Religión en el debate político norteamericano
Las diferentes maneras de tratar la religión en la política norteamericana, en la que se busca al electorado cristiano con palabrería religiosa; y en la que los cristianos conservadores defienden sus argumentos.
En los últimos tiempos, la política norteamericana está fuertemente influida por cuestiones religiosas, hasta extremos que –desde la perspectiva europea- pueden resultar chocantes. Curiosamente, es el mundo “progresista” quien está introduciendo con más fuerza los argumentos religiosos en el debate político, a pesar de lo que repiten continuamente los medios en este lado del Atlántico.
Es conocido el impacto que tuvo, en la reelección de Bush, la movilización generalizada de los cristianos practicantes, quienes votaron en defensa de sus principios, perdonando a la Administración republicana los errores en materia de política económica. La apuesta de los demócratas por la contracultura liberal (defensa del matrimonio homosexual, aborto, etc.) motivó que gran parte del país (la América real) se haya convertido en un bastión del partido republicano.
A la vista del resultado electoral, los demócratas iniciaron una campaña para atraer a los cristianos practicantes. Así, crearon en la Cámara de Representantes el “Democratic Faith Working Group”, al tiempo que en el Senado el líder de la minoría demócrata, el Senador Harry Reid, impulsó un grupo de trabajo denominado “Word to the Faithful”, literalmente “Palabra a los fieles”.
Hasta aquí nada fuera de lo normal en la política norteamericana, en la que la conexión entre representantes y representados hace que los políticos realmente estén pendientes de sus electores, por lo que continuamente se reúnen con representantes de la sociedad civil.
El elemento distintivo de la atención “liberal” al impacto político del fenómeno religioso está en la pretensión de deducir del mismo consecuencias legislativas concretas. Así, partiendo de una lectura secularizadora de libros del Antiguo Testamento (sobre todo de las promesas mesiánicas), han presentado el incremento de gasto público para financiar programas de bienestar social como una exigencia de la fe cristiana. Es decir, como el libro de Isaías, por ejemplo, habla del Reino, donde habrá abundancia y de los arroyos manará leche y miel, deducen del mismo el imperativo moral de que sea el Estado –y no la sociedad- quien haga llegar esa abundancia a todos los ciudadanos. De esta manera, el discurso político está cada vez más plagado de argumentos “teológicos”.
No ha sido esta, no obstante, la forma de hacer de los cristianos conservadores, quienes han se han limitado a argumentar su derecho a estar presentes, con sus convicciones, en la vida pública, para defender en ella, con argumentos de razón, sus convicciones: respeto a la vida, a la familia, etc.
Publicado en American Review por Pablo Nuevo López
American Review, 21-02-2006
Es conocido el impacto que tuvo, en la reelección de Bush, la movilización generalizada de los cristianos practicantes, quienes votaron en defensa de sus principios, perdonando a la Administración republicana los errores en materia de política económica. La apuesta de los demócratas por la contracultura liberal (defensa del matrimonio homosexual, aborto, etc.) motivó que gran parte del país (la América real) se haya convertido en un bastión del partido republicano.
A la vista del resultado electoral, los demócratas iniciaron una campaña para atraer a los cristianos practicantes. Así, crearon en la Cámara de Representantes el “Democratic Faith Working Group”, al tiempo que en el Senado el líder de la minoría demócrata, el Senador Harry Reid, impulsó un grupo de trabajo denominado “Word to the Faithful”, literalmente “Palabra a los fieles”.
Hasta aquí nada fuera de lo normal en la política norteamericana, en la que la conexión entre representantes y representados hace que los políticos realmente estén pendientes de sus electores, por lo que continuamente se reúnen con representantes de la sociedad civil.
El elemento distintivo de la atención “liberal” al impacto político del fenómeno religioso está en la pretensión de deducir del mismo consecuencias legislativas concretas. Así, partiendo de una lectura secularizadora de libros del Antiguo Testamento (sobre todo de las promesas mesiánicas), han presentado el incremento de gasto público para financiar programas de bienestar social como una exigencia de la fe cristiana. Es decir, como el libro de Isaías, por ejemplo, habla del Reino, donde habrá abundancia y de los arroyos manará leche y miel, deducen del mismo el imperativo moral de que sea el Estado –y no la sociedad- quien haga llegar esa abundancia a todos los ciudadanos. De esta manera, el discurso político está cada vez más plagado de argumentos “teológicos”.
No ha sido esta, no obstante, la forma de hacer de los cristianos conservadores, quienes han se han limitado a argumentar su derecho a estar presentes, con sus convicciones, en la vida pública, para defender en ella, con argumentos de razón, sus convicciones: respeto a la vida, a la familia, etc.
Publicado en American Review por Pablo Nuevo López
American Review, 21-02-2006
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