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Políticamente... conservador

Ahora y aquí: otro proyecto es posible

Ahora y aquí: otro proyecto es posible Tenemos un gobierno que en su programa electoral propone disminuir el IVA de los preservativos pero no de los pañales; que subvenciona y fomenta el aborto y no dedica ni un solo euro, ni un solo servicio, a atender a la mujer embarazada con problemas económicos; que llamándose progresista y de izquierdas establece una ayuda fiscal de 400 euros que sólo favorecerá a los ingresos más altos, acentuando así el proceso de injusticia social que este país ha ido acumulando a lo largo de estos años de crecimiento económico.

 

Ante ello y otras muchas cuestiones, como el caso de las leyes de excepción españolas, mucha gente considera que otro proyecto es posible. El acto del pasado 27 de enero, en Barcelona, es una constatación de ello.

 

Las propuestas que allí se hicieron, a pesar de nacer de una fuente cristiana, no necesitan de la fe para ser asumidas sino simplemente de la capacidad de razonar la bondad, e incluso la eficacia de las cosas. Es lo que podríamos calificar con propiedad de “catolicismo cultural”, que no exige de la fe, ni tan siquiera de una actitud de respeto hacia la Iglesia.

 

Mauricio Pera, el expresidente del senado italiano, agnóstico, es un exponente de esta concepción cultural, en este caso además con una gran simpatía hacia lo que la Iglesia representa. Pero hay otros prototipos, por ejemplo el de Joska Fisher, el conocido ex ministro de Asuntos Exteriores y Vicecanciller alemán, del partido de Los Verdes, un post progre 68, que se ha casado cinco veces por lo civil y que no tiene ningún empacho en proclamarse católico por cultura en unas recientes manifestaciones en La Vanguardia, en las que no manifiesta muy poca afinidad con la Iglesia.

 

Esta concepción, que nace de una cultura católica, promueve que la moral sí tiene sentido y debe guiar la vida pública sin menoscabo de las libertades individuales. Afirma que la verdad es distinta que la mentira, y que la libertad sirve precisamente para poder llegar a diferenciar una cosa de la otra. Constata que es algo muy distinto afirmar la libertad que cada uno tiene con su vida privada. Pretende que todas las conductas y relaciones que la libertad pueda generar tengan el mismo valor y significado para la sociedad y, por consiguiente, los poderes públicos deben establecer políticas de fomento para aquellas que son buenas para el presente y el futuro de la propia comunidad.

 

Es mejor que los niños nazcan a impedir con violencia su nacimiento, porque así no sólo se niega un derecho elemental, como es el derecho a vivir, a alcanzar la condición de persona, sino que además se comete un tremendo daño social y económico. Social al determinar que hay estados de vida humana que por su propia naturaleza no tienen derecho a existir. Económico porque representa una sangría de miles de millones de euros, perfectamente calculables en términos de capital humano, precisamente aquel que es más valioso en un mundo globalizado y competitivo.

 

Se trata de afirmar que es mejor el matrimonio, es decir un compromiso firme y sólido con voluntad de permanencia, abierto a la descendencia y con capacidad para educarla, que el individualismo en las relaciones de pareja, la fragilidad de los acuerdos, el cerrarse a tener hijos.

 

Nadie debe ser obligado a perder su soltería o a configurar una pareja de hecho o cualquier otra unión de convivencia, pero sí deben los poderes públicos, con sus leyes, favorecer a aquello que es bueno para el país, es decir a los matrimonios, a las estructuras familiares estables, a la voluntad de tener hijos, y a la reconciliación cuando existe conflicto como prioridad a la judicialización imperativa de dicho conflicto.

 

Se trata, también, de que es necesario que el proyecto educativo reconozca la autonomía de los centros para que así puedan adaptarse mejor a sus contextos sociales; el apoyo prioritario a aquellos que se encuentran con alumnos con mayores penurias socioculturales; la libertad de los padres para elegir centro de acuerdo con sus preferencias religiosas, morales y pedagógicas; evitar el sexismo inverso que está condenando a generaciones de muchachos al fracaso escolar en unos términos que duplican al de las chicas, sin que ni una sola voz se alce para preguntarse las causas de esta radical diferencia.

 

Es necesario afirmar que las políticas de transformación económica a la búsqueda de una mayor justicia social compatible con la productividad, la competitividad, y la innovación, deben volver a ser el eje de las políticas públicas, en lugar de estas obsesiones, ya casi sospechosas, por todo lo que guarde relación con el sexo, bautizado de “nuevos derechos”.

 

Es urgente que nuestra sociedad y en especial los jóvenes asuman que la libertad lleva aparejada la responsabilidad, y esto significa tener conocimiento previo y asumir las consecuencias de sus actos.

 

Que en la educación de los jóvenes la educación sexual no puede ser convertida en una especie de preparación para un deporte de contacto, donde lo único importante es el preservativo, sino que debe estar integrada en su maduración sexual y afectiva. Carece de todo sentido situar la emancipación sexual en términos legales a los 14 años, y situar entre los 16 y 18 todas las demás mayorías, porque esto significa trivializar la importancia de dicha relación. Es imperioso devolver a la educación la importancia del respeto, del orden y del esfuerzo. Estos en si mismos no son nada más que medios al servicio de la formación del carácter y de la mejor eficacia en el trabajo colectivo.

 

Hay que negarle al Estado de manera rotunda toda intención de educarnos en cualquier ideología, incluida la del laicismo o cualquier otra de sus creencias. Aconfesionalidad, neutralidad del Estado, no significa solo que éste no pueda tener una religión, sino que no puede tener ninguna ideología, y que sus únicas normas son las que se encuentran reflejadas en la Constitución. Ni tan siquiera puede adoctrinar sobre las leyes que aprueba porque éstas son tan fungibles como la mayoría que las ha apoyado. Aunque debe, eso sí, velar para que los ciudadanos tengan una correcta información, estrictamente objetiva de sus contenidos.

 

Es necesario poner ante los jóvenes y los que no lo son tanto -aquellos que merodean los 40 o 45 años hacia abajo- el durísimo futuro que les espera para que con conocimiento de causa puedan plantear su opinión y sus preferencias políticas. Van a vivir simultáneamente cuatro crisis tremendas: la económica, la del estado del bienestar, la de la energía y la medioambiental. España está particularmente mal situada en relación a las cuatro, por imprevisión, por políticas equivocadas, por situación geográfica.

 

No podemos condenar a nuestros hijos y a nuestros nietos a la mentira de que la vida es una fiesta, que puede vivirse a base de rallita de coca, porrito o unos cuantos cubatas, que el trabajo no es nada más que un intervalo entre fiesta noctámbula y fiesta noctámbula de cada fin de semana, y que el amor es una simple tarea genital.

 

Estas y otras muchas cuestiones serán cada vez más asumidas y defendidas por la mayoría porque ahí se juega la vida real. Quizás sea la causa de que cada vez que afloran estas opiniones, sectores de esta extraña progresía de la desigualdad social, se manifiestan histéricos y, a falta de mejores razones, practican el insulto directo, la coacción y la amenaza.

 

Forum Libertas, 30 de enero de 2008

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