] http://www.cesnur.org/2005/mi_05_14a.htm
[4] http://revista-arbil.iespana.es/(59)amos.htm
[5] “USA a.D. 2003, fra neocon e realpolitik”, Marco Respinti, “Il Domenicale”, Milán
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