El islam humilla la libertad religiosa de los cristianos
El caso del afgano Abdul Rahman, común a tantos otros de conversos islámicos, evidencia el problema de la violación sistemática de los derechos humanos en el islam. Si la sharía mata a un hombre que cambia de religión, debe ser condenada y no se puede poner como principio inspirador de leyes, en cuanto destruye todo ideal de convivencia y se contradice con la declaración de los derechos humanos de la ONU, aprobada en 1948 por casi todos los países musulmanes.
Abdul Rahman, el afgano que se convirtió del islam al cristianismo, ha sido excarcelado con un “truco” jurídico: se le ha considerado demente y, por lo tanto, incapaz de seguir el juicio. Ha podido así evitar la pena de muerte que la sharía reserva a los apóstatas. Pero su caso es sólo uno entre las decenas de miles cada año. Sólo en Egipto cada año hay al menos 10.000 musulmanes que se convierten al cristianismo. Al mismo tiempo, hay al menos 12.000 que se convierten en musulmanes.
El fenómeno de las conversiones al cristianismo desde el islam inunda todo el Medio Oriente y el mundo. La violencia fundamentalista que caracteriza el mundo musulmán actual empuja a muchos de ellos a preguntarse: ¿viene realmente de Dios una religión tan violenta? ¿Pero qué situación les espera a estos ex-musulmanes? La fuga, el escondite, la inmigración.
Un amigo mío que ha querido bautizarse tuvo que huir de sus amigos universitarios porque un día se dieron cuenta de que tenía un evangelio de bolsillo en su habitación. Cuando empezaron a amenazarlo de muerte huyó, dejando sus estudios universitarios.
La solución encontrada en Afganistán es la mejor solución, pero de compromiso. Debe servirnos para hacernos una pregunta radical: ¿qué tiene prioridad en el islam, los derechos humanos, reconocidos internacionalmente, o la sharía islámica? ¿Y si la sharía está en contra de los derechos humanos, no es hora de que la comunidad internacional la condene? Y si la sharía está inscrita -como dicen los fundamentalistas- en el Corán, es que hay dos alternativas: o el Corán niega los derechos humanos, o se debe volver a leer para limpiarlo de las incrustaciones falsas y violentas.
Islam: ¿política o religión?
Según la ley afgana, Abdul Rahman tenía que ser ejecutado porque es un apóstata. La sharía está basada en el Corán y en la tradición islámica de los hadices (los dichos y los hechos de Mahoma). En el Corán se habla en 14 versos de aquél que reniega de la fe islámica. En siete no hay una alusión al castigo; en los otros siete se alude a un castigo, pero no durante la vida presente, sino en el más allá. En uno se habla del fuego eterno; en otro de la maldición de Dios, de los ángeles y de los hombres; en otro de los casos se habla de un castigo “doloroso”. Sólo en un verso del Coran (llamado “del arrepentimiento”, 9,74) viene prescrito un castigo doloroso.
Según los juristas musulmanes, para decretar la pena de muerte se requiere la decisión (instrucción) explícita del Corán (la hudud). Si no se encuentra en el Corán, se puede basar en los hadices. Uno de estos hadices, uno de estos dichos de Mahoma -uno solo- afirma que se debe ejecutar a una persona por tres tipos de pecado, uno de los cuales es la apostasía.
Históricamente hablando, el término “apostasía” se usa por primera vez, de modo ambiguo, después de la muerte de Mahoma. Algunas tribus árabes ya sometidas (islamo, en árabe) a la nueva fe, se “echaron atrás” (irqed, el mismo verbo que apostasía). Abu Bakú, el primer sucesor, intenta detenerlas, y con el temor de que otras tribus se “echen atrás”, las combate. Muchos de los compañeros del profeta estaban en contra de esta decisión. Pero después de que Abu Bakú devolviera las tribus rebeldes al seno del islam, todos la aprobaron. Desde entonces, este término ambiguo, “echarse atrás, volver atrás”, se aplica a todos aquellos que intentan abandonar la familia del islam.
En el Corán hay algunos versos (cap. II, v. 191-193) que todos usan para estos casos, uno en especial con palabras muy peligrosas: “Matar a los enemigos de Dios dondequiera que los encontréis, expulsarlos de donde os han expulsado a vosotros. Ya que -y aquí viene la palabra peligrosa- la sedición o la subversión es peor que la misma ejecución”. Y en el v.193: “Combatirlos hasta que no haya más subversión o sedición y la religión sea aquella de Dios”. Esta palabra clave, “subversión” (en árabe fifnah), es la palabra usada en todos los casos para justificar la ejecución. En Irán se usa también para combatir a los homosexuales. Ejecutar a un subversivo es considerado “un mal menor” frente a la “subversión” que, difundiéndose, puede llegar a ser un fenómeno peligroso.
Muhammad Chalabi, el jefe de Al Ahzar, decía en los años 50: “No obligamos al apóstata a volver al islam para no contradecir la palabra de Dios que prohíbe cualquier obligación en la fe. Pero les dejamos la oportunidad de volver voluntariamente. Si no vuelve, tiene que ser ejecutado porque es un instrumento de sedición (fifnah) y abre la puerta a los paganos para atacar al islam y para sembrar la duda entre los musulmanes. El apóstata está entonces en guerra declarada contra el islam aunque no levante la espada frente a los musulmanes”. En el islam éste es el pensamiento habitual.
La semana pasada en El Cairo, hablaba con algunos musulmanes del caso de Abdul Rahman. Y ellos me respondían que también los occidentales hacen lo mismo. “Supongamos -decían- que uno de vosotros se haya pasado al enemigo y haya comunicado secretos de estado al enemigo. ¿No lo matáis? ¿No se merece un castigo radical? ¡El apóstata ha traicionado a la comunidad!”. Yo respondía: lo que estáis diciendo tiene que ver con el ámbito político, no con el religioso. Además, nosotros, los cristianos, no estamos muy a favor de la pena de muerte.
Mis amigos musulmanes acababan: “La umma (comunidad) se defiende de los ataques contra el islam”. Yo respondía: “Pero Abdul Rahman no ha hecho daño a nadie. Es un hombre pacífico”. Ellos respondían con las mismas palabras que el jefe de Al-Ahzar: “Aunque no levante la espada, el apóstata es un subversivo”.
Vale la pena señalar:
a) El islam se presenta como un camino con un sentido único: se puede entrar pero no se puede salir.
b) En el mundo islámico la cuestión de la libertad de conciencia no importa para nada.
c) El islam se concibe a sí mismo en términos políticos.
Pero aquí se abre una cuestión enorme: si el islam es un proyecto político, un movimiento que usa también la violencia más extrema, entonces debe combatirse de modo político. Y sobre todo, haría falta no llamarlo más religión -un movimiento espiritual que ayuda al hombre a tener paz. De hecho, en el islam hay una gran ambigüedad que sale a relucir cada vez que los musulmanes hablan en términos espirituales (“islam” significa paz (salam), convivencia, tolerancia, etc.,) y al mismo tiempo actúan de un modo político, justificando decisiones violentas.
La sharía está en contra de los derechos humanos
Si la sharía ejecuta a un hombre que cambia de religión, entonces debe ser condenada y no se puede poner como base de constituciones nacionales. Si se pone la sharía como principio inspirador de las leyes, se destruye todo ideal de convivencia, y más aún si se pone en contradicción con la declaración de los derechos humanos de la ONU, aprobada en el 1948 por casi todos los países musulmanes.
El artículo 18 de esta declaración dice: “Toda persona tiene derecho a la libertad de pensamiento, de conciencia o de religión”. Y se precisa: “Tal derecho incluye la libertad para cambiar de religión o credo y la libertad de manifestar individualmente o en comunidad, en público o en privado, la propia religión o el propio credo en la enseñanza, las prácticas, en el culto o en la realización de los ritos”.
Y bien, observemos las noticias que nos llegan de los países musulmanes: todos los días se viola este artículo. En Indonesia se destruyen las iglesias domésticas; en Argelia se prohíbe manifestar en público la fe; en todos los países musulmanes se condena a muerte a quien invita a otro a dejar el islam. El mundo occidental se felicita por el éxito obtenido en el caso de Abdul Rahman, pero el acuerdo conseguido oculta el problema efectivo: las raíces de la violencia en contra del apóstata se encuentran en el Corán y en la tradición islámica, tanto que se puede hablar de incompatibilidad entre los derechos del hombre y los derechos previstos por el Corán.
La conclusión es que ante el mundo islámico es necesaria una decisión: o decir que los textos de la tradición y del Corán son inaceptables, contrarios a la dignidad humana; o bien se tiene que interpretar el Corán eliminando aquellos aspectos de violencia ligados a las situaciones antiguas.
No podemos seguir callados, o continuar hablando del islam de modo ambiguo, definiéndolo como una religión que “habla de paz y de tolerancia”, escondiendo los versos que empujan a la violencia y a las ejecuciones brutales. Tal actitud ambigua es vergonzosa para quien la tiene y para quien se mantiene callado.
Occidente no debe callarse
Digo esto por afecto y simpatía hacia los musulmanes. Tantos amigos musulmanes están en dificultad con los textos del islam y no saben qué decir. Si osan criticar los textos, los acusan rápidamente de apostasía y blasfemia. En el mundo árabe e islámico hay decenas de miles de casos: Salman Rushdie, Taslima Nazrin, Sarag Foda (egipcio que murió asesinado por ser un agnóstico que había criticado el islam); Naguib Mahfuz, que se arriesgó a ser ejecutado en el 95 por apóstata, tanto que debió retractarse. Después está el caso de Nasr Abu Zaid, al cual le han quitado la cátedra universitaria e incluso la mujer, que se ha visto obligada a divorciarse, porque él, condenado como apóstata, no podía tener ya una mujer musulmana. Ambos se han refugiado después en Holanda.
No podemos cubrir todas estas aberraciones diciendo: ¡paciencia, el islam nació muchos siglos después del cristianismo, tiene que hacer aún mucho camino...! ¡Es como decir que el islam es una religión de tontos! En cambio entre los musulmanes hay grandes personalidades, científicos, intelectuales. En realidad, para Occidente ha llegado el momento de decir la verdad para salvar a los mismos musulmanes. Occidente cita cada día los derechos humanos, pero cuando se encuentra con casos como éstos, donde está en juego la ofensa máxima a los derechos humanos, la vida y la libertad de conciencia, los gobiernos occidentales se callan. El caso más típico es el de Arabia Saudí, que viola todos los derechos humanos, incluso los de su pueblo, y nadie dice nada.
Occidente en el mundo islámico ha perdido tanta credibilidad por culpa de actos contra los derechos humanos como las guerras preventivas, las injusticias económicas, la inmoralidad de leyes occidentales, etc... Ha llegado el momento de una decisión: si hay una incompatibilidad entre los derechos humanos y los derechos del Corán, entonces -me sabe mal decirlo- hace falta condenar el Corán; o se debe decir: nuestra comprensión del Corán se enfrenta a los derechos de la persona y de la conciencia, y entonces hace falta cambiar la interpretación. Una cosa es cierta: no podemos quedarnos callados más tiempo. Es precisamente de estos días la decisión de los obispos europeos de dedicar el año próximo al estudio de los problemas del islam en Europa y en el mundo, a las relaciones de la Unión Europea con los países de mayoría musulmana, bajo el aspecto de la justicia internacional y de la reciprocidad. Pero si los países europeos se quedan callados, la “reciprocidad” nunca podrá ser demandada.
Por sí solos los musulmanes no consiguen cambiar. Si Afganistán fuese un estado aislado, sin relaciones con Occidente, Abdul Rahman hubiese sido ejecutado. Los musulmanes con un conocimiento profundo de los derechos humanos son una minoría. El grupo de Amnistía Internacional en Egipto, por ejemplo, edita dos revistas mensuales en árabe, pero no consigue contrarrestar la tendencia fundamentalista. Es necesario que la comunidad internacional intervenga con presiones desde el exterior. En el caso de los derechos humanos no es para nada una intrusión. Hace falta llegar a tomar medidas serias: excluir de la ONU a quien no respeta la carta de los derechos humanos, hacer un boicot económico, etc... Quizás con el boicot algunos países al principio se pondrán aún más duros, pero al final se podrán salvar países y centenares de miles de personas de una terrible opresión.
El problema de los derechos humanos en el mundo islámico no está ligado sólo a la apostasía. También personas que quieren seguir viviendo en el islam son sometidas a presiones sociales inauditas. Un ejemplo: muchas chicas que viven en Egipto hoy se cubren con el velo. Se dice que lo hacen voluntariamente. Pero la presión social es tal que si una chica sale sin velo, todos los vecinos de la casa empiezan a decir: ¿no os avergonzáis? Vuestra hija es una chica sin pudor. Así incluso las mujeres cristianas al final dicen: ¡preferimos ponernos el velo con tal de que nos dejen en paz! La apostasía es la punta del iceberg de un problema enorme: aún hoy en el mundo islámico hay un millar de personas encerradas en una prisión ideológico-religiosa; que les niega sus derechos humanos fundamentales. Esta tortura está alejando a mucha gente de la fe islámica. En Teherán los jóvenes se alejan cada vez más del islam, buscando la verdad en otras religiones: no soportan más esta justificación de la violencia. Quizás es por esto que en Irán los sitios cristianos son censurados u ocultados.
El sufrimiento en el mundo islámico ha crecido con la globalización de la información. Gracias a la televisión, a la radio y a Internet, las ideas de libertad sobre los derechos humanos se difunden y esto aumenta el deseo y la frustración de los musulmanes, que no ven ningún futuro para ellos y para sus familias. Tiene que pasar que quien viva en los países islámicos no sólo encuentre el pan, sino también los derechos humanos. Si Europa no trabaja por esto, todos los discursos sobre la globalización son sólo palabras sin sentido. Callar es una injusticia cometida contra millones de personas. Ha llegado el momento de la denuncia, no para agredir, sino por amor.
(publicado por Asia News. Traducido por Cristina Torres)
http://www.paginasdigital.es/ 18 de abril de 2006
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