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Políticamente... conservador

Al hombre, lo que es del hombre

El cuestionamiento teórico-práctico del fin y los límites de la acción del Estado entraña una investigación política de la mayor importancia. En ella tratamos de calibrar las virtualidades de una institución estatal que ponga los menos obstáculos posibles al siguiente fin: garantizar la libertad y la más variada individualidad humana en la organización de la vida en común con otros sujetos. Esta cuestión clásica ha sido abordada con suma prudencia y buen tino por el filólogo y político prusiano Wilhelm von Humboldt.

 

El reputado apellido Humboldt viene asociado por lo común al campo de la ciencia natural, especialmente al nombre propio de Alexander, de quien se ha dicho sin exageración que fue el descubridor científico de América, de la misma forma que se reconoce en Cristóbal Colón a su descubridor geográfico. El hermano de Alexander von Humboldt, Wilhelm (Guillermo), no merece una menor consideración.

 

 

 

Nacido en Berlín en 1767, Wilhelm recibe junto a su hermano Alexander una esmerada educación, enciclopédica y exquisita, que le lleva a dominar los campos más amplios del conocimiento. Si bien dedica gran parte de sus energías a la actividad política, administrativa y diplomática (fue, por ejemplo, ministro del Interior y fundador de la Universidad de Berlín), es en el campo de la filología comparada donde suele distinguirse la labor intelectual que despliega. A partir del enfoque netamente idealista y romántico con que aborda el estudio de las lenguas (entre las que no ignora el vascuence, como tampoco la lengua kawi), sostiene algunos postulados muy controvertibles, como la noción de la lengua entendida en términos de concepción del mundo (Weltanschauung).

 

 

 

Sus aportaciones a la reflexión política y a la teoría del Estado son acaso más relevantes que las lingüísticas, y no han sido valoradas como se merecen. En este terreno, además, el idealismo que tanto le marca queda felizmente rebajado, brillando, en cambio, una luminosa capacidad de análisis y una libertad de pensamiento que lo sitúan sin reservas en la más vigorosa y fértil tradición liberal.

 

 

 

Una prueba notable de esta contribución la encontramos en Los límites de la acción del Estado, trabajo de investigación iniciado en 1790 y que concluye dos años más tarde. Hablamos de un texto conciso, brillante y claro, compuesto cuando Humboldt abandona las ocupaciones en la Administración, aunque no ve la luz hasta después de su muerte.

 

 

 

Ni siquiera desde ese momento la difusión y el conocimiento del ensayo han estado al nivel de lo que su contenido exige, y todo ello por muchos aspectos: por ejemplo, si lo comparamos con Sobre la libertad de John Stuart Mill, texto escrito más de cincuenta años después del de Humboldt y con el que mantiene bastantes coincidencias.

 

 

 

Wilhem von Humboldt aborda la investigación de la institución estatal, y sobre los temas de política en general, notoriamente influido por las estrepitosas consecuencias de la Revolución Francesa. Desde el primer momento, Humboldt repudia cualquier género de despotismo y absolutismo ilustrados, esos atributos que la doctrina del "virtuoso" republicanismo considera como sus necesarios correlatos, aunque no siempre los llame por su nombre, y que han supuesto la base de los posteriores totalitarismos.

 

 

 

Sin repudiar la herencia de la Ilustración (displicente actitud sostenida por buena parte del conservadurismo, lo que comporta de hecho la entrega y cesión, en exclusivo e íntegro usufructo y aun propiedad, al progresismo), Humboldt defiende una postura coherente que muy bien podría calificarse de liberalismo ilustrado. Como clara muestra de esta disposición, léase el siguiente pasaje del ensayo que comentamos:

 

 

 

"Nuestra época […] dice ser, con derecho, una época de progreso en ilustración y cultura […] Por tanto, si es cierto que nuestra época es aventajada en esta formación, en esta fuerza y en esta riqueza, será necesario garantizarle también la libertad, que, con razón, reivindica".

 

 

 

Junto al espíritu ilustrado, abierto y liberal que le caracteriza, la obra de Humboldt revela también un templado humanismo. La filosofía política, según establece la teoría moderna, remite en rigor a la antropología. O por mejor decirlo: el análisis de los fines y límites del Estado (la crítica del Estado) se lleva a cabo a la luz de los fines del hombre (de la naturaleza humana). Todo lo que es atribuido y transferido al Estado –o lo que el Estado se apropia o literalmente "expropia" a sus legítimos propietarios–, toda extensión y fortalecimiento del Estado, la burocracia y sus demás aparatos, se consuma a costa de la individualidad, la autonomía y la libertad de los hombres, quedando así de manifiesto "los perjuicios ulteriores que de ahí se derivan: la tendencia a confiar en la ayuda del Estado, la falta de independencia, la vacua vanidad, la inactividad y la mezquindad".

 

 

 

Y es que de ninguna manera deben confundirse el medio y el fin en la esfera social: "La asociación estatal es el mero medio subordinado, al que no debe sacrificarse el verdadero fin que es el hombre".

 

 

 

Algunos de los pretextos –y aun los subterfugios– habituales del estatismo y del credo totalitario se refieren al carácter "naturalmente" social del hombre y al fin del Estado como únicos superadores de la anomia y el atomismo social, los cuales presuntamente encontrarían en aquéllos solución y remedio. Wilhelm von Humboldt desvela convincentemente la tramposa fundamentación de ambas coartadas.

 

 

 

Ciertamente, los fines del hombre le mueven a asociarse con otros individuos y a instituir una unidad de organización, tanto para superar favorablemente los inconvenientes de la supervivencia cuanto para procurarse lo mejor de la vida. Sólo junto a sus semejantes es posible alcanzar semejante objetivo.

 

 

 

Ahora bien, los objetivos de esta asociación y consorcio humanos pueden alcanzarse plenamente –incluso mejorarse– por medio de lo que denomina Humboldt la "organización nacional" (y que hoy reconocemos por el nombre de "sociedad civil"), y no precisamente (o no solamente) mediante instituciones estatales.

 

 

 

La diferencia entre ambas nociones es evidente: el Estado representa el dominio de la coacción y la imposición, mientras que la Nación (o sociedad civil) constituye el espacio de la libre disposición y la voluntaria iniciativa de los individuos. Esta segunda esfera pública es la que de hecho fomenta el encuentro y el enriquecimiento mutuo de los individuos, porque en ella son efectuados con libertad, es decir, sin coacción ni fuerza.

 

 

 

Por esta razón habla Humboldt de la inmoralidad intrínseca a todo Estado. La coacción y el dirigismo no sólo no engendran virtud, sino que debilitan la energía humana. En el marco del Estado campan a sus anchas las instituciones políticas, y las leyes disponen y mandan, pero ¿qué son las costumbres sin la fuerza moral?

 

 

 

El Estado debe abstenerse, en consecuencia, de intervenir en los asuntos privados, así como en los temas relacionados con la moralidad de los individuos. Es decir, debe "limitarse" al máximo (hacerse mínimo), y proponerse como meta de actuación sólo aquello que los ciudadanos por sí mismos, según Humboldt, no pueden procurarse: la protección y la seguridad.

 

 

 

Este sería el único medio de reunir, lo más "amistosamente" posible (o sea, de la manera más pacífica y eficaz), los fines del Estado en su conjunto y la suma de todos los fines de cada individuo particular, siempre, por naturaleza, contrarios entre sí. De estos presupuestos se desprende una norma establecida por el pensamiento liberal, perfectamente acorde con la razón y, sobre todo, con el sentido común. ¿Qué dice la sabia norma? Al Estado, lo que los individuos le concedan; y al hombre, lo que es del hombre. Y es que, como dice Humboldt:

 

 

 

"El verdadero fin del hombre […] es la más elevada y proporcionada formación posible de sus fuerzas como un todo. Y para esta formación, la condición primordial e inexcusable es la libertad".

 

 

Por Fernando R. Genovés

 

 

Libertad Digital, suplemento Ideas, 3 de mayo de 2006

 

 

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