18 de julio. Modos de empleo
En la vida española de todos los días han quedado algunos rastros de los hechos ocurridos el 18 de julio de 1936. Hasta hace relativamente pocos años, no era del todo inusual escuchar a alguna señora mayor decir que sus nietos le habían montado un 18 de julio en casa. Cada vez que llega el mes de julio muchos empleados siguen cobrando una mensualidad más. Es la paga del 18 de julio, decretada por el régimen de Franco. No se sabe de nadie en la izquierda que la haya devuelto nunca a su empleador, ya sea privado o público. Mucho antifranquismo, pero la paga del 18 de julio, hoy una de las dos pagas extraordinarias, no salía del bolsillo del empleado. Tampoco se conoce que Rodríguez Zapatero ni sus ministros, todos ellos, como es bien sabido, antifranquistas heroicos, luchadores que pusieron su vida en juego para traer la libertad a España durante la dictadura, hayan pensado en revocarla nunca.
Y sin embargo, es una herencia puramente franquista. Si Franco no hubiera ganado la guerra, es decir si previamente un grupo de militares no se hubieran decidido a dar el golpe de Estado el 18 de julio de 1936, no habría habido paga del 18 de julio ni habría ahora paga extraordinaria.
Ahora que el Gobierno antifranquista de Rodríguez Zapatero está tan decidido a restablecer la memoria histórica, debería atreverse a suprimir, además de las estatuas de Franco, la paga del 18 de julio, quiero decir la paga extraordinaria de julio.
Si hubieran ganado los republicanos —o, por utilizar el nombre que ellos mismos reivindican, los rojos — se habría instaurado un régimen comunista. La simple idea de dos pagas suplementarias habría sido inconcebible. Con llegar a 12 mensualidades —de una cuantía imaginable en vista de lo ocurrido en los países comunistas, como hoy mismo en Cuba— ya se habrían dado por contentos.
Eso no quiere decir que el 18 de julio no se habría conmemorado. Muy al contrario, desde el primer momento, el 18 de julio fue celebrado por el bando republicano o rojo como el principio de una revolución. Esa revolución llevaba aparejada lo que ni la Segunda República por medios legales (el trágala de la Constitución o el de la Ley de Defensa de la Segunda República), ni la Revolución del 34 por medios subversivos habían conseguido. Por citar a un contemporáneo, “era preciso [sic] e inevitable una conmoción como la presente para barrer todos los restos de un Estado decadente y anquilosado”.
El 18 de julio empezó la revolución en España y la guerra subsiguiente fue una guerra santa —literalmente— contra el fascismo y contra la España tradicional.
El 18 de julio se festejaba a lo grande en la España republicana. Había manifestaciones, mítines, verbenas populares. A Azaña, jefe del Estado de una República que ya no era tal, le ponían a pronunciar alguno de aquellos grandes discursos que habían sido la base de su carrera política. No se sabe de dónde, pero alguna vez sacó pecho.
El 18 de julio de 1938, en Barcelona, tuvo valor para hablar de “paz, piedad y perdón”, es decir exactamente lo contrario de aquello que se estaba celebrando, con su presencia como coartada. Cuando estos discursos aparecían en la prensa, los comunistas —siempre en nombre de la justicia, la igualdad y la libertad— los censuraban. Azaña, como es natural, se sentía frustrado. De hecho, estaba convencido que si su bando ganaba la guerra, el primero que tendría que salir de España sería él.
Pero eso es lo de menos. Quienes hoy gobiernan España prefieren olvidar estos pequeños detalles. Todos ellos se declaran antifranquistas. En consecuencia, es natural que un gobierno antifranquista como el de Rodríguez Zapatero siga celebrando el 18 de julio. Tal es el significado de los anuncios de medidas de alcance retrospectivo, como la Ley de la Memoria Histórica o la probable reconversión del Valle de los Caídos —monumento que requeriría, por lo que significa y lo que contiene, una prudencia infinita— en la Disneylandia del antifranquismo.
Eso sí, seguro que no aparecerá por ningún lado la efigie de Stalin ni la de Lenin, modelo del lenin —con minúscula— español que quiso ser Largo Caballero, tal vez ni siquiera la del pobre Azaña, demasiado feo para una moderna campaña de márketing. Sí que tendremos, en cambio, la misma retórica, la misma mentalidad, la misma obsesión que movía a los predecesores de este Gobierno. Los dos, republicanos; los dos revolucionarios y los dos con el mismo objetivo: acabar de una vez por todas con la España que ellos consideran anticuada.
Hemos vuelto por tanto a celebrar el 18 de julio, como en tiempos de Franco. Cabe preguntarse, sin embargo, si la perspectiva es la misma. El régimen de Franco celebraba el 18 de julio como el principio de una España nueva de la que estaban excluidos los republicanos. Ahora bien, ¿hasta qué punto Franco estaba convencido de la verosimilitud de ese proyecto? En otras palabras, ¿pensaba Franco que esa España nueva que celebraba cada 18 de julio era de verdad la futura España, o se trataba más bien de una celebración retrospectiva y retórica? En el caso del Gobierno antifranquista de Rodríguez Zapatero, caben menos dudas.
Por lo que hemos visto en estos dos años, ya se puede afirmar que al celebrar el 18 de julio como lo está haciendo, Rodríguez Zapatero cree que está en su mano fundar una España nueva de la que haya desaparecido cualquier rastro de la otra, de la que no piensa como él. Es un proyecto más ambicioso que el de Franco. Y justamente para evitarlo se dio un golpe de Estado, el 18 de julio del año 1936.
José María Marco (historiador y escritor).
La Gaceta de los Negocios, 18 de julio de 2006
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