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¿Ha muerto el conservadurismo americano?

¿Ha muerto el conservadurismo americano?

William F. Buckley Jr. empezó a cobrar notoriedad intelectual con God and Man at Yale (Dios y el Hombre en Yale), que publicó en 1951, al poco de graduarse por esa prestigiosa universidad. Se trataba de la primera denuncia de la preponderancia de la izquierda en las grandes universidades. Cuatro años más tarde fundó la National Review, y con ello consiguió poner los cimientos del conservadurismo norteamericano moderno.

 

Con gran habilidad, Buckley logró unir en torno a su proyecto a libertarios, tracidicionalistas y anticomunistas, incluso a algún ex comunista redimido. Aunque sostenían puntos de vista diferentes, compartían su oposición al comunismo y al avance del socialismo en Estados Unidos.

 

Fue en la casa de Buckley en Sharon (Connecticut) donde nació la Young Americans for Freedom, un grupo de jóvenes comprometido con la libertad individual, el Gobierno Limitado, la Constitución, el federalismo, la economía de libre mercado y la defensa nacional, principios todos ellos respaldados por la National Review y que se encontraban en la base de la campaña de Barry Goldwater de 1964, en la que llevó a Reagan a la Casa Blanca (1980) y en el Contrato con América de Newt Gingrich (1994).

 

Mediante el referido Contrato con América, los conservadores ofrecían a los norteamericanos terminar con los Gobiernos demasiado grandes, demasiado intervencionistas y despilfarradores del dinero público. Tanto en 1980 como en 1994, los conservadores que seguían a Goldwater y a Buckley pensaban que sus principios habían triunfado.

 

En el año 2000, los republicanos no sólo lograron mantener su control sobre el Congreso, sino conquistar, con George W. Bush, la Casa Blanca. Por fin podrían aplicar su programa.

 

Pero las cosas tomaron un derrotero muy distinto del que imaginaban. Durante los seis años siguientes, los republicanos incrementaron el gasto en un billón de dólares, multiplicaron los programas sociales, metieron las narices del Gobierno federal en la educación (hasta entonces competencia exclusiva de las administraciones locales), concedieron poderes sin precedentes a la Casa Blanca y, con la intervención en Irak, dieron inicio a la vasta empresa de "construir democracias" por todo el mundo.

 

Lo peor de todo fue que el movimiento intelectual conservador se olvidó de sus vínculos con el Gobierno Limitado. Los neoconservadores viraron hacia la izquierda radical e implicaron al Gobierno en la vida social y económica de la nación, mientras que la derecha religiosa reclamó al Gobierno que impusiera sus valores al resto del país.

 

Los conservadores que en el pasado creían a pies juntillas en la máxima de Reagan: "El Gobierno no es la solución a nuestro problema; el Gobierno es el problema", ahora se han convertido en fieles seguidores de Bush, que dice cosas bien distintas; cosas como ésta: "Cuando alguien padece, el Gobierno tiene que actuar".

 

Los conservadores como Buckley denunciaban la transferencia de poder desde los estados federados a Washington y desde el Congreso a la Presidencia imperial. Hoy, son muchos los que quieren que el presidente no dependa ni del Congreso ni de los tribunales, especialmente en lo relacionado con la política exterior.

 

En 2006, Buckley lamentó que Bush careciera de una ideología conservadora consistente, y que hubiera incurrido en una política de gasto "extravagante". Asimismo, aseguró que el creciente intervencionismo en el exterior estaba resultando un fracaso. En 2008, Buckley ha muerto. Descanse en paz también el conservadurismo norteamericano.

 

 

© AIPE

 

Por DAVID BOAZ, vicepresidente ejecutivo del Cato Institute y autor de LIBERALISMO. UNA APROXIMACIÓN.

 

Libertad Digital, suplemento Ideas, 5 de marzo de 2008

 

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