Estrategias
Durante los años 30, la revolución fue el núcleo de las tendencias y sucesos que arruinaron la república. La misma posición ocupan hoy los separatismos en la corrosión de nuestra democracia.
En el simbólico año 1998, centenario del “desastre” -- pérdida de las últimas colonias españolas en América y el Pacífico--, los secesionistas catalanes, vascos y gallegos articularon en Barcelona una orientación estratégica hacia una “segunda transición”, desde la democracia a otra cosa. Esa otra cosa consistía en reducir la nación española a un conglomerado de nuevas naciones unidas, sólo y provisionalmente, por algunas conveniencias prácticas muy secundarias. El plan entrañaba liquidar la Constitución e impulsar un proceso de erosión o franco ataque a los derechos ciudadanos en toda España, como el que llevaba años realizándose en Cataluña y las Vascongadas. A ese fin trabajarían conjuntamente los tres separatismos. Invocaban, no por azar, el precedente de 1923, durante la grave crisis institucional causada por la confluencia del terrorismo anarquista, la mala conducción militar en Marruecos y la demagogia desestabilizadora del PSOE. Aprovechando la crisis, los tres secesionismos habían proclamado, también en Barcelona, su decisión de separar a sus regiones de España, apelando a la violencia.
La violencia abierta y directa debía descartarse en 1998. Pero no su uso indirecto, el uso del terrorismo etarra como chantaje para hacer claudicar a la sociedad española. Pues, desde la Transición, la ETA ha sido el verdadero motor de los separatismos y de sus esperanzas de éxito.
Con todo, el peligro no era grave, pues se trataba de partidos menores, incapaces de alcanzar sus objetivos sin la complicidad de un partido nacional. Es decir, sin la complicidad del PSOE. Y éste, por el momento, parecía inclinarse a colaborar con el PP en la salvaguardia de los dos principios básicos de la convivencia democrática: la unidad de España y las libertades. El año 2000 pareció culminar ese talante con el Pacto Antiterrorista, aunque hoy sabemos que los líderes socialistas lo estaban saboteando ya entonces. Arzallus no ahorraba esfuerzos por convencer al PSOE de que su verdadero enemigo y competidor estaba en la derecha nacional.
Dentro del PSOE y aledaños existían, desde luego, sectores muy coincidentes con Arzallus, fuera por temor a perder influencia política y los correspondientes cargos, al aliarse con el PP, fuera por motivos más ideológicos. Para ellos, nada peor que el Pacto Antiterrorista y por las Libertades. Era preciso liquidarlo o, más precisamente, invertirlo, transformándolo en Pacto Prosecesionista y contra las Libertades. Parece haber sido Juan Luis Cebrián, antiguo colaborador del franquismo, quien diseñó la nueva estrategia. La cual incluía, por fuerza, la complicidad política con el terrorismo etarra, pues éste era y es, debe insistirse en ello, el verdadero motor de todas estas maniobras.
Una estrategia tan inmoral y brutalmente contraria a los intereses y deseos de la gran mayoría de los españoles no podría desarrollarse sin dos instrumentos poderosos: un aparato mediático capaz de distraer, enredar y adormecer a gran parte de la población, y un número de agentes lo bastante corrompidos intelectual y económicamente para aplicar las directrices. De las dos cosas disponen en abundancia. Frente a ello, lo menos que puede decirse del PP es que carece, simplemente, de estrategia. Desconcertado por la audacia y velocidad de la ofensiva contra la España democrática, se bate, cuando lo hace, a la defensiva y con movimientos descontrolados. Y carece de instrumentos comparables a los puestos en acción por la Alianza Anticonstitucional.
Pío Moa
Libertad Digital, 1 de mayo de 2006
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