Crisis de militancia en toda la sociedad
La militancia es una realidad que cobra fuerza en la modernidad, a partir de la convicción de que toda persona es protagonista de su historia. Pero hoy ese protagonismo se ve empañado por el desencantamiento con el optimismo ilustrado.
El pesimismo de la razón nos invade, generando desesperanza y favoreciendo que la militancia se reconvierta frecuentemente en otra cosa.
Los ideólogos de las formaciones políticas y asesores de campaña ya no saben qué hacer, ni qué decir para ilusionar a las personas. El ausentismo electoral crece y todavía crecerá más y, con ello, también el desprecio por la cosa pública.
La gran protagonista de estas elecciones generales, cuanto menos en Cataluña, es muy probable que sea la abstención. En el caso que el pronóstico se cumpla, ésta podrá ser interpretada, legítimamente, como un voto de castigo, de desgana y de desdén por la denominada clase política.
De este modo, el proyecto de futuro al que sirven las organizaciones que se pretenden transformadoras de la sociedad acaba siendo frecuentemente sustituido por finalidades propias de la organización y de sus élites dirigentes.
El resultado es una crisis de militancia en partidos y sindicatos, que hace que sean cada vez más escasas las referencias militantes en la sociedad: en partidos y sindicatos hay cuadros o afiliados, pero la figura del militante se ha desdibujado bajo el predominio de la burocratización.
Todo se profesionaliza y se convierte en negocio. El militante romántico que pegaba carteles en la calle es ya un objeto de arqueología. Siempre quedan, a pesar de todo, algunos resistentes de la vieja guardia que todavía son capaces de dar tiempo y gastar fuerzas para hacer realidad un proyecto de país.
Ser militante hoy es asumir, más que en otras épocas de nuestra historia reciente, esa condición minoritaria, resistiendo a la marea que barre las motivaciones del compromiso. Requiere una gran dosis de estoicismo, porque no es fácil soportar el sarcasmo de los cínicos, de los que vienen de vuelta de todo.
Es preciso aceptar esa condición minoritaria sin asomo de elitismo, porque la educación para la militancia se contrapone a la educación para ser élite y quien es militante está llamado a mantener su fidelidad a la masa, al pueblo del que procede y con el que comparte básicamente valores y cultura.
Quien vive la militancia, vive una fidelidad hacia su pueblo, aunque ese pueblo no resulte especialmente digno de ese compromiso militante ni valore su acción a favor de la comunidad.
El militante se entrega por su pueblo no porque éste sea en sí mismo merecedor de tal entrega. Quien es militante se siente, a la vez, parte de ese pueblo y conoce y experimenta sus limitaciones y necesidades; pero se sabe también llamado a asumir la doble responsabilidad de anunciar a su pueblo la conversión y de mostrarle los caminos que puedan transformar una realidad negativa e injusta hacia un futuro de libertad y de solidaridad.
El declive de la militancia es un grave desafío a la democracia tal y como la conocemos en la actualidad. El pleno desarrollo de ésta no sólo requiere de personas conscientes de sus deberes de ciudadanía, sino también capaces de entregarse a una causa más grande que su propio yo.
Francesc Torralba Roselló
Forum Libertas, 3 de marzo de 2008
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