DECLIVE DEMOGRÁFICO Y FAMILIA: los límites de la política
No obstante, en Europa y partes de Asia en particular, hay un deseo renovado para enfrentar el problema del declive demográfico. Tildando la situación de "grave", el presidente ruso Vladimir Putin ha hecho un llamamiento para un plan de diez años en el intento de revertir la caída en picado del índice de natalidad. Putin está en lo correcto: la población rusa ya está reduciéndose en 700.000 personas anualmente y todos los indicadores apuntan a una caída mayor en lugar de a un repunte. El presidente pidió pagas en efectivo para las madres, bajas maternales más generosas y otros beneficios para endulzar el prospecto de tener hijos.
Corea del Sur ha destinado 35.000 millones de dólares por un período de 5 años para hacer frente a su baja natalidad. Muchas naciones europeas ya tienen en marcha incentivos para aumentar el número de nacimientos y están en conversaciones para mejorar esos incentivos.
Estos debates de política demográfica tienen consecuencias económicas importantes. La tensión que esto provoca en el sistema de bienestar de Europa debido a una creciente población de la tercera edad en rápida expansión unido al menguante número de trabajadores ha sido ampliamente reconocido. En algunos casos, la política incluso puede ser contraproducente. Joseph D’Agostino del Population Research Institute observa que la iniciativa de Corea del Sur será pagada con un impuesto especial "que aumentará el lastre para la economía surcoreana y por tanto su natalidad podría decrecer a largo plazo".
Pero la enseñanza más grande y crucial que podemos extraer de esto es que todos esos esfuerzos políticos se enfrentan a una limitación inherente. El tener hijos es algo que los gobiernos podrán apoyar con políticas pro familia (nunca mejores que mantener bajos los impuestos y alto el crecimiento económico) pero las decisiones sobre tener hijos son, por naturaleza, cosas personales e íntimas, un fenómeno mucho más dependiente de los factores culturales que de los económicos o políticos.
Durante décadas, los gobiernos de Europa Occidental han estado experimentando con diversos incentivos por hijos, sin embargo los índices de natalidad han seguido bajando. La única excepción es Francia en la que la alta natalidad de una floreciente población musulmana ha moderado el promedio de la nación. Es dudoso afirmar que la relativamente alta fertilidad de los musulmanes tenga algo que ver con políticas gubernamentales; es más probable que el factor decisivo sea el islam debido a las normas sociales de su entorno.
Entonces, resolver los problemas del declive poblacional requiere un enfoque sobre los asuntos culturales que afectan los índices de natalidad. Se puede decir muchas cosas al respecto pero se pueden reducir a que el tener hijos revela dos cualidades: sacrificio y esperanza.
En la sociedad agrícola pre moderna, los hijos podían ser una ventaja económica para una familia, suministrando mano de obra al campo después de un período inicial de crecimiento y formación. Dado el desarrollo cultural y económico así como las costumbres cambiantes, eso ya no es algo válido en la amplia mayoría de los casos, al menos en lo que se refiere a las naciones desarrolladas. Un niño aún podría servir como un accesorio simpático para una pareja a la usanza actual, pero tener más de uno –en términos financieros y de comodidad– es un sacrificio.
¿Qué es lo que nos mueve a hacer esos sacrificios? Las motivaciones son variadas pero la mayoría giran alrededor de algún tipo de opinión religiosa respecto a la fecundidad del amor entre un hombre y una mujer y el mandato relacionado con aumentar el número de almas humanas, tal y como se expresa en la tradición judeocristiana con el mandamiento del Génesis: "Sed fecundos y multiplicaos".
El deseo de ser fecundo también surge de un panorama esperanzador sobre la humanidad. Esto es diferente del optimismo superficial que cree que el sufrimiento puede ser eliminado y que el progreso moral y económico es inevitable. Más bien es una perspectiva que admite que el ser humano es la causa de los problemas del mundo pero que también insiste en que es él quien los puede resolver. Se manifiesta en una permanente alegría de vivir y que desea compartirse con un número creciente de personas. Lo opuesto es una visión de los seres humanos como una plaga sobre la Tierra: que cuanto más numerosa sea la humanidad, más condenada estará al futuro de la guerra, enfermedad y catástrofe medioambiental, sin embargo un futuro más feliz se traduce en una menor población.
A nivel individual, por supuesto, es absurdo sacar conclusiones rígidas y rápidas sobre las prácticas religiosas o las actitudes humanísticas que se basan en la cantidad de retoños. Pero a nivel nacional, si la población falla a la hora de multiplicarse, parece seguro afirmar que las nociones religiosas de ser fecundos y del humanismo esperanzador escasean.
Se puede admirar a Putin y a líderes de su mismo parecer por su honestidad y determinación, pero al final, sus esfuerzos equivalen a apilar sacos de arena contra una alta marea creciente. No se puede hacer mucho hasta que la marea empiece a retroceder y cuando llega a ese punto, los esfuerzos sobran. Los países en declive demográfico tienen que redescubrir los valores del sacrificio y la esperanza. Y ésa es una tarea que va más allá de la capacidad de hasta el más amplio programa gubernamental.
Por Kevin Schmiesing (investigador del Centro de Investigación Académica del Instituto Acton. Es escritor prolífico de temas de pensamiento social católico y economía, autor del libro American Catholic Intellectuals, 1895-1955, Edwin Mellen Press, 2002, y su obra más reciente es: Within the Market Strife: American Catholic Economic Thought from Rerum Novarum to Vatican II, Lexington Books, 2004.
- Traducido por Miryam Lindberg del original en inglés.
Libertad Digital, suplemento Iglesia, 13 de julio de 2006
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