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Políticamente... conservador

La nueva guerra de Israel

La naturaleza de la guerra contra Israel cambió, quizá irreversiblemente, esta semana*. Los procesos que se vienen desarrollando desde hace más de cuatro años confluyeron y nos plantearon una realidad político-militar distinta a la que conocíamos.
El rostro del enemigo ha cambiado. Si en el pasado era posible decir que la guerra emprendida contra Israel era única y distinta de la yihad global, tras los sucesos de la semana pasada ya no es posible sostener tal afirmación con un mínimo de credibilidad. Los ataques del Sinaí, la aparición de las cintas de Osama ben Laden y Abú Musab al Zarqaui y la detención de terroristas de Hamas por parte de Jordania, todo ello deja a las claras que a día de hoy es imposible separar las guerras. La nueva situación tiene consecuencias críticas para el carácter de la campaña que tiene que librar el Ejército israelí con el fin de defender el país, así como para la naturaleza de las políticas que el Gobierno israelí tendrá que adoptar e impulsar.
 
Los atentados del Sinaí fueron relevantes por varias razones. En primer lugar, fueron muy distintos entre sí. El primero, contra los turistas de Dahab, fue el típico ataque a un objetivo blando de los que estamos acostumbrados a ver en el Sinaí durante el último año y medio. El segundo, contra los observadores de la Fuerza Multinacional, fue más excepcional, pues sólo hay un precedente.
 
En un artículo publicado el pasado octubre en Meria, Reuven Paz explicaba que el estratega de Al Qaeda Abú Musab al Suri respaldaba el primer tipo de ataque. Su secuaz Abú Mohamed Hilali escribía en septiembre que, en la yihad contra el régimen egipcio, no hay motivo para atacar a las fuerzas extranjeras, o a las egipcias, porque no lleva a ninguna parte. Hilali alentaba a los terroristas a atacar, por una parte, objetivos blandos, como turistas u organizaciones no gubernamentales extranjeras, y, por la otra, objetivos estratégicos, como el gasoducto hasta Israel. Con ello se lograrían objetivos políticos. En oposición al punto de vista de Hilali se encuentra la estrategia de Zarqaui. Como es de esperar del comandante de Al Qaeda en Irak, Zarqaui defiende los ataques contra fuerzas extranjeras.
 
El análisis precedente no prueba que los ataques fueran perpetrados por dos ramas diferentes de Al Qaeda. Pero la combinación de enfoques esta semana sí concede crédito a la afirmación de que Al Qaeda presta en la actualidad mucha atención al vecindario de Israel. Y esto es algo enormemente significativo.
 
Hasta hace poco, Israel, como Jordania y Egipto, no interesaba particularmente a Al Qaeda. Cuando el lugarteniente de Ben Laden, Aymán al Zauahiri, y su jefe militar, Saif al Adel, fusionaron su organización terrorista, la Yihad Islámica egipcia, con Al Qaeda, adoptaron el enfoque de Ben Laden, que imponía la suspensión de la guerra contra el régimen egipcio para concentrarse en atacar América y a sus aliados. De la misma manera, cuando el terrorista jordano Abú Musab al Zarqaui ingresó en Al Qaeda se le obligó a dejar de lado su deseo de derrocar al régimen hachemita. Israel no aparecía en la agenda.
 
Pero hoy todo ha cambiado. Israel, como Egipto y Jordania, está en el punto de mira. Ben Laden en persona lo dejó claro en su última cinta. Al colocar a Hamas bajo su protección, Ben Laden hizo tres movimientos de golpe. En primer lugar, afirmó que los palestinos ya no son actores independientes. En segundo lugar, definió la Autoridad Palestina liderada por Hamas como parte de las tierras islámicas liberadas donde Al Qaeda puede sentirse como en casa. En tercer lugar, se dio un garbeo por la cuestión palestina, que es más popular en el mundo islámico que la guerra de Irak, donde aparentemente Al Qaeda se encamina hacia la derrota.
 
Por otro lado, ya en noviembre Zarqaui daba cuenta de su plan de retomar su antigua guerra y trabajar para tumbar a los hachemitas (y destruir Israel), tras ordenar el atentado suicida contra un hotel de Ammán, ese mismo mes. En aquel entonces Zarqaui proclamó que Jordania no era sino una escala en el camino hacia la conquista de Jerusalén.
 
En el vídeo de esta semana Zarqaui destacaba que uno de sus principales objetivos es la destrucción de Israel mediante la conquista de Jerusalén. Tanto él como Ben Laden dejaron claro que, para ellos, la guerra contra Estados Unidos y la guerra contra Israel son una misma cosa.
 
Ben Laden y Zarqaui ponían de manifiesto la estrategia a largo plazo de Al Qaeda, que Zauahiri expuso el año pasado al periodista jordano Fuad Husein. Zauahiri explicó entonces que hay siete etapas en la yihad previa al establecimiento del Califato global. Según Zauahiri, la yihad global comenzó en 2000 y terminará en 2020. Hoy nos encontramos en la tercera etapa, que incluye el derrocamiento de los regímenes de Jordania, Siria y Egipto y el señalamiento de Israel para su destrucción.
 
Mientras Al Qaeda pone la mira sobre Israel y sus vecinos, las detenciones de terroristas de Hamas en Jordania muestran que los palestinos trabajan para dar impulso a la yihad global. La tentativa de Hamas de perpetrar ataques en Jordania señala un cambio en la percepción que dicho grupo tiene de sí mismo: de terroristas locales, han pasado a ser miembros del eje islamista, liderado por Irán y que incluye a Siria, Al Qaeda y Hezbolá.
 
Una semana después de que Zarqaui perpetrase los ataques de Ammán, el ministro de Exteriores iraní, Manochehr Mottaki, se reunía en Beirut con los jefes de Hezbolá, Hamas, la Yihad Islámica, el Frente Popular para la Liberación de Palestina, el Frente Democrático para la Liberación de Palestina y el Frente Democrático para la Liberación de Palestina-Comando General. Al final del encuentro, Ahmed Jibril declaraba: "Confirmamos que lo que está pasando en la ocupada Palestina está orgánicamente vinculado a lo que sucede en Irán, Siria, Irak y el Líbano".
 
Una semana después, Hezbolá lanzaba su mayor ataque con misiles katyusha contra el norte de Israel desde que el Ejército de este país se retirase del sur del Líbano, en mayo de 2000. Dos semanas después, la Yihad Islámica perpetraba un atentado suicida contra un centro comercial de Netanya. Al poco, agentes de la Al Qaeda de Zarqaui lanzaban desde el Líbano otra andanada de katyushas sobre el norte de Israel.
 
Asimismo, el 19 de enero el presidente iraní, Mahmud Ahmadineyad, celebraba en Damasco una cumbre del terror con los mismos protagonistas. Ese mismo día la Yihad Islámica perpetraba un atentado suicida en la antigua estación de autobuses de Tel Aviv. Y el 18 de abril, víspera del atentado suicida de la semana pasada, Ahmadineyad celebraba otra cumbre del terror en Teherán, con los mismos participantes. De nuevo, poco después de la cumbre Al Qaeda golpeaba en el Sinaí.
 
Las siete etapas de la yihad de Zauahiri están estrechamente relacionadas con un texto de 60 páginas redactado por Saif al Adel en algún momento posterior a la invasión norteamericana de Irak. Adel confió su manuscrito al mismo periodista jordano. Se dice que Adel, que lleva operando desde Irán desde la batalla de Tora Bora, en noviembre de 2001, es el comandante de Zarqaui en Irak y el enlace de Al Qaeda con el régimen iraní.
 
Adel fijaba en su manuscrito las intenciones de Al Qaeda en la tercera etapa de la yihad. Explicaba que la organización necesitaba nuevas bases y que buscaba un Estado fallido (o varios) para asentarse. Entre las posibles opciones estaban Darfur, Somalia, el Líbano y Gaza.
 
En palabras del escritor americano y experto en Al Qaeda Richard Miniter, "las fuerzas norteamericanas, junto con las keniatas y las etíopes, han logrado en gran medida que Al Qaeda no se radique en Somalia o Darfur". "Sólo les quedaba el Líbano, con todos sus problemas, con sus varias facciones políticas, los señores tribales y la ONU. Pero entonces, de pronto, como maná caído del cielo, Israel entregó a Al Qaeda el mayor regalo que haya recibido nunca, cuando Ariel Sharon decidió darles Gaza".
 
Israel, añade, proporcionó a Al Qaeda la mejor base que haya tenido jamás. Gaza no sólo se encuentra en una zona estratégicamente vital –entre el mar, Egipto e Israel–, también es bastante inmune a los ataques, puesto que el Gobierno de Kadima será reticente a reconquistar el territorio.
 
Por lo demás, como ocurrió cuando los terroristas de la Yihad Islámica egipcia y la Gamaa Islamiyya se fusionaron con Al Qaeda, en los años 90, los palestinos son una población ideal para ésta. Ya apoyan la yihad. Cuentan con una gran experiencia de lucha. Y si a Hamas apenas le llevó dos semanas hacer que todos los demás grupos terroristas –desde Fatah a los Comités de Resistencia Popular, pasando por el Frente Popular– le jurasen lealtad, la cooptación de Hamas por parte de Al Qaeda no debería ser muy difícil.
 
Al Qaeda está asentándose gradualmente en Gaza, Judea y Samaria. Atrae terroristas palestinos a sus filas y les proporciona adoctrinamiento ideológico y formación militar. Por ejemplo, en noviembre un reclutador de terroristas en Jordania que había atraído hacia las filas de Al Qaeda a dos sujetos procedentes de la zona de Nablus, y que les había dado órdenes de que reclutaran a otros, informó a aquéllos de que pretendía enviarles un entrenador militar de Gaza. Los dos sujetos, que fueron arrestados en diciembre, habían planeado perpetrar un doble atentado suicida en Jerusalén.
 
En mayo del año pasado, por primera vez una célula terrorista anunciaba su asociación con Al Qaeda. Cuando un periodista extranjero pidió a Raanan Gissin, portavoz del entonces primer ministro, Ariel Sharon, que comentase el suceso, Gissin expuso la postura del Gobierno de esta manera: "Existen algunas pruebas de vínculos entre militantes de Gaza y Al Qaeda… pero para nosotros los grupos terroristas locales son igual de peligrosos".
 
A primera vista, la arrogancia de Gissin parece apropiada. Después de todo, ¿qué nos importa quién sea el que envía terroristas suicidas a nuestras cafeterías y autobuses? Pero las cosas no funcionan así.  Al igual que los ataques de Egipto, las detenciones en Jordania y los últimos mensajes de Ben Laden y Zarqaui, todo indica que nos encontramos en una guerra mundial.
 
Los palestinos ya no son los únicos que se encuentran en guerra contra nosotros. Hoy, el eje islamista emprende la guerra contra nosotros a través de los palestinos. El centro de gravedad se ha desplazado. Hoy, los jefes que determinan el carácter y el calendario de las ofensivas de terror no se asientan en Gaza, Judea o Samaria, sino en Teherán, Waziristán, Damasco, Beirut, Ammán y Faluya. Las consideraciones que les guían a la hora de apretar el gatillo no son locales, sino regionales –en el mejor de los casos– o –en el peor– completamente desvinculadas de los acontecimientos locales.
 
Este nuevo estado de cosas exige un cambio en el modo en que las fuerzas de seguridad israelíes comprenden y libran la guerra. Es preciso reconsiderar todo el proceso de recopilación de información de Inteligencia para el descubrimiento y la prevención de ataques terroristas.
 
También es necesario reconsiderar las estrategias política y diplomática. Hablar de una barrera de separación, o de fronteras finales, por no mencionar el abandono de Judea y Samaria en manos de Hamas, suena alucinatorio cuando frente a nosotros están Zarqaui, que se especializa en guerra química y biológica, Ben Laden, que se especializa en volar aviones por los aires, e Irán, que amenaza con un holocausto nuclear.
 
¿Quién puede hacer que Ehud Olmert, Amir Peretz, Tzipi Livni o Yuli Tamir tomen las medidas necesarias para proteger a Israel de la realidad que reflejan los acontecimientos de la semana pasada?

Por Caroline Glick

·          La versión original de este artículo apareció en el Jerusalem Post el pasado día 28.
Libertad Digital, suplemento Exteriores, 2 de mayo de 2006.

 

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