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Políticamente... conservador

La hegemonía intelectual de la izquierda progresista

Una tipología elemental de lo que se entiende por izquierda progresista se apoya en cuatro o cinco rasgos fundamentales.

1. - La creencia de una existencia en sí de la igualdad humana, cuando los seres humanos sólo somos iguales en dignidad, pero en sí mismos diferentes unos de otros.

2. - La igualdad humana acompañada del rechazo a toda distinción de clase, género o raza.

3. - Hostilidad a todo lo que confiere poder desde el mundo económico, llámese empresas, negocios o mercado.

4. - Desprecio a los sentimientos patrióticos y a todo aquello que huela a militarismo u orden cerrado.

5. - Buena disposición a creer en la buena fe de todos aquellos que hablan de lucha y de liberación.

6. - Sentimiento de culpabilidad por el pasado de su país si ha intervenido en guerras de conquista o colonización.

En definitiva, el intelectual de izquierda progresista tiende a repudiar el mismo orden social que le permite tiempo libre para estudiar, pensar, enseñar e incitar al cambio.

La paradoja de nuestros días es que por primera vez en la historia existe una hegemonía cultural del progresismo a escala completa, en las universidades, academias, colegios, iglesias, prensa y televisión. Pero al mismo tiempo el proletariado industrial ha desaparecido, dejando de formar parte del imaginario colectivo y la opinión popular se aleja más y más de las ideas denominadas "progresistas".

El fracaso mundial de la socialdemocracia en el poder ha hecho que este pase a manos de los ejecutores de políticas liberales en casi todo el mundo.

La hegemonía intelectual de la izquierda progresista se da en todo el ámbito de la cultura y en la creación de la opinión pública, pero el manejo de los hechos políticos y económicos está en manos de los ejecutores liberales.

El intelectual progresista a través de una hermenéutica de la sospecha siente la persecución obsesiva del poder y de la opresión del discurso tradicional, pues éste se maneja a través de la balanza equilibrada entre orden y libertad o autoridad y espontaneidad popular.

Pero, ¿cómo funciona esta hegemonía? Como un grupo de interés unido por la ideología dominante de la igualdad, que se asegura un cargo rentado en una actividad de servicios respaldada por el Estado.

El intelectual progresista de izquierda adquiere de por vida una renta estable como garantía contra el desastre social.

El obtener una renta por actividades cuyos riesgos no caen sobre sus hombros, hace que su principal preocupación sea conseguir nuevos fondos para alimentar el grupo de interés para asegurar a cada uno de sus miembros la permanencia en el cargo.

¿Cómo reacciona ante la crítica o la disidencia interna? Con el complot del silencio, sostenía Arturo Jaureche. A lo que habría que agregar: Con la demonización y la denuncia de incompetencia intelectual de aquel que piensa distinto.

La crítica a lo políticamente correcto encarnado por el progresismo paga un precio costoso. Criticarlo, sea al enquistado en las universidades como al de las Iglesias, la prensa o la televisión es perder prestigio intelectual por carecer del reconocimiento de los pares que en su mayoría guardan silencio ante el disidente.

La ideología igualitaria es tranquilizadora, se instala y se extiende suavemente en los ámbitos comentados, pero tiene un grave inconveniente la amenaza que representa el talento y la excelencia humana. El músico Salieri al no poder ser más que Mozart, le reclama al crucifijo antes de echarlo al fuego: "Tu me distes la vocación pero no los talentos". Este es el gran drama de la izquierda progresista, la esterilidad en la producción de sentido y en el orden de la investigación. La Universidad de Buenos Aires bajo el rectorado del judeo-argentino Oscar Schuberoff en estos últimos 16 años es el más claro ejemplo de lo que queremos decir: Raleó a los pocos profesores talentosos y no permitió el acceso a ningún sapiente. Hoy el descrédito internacional de la UBA está generalizado.

En el fondo es un ataque sostenido al concepto de mérito y aunque postula apoyar los estándares generales de educación y cultura, lentamente los socava. Porque no cree en la importancia de ningún criterio universal, salvo el de la igualdad de los hombres, es por ello que rechaza viceralmente la larga tradición del pensamiento tradicional que hunde sus raíces en la filosofía griega, la religión católica y el derecho romano.

Este pensamiento tradicional tan íntimamente vinculado a la vida de los pueblos occidentales y especialmente a los iberoamericanos se le torna incomprensible al intelectual progresista de izquierda, porque en las elecciones no cuenta nunca con los votos y jamás sintió el placer de participar de sus fiestas.

La ideología igualitaria lo lleva, irremediablemente, al resentimiento en la moral que tan magistralmente caracterizara el filósofo Max Scheler(1875-1928) "Propio del resentimiento es la falsificación de los valores pues como no puede ver con alegría valores superiores,(los talentos en el genio, las virtudes en el santo y las proezas en el héroe) oculta su verdadera naturaleza bajo la exigencia de igualdad. En realidad lo que quiere es la decapitación de los que poseen esos valores superiores que le indignan". (op.cit.p.188).  

Alberto Buela

 

Altar Mayor, Nº 85 – febrero-abril de 2003

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