La derecha norteamericana como ejemplo para la española (I)
En varios lugares hemos insinuado la importancia de que la derecha liberal-conservadora española tome buen ejemplo de la norteamericana. La trayectoria de ésta en el último medio siglo debería ser una necesaria hoja de ruta para la derecha española, siempre tan necesitada de sacudirse de sus fobias, su apatía y sus complejos. La encrucijada histórica que vive ahora mismo España como nación soberana bajo el desgobierno socialista de José Luís Rodríguez Zapatero y sus aliados separatistas requiere de una profunda y bien diseñada respuesta democrática.
La gran base social de la ciudadanía española que votó y sigue votando a la derecha constitucional, o sea a la que en buena parte encarna el Partido Popular, merece -cuando menos- una representación política sin medias tintas y una acción directa de oposición. Sobre las vías democráticas de todo Estado de Derecho, la derecha española a través del Partido Popular debe desafiar con ideas y respuestas claras el permanente desvarío en el que va cayendo la vida política española y la amenaza a la que se enfrenta España como nación y su Constitución como salvaguarda de las libertades y el Estado de Derecho.
El liberalismo conservador español está obligado a realizar una oposición directa, eficaz, con estrategias claras y con un objetivo fundamental: recobrar con ideas e iniciativas el gobierno de España en las próximas elecciones generales democráticas. Aquí pretendemos apuntar sólo algunas ideas de la actual realidad política norteamericana que quizá puedan servir de ejemplo a la derecha española sobre la imperiosa necesidad de iniciar con seriedad un proyecto claro, decisivo y con verdadera visión de futuro.
Entendemos que las realidades norteamericana y española son distintas y variadas, al igual que las leyes electorales y el proceso político de cada pais. Con todo, en ambos casos late una lucha entre los valores del ideario liberal-conservador y aquellos otros de las izquierdas, generalmente remozados y anunciados demagógicamente, pero opuestos siempre a la auténtica libertad individual y el progreso que proponen –en su raíz- las fórmulas del liberalismo conservador. Dicho de otro modo, los posicionamientos y respuestas de la derecha norteamericana sobre distintas áreas y asuntos de la vida política pueden ayudar a combatir la demagogia de los partidos que atacan sus valores, en el caso español llámense socialistas, comunistas o nacional-separatistas.
En el fondo, las lacras y la maquinaria propagandística de las izquierdas adquieren similares esquemas y contenidos en distintas geografías, incluidos también los EEUU. El supuesto ideario político de las izquierdas en España –si es que de verdad existe tal ideario- puede y debe ser puesto en evidencia por parte de la derecha española, y todo ello en la arena del sano debate de las ideas y a través de los sólidos argumentos procedentes del liberalismo conservador.
El caso Samuel Alito
En el momento de escribir estas líneas hay un asunto judicial con el que se ha abierto el año político norteamericano que ilustra el camino que la derecha puede y debe tomar en España para avanzar su ideario. El caso ha recibido escasa atención en la prensa general y medios de comunicación europeos y españoles. Nos referimos a las actuales audiencias en el Senado y a la próxima confirmación del Juez Samuel Alito al Tribunal Supremo de los EEUU. Este particular sirve para entender con claridad los modos y maneras en que la derecha norteamericana es capaz de ganar la batalla de las ideas y contrarrestar el sempiterno sectarismo de las izquierdas y el activismo propagandístico de la desinformación.
Antes de entrar en los detalles del caso Alito, valoremos lo que 2006 supondrá políticamente para EEUU. Washington tendrá que hacer frente a varias cuestiones importantes, en especial la lucha contra el terrorismo internacional, aspecto que pasa por asentar la paz y la democracia en Afganistán, en Irak, en todo Oriente Medio y buena parte del mundo. La Guerra de Irak seguirá siendo objeto de ataques contra el Presidente Bush, a través de la sarta de acusaciones de supuestos espionajes ilegales, cárceles secretas y otros asuntos tan del gusto de la demagogia del Partido Demócrata y del antiamericanismo internacional.
Otro asunto clave es la amenaza nuclear de Irán a Israel y al mundo entero, área que exige también la urgente atención de Europa y de la comunidad internacional, incluida la ONU, si es que ésta quiere empezar a recobrar algo de credibilidad. Otro asunto fundamental será la cuestión de la inmigración y las ideas para solucionar un problema tan largo como urgente que no es exclusivo de un país concreto. Otra cuestión, aunque bastante menor en las prioridades norteamericanas, serán las relaciones que los EEUU deberán llevar a cabo ante la turba de líderes populistas y marxistas en Hispanoamérica.
Iniciamos, por tanto, un año que en la política estadounidense y para su gobierno de la derecha resulta importante como año electoral. En noviembre, los norteamericanos tendrán la oportunidad de elegir a muchos de sus representantes en las cámaras del Congreso y del Senado. A ello se unirán también otras varias elecciones locales y estatales de gobernadores, alcaldes y representantes. Las diversas campañas electorales de los diversos candidatos de la derecha norteamericana, su tratamiento de los variados temas y la aplicación de las estrategias deberían servir de ejemplo a nuestros políticos españoles en la derecha sobre cómo hacer frente a los viejos lemas de las izquierdas y cómo debatir sobre problemas y hechos concretos.
Comentemos el caso Alito como paradigma de cuanto decimos. El lector avisado sabrá de la importancia del Poder Judicial en todo sistema democrático y de la necesidad de acabar con el activismo judicial. En el sistema norteamericano los magistrados del Tribunal Supremo de Justicia (un equivalente al español Tribunal Constitucional) son nominados por el Presidente de la nación y deben ser confirmados por el Senado en cargos vitalicios. La importancia de dicho Tribunal radica en ser el lugar supremo y más importante a la hora de definir la constitucionalidad de distintas decisiones judiciales en el ámbito de todo el país. Esos jueces tienen durante décadas gran influencia por sus decisiones, de ahí que resulte fundamental que los nueve miembros de dicho Tribunal se ajusten al verdadero sentido de la Constitución de los EEUU, base de la legalidad de ese país.
La derecha norteamericana lleva muchos años defendiendo con uñas y dientes su ideario e intentando asegurar que el poder de dicho Tribunal y sus decisiones vayan parejas a la Constitución: es decir, que la valoración de las distintas legislaciones que llegan al Tribunal se realice sobre la base del articulado constitucional y no sobre las opiniones y preferencias ideológicas de jueces particulares. Al final de la presidencia de Bill Clinton, y al decir de las decisiones del Tribunal Supremo, en EEUU existían cuatro jueces verdaderamente constitucionalistas, otros cuatro de talante activista y un noveno juez que rompía el equilibrio y acababa volcando la balanza a uno u otro lado.
Es por eso que, al tratarse de cargos vitalicios nombrados directamente por el Presidente y confirmados por el Senado, la elección presidencial de 2004 resultó tan importante para el futuro del Poder Judicial y la democracia norteamericana. Con la reelección de George W. Bush y tras la muerte del Juez Jefe Rehnquist –de talante constitucionalista-, el Presidente nombró al Juez John Roberts que fue confirmado tras varios días de sesión y audiencia por parte del Comité de Asuntos Judiciales del Senado. Su nominación generó ya desde la izquierda del Partido Demócrata y sus grupos de presión acusaciones permanentes sobre el talante “conservador” de dicho Juez. Con todo, y tras una demostración ejemplar de conocimiento y dominio de la legalidad y la Constitución, Roberts fue confirmado.
El pasado otoño y ante la jubilación voluntaria de la jueza Sandra Day O´Connor –la magistrada que precisamente venía siendo el voto que decidía la balanza- Bush se encontró ante la posibilidad de nombrar a una segunda persona para ocupar ese puesto. En medio de las críticas crecientes y presiones por la política de Bush, acosado por los medios de comunicación afines a la izquierda norteamericana, Bush nominó a la abogada Harriet Miers. La base social de la derecha norteamericana y los intelectuales conservadores mostraron abierta y diligentemente su desacuerdo ante tal nominación. Con argumentos convincentes, la derecha norteamericana mandó un mensaje muy claro a su presidente sobre el error de nominar a una abogada desconocida, con falta de experiencia como jueza y de no reconocida tendencia constitucionalista.
Bush se dio cuenta de su error y Harriet Miers acabó dimitiendo antes del inicio del proceso de confirmación. La batalla ideológica de la derecha liberal-conservadora norteamericana dio resultado. Tras varias décadas esperando la posibilidad de acabar con un Tribunal Supremo dominado por el fatal activismo judicial y por jueces escasamente constitucionalistas y severamente anticonservadores, los intelectuales de la derecha no dudaron en exponer en los medios de comunicación y en los centros de ideas la vital importancia de nombrar a una persona de prestigio judicial, comprometido con la verdadera defensa de la Constitución.
Con acierto, Bush optó por nominar al Tribunal Supremo al Juez Samuel Alito, cuyas audiencias para la confirmación se están produciendo en el momento de escribir estas líneas y cuya confirmación tendrá lugar a final del mes de enero. Alito, de 55 años, es el nominado con mayor experiencia judicial y que ha sido ya durante quince años miembro del importante Tribunal Federal de Apelaciones del Tercer Distrito. La izquierda, enmarañada en su demagógica maquinaria propagandística se dedicó ha presentar a Alito como hostil a las mujeres, a las minorías, a los niños, al medio ambiente, a la naturaleza, a los animales. Al decir de los senadores del Partido Demócrata, obligados por el activismo de su base social más radicalizada, estábamos ante un auténtico ogro judicial.
No han faltado los activistas de la izquierda más radical iniciando campañas destructivas y atroces contra Alito. Esos llamados “defensores” de los derechos civiles, los sindicatos, varias organizaciones y otros grupúsculos antiliberales y anticonservadores afirmaron que en Alito había una filosofía ideológica estrecha que no tenía cabida en el más alto tribunal de EEUU. Manipulando el fondo de sus decisiones judiciales y alterando su currículum, acusaron a Alito de estar en contra de la idea de que todo ciudadano tiene derecho a un voto, de haber sido miembro de la Administración Reagan (como si eso fuera negativo…), así como de ser un racista que favorecía la discriminación racial. A Alito, hijo él mismo de emigrantes italianos, se le acusaba también de ser un gran opositor de los derechos de los trabajadores.
En suma, la izquierda y sus medios de comunicación afines pintaron a un nominado con opiniones personales diferentes a las de la mayoría de la sociedad norteamericana. En la permanente tergiversación de la realidad, se escarbó en la vida personal de Alito y en su pertenencia a una asociación de ex alumnos de la Universidad de Princeton. Falsamente se le acusó de oponerse a la admisión de mujeres y minorías en dicha universidad, así como de varias barbaridades encaminadas a mostrar a un hombre cuyo único interés era socavar los valores de libertad, imparcialidad y justicia. Alito, en fin, significaba el extremismo de derechas y por tanto, se presentaba como otra decisión errónea de Bush y la derecha, alguien que no debía acceder jamás al Tribunal Supremo.
En medio de todo ese ruido, las audiencias y las respuestas de Alito a las preguntas de los senadores del Partido Demócrata han ido aclarando las cosas y probando una a una la falsedad de tales acusaciones. Tanto es así que el Juez Alito fue recibiendo, uno tras otro, elogios y apoyos permanentes por parte de la inmensa mayoría de los expertos del sistema judicial norteamericano. En lugar de retroceder, y como es costumbre en todas las áreas de la vida política y la vida pública, la derecha norteamericana, sus analistas políticos, sus comentaristas, institutos y centros de pensamiento, así como algunos medios de comunicación lanzaron una batalla intelectual directa y contundente contra tales acusaciones y contra la izquierda norteamericana.
La batalla se inscribía sobre la base de hechos y realidades, no de demagogias ni fanfarronerías. El resultado es que Samuel Alito será confirmado en estos días, coincidiendo con el discurso presidencial del Estado de la Nación. Su confirmación será tan justa como injustos han sido los ataques desde la desesperada izquierda del Partido Demócrata y sus activismos de presión. Es así como Samuel Alito será el Juez número 110 del Tribunal Supremo de EEUU. Su confirmación es el resultado de la fuerza de la derecha conservadora para exigirle a su Presidente la dirección constitucionalista que debe tomar el más alto tribunal de la nación.
La confirmación de Alito constituye, en sí, la demostración de que sobre la razón de una necesaria batalla de ideas, la izquierda norteamericana tiene poco o nada que rebatirle a la derecha. La táctica no es otra que mostrar con datos, hechos y claridad los fundamentos que sostienen su ideología y las maneras en que esa ideología revierte en el bien y el progreso de la ciudadanía. En el capítulo judicial, la derecha norteamericana quiere jueces que respeten la Constitución; la izquierda prefiere el activismo judicial de jueces que lean e interpreten a su modo y voluntad esa Constitución. La derecha desea jueces que se centren en la órbita judicial; la izquierda anhela jueces que dicten sentencias desde presupuestos políticos, o sea confundiendo el fondo del Poder Judicial y politizando la labor de los jueces.
A la luz de este ejemplo judicial, es posible ver algunas realidades sobre el fracaso de las izquierdas en la arena de las ideas y cómo la derecha norteamericana, lejos de complejos y temores, es capaz de avanzar sus proyectos sobre la claridad de argumentos y la exposición detallada de asuntos e ideas. Según los enemigos de la derecha norteamericana, Alito –como antes los otros jueces nombrados por presidentes republicanos (Scalia, Thomas, Roberts) iban a destruir el “equilibrio” del Tribunal Supremo. Las minorías iban a perder su derecho al voto, Bush se convertiría en un dictador, la derecha era la extrema derecha asesina que aumentaría la pobreza, que permitiría que las niñas de diez años fueran desnudadas para buscar droga en sus genitales… y así barbaridad tras barbaridad.
El lector puede ver estas ideas en las declaraciones, preguntas, insinuaciones y escritos de la izquierda del Partido Demócrata y en su amenaza permanente de bloquear el proceso de confirmación con el llamado “filibuster”, o sea algo filibustero y pirata muy propio de las izquierdas políticas incluidas las de EEUU. Escribimos esto porque el mandato presidencial incluye este derecho del Presidente a nombrar al candidato que mejor considere, de ahí que la derecha norteamericana debió aceptar –aunque no le gustara- las dos nominaciones activistas y extremistas de Bill Clinton en los años noventa, una de ellas la de Ruth Bader Ginsburg, actual jueza del Tribunal Supremo de EEUU, cuyos escritos y posicionamientos resultan absolutamente radicales y heredados de su antigua presencia en sindicatos como la ACLU y en otros grupos del feminismo radical, siempre tan alejados del constitucionalismo.
No decimos –porque sería erróneo- que la izquierda en EEUU esté muerta. Si tras varias décadas de asalto a la libertad no ha muerto, dudamos que jamás lo haga. Pero sí puede hacérsele frente aclarando a la ciudadanía las permanentes falsedades y tergiversaciones que se venden como verdades incontestables. Es de esperar que el Partido Demócrata entre de nuevo en su sano juicio y deje atrás la turba de grupúsculos de presión y cabildeos que lo apoyan y presionan. Pero pensemos por un momento en las fallidas tácticas y argumentos de la izquierda norteamericana, puestas en la picota por la rectitud y claridad de ideas del ideario liberal-conservador. El caso Alito es un ejemplo a tener en cuenta.
La izquierda norteamericana, variante más suavizada de las otras izquierdas internacionales, revela siempre un idéntico modus operandi: la demonización del enemigo, la conversión de gentes honradas en personajes diabólicos. Thatcher, Reagan, Aznar, Bush… y ahora el mismo Juez Samuel Alito. Es la misma historia con el mismo libreto de destrucción. Eso es lo único que pueden hacer porque su ideario –si existe de verdad- es incapaz de competir intelectualmente con el ideario y la sólida base del liberalismo conservador de la derecha. De ahí surge la arrogancia y el mito creado sobre la mentira de que las izquierdas son intelectualmente superiores.
Por eso al Juez Alito, la izquierda le ha llamado veladamente mentiroso, racista, sexista, homófobo… y todo lo imaginable hasta el punto de que la misma esposa del nominado tuvo que salir llorando de la sala de audiencias en el Senado ante los improperios, malignas insinuaciones y ataques a la persona de su esposo por parte de los senadores demócratas, más pendientes de servir a su base radical de izquierdas que a la justicia. Frente a tanta tergiversación, Samuel Alito ha sido elogiado por varios jueces federales y, en ese sentido, fue ya confirmado unánimemente en dos ocasiones anteriores como Juez Federal por votación de todo el Senado.
La actitud de la izquierda estadounidense ahora –y particularmente de senadores como Kennedy, Schumer o Biden- confirma la desesperación en que está cayendo esa ideología. La razón no es otra que la batalla intelectual sobre las ideas que la derecha norteamericana viene dando todos los días sobre argumentos sólidos y obras comprobables. Para realizar esa batalla se echa mano de todos los medios legales posibles y de toda una base intelectual de ideas y pensamiento que ejemplifican muy bien varios medios de comunicación y centros independientes y privados. El último número de la revista Weekly Standard es un ejemplo de cuanto decimos, con magníficos artículos realizando un análisis riguroso sobre la cuestión judicial en torno al caso Alito. Lo mismo podemos decir de las páginas del Progress for America Voter Fund, donde se incluyen excelentes vídeos que, para cada caso y acusación, desmontan con ideas las falsedades suscritas por la izquierda.
El progresivo triunfo del ideario liberal-conservador en EEUU, mostrado por la claridad intelectual de la base social de la derecha norteamericana, va dejando claro que se recogen los frutos ideológicos en un país que se niega a aceptar los extremismos de unas izquierdas fatídicamente alejadas del espíritu y la letra de la Constitución. Al margen de las notables diferencias, los paralelismos con España resultan más obvios de lo que inicialmente pudiera parecer. De ese particular y de la aplicación del fondo de todo esto al caso español trataremos en nuestra próxima colaboración.
Alberto Acereda es catedrático universitario, escritor y analista político, especialista en temas culturales transatlánticos.
GEES.ORG
Colaboraciones nº 767 | 25 de Enero de 2006
La gran base social de la ciudadanía española que votó y sigue votando a la derecha constitucional, o sea a la que en buena parte encarna el Partido Popular, merece -cuando menos- una representación política sin medias tintas y una acción directa de oposición. Sobre las vías democráticas de todo Estado de Derecho, la derecha española a través del Partido Popular debe desafiar con ideas y respuestas claras el permanente desvarío en el que va cayendo la vida política española y la amenaza a la que se enfrenta España como nación y su Constitución como salvaguarda de las libertades y el Estado de Derecho.
El liberalismo conservador español está obligado a realizar una oposición directa, eficaz, con estrategias claras y con un objetivo fundamental: recobrar con ideas e iniciativas el gobierno de España en las próximas elecciones generales democráticas. Aquí pretendemos apuntar sólo algunas ideas de la actual realidad política norteamericana que quizá puedan servir de ejemplo a la derecha española sobre la imperiosa necesidad de iniciar con seriedad un proyecto claro, decisivo y con verdadera visión de futuro.
Entendemos que las realidades norteamericana y española son distintas y variadas, al igual que las leyes electorales y el proceso político de cada pais. Con todo, en ambos casos late una lucha entre los valores del ideario liberal-conservador y aquellos otros de las izquierdas, generalmente remozados y anunciados demagógicamente, pero opuestos siempre a la auténtica libertad individual y el progreso que proponen –en su raíz- las fórmulas del liberalismo conservador. Dicho de otro modo, los posicionamientos y respuestas de la derecha norteamericana sobre distintas áreas y asuntos de la vida política pueden ayudar a combatir la demagogia de los partidos que atacan sus valores, en el caso español llámense socialistas, comunistas o nacional-separatistas.
En el fondo, las lacras y la maquinaria propagandística de las izquierdas adquieren similares esquemas y contenidos en distintas geografías, incluidos también los EEUU. El supuesto ideario político de las izquierdas en España –si es que de verdad existe tal ideario- puede y debe ser puesto en evidencia por parte de la derecha española, y todo ello en la arena del sano debate de las ideas y a través de los sólidos argumentos procedentes del liberalismo conservador.
El caso Samuel Alito
En el momento de escribir estas líneas hay un asunto judicial con el que se ha abierto el año político norteamericano que ilustra el camino que la derecha puede y debe tomar en España para avanzar su ideario. El caso ha recibido escasa atención en la prensa general y medios de comunicación europeos y españoles. Nos referimos a las actuales audiencias en el Senado y a la próxima confirmación del Juez Samuel Alito al Tribunal Supremo de los EEUU. Este particular sirve para entender con claridad los modos y maneras en que la derecha norteamericana es capaz de ganar la batalla de las ideas y contrarrestar el sempiterno sectarismo de las izquierdas y el activismo propagandístico de la desinformación.
Antes de entrar en los detalles del caso Alito, valoremos lo que 2006 supondrá políticamente para EEUU. Washington tendrá que hacer frente a varias cuestiones importantes, en especial la lucha contra el terrorismo internacional, aspecto que pasa por asentar la paz y la democracia en Afganistán, en Irak, en todo Oriente Medio y buena parte del mundo. La Guerra de Irak seguirá siendo objeto de ataques contra el Presidente Bush, a través de la sarta de acusaciones de supuestos espionajes ilegales, cárceles secretas y otros asuntos tan del gusto de la demagogia del Partido Demócrata y del antiamericanismo internacional.
Otro asunto clave es la amenaza nuclear de Irán a Israel y al mundo entero, área que exige también la urgente atención de Europa y de la comunidad internacional, incluida la ONU, si es que ésta quiere empezar a recobrar algo de credibilidad. Otro asunto fundamental será la cuestión de la inmigración y las ideas para solucionar un problema tan largo como urgente que no es exclusivo de un país concreto. Otra cuestión, aunque bastante menor en las prioridades norteamericanas, serán las relaciones que los EEUU deberán llevar a cabo ante la turba de líderes populistas y marxistas en Hispanoamérica.
Iniciamos, por tanto, un año que en la política estadounidense y para su gobierno de la derecha resulta importante como año electoral. En noviembre, los norteamericanos tendrán la oportunidad de elegir a muchos de sus representantes en las cámaras del Congreso y del Senado. A ello se unirán también otras varias elecciones locales y estatales de gobernadores, alcaldes y representantes. Las diversas campañas electorales de los diversos candidatos de la derecha norteamericana, su tratamiento de los variados temas y la aplicación de las estrategias deberían servir de ejemplo a nuestros políticos españoles en la derecha sobre cómo hacer frente a los viejos lemas de las izquierdas y cómo debatir sobre problemas y hechos concretos.
Comentemos el caso Alito como paradigma de cuanto decimos. El lector avisado sabrá de la importancia del Poder Judicial en todo sistema democrático y de la necesidad de acabar con el activismo judicial. En el sistema norteamericano los magistrados del Tribunal Supremo de Justicia (un equivalente al español Tribunal Constitucional) son nominados por el Presidente de la nación y deben ser confirmados por el Senado en cargos vitalicios. La importancia de dicho Tribunal radica en ser el lugar supremo y más importante a la hora de definir la constitucionalidad de distintas decisiones judiciales en el ámbito de todo el país. Esos jueces tienen durante décadas gran influencia por sus decisiones, de ahí que resulte fundamental que los nueve miembros de dicho Tribunal se ajusten al verdadero sentido de la Constitución de los EEUU, base de la legalidad de ese país.
La derecha norteamericana lleva muchos años defendiendo con uñas y dientes su ideario e intentando asegurar que el poder de dicho Tribunal y sus decisiones vayan parejas a la Constitución: es decir, que la valoración de las distintas legislaciones que llegan al Tribunal se realice sobre la base del articulado constitucional y no sobre las opiniones y preferencias ideológicas de jueces particulares. Al final de la presidencia de Bill Clinton, y al decir de las decisiones del Tribunal Supremo, en EEUU existían cuatro jueces verdaderamente constitucionalistas, otros cuatro de talante activista y un noveno juez que rompía el equilibrio y acababa volcando la balanza a uno u otro lado.
Es por eso que, al tratarse de cargos vitalicios nombrados directamente por el Presidente y confirmados por el Senado, la elección presidencial de 2004 resultó tan importante para el futuro del Poder Judicial y la democracia norteamericana. Con la reelección de George W. Bush y tras la muerte del Juez Jefe Rehnquist –de talante constitucionalista-, el Presidente nombró al Juez John Roberts que fue confirmado tras varios días de sesión y audiencia por parte del Comité de Asuntos Judiciales del Senado. Su nominación generó ya desde la izquierda del Partido Demócrata y sus grupos de presión acusaciones permanentes sobre el talante “conservador” de dicho Juez. Con todo, y tras una demostración ejemplar de conocimiento y dominio de la legalidad y la Constitución, Roberts fue confirmado.
El pasado otoño y ante la jubilación voluntaria de la jueza Sandra Day O´Connor –la magistrada que precisamente venía siendo el voto que decidía la balanza- Bush se encontró ante la posibilidad de nombrar a una segunda persona para ocupar ese puesto. En medio de las críticas crecientes y presiones por la política de Bush, acosado por los medios de comunicación afines a la izquierda norteamericana, Bush nominó a la abogada Harriet Miers. La base social de la derecha norteamericana y los intelectuales conservadores mostraron abierta y diligentemente su desacuerdo ante tal nominación. Con argumentos convincentes, la derecha norteamericana mandó un mensaje muy claro a su presidente sobre el error de nominar a una abogada desconocida, con falta de experiencia como jueza y de no reconocida tendencia constitucionalista.
Bush se dio cuenta de su error y Harriet Miers acabó dimitiendo antes del inicio del proceso de confirmación. La batalla ideológica de la derecha liberal-conservadora norteamericana dio resultado. Tras varias décadas esperando la posibilidad de acabar con un Tribunal Supremo dominado por el fatal activismo judicial y por jueces escasamente constitucionalistas y severamente anticonservadores, los intelectuales de la derecha no dudaron en exponer en los medios de comunicación y en los centros de ideas la vital importancia de nombrar a una persona de prestigio judicial, comprometido con la verdadera defensa de la Constitución.
Con acierto, Bush optó por nominar al Tribunal Supremo al Juez Samuel Alito, cuyas audiencias para la confirmación se están produciendo en el momento de escribir estas líneas y cuya confirmación tendrá lugar a final del mes de enero. Alito, de 55 años, es el nominado con mayor experiencia judicial y que ha sido ya durante quince años miembro del importante Tribunal Federal de Apelaciones del Tercer Distrito. La izquierda, enmarañada en su demagógica maquinaria propagandística se dedicó ha presentar a Alito como hostil a las mujeres, a las minorías, a los niños, al medio ambiente, a la naturaleza, a los animales. Al decir de los senadores del Partido Demócrata, obligados por el activismo de su base social más radicalizada, estábamos ante un auténtico ogro judicial.
No han faltado los activistas de la izquierda más radical iniciando campañas destructivas y atroces contra Alito. Esos llamados “defensores” de los derechos civiles, los sindicatos, varias organizaciones y otros grupúsculos antiliberales y anticonservadores afirmaron que en Alito había una filosofía ideológica estrecha que no tenía cabida en el más alto tribunal de EEUU. Manipulando el fondo de sus decisiones judiciales y alterando su currículum, acusaron a Alito de estar en contra de la idea de que todo ciudadano tiene derecho a un voto, de haber sido miembro de la Administración Reagan (como si eso fuera negativo…), así como de ser un racista que favorecía la discriminación racial. A Alito, hijo él mismo de emigrantes italianos, se le acusaba también de ser un gran opositor de los derechos de los trabajadores.
En suma, la izquierda y sus medios de comunicación afines pintaron a un nominado con opiniones personales diferentes a las de la mayoría de la sociedad norteamericana. En la permanente tergiversación de la realidad, se escarbó en la vida personal de Alito y en su pertenencia a una asociación de ex alumnos de la Universidad de Princeton. Falsamente se le acusó de oponerse a la admisión de mujeres y minorías en dicha universidad, así como de varias barbaridades encaminadas a mostrar a un hombre cuyo único interés era socavar los valores de libertad, imparcialidad y justicia. Alito, en fin, significaba el extremismo de derechas y por tanto, se presentaba como otra decisión errónea de Bush y la derecha, alguien que no debía acceder jamás al Tribunal Supremo.
En medio de todo ese ruido, las audiencias y las respuestas de Alito a las preguntas de los senadores del Partido Demócrata han ido aclarando las cosas y probando una a una la falsedad de tales acusaciones. Tanto es así que el Juez Alito fue recibiendo, uno tras otro, elogios y apoyos permanentes por parte de la inmensa mayoría de los expertos del sistema judicial norteamericano. En lugar de retroceder, y como es costumbre en todas las áreas de la vida política y la vida pública, la derecha norteamericana, sus analistas políticos, sus comentaristas, institutos y centros de pensamiento, así como algunos medios de comunicación lanzaron una batalla intelectual directa y contundente contra tales acusaciones y contra la izquierda norteamericana.
La batalla se inscribía sobre la base de hechos y realidades, no de demagogias ni fanfarronerías. El resultado es que Samuel Alito será confirmado en estos días, coincidiendo con el discurso presidencial del Estado de la Nación. Su confirmación será tan justa como injustos han sido los ataques desde la desesperada izquierda del Partido Demócrata y sus activismos de presión. Es así como Samuel Alito será el Juez número 110 del Tribunal Supremo de EEUU. Su confirmación es el resultado de la fuerza de la derecha conservadora para exigirle a su Presidente la dirección constitucionalista que debe tomar el más alto tribunal de la nación.
La confirmación de Alito constituye, en sí, la demostración de que sobre la razón de una necesaria batalla de ideas, la izquierda norteamericana tiene poco o nada que rebatirle a la derecha. La táctica no es otra que mostrar con datos, hechos y claridad los fundamentos que sostienen su ideología y las maneras en que esa ideología revierte en el bien y el progreso de la ciudadanía. En el capítulo judicial, la derecha norteamericana quiere jueces que respeten la Constitución; la izquierda prefiere el activismo judicial de jueces que lean e interpreten a su modo y voluntad esa Constitución. La derecha desea jueces que se centren en la órbita judicial; la izquierda anhela jueces que dicten sentencias desde presupuestos políticos, o sea confundiendo el fondo del Poder Judicial y politizando la labor de los jueces.
A la luz de este ejemplo judicial, es posible ver algunas realidades sobre el fracaso de las izquierdas en la arena de las ideas y cómo la derecha norteamericana, lejos de complejos y temores, es capaz de avanzar sus proyectos sobre la claridad de argumentos y la exposición detallada de asuntos e ideas. Según los enemigos de la derecha norteamericana, Alito –como antes los otros jueces nombrados por presidentes republicanos (Scalia, Thomas, Roberts) iban a destruir el “equilibrio” del Tribunal Supremo. Las minorías iban a perder su derecho al voto, Bush se convertiría en un dictador, la derecha era la extrema derecha asesina que aumentaría la pobreza, que permitiría que las niñas de diez años fueran desnudadas para buscar droga en sus genitales… y así barbaridad tras barbaridad.
El lector puede ver estas ideas en las declaraciones, preguntas, insinuaciones y escritos de la izquierda del Partido Demócrata y en su amenaza permanente de bloquear el proceso de confirmación con el llamado “filibuster”, o sea algo filibustero y pirata muy propio de las izquierdas políticas incluidas las de EEUU. Escribimos esto porque el mandato presidencial incluye este derecho del Presidente a nombrar al candidato que mejor considere, de ahí que la derecha norteamericana debió aceptar –aunque no le gustara- las dos nominaciones activistas y extremistas de Bill Clinton en los años noventa, una de ellas la de Ruth Bader Ginsburg, actual jueza del Tribunal Supremo de EEUU, cuyos escritos y posicionamientos resultan absolutamente radicales y heredados de su antigua presencia en sindicatos como la ACLU y en otros grupos del feminismo radical, siempre tan alejados del constitucionalismo.
No decimos –porque sería erróneo- que la izquierda en EEUU esté muerta. Si tras varias décadas de asalto a la libertad no ha muerto, dudamos que jamás lo haga. Pero sí puede hacérsele frente aclarando a la ciudadanía las permanentes falsedades y tergiversaciones que se venden como verdades incontestables. Es de esperar que el Partido Demócrata entre de nuevo en su sano juicio y deje atrás la turba de grupúsculos de presión y cabildeos que lo apoyan y presionan. Pero pensemos por un momento en las fallidas tácticas y argumentos de la izquierda norteamericana, puestas en la picota por la rectitud y claridad de ideas del ideario liberal-conservador. El caso Alito es un ejemplo a tener en cuenta.
La izquierda norteamericana, variante más suavizada de las otras izquierdas internacionales, revela siempre un idéntico modus operandi: la demonización del enemigo, la conversión de gentes honradas en personajes diabólicos. Thatcher, Reagan, Aznar, Bush… y ahora el mismo Juez Samuel Alito. Es la misma historia con el mismo libreto de destrucción. Eso es lo único que pueden hacer porque su ideario –si existe de verdad- es incapaz de competir intelectualmente con el ideario y la sólida base del liberalismo conservador de la derecha. De ahí surge la arrogancia y el mito creado sobre la mentira de que las izquierdas son intelectualmente superiores.
Por eso al Juez Alito, la izquierda le ha llamado veladamente mentiroso, racista, sexista, homófobo… y todo lo imaginable hasta el punto de que la misma esposa del nominado tuvo que salir llorando de la sala de audiencias en el Senado ante los improperios, malignas insinuaciones y ataques a la persona de su esposo por parte de los senadores demócratas, más pendientes de servir a su base radical de izquierdas que a la justicia. Frente a tanta tergiversación, Samuel Alito ha sido elogiado por varios jueces federales y, en ese sentido, fue ya confirmado unánimemente en dos ocasiones anteriores como Juez Federal por votación de todo el Senado.
La actitud de la izquierda estadounidense ahora –y particularmente de senadores como Kennedy, Schumer o Biden- confirma la desesperación en que está cayendo esa ideología. La razón no es otra que la batalla intelectual sobre las ideas que la derecha norteamericana viene dando todos los días sobre argumentos sólidos y obras comprobables. Para realizar esa batalla se echa mano de todos los medios legales posibles y de toda una base intelectual de ideas y pensamiento que ejemplifican muy bien varios medios de comunicación y centros independientes y privados. El último número de la revista Weekly Standard es un ejemplo de cuanto decimos, con magníficos artículos realizando un análisis riguroso sobre la cuestión judicial en torno al caso Alito. Lo mismo podemos decir de las páginas del Progress for America Voter Fund, donde se incluyen excelentes vídeos que, para cada caso y acusación, desmontan con ideas las falsedades suscritas por la izquierda.
El progresivo triunfo del ideario liberal-conservador en EEUU, mostrado por la claridad intelectual de la base social de la derecha norteamericana, va dejando claro que se recogen los frutos ideológicos en un país que se niega a aceptar los extremismos de unas izquierdas fatídicamente alejadas del espíritu y la letra de la Constitución. Al margen de las notables diferencias, los paralelismos con España resultan más obvios de lo que inicialmente pudiera parecer. De ese particular y de la aplicación del fondo de todo esto al caso español trataremos en nuestra próxima colaboración.
Alberto Acereda es catedrático universitario, escritor y analista político, especialista en temas culturales transatlánticos.
GEES.ORG
Colaboraciones nº 767 | 25 de Enero de 2006
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