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Políticamente... conservador

Verdad, cultura e inmigración

En relación a las polémicas por la mezquita de Premià debe decirse que el problema de la inmigración tiene su raíz en las tremendas diferencias entre países ricos y pobres, que se hace más grande por la falta de un modelo de desarrollo verdaderamente global y por el egoísmo de los países ricos protegiéndose contra un verdadero comercio mundial. La inmigración encuentra un terreno fecundo en la debilidad demográfica y la fragilidad cultural de Occidente.

Esta fragilidad nace de una falta de identidad: naciones enteras que han nacido como pueblos de la experiencia de Cristo, casi han perdido su identidad, porque no son capaces de entender la profunda relación entre religión, verdad y autentica tolerancia. Hasta ahora la Unión Europea no ha querido incluir ninguna referencia a sus raíces cristianas en la futura Constitución. Pero religión y cultura son realidades estrechamente vinculadas: no hay religión sin cultura, ni cultura sin religión. El hombre no puede vivir sin un significado.

Como recordó el Cardenal Ratzinger recientemente en un Congreso sobre ’’Multiculturalidad e inmigración’’, al Occidente de hoy le cuesta reconocer entre bien y mal, entre verdad y falsedad: son términos que en nuestra conciencia están confusos (incluso se niega que exista la verdad). Esta es la causa de nuestra fragilidad cultural, una debilidad mortal que nos hace incapaces de confrontarnos con positivismo con los flujos migratorios de masas.

La tolerancia es un de los fundamentos de la cultura moderna: entonces afirmar hoy que se ha encontrado la verdad puede parecer una presunción superada, que tiene que rechazarse como intolerante. Pero la cuestión de la verdad es inevitable, es indispensable para el hombre. Sin verdad, la libertad no tiene sentido.

Tolerancia no es sólo ausencia de violencia, ni siquiera admitir la inmigración: tolerancia es reconocer el valor y la dignidad de la persona concreta, por tanto no puede haber tolerancia si no hay una verdad sobre el hombre. La más gran intolerancia es no reconocer la verdad.

Ciertamente la huida del Dios único y de su pretensión continuará. Pero reconocer que Dios es el Bien y es la Verdad, aun más, que Dios mismo es Amor, que Verdad y Amor son la misma realidad, es la mayor garantía de tolerancia.

Pero la única arma de la Verdad es ella misma y por lo tanto el amor.

Giorgio Chevallard, presidente de la Asociación Cultural Charles Péguy

20/06/2002

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