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Políticamente... conservador

¿El III Cisma de Occidente?

El distanciamiento entre Europa y EEUU parece una cuestión política. Sin embargo, lo cierto es que por primera vez el corazón de Occidente propone una forma espiritual contradictoria con su propia civilización.

 

 

Muchos han demostrado que es el vigor espiritual, y no la técnica industrial o política, el principio sustentador de las civilizaciones. El cristianismo cumple esta función en Occidente, aunque de un modo cada vez menos homogéneo. En 1378, el I Cisma de Occidente dividió la cabeza de la Iglesia entre Roma y Aviñón. El malentendido duró cuatro décadas y no afectó a la unidad occidental. En el s.XVI, el Cisma protestante provocó duraderos enfrentamientos entre la Europa latina y la germánica, pero el cristianismo siguió unificando la civilización común. ¿Puede afectar la contradicción política entre Europa y EEUU, iniciada a mediados del s.XX y cada vez más evidente, a la unidad espiritual de Occidente?.

 

La intelectocracia europea tiende a negar que la religión explique la actual pugna con EEUU, que sería meramente política. En su reciente libro “El hombre europeo” (2006), el gaullista Dominique de Villepin y el socialista Jorge Semprún reprochan a EEUU su alejamiento de la herencia europea, como una “hija rebelde y orgullosa” que no ha salido del esquema clásico de poder. Sus medios tecnológicos y financieros serían incluso contraproducentes para dar a los retos actuales una respuesta con acuerdo mundial. Sólo Europa podría lograr este objetivo, pues tras los dramas del s.XX estaría en condiciones de lograr un modelo de “gobierno mundial” que combinara soberanía y multilateralidad. Se alcanzaría así el “imperio de la paz”, “la felicidad de una humanidad reconciliada, de una alianza de civilizaciones contra el terrorismo, la pobreza y la autodestrucción del planeta”. Esto confirmaría la tesis de Robert Kagan en “Of Paradise and Power” (2003): la separación entre EEUU y Europa sería política, provocada por una concepción diferente del ejercicio del poder.

 

Sin embargo, el argumento de Semprún y Villepin es en realidad teológico. Se basa en el rechazo de las raíces cristianas de Europa por “indistinguibles”, y en la consideración del cristianismo como una mera etapa en la formación de la conciencia autónoma del individuo. El nuevo europeo habría refundado su espíritu “abrazando los principios emanados de la Revolución de 1789”. Razón, Historia, Luces y Democracia, con mayúsculas, serían los ídolos de la nueva Europa, que se definiría como “democracia y secularización de la vida pública”. Su misión sería entregar este nuevo principio civilizatorio al resto del mundo, empezando por la Europa del Este, que de modo tan irritante se habría alineado con EEUU en la última guerra de Iraq. Por consiguiente, el laicismo antirreligioso, lo que George Weigel llamó “política sin Dios” en “The Cube and the Cathedral” (2005), es la clave de la contradicción entre EEUU y Europa.

 

Así pues, por primera vez en la historia el corazón de Occidente está culminando casi unánimemente la sustitución de sus fundamentos cristianos por una idolatría secularista ajena a su ser, mientras la potencia más poderosa de Occidente mantiene, sin complejos pero con contradicciones, los principios sustentadores occidentales. ¿Qué puede ocurrir en lo que parece el III Cisma de Occidente? Quizás una meiosis civilizatoria, donde el Atlántico separe definitivamente a Occidente de Laicilandia, que no tardaría mucho en sucumbir ante el islam. Quizás el continente americano se rinda a la cultura de la muerte, y Occidente desaparezca para siempre de la historia. Quizás el amor y la unión de los cristianos en una nueva evangelización derrote a la fantasmagoría milenarista del laicismo, incapaz ya de ilusionar a nadie, y devuelva a Europa al corazón de la civilización occidental.

 

 

Publicado en American Review por Guillermo Elizalde Monroset
21-04-2006

 

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