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España (y Europa) se juegan su futuro en Kosovo: y vamos perdiendo

España (y Europa) se juegan su futuro en Kosovo: y vamos perdiendo

Vientos de guerra y de independencia en los Balcanes. Y de incertidumbre para España. Kosovo romperá la Europa de Zapatero y su secesión conviene sólo a Bush. Palabra de José María Aznar.

                                            

Ha habido sorpresas en España por lo que José María Aznar explicaba este martes en una entrevista a ABC: la inminente independencia de Kosovo no es una buena noticia para España, no es jurídicamente fácil de defender, conviene a los enemigos de una Europa fuerte y de unas verdaderas naciones-Estado soberanas, está patrocinada por grupos islamistas y terroristas y se asienta en el lugar de origen de la delincuencia organizada más peligrosa. A Estados Unidos puede interesarle en este momento, pero no a España. Lo dice Aznar, que carga aún con el sambenito de "proamericano" por su relación con George Bush, y que sin embargo deja muy claro que "la confianza entre naciones no consiste en opinar siempre lo mismo", sino en ser fiable defendiendo cada uno su interés. ¿Sabe Zapatero cuál es el de España?

 

¿Qué está pasando?

 

La presidencia de turno eslovena de la Unión Europea tiene que afrontar la mayor crisis interna de la UE en décadas, mayor incluso que el fracaso constitucional. La provincia serbia de Kosovo está bajo ocupación de la OTAN desde la guerra de 1999. Entonces una campaña mediática sobre supuestos abusos serbios contra la minoría albanesa musulmana se convirtió en casus belli y legitimación de la injerencia internacional. Hoy Kosovo es parte de Serbia pero Belgrado no participa en la administración. Las autoridades locales, albanesas y avaladas por la ONU, van a proclamar su independencia. Si Europa reconoce esa soberanía se abrirá una nueva era en las relaciones internacionales, en la que España no tiene nada que ganar.

 

Una historia complicada

 

Kosovo, el "campo del mirlo", fue el escenario histórico más antiguo del pueblo serbio. Al final de la Edad Media Serbia intentó sin éxito detener en Kosovo la invasión turca de Europa. Durante siglos el actual territorio de Kosovo fue ocupado por los musulmanes, que fomentaron su islamización y la inmigración albanesa, con un progresivo descenso del porcentaje de población serbia y cristiana. Kosovo es desde entonces multiétnico y multireligioso, y con esas características fue autónomo dentro de Serbia en la Yugoslavia de Tito. Cuando los países occidentales fomentaron la partición de Yugoslavia en los años 90 del siglo XX Kosovo siguió dentro de Serbia, pero la represión serbia de los actos terroristas del Ejército de Liberación de Kosovo (UCK) dio pie a la intervención militar de la OTAN, liderada por Estados Unidos y Alemania, avalada después por la ONU. Hoy la ocupación extranjera puede convertirse en secesión, y Serbia, con el respaldo de Rusia, ya ha advertido que quien reconozca esa independencia ha de atenerse a las consecuencias. Europa, presidida por Eslovenia, parece dispuesta a dar ese paso.

 

El problema jurídico

 

El gran problema, aún no resuelto del todo en dos siglos de liberalismo y nacionalismo, es quién es una nación y quién no tiene derecho a constituirse en Estado. Una nación no es cualquier conjunto de personas con unas características comunes; hay una serie mucho más compleja de requisitos –que no es el lugar de debatir- para esta indefinible creación intelectual de Europa Occidental. Y además no está escrito que todo grupo humano que diga ser una nación, o del que sus gobernantes locales digan tal cosa, haya de serlo o que por serlo deba ser soberano. Como dijo Aznar, "es un grave error cambiar las fronteras; y sería además un precedente muy negativo en Europa reconocer un principio de libre determinación". Si se aceptase semejante premisa jurídica se habría anulado cualquier posibilidad de orden y de paz en Europa, a escala mucho mayor incluso que cuando se escuchó a Woodrow Wilson.

 

Wilson no fue culpable de que los Balcanes sean como son, pero sí de mucho de lo que ha sucedido en Europa tras la Primera Guerra Mundial. En Kosovo se está a punto de aceptar una locura equivalente a los 14 Puntos más el tratado de Versalles, como si los europeos no supiésemos que negar a los Estados –Serbia en este caso- el derecho a resolver sus asuntos internos, anulando su soberanía, sólo ha traído guerras y genocidios. De no haber muerto en 1924 el principal acusado de Nuremberg debió ser Wilson, y en futuros juicios lo serán los gobernantes europeos si dan ahora este paso. También Alemania deberá responder por lo que en su momento hizo con Eslovenia y Croacia, que está en la raíz de este nuevo abismo.

 

El peor precedente posible para España

 

No hay por qué andarse con rodeos. Si los precedentes de la doctrina que puede hacer de Kosovo un Estado son nefastos, las consecuencias pueden ser aún peores. Si Kosovo sale adelante cualquier minoría supuestamente nacional de cualquier país europeo podrá invocar el precedente. Alegar unas diferencias respecto al conjunto del país, de uno u otro signo, de diferente entidad, con los oportunos medios de presión en la opinión pública exterior, sumados a una supuesta represión supuestamente cruenta: he ahí todo el negocio. Habrá derecho/deber de injerencia para unos y habrá derecho a la autodeterminación para otros. Y nadie que apoye esto ahora podrá después escandalizarse cuando minorías danesas, vascas, flamencas, laponas, galesas, bretonas o sorabas lo planteen. Y no olvidemos que este "debate político profundamente inmaduro" planea sobre la "charca en la cual el nacionalismo quiere construir unas naciones al margen de España".

 

El trasfondo ideológico, lo único no totalmente negativo

 

Es curioso que hoy aparezcan en franca decadencia las tendencias individualistas radicales que han impugnado durante dos siglos, y sobre todo durante el último medio, la dignidad del concepto de Patria. Hoy a bastantes pueblos les parece que sólo se puede resistir a los torbellinos de la anarquía y de la globalización si plantan los pies en la tierra nativa y renuevan (o inventan) una tradición nacional. La idea del Estado-Nación parece ser, de nuevo, la única capaz de devolver cierto valor a la vida de una civilización como la nuestra, en la que se han devaluado demasiado los principios espirituales y han desaparecido casi todos los puntos de referencia común para la conducta de los hombres. Como ha dicho Aznar, "cuando el jefe de tu gobierno dice que no sabe si existe la nación, tenemos motivos para estar preocupados; y cuando ese mismo jefe de gobierno, dos años después de decirlo se envuelve en la bandera nacional para todo, hay motivos para estar preocupado. Entonces, lo digo claramente: yo creo en la nación española, yo creo que España ha hecho grandes cosas históricamente; creo que como todas las naciones del mundo hemos tenido nuestros aciertos y nuestros errores, pero podemos confiar razonablemente en ella". La nación- pero la nación real, no las inventadas- vuelve a ser protagonista de la política en Europa.

 

Las palabras que durante milenios han iluminado la mente, reconfortado el corazón y servido a las gentes de nuestra estirpe para reconocerse entre la marea de pueblos han perdido hoy poder sugestivo. Pero la palabra "Patria" sube su cotización y se enriquece con valores cada vez más numerosos, de naturaleza moral, cultural, económica y social. Al margen de matices, que haya europeos dispuestos a fundar un Estado o a defender una nación es algo mejor que el individualismo y su inexorable consecuencia, el relativismo. El gran problema es que algunas de esas identidades son hijas del relativismo y caballos de Troya del mismo, en vez de baluartes de identidades objetivas. Pero, como ha explicado magistralmente Jesús Laínz, "el problema de los nacionalismos no es la idea de nación", sino la manipulación de ésta y sus falsificaciones. "No hay que atacar a las falsas construcciones identitarias por ser identitarias sino por ser falsas": que es el problema de Kosovo.

 

La geopolítica: Zapatero está del lado equivocado

 

El Derecho, tal y como se ha entendido en Europa en los siglos del Ius publicum europaeum, rechaza la independencia de Kosovo. Crear un Estado artificial en los Balcanes puede interesar al mundo islámico y a los Estados Unidos, pero no a Europa, y esto lo dice Aznar, para escándalo de quienes lo creían en otras coordenadas ideológicas. Esa independencia es un precedente pésimo para la paz en el continente, y además puede extenderse hacia el Oeste. No hay derecho a esa secesión, y a España además le conviene oponerse a ella por todos los medios. Dentro de todo, la única buena noticia es que la Rusia de Vladimir Putin no es la de Boris Yeltsin, y eso es especialmente bueno para los Estados mediterráneos de la Unión, inmovilizados ante esta locura colectiva del bloque alemán y de sus semicolonias danubianas. Serbia tiene razón, y una parte de su razón es la de España.

 

Pascual Tamburri

El Semanal Digital, 27 de diciembre de 2007

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